CABALLO DE TROJAN, DE HÉCTOR CARRETO
UN ATENTO RECCORRIDO POR SU POESÍA EPIGRAMÁTICA
Por Mijail Lamas
Caballo de Trojan. Antología epigramática (1979-2024)
Héctor Carreto
Selección y prólogo de Francisco Trejo
Editorial Dogma
México, 2024
El Caballo de Trojan. Antología epigramática (1979-2024), del poeta mexicano Héctor Carreto (selección y prólogo de Francisco Trejo), es una inmejorable oportunidad para asomarse a una de las obras más consistentes y lúcidas de la poesía mexicana contemporánea.
Los poemas que cornforman este volumen fueron seleccionados de ¿Volver a Ítaca? (1979), La espada de san Jorge (1982), Coliseo (2002) –con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes– y El oleaje del Ponto. Antologías griega y romana imaginarias (2024), este último publicado de manera póstuma por la editorial de la UACM.
En los diferentes volúmenes de poemas que Héctor Carreto escribió, nunca dudó en afilar el mordaz aguijón del epigrama, al que a lo largo de su carrera dedicó también entusiasmados estudios y antologías.
En cada uno de los poemas de El caballo de Trojan, encontramos las características propias de un yo poético que será clave para el entendimiento de una buena parte de la obra de Héctor Carreto.
Vale la pena decir que este sujeto de la enunciación lírica es la instancia de enunciación que desde el territorio del texto se desenvuelve y actúa, dando paso a su vez a las diferentes situaciones enunciativas. El yo lírico, el que habla en los poemas, tiene sus propias peculiaridades, puesto que «…la formalidad de la poesía obliga al cuestionamiento de la intención y del sujeto. Obliga a una función ética: elegir la necesidad para ser un “Yo” que significa» (Blasing). Es decir, el poema obliga a la construcción de una subjetividad y es de esta subjetividad, que habita los poemas de El caballo de Trojan, de la que hoy quiero hablarles.
El yo poético que de forma hábil delinea Héctor Carreto en esta selección poemas, no es una entidad del todo estable, pero si definida, puesto que sus cualidades estilísticas y temáticas habrán de desenvolverse de forma constante en muchos de sus libros: un yo que se calza el nombre del héroe del mito o del poeta grecolatino atormentado (sobre todo Catulo y Propercio en los primeros años). Pero en esta personalidad, que es a la vez refinada y heroica, se mezcla el pathos del hombre común, el burócrata, al que muchos hoy en día podrían identificar con el epíteto de godín: «yo era Ulises, modesto empleadillo de banco…» (139).
Este sujeto, cuya medianía, define el estado de la clase trabajadora aspiracional de finales de los ochenta y entrados los noventa y que en nuestros días se desdibuja, producto de una terrible precarización laboral.
La existencia de la instancia enunciativa en los poemas de Carreto, que se articula en el anacronismo en el que se mezclan el pasado clásico y el tiempo contemporáneo, tal vez pueda explicarse con ayuda del filósofo alemán Walter Benjamin y su concepto de imagen dialéctica expresada en unos de los abundantes y variados apuntes contenidos en ese montaje caleidoscópico que sus editores titularon como Libro de los pasajes:
No es que el pasado arroje luz sobre el presente, o lo presente sobre lo pasado, sino que imagen es aquello en donde lo que ha sido se une como un relámpago al ahora en una constelación. (464)
Este concepto ha sido desarrollado de forma fragmentaria y dispersa por el filósofo alemán en trabajos como sus Tesis sobre la filosofía de la historia (1940) y el antes mencionado El libro de los pasajes (1983), en ellos plantea la posibilidad de un espacio (imagen) donde convergen diferentes temporalidades, mediante un método que interrumpe la linealidad histórica, cuyo fetiche, es el progreso como acumulación de capital y productor de plusvalía.
Este método, el de la producción de la imagen dialéctica, permite al pasado, sobre todo «aquel que resplandece en un momento de peligro», introducirse en nuestras imágenes del presente (Eagleton 95). Esto ofrece la posibilidad para que en el poema se construyan imágenes dialécticas con un potencial emancipador.
