Si el río abriese los ojos: Antología de la continuidad. Jesús García (Venezuela)

Juan Lebrun, Bolívar Pérez y Zorian Ramírez construyen un dossier de nueva poesía venezolana, Si el río abriese los ojos: Antología de la continuidad, título en homenaje a César Panza y Caneo Arguinzones. Leemos aquí a Jesús García (1995). Publicó su primer poemario Santos mendigos con la editorial La hoja de la calle en el 2023.

 

 

 

Si el río abriese los ojos: Antología de la continuidad.​​ Es una selección que reúne voces de poetas venezolanos nacidos a partir de 1990. La muestra nos invita a reflexionar acerca de​​ las diversas identidades que se presentan en la poesía​​ actual venezolana. La escogencia del título rinde homenaje a dos voces que dejaron una huella fundamental en el panorama más reciente de la vida literaria del país: César Panza, con su verso​​ Si el río abriese los ojos qué viera, y Caneo Arguinzones cuando dice que​​ Haber retrocedido al abismo ha convertido la continuidad / en una festiva alabanza. César nos devuelve la pregunta de la identidad sin pretender abrirnos los ojos, sino buscando que habitemos con él la pregunta; defiende lo auténtico mientras nos habla de la impermanencia.​​ Caneo plantea una​​ vivencia corporal que enfrenta a la muerte, pero que, en un detenerse, busca la continuidad de la vida como una “festiva alabanza”. Estos autores y referentes, por siempre jóvenes, son voces desenfadadas, discontinuas, navegantes de lo incierto en el río identitario, vitales, como las que presentamos a continuación.

 

 

 

 

 

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Jesús L. García (Río Caribe, estado Sucre 1995) es un poeta miembro del colectivo poético La Metáfora Marginada que nació en las calles de Bogotá, ciudad a la que migró en 2018. Desde entonces, escribe "poemas por limosnas" con máquina de escribir en las calles; ha llevado esta poética vital a Guayaquil y Caracas.​​ 

 

 

 

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Santos mendigos

 

Santos

todos los mendigos de esta tierra

santos los zapatos rotos

y sus patas sucias

santa la mano extendida

y la mirada que no espera.

 

Santos todos

los mendigos

de la tierra.

 

Santas túnicas los harapos

que lo visten

peregrinos todos van pagando

las miserias del mundo que los hizo

y que ahora voltea la mirada

al toparlos.

 

Santos niños de atoche

en manada y sonriendo

huérfanos.

Testigos de la injusticia.

 

Santo Don Jaime, mi querido Rambo

con la oración de su gorda en la boca

con el tarro de pegante en la mano

y el palo de escoba como bastón.

Santo Ancízar con su «Dios te bendiga

padre» en la boca

con su sonrisa sin dientes y temerosa

con sus ojos de niño inquieto

y su amistad.

 

Santo da Vinci

Óscar Javier Ratón

cambiando dibujos

por limosnas.

Su barbita de nubes grises

el milagro del Piel Roja

y su devoción

santificada la túnica—sábana sucia—que lo envuelve

y lo viste de santo.

 

Santa cruz heredada

sobre las ánimas benditas

que deambulan por las calles.

Santos todos los mendigos

de la tierra

porque han estado aquí desde siempre.

 

 

 

 

 

 

 

 

Mañana es un vértigo

 

voy a la espera de los paisajes recurrentes.

mañana es una travesía,

una historia repitiéndose

en pequeños hechos cotidianos.

 

Mañana te buscaré

en las entrañas del ruido,

donde todo se asienta

y el fondo de las aguas claras

es una turbiedad que reposa.

 

Subiré las escaleras

como siempre;

siendo la joroba

de un soñador pesimista,

pareciéndome en cada gesto

a la derrota,

a la tartamudez y el miedo

ante la indecisión sin caminos.

 

Y tú serás el cerro y la peonía

mi recuerdo de tambores

quemándome la piel.

 

 

 

 

 

 

 

Poema de la ternura

 

I

 

La ternura quiere ser tan sólo

la ternura

lo mismo que una ingenuidad

lo mismo que ese amarillo que alfombra la tierra.

El mundo es terciopelo

y a veces agua

de un río delgado y dulce

que va santiguando penas.

 

¡Ahora mismo soy un niño

y toda la vida es un juego

campo de constelaciones estos árboles!

Yo haría mi casita en tierra de nadie

donde nadie sepa que existo

yo me internaría en las entrañas de un apamate

y que me coronaran sus flores

como un bebé difunto

como una sonrisa a la tarde.

 

 

 

II

 

La ternura se incuba

en la memoria

y se parece a una piel

estremecida de relámpagos

bajo el zinc asediado

por la lluvia.

 

La ternura es un vientre

un nido maternal

que a duras penas guarda

una idea blanda:

 

Acariciar

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ la frente

​​ del mundo.

