Reseña de El libro de las improvisaciones, de Juan Lebrun

Presentamos una reseña crítica de Zorian Ramírez Espinoza sobre el El libro de las improvisaciones, del poeta venezolano Juan Lebrun.

 

 

 

UN SILENCIO ARBÓREO, UN SILENCIO VIVO

Lectura de​​ El libro de las improvisaciones​​ de Juan Lebrun.

Por Zorian Ramírez Espinoza.

“Muéstrame en tus ojos el paisaje

condo​​ haya en mi alma amanecido”

SILVIA RODRÍGUEZ RIVERO- MISTERIOSA TRANSPARENCIA

 

 

 

 

 

I - Preámbulo.

 

Quiero hablar del silencio, un silencio vivo. Como diría Lispector acerca del silencio en Berna: profundo y despoblado. Como el espacio que separa una palabra de otra, un silencio imperturbable. Puesto que si un libro cae o un ave lo atraviesa, solo es interrumpido un momento. El silencio cotidiano no es suficiente; habría que invocar un gran silencio, uno tan vasto que pueble todos los paisajes y cubra lo observado con un velo. Hacerlo espora, espora que vuele libre por los aires y se vuelque en la mirada, que se expanda y se germine como el liquen. Hacer del silencio una mirada verde, un gesto arbóreo; luego, ver al mundo como un gran jardín.

 

Esto es lo que nos entrega Juan Lebrun en​​ El libro de las improvisaciones, el cual obtuvo el primer lugar del Premio Internacional de Poesía Joven Ida Gramcko 2024. Juan es licenciado en letras, traductor y músico; esto lo ha llevado a tener una relación particular con el lenguaje que podemos apreciar en este libro, en esta forma que encontró el poeta para afrontar la escritura.

 

 

II - Hablar hacia el eco.

 

Si se concibe que la poesía es un ave,​​ una cosa con alas, en palabras de Dickinson, en el caso de​​ El libro de las improvisaciones, la voz poética no se centra en la evocación de lo ausente, no intenta atrapar el poema ni salvar sus restos. No se centra en el ave, sino en su vuelo, es allí donde el poeta dice:​​ “Ay de otros que se hicieron en papel, / porque no pudieron hacerse en vida (...) / el único nido es la cabeza. / Mírala (...) / No quieras más vigas de fuga. / Grábate”

 

El ejercicio de grabarse es una forma de vernos en un espejo un poco opaco, puesto que el sonido no siempre es fácil de representar ni de nombrar, ya que él mismo se nombra.

 

Se inicia la grabación; no es la voz ni el lenguaje hablado lo que importa, sino su fondo, siempre su fondo: la respiración, la textura de cada palabra pronunciada, su altura y más​​ allá de esta, el espacio siempre impredecible, la brisa chocando con los árboles, los grillos entonando su melodía, las chicharras llamando a la lluvia y, si nos acercamos un poco más, el sonido de la madre en sus quehaceres, del padre en su impronta y los gestos torpes del hermano a quien se ha ofrecido el mundo exterior como un asombro, se le otorga lo indecible, lo indescifrable: la vida. La grabadora todo lo registra sin preferencias. Posteriormente, es transcrito el eco y no la voz por el poeta, quien versa lo siguiente: “Vengo a traerles este hablar hacia el eco, / unas raíces que encontré, / y emocionado se las doy / como un perro a su amo.”

 

En este sentido, la poesía de Juan está marcada por el tiempo. Un tiempo de vida que se sujeta a una lógica estrictamente personal, a un ritmo interno de las cosas. Cada improvisación nace del silencio, se pronuncia, se desarrolla y muere; así como en la música, pasa en la vida. Una vez emitido el sonido, este desaparece; es un ejercicio del instante, una palabra que muere en un silencio vivo, una palabra que se mimetiza con el paisaje y penetra las vetas de los árboles hasta ser un palpitar.

 

 

III- Transcribir la voz del paisaje.