El yo poético en los poemas de Héctor Carreto a lo largo de El caballo de Trojan es uno y muchos, es materia mutable de la historia y su voz es denuncia. Este yo poético también devela el deseo cubierto por el manto del mito, por una influencia clínica, supongo, del psicoanálisis freudiano, que pone en evidencia el Edipo mismo de nuestro Señor Jesucristo en la jocosa «Respuesta de Dios a la confesión de san Héctor» (40):
Mi madre se ajustaba una media
con lujo de detalles.
¡Qué espectáculo, San Héctor,
qué delicia!
Como podemos leer, para Héctor Carreto el poema es el espacio en el que el sujeto enunciador muta de forma variable, de tal manera que la instancia enunciativa que Carreto construye le cede la voz a otros personajes, como cuando por llamada telefónica, el personaje del poeta es reprendido por la musa ya que este se atrevió a describirla «con palabras de epitafio»:
Escúchame: no escribas más como geómetra abstraído,
en un lenguaje de cristales que entrechocan,
capaz de pintar una batalla como ramo de madreselvas.
Confía en el instinto: que tus labios refieran con orgullo mi talento en el baile, mi afición por el vino. (78)
Al leer El caballo de Trojan, comprendemos que Héctor Carreto pertenece a un linaje de poetas que huyen de la expresión tiesa y solemne, al linaje al que me refiero también pertenecen Renato Leduc o Salvador Novo, cuyo arsenal frecuentemente fue disparado contra al poder y sus representantes hegemónicos, el yo poético de Carreto, consciente de esta herencia, echa mano del epigrama para detonar, en medio del atroz silencio, bombas como esta:
Ha muerto Octavio, señor de esta casa.
Le sobreviven sus gatos.
¿A quién le corresponde beber el vaso de leche? (67)
Antes hablé de linaje, por lo que me parece importante mencionar al poeta Miguel Guardia y su poema «El retorno», sin duda un eco constante en los poemas en los que Héctor Carreto hace actuar a los héroes, ya sean clásicos o modernos. Guardia escribe en su poema «El retorno» las siguientes líneas:
Ya no hay héroes ¿me oyes? Ya no hay héroes:
todos asisten diariamente a una oficina
y son buenos empleados y trabajadores;
todos están casados y tienen hijos innumerables;
La antología cierra con poemas pertenecientes a El oleaje del Ponto. Antologías griega y romana imaginarias (2024), un libro en el que Héctor Carreto rinde homenaje a los autores fundamentales en la construcción de su tradición. Aquí, el uso de la máscara en la construcción de enunciación lírica se vuelve más evidente y celebratoria. Del lado griego, destacan los poemas escritos al estilo de Anacreonte, Safo, Ánite y Cavafis; del lado romano, sobresalen aquellos inspirados en Catulo, Propercio y Ezra Pound, cuya presencia en esta antología Carreto justifica de la siguiente manera:
Tal vez otra sorpresa sea al ver que Sexto Propercio escribe una de sus elegías a la manera de uno de los Cantos de Ezra Pound. En Personae, de este poeta, está incluido un conjunto de poemas inspirados en el poeta latino. Imaginé cómo sería a la inversa. Después de todo, los autores clásicos siguen siendo nuestros contemporáneos.
Además de los poemas inspirados en Ánite, y que dedicó a su perra Lía, resulta particularmente conmovedor el “Poema de los setenta años”, compuesto siguiendo la tradición de Kavafis como un homenaje a sus amigos Alfredo Giles-Díaz, Arturo Trejo Villafuerte y José Francisco Conde de Ortega. En este texto, el poeta reflexiona sobre el inexorable paso del tiempo y la resignación que impone la vejez.
Cuando pases junto a la cantina
donde bebías tequila o cerveza
con amigos escritores
y salías al caer la noche tambaleante,
que no te empañe la nostalgia.
Tres de ellos ya emigraron al Hades.
Además, ya no puedes tomar más de dos caballitos.
Recuerda con alegría esos días
y no te asomes; sigue tu camino.
Cabe destacar el trabajo de selección realizado por el poeta Francisco Trejo, así como el esfuerzo de la editorial Dogma, por reunir en un solo volumen estos epigramas.
Finalmente, me gustaría concluir diciendo que la poesía de Héctor Carreto hizo coincidir la ironía crítica y breve del epigrama grecolatino con el tono conversacional y exteriorista de la poesía latinoamericana, juntó al erotismo desacralizador con el humor; sus poemas son dardos envenenados contra la poesía oficial, la mojigatería pequeñoburguesa, la cortesanía burocrática y la grilla cultural.