 

Y mi vieja casa

puntual en la memoria

tiene todavía a papá recostado

del marco de la puerta

y a mamá bordando de falda larga

en la mecedora de mimbre.

 

Mi vieja casa es el signo de la pausa

y sobre ella en la memoria

se tiende la ternura

como caricia de cortinas blancas

hacia el viento.

 

 

 

 

 

 

 

Poemas nacionales

 

​​ I​​ 

 

Este poema tiene que hacerse río, echarse a rodar sobre la hoja, hasta empaparla de una nostalgia que va recogiendo hilos largos de la historia, como una vieja a sus harapos. Ser un río que visita suave una casa vieja donde una mujer espanta las gallinas. Tiene la falda larga, como una tristeza por ser mujer y las manos manchadas por las viejas canas de la piel. Arrugas silenciosas esas manchas blancas sobre su carne de cacao. Arrugadas manos de cacao que han perdido unos dedos de tanto contar lo que harían con la pensión que nunca llegó. Ella va, con sus pies indios, con su cara india, con su boca india, donde dejó una mueca que intentó ser una sonrisa, pero sólo pudo llegar hasta ahí; hasta una mueca de horqueta que al menos sirvió para sostener el tabaco. Va, con una ponchera de ropas y con una totuma a bañarse en el río y a lavar sus tristezas.​​ 

El río está hecho de la misma membrana líquida de la memoria, de una misma memoria nacional. El río viene de unas huellas que trajeron a la mujer hasta aquí, se escurre desde donde las morocotas no eran fantasmas y misterios​​ enterrados todavía, sino vanas monedas de cambio. Desde más atrás, cuando esta tierra no era de nadie y sólo la poblaban espíritus, que para siempre aquí se quedaron; a presenciar el destino de una historia que empezó hace nada y que nació tan vieja.

Ahora los mismos fantasmas, los mismos misterios se bañan con la mujer en el río. Lavan su cabeza. Curan sus pies cansados. Ahora puede escuchar al ánima sola en el templo ceremonial del río y presenciar la venida de un duende que juguetón se oculta, entre las matas de cacao.

 

Y algo dice la mujer mientras restriega una sábana ahuecada de flores de quebrada, algo dice de un campo tan solo y olvidado por Dios. Donde el cacao manchó las manos, pero no sirvió de nada porque apareció el petróleo y las ciudades se hicieron grandes de repente y hasta parece que el progreso es una fiesta. Pero algo dice también de un chinchorro para mecer las horas, y algo dice también del aliento borracho de un galerón. Algo saben sus ojos que siempre están tristes y algo tiene que conocer la horqueta de tabaquero en su sonrisa, porque miran lejos y no dicen nada.​​ 

Mientras tanto, el ron del cielo estrellado oriental besa sus labios, de anciana antigua. Sus labios; dulce de majarete. Algún esclavo fugitivo por aquellos cerros orientales se tuvo que robar una india alguna vez. Algún negro fugitivo alguna vez tuvo que hacer el amor sobre una piedra de río con una india, que llevaba el cacao en la piel, para que naciera ella; la mujer anciana, la anciana antigua que ahora lava, como redimiendo la historia, la camisa de trabajar la tierra de su marido y se acuerda que su país, se parece a un pájaro que vuela prendido en candela y pasa cantando por aquellos cerros orientales presagios del futuro que le espera.

 

 

 

 

 

 

 

II

 

Fundaste calas en el pedacito de tierra que te concedió aquel cerro. Traías el río entre tus manos y un arrugado aguacero. Niña de cacao peinada por calas rojas venidas de Más nunca. Había un jardín embojotado en tu mudanza y dejaron los pasos la estela plateada de la Guacara en la huida. Peregrinación tan larga fue tu exilio del campo a la ciudad. No supiste, nunca te contaron, que había aquí una fauna en el metal del ruido, que la humanidad se vuelve estampida a las seis en una carrera afanada por el progreso. No te dijeron, y nadie le dijo a nadie, que después de la fiesta el progreso se parece a la resaca. Pero ahí estabas tú, soñando un patio de tierra y un jardín mientras acomodabas tu bulto entre animales metálicos en la metálica fauna del ruido.

​​ ¿Y qué tenías cuando no tenías nada, cuando la noche reventaba de salsa y plomo bajo las estrellas del barrio prendido de un viernes?​​ 

Constelación de oriente son los gallos dispersos en los corrales improvisados del tugurio. Cantan, como llamándose, para acercar la tierra. Se reconocen extranjeros de la urbe, como la niña esculpida en cacao, tan acostumbrada al olor de la cuaresma. A la que vestían tan solo hace unas huellas flores de cala blanca, ahora la viste el smog de la ciudad.

 

 

 

 

 

 

 

 

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Pamela Rahn

Luis José Glod

Milagro Meleán

Carlos Katán

 

 

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