 

El poeta afirma haberse hecho de piedra y música; a su vez, en otro verso nos anuncia que la prehistoria es una grieta. Me pregunto: ¿qué se agrieta, el muro al que es lanzada la roca o la roca al golpearse contra el muro? Pienso en el agua que, con su movimiento, da forma a las piedras del río.​​ Si este muro tenía razón en algo, era en su resquebrajamiento, como si lo que moldeara los objetos sólidos y las posturas más intransigentes fuesen acaso los pequeños sonidos que habitan en el silencio. Citando a Gramcko: “Porque el ente nombrado varía en su contorno. Sol nace como una mesura musical que borra el laberinto. Firmeza que emana de un noble vocablo ductor. Canción cargada de heredad pues musitando, murmurando erige. Susurro contenido en una roca. Gracilidad estatuaria. Dolmen compacto y cristalino”.

 

Hasta ahora parece que hablo de cosas antónimas.​​ Todo lo opuesto es fraternal, cóncavo o contiguo​​ — Ida Gramcko. En este sentido, me centro en el silencio como fuente principal de este libro, que en apariencia plantea un paisaje sonoro. Algunas definiciones bastante vagas pretenden explicar o definir esa acción que es la música como el acto de intercambiar sonidos y silencios. Esto se manifiesta en​​ El libro de las improvisaciones, en las ​​ interrupciones o espacios que separan a un mismo verso o versos. He aquí lo que dificulta esta percepción del instante. La improvisación es algo vivo y, al presentarse escrita, podríamos hablar de “las transcripciones”. Los entendidos en el lenguaje musical saben que la escritura en música no siempre es exacta, en el sentido de que la interpretación y, en ocasiones, algunos ritmos y sonidos son difíciles de escribir con exactitud. En palabras del poeta:​​ “la puntuación de los animales aún espera nombre/ fuera del poema.” ​​​​ Hablamos de una interpretación-transcripción de un ejercicio que fue tiempo presente. Como lector, cada uno de estos silencios invita a una omisión o pausa momentánea del discurso y, ¿por qué no?, también me invita a la creación de ese espacio faltante. De ser un ejercicio de completación, haría de la lectura un acto y de las improvisaciones un libro diferente cada vez porque convertiría al lector en un improvisador.

 

IV- La eternización del instante, el puente donde nace el poema.

 

Numerosos poetas han trabajado el tema de la naturaleza, las estaciones, los animales y Dios. Pero no es el tema, es el cómo se presenta el decir. En este sentido, quiero mencionar a una poeta que, al igual que Juan, propuso una escritura singular en su tiempo. Traigo a colación a Dickinson, puesto que en muchos de sus poemas, como en las improvisaciones, el lector asiste al acto mismo de la hechura del poema (salvando las diferencias entre ambos). Cuando decía que la poesía de Juan se centra en el vuelo y no en el ave, me refiero justamente a esa eternización del instante. En este sentido, la poesía de Dickinson y las improvisaciones de Juan dialogan. Además de que en ambos el paisaje se muestra como un pretexto para algo que trasciende la metáfora. Cito:​​ El agua se aprende por la sed./La tierra — por los mares navegados. Por el dolor, el rapto —/La paz — por sus batallas referidas —/El amor, por el marco del recuerdo —/Por la nieve, los pájaros. - Emily Dickinson, poema 135.​​ En azul se disipan la montaña y el cielo / hacia un paisaje mental: / nubes de leopardo, / lobos de tiempo,/ troncos de agua, (...)/ cuerpos de viento (...)/ Salgo ahora del paisaje (...) ¡Y se abstrae el espacio!​​ - Juan Lebrun de​​ El libro de las improvisaciones.

 

Si el cielo es donde reside lo desconocido, el paisaje se convierte en el puente entre lo conocido y lo desconocido. En este sentido, las improvisaciones evocan en sus metáforas árboles que son muros, hojas que son rejas y también ventanas; estaciones que acontecen en el otoño de los árboles y, a su vez, son estas caídas, lluvia de hojas, que al podrirse fermentan la tierra; o frutos y semillas que se desprenden; la anatomía del humo, la bruma y las humaredas que pueblan la casa; las calles que recorre Juan con su grabadora en mano; charcos, lloviznas; la naturaleza atendiendo la súplica de las chicharras, la música en los altavoces del vecino, los sonidos de las ranas.

 

Quienes vivimos en países tropicales tenemos este paisaje como obvio, algo cotidiano. Bien nos dice el poeta que ese era su objetivo: ​​ nunca había buscado lo nuevo, sino lo obvio .​​ Lo que el poeta nos ofrece es su mirada del paisaje, ese que todos conocemos, él nos entrega sus ojos, una ​​ mirada que escucha, oídos que nombran.​​ Basé mis muros en una casa con huecos de aire,/ persianas de pelo,/ animales que volvían al milagro— versa el poeta. Estos animales regresan al paisaje y desde allí nos miran, ahora son ellos los ojos del paisaje que se nos presenta en el libro.​​ 

​​ 

V- Del cómo se manifiesta lo indefinible.

 

“A​​ los objetos sólo los puedo nombrar. Los signos los representan. Yo solamente puedo hablar de ellos; no puedo expresarlos.​​ Una proposición únicamente puede decir cómo es una cosa, no qué es una cosa”​​ L.Wittgenstein,"Tractatus Logico-Philosophicus" apartado 3.221. 

 

En el libro de las improvisaciones, se plantean una serie de temas de los cuales sabemos sus cómos y no sus porqués. Estos son: el silencio, la luz, la noche, la lluvia y el tiempo.

 

El silencio se manifiesta en una serie de acciones que el poeta nos versa:​​ gemidos silenciosos del que calla/ intranscribibles al papel (...) El multifónico perdido, / el silencio interválico,/ el silencio de fruta;/ el silencio silencio.(...) Por las líneas del pensamiento,/ busco presagio en el silencio.​​ Porque el mundo hace de su cráneo resonancia, el habla es un eco y también es luz. La luz, en el caso de las improvisaciones, no se presenta como verdad segadora; la misma parece estar en cierne. Es algo cíclico:​​ en torno al fuego de lo inmóvil, / una iguana baja de mi pensamiento hasta mis pies. (...) El remolino lumínico, / la voluta del pensamiento.​​ Esta luz escucha el paisaje y reproduce en el habla eso que emana del fondo de nosotros y que da existencia a todo aquello que nos rodea. En este sentido, la luz es voz que ilumina y nombra aquello hasta ahora imperceptible, mas no inexistente. La luz es una infante que aún no sabe todos los nombres de las cosas y, al no poder asirlas al lenguaje, las cosas carecen de existencia. Ella es también un decir que irrumpe la noche:​​ siempre me asombraron las hojas,/ cómo se muestran en la noche;/ los cuerpos celestes y las hormigas.

La relación cíclica entre día y noche se presenta a lo largo del libro, que inicia con un poema que desciende del amanecer de un fuego inmóvil y cierra el libro con un poema que se va a la noche para evitar quemarse con la llama nocturna, luz del artificio. El poema se pierde en lo verde de las casas escondidas, en una noche abastecida por el tiempo; el mismo emergerá al día siguiente con el movimiento de las hojas y transformará, con su canto, el lienzo de la tierra. De esta forma, hace de la continuidad una festiva alabanza.

 

El tiempo es entendido como algo estacional o temporal, más referido a la atmósfera interna de la voz del poeta; la misma puede estar sujeta a un paisaje estrictamente íntimo, ficcional o no. Es en el momento del génesis que el poeta se recuesta a los árboles y mira perdidamente los relojes. Hablamos de un tiempo prehistórico, que se hace visible en las grietas de los troncos: el tronco que es madre, el tronco herido del que supura la savia. La savia es la sangre de los árboles y está dividida en xilema y floema; la misma es producida por la absorción de agua a través de las raíces. Los árboles cantan, recogen el llanto de los cielos; la humedad es tierra fértil del poema. Juan nos dice:​​ “tu corazón frondoso/ hará de la lluvia unas raíces/ y enhilará por los aires tu voz”. En otro poema versa:​​ “la vida quiebra sus fuentes/ hacia los aires y llueve sobre el poema”.​​ El poeta portugués Nuno Júdice nos versa en su poema​​ Poética: “es dentro del fruto que la lluvia pudre donde insiste la vida”.​​ Júdice también nos dice:​​ el poema cuenta cómo se hace todo; menos el mismo.​​ Asimismo, Juan nos habla del paisaje que rodea su casa, no de la casa en sí; y, sin embargo, hablamos de ella, porque el poeta nos comparte su mirada, que también es el paisaje externo que lo rodea a él.

 

En este sentido, la casa está rodeada por árboles y el poeta está rodeado de amigos. Esto se aprecia en la estructura del libro​​ Visos humanos​​ y​​ (H)ojos líquidos. En la primera, se tratan las superficies del Yo en la voz poética; y en la segunda se abordan las profundidades del mismo, la relación con lo otro y los otros. Estos (h)ojos son lágrimas; temporal de lluvia que fermenta la tierra-cuerpo de la voz poética.

 

VI-Lo que se ofrece, lo que sobrevive: el sacrificio.

 

Que este verso me parta el límite/ porque yo me perdí infinitándome. A lo largo del libro, hay ciertos momentos en donde la voz poética pretende fragmentarse, darse al otro como si​​ arrancásemos una hoja de un árbol o una flor o una rosa. Hay un juego a la inversa: no es el ruiseñor que canta y se desangra para dar vida a la flor, sino que es el mundo vegetal encarnado en voz poética, los jardines visitados por la Margarita de Rubén Darío, en donde el Señor ofrece a la niña una flor para hacerse decorar un prendedor. Existe una cierta ingenuidad en el poeta: "¿Qué sabe un niño como yo, calco de vida primitiva, rotura de culpa deseante?"​​ Se arranca la flor, una hoja, un ojo, los labios y demás partes del cuerpo; arranca un tallo, una raíz germinada en el eco. El niño, al no tener más nada, se ofrece a sí mismo lo que es: una roca, una resonancia, una noche que piensa cada palabra porque al pronunciarse corre el riesgo de amanecer. El niño-poeta puede pensar esto también como un juego en donde puede, a través de los fragmentos de su ser dispersos como estrellas, in(b)ocarse.

 

Es así como Juan corta el tronco grueso del habla y nos da la savia-sangre del árbol, y, con esta, un trozo de la memoria que se infinita en lo mínimo del fragmento: la palabra, la letra, el murmullo del espacio. Este cuerpo que se entrega sano para agrietarse por un gesto generoso: “Está mi padre echado en cama./Mi hermano, enfermo./Mi madre y yo estamos sanos./ Quisiera darles mi cuerpo”. La voz se sabe incompleta, se entiende humana:​​ llevo la avería con el orgullo de un pavorreal.​​ El poeta afirma encontrar entre los espacios del pentagrama la clave universal del delirio y que es allí donde la voz se pregunta si las palabras provienen de la avería, y si la cabeza no siente las cortaduras de la hoja, hoja que es piedra, que es mujer. Un renacer en la lengua materna y los gagueos de los niños.

 

Notas bibliográficas:

  • Dickinson, E. (1999).​​ Poemas - Emily Dickinson / edicion bilingue. Ediciones Catedra S.A.

  • Gramcko,I. (1983).​​ Poética​​ (Reedición 2020.). Editorial Tuqueque. ISBN 978-980-7889-025.

  • Júdice, N. (2003).​​ Antología​​ (Ed. Vicente Araguas, 248 págs.). ISBN 978-84-7522-509-8.

  • Lebrun, J. (2024).​​ El libro de las improvisaciones. LP5 editora.

  • ​​ Wittgestein, L.​​ Tractatus logico-philosophicus.​​ (s/f). Com.ar. Recuperado el 7 de septiembre de 2024,​​ tractatus logico-philosophicus ludwig wittgenstein.

 

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Zorian Ramírez Espinoza​​ (Caracas, 1996) es Licenciado en Artes mención música por la Universidad Arturo Michelena (UAM). Contrabajista de la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas. Diplomado en creación y reflexión poética en la Fundación la Poeteca de Caracas. Ha sido finalista de la 7ma edición del premio de poesía joven Rafael Cadenas, Mención honorífica en el 2do Premio Internacional de Poesía Bruno Corona Petit y del 5to Certamen de Poesía Venezolana “Ecos de la Luz”. En 2022 publica la plaquette de poesía​​ Memoria Derramada​​ con ediciones Petalurgia. Forma parte de las siguientes antologías:​​ Nueva lengua guarida,​​ Antología del 7mo. Concurso de poesía joven Rafael Cadenas, Antología del Premio Internacional Bruno Corona Petit y​​ El sueño del tiempo-poesía venezolana actual, editorial Letras Salvajes (Puerto Rico) en coedición con Tierra Árida (Venezuela).​​ 

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