Alejandro Guillermo Roemmers (Buenos Aires, 11 de febrero de 1958) es un prolífico escritor argentino cuya obra abarca diversos géneros literarios (poesía, narrativa o teatro), consolidándolo como una figura destacada de la literatura contemporánea. Su obra poética ha sido fundamental en el desarrollo de su heterodoxa identidad literaria, posicionándolo como un referente en el ámbito lírico. Con relación a su faceta poética, su primer libro, Soñadores soñad (1977), reúne poemas escritos entre los catorce y los veinte años y refleja su conexión con España, país que ha sido una fuente recurrente de inspiración en su obra. Entre sus poemarios más destacados se encuentran Ancla fugaz (1995), España en mí (1996), Más allá (2001), Como la arena (2006) y La mirada impar (2014). Cada uno de ellos explora temas universales como el amor y la interconexión del ser humano con la naturaleza y lo divino, consolidando su estilo único que combina profundidad existencial con una visión mística del mundo. Su habilidad para transformar la incertidumbre en una fuerza creativa, plena de metáforas que iluminan el mundo con palabras precisas, convierten su poética en una poderosa herramienta de acción. Su obra lírica trasciende en los últimos años como un emblema del poder transformador de la palabra, consolidando con justicia su reconocimiento como 'el poeta del amor y la esperanza'. Estos valores, pilares de su profundo compromiso con un humanismo militante, se incardinan en un lirismo exquisito y lleno de musicalidad, que sigue resonando tras cada poema como una invitación a la belleza y a la reflexión.
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El orgullo de los dioses
No hay amor entre los dioses.
¿Cómo podría haberlo?
¿Cambiaría un dios la imagen,
repetida hasta el cansancio en los murales,
para enaltecer allí el rostro de la amada o el amado?
¿Compartiría sus íconos, los obeliscos, las pirámides?
¿Sería capaz de elevar otra esfinge, otro coloso?
¿Aceptar otra palabra?,
¿Una voluntad de igual rango que la suya?
¿Entregar el portal de sus pupilas,
como se ofrecen al extraño los espejos de una casa?
¿Sería un dios capaz de renunciar
a la adoración sumisa de sus fieles,
las procesiones, los himnos y el incienso,
para arrodillarse alguna vez
ante el santuario desnudo de otros brazos?
¿Se internaría en un laberinto incierto
con antorchas de intuición,
confiando en la madeja sutil de las palabras
y la delgada fibra de unos besos?
¿Dejaría de ser amo de su cielo
para atravesar nuevamente los infiernos
y resucitar tal vez y solo tal vez,
a nuevas eternidades compartidas?
Y sin embargo, mi dios,
si te agobia tu soledad omnipotente,
tu rutina de inmóvil perfección,
la falta de sorpresa corroída por el tedio,
desciende de tu olimpo de juventud y de belleza,
que están ardiendo mis biblias y mis templos,
para renacer sin cultos y sin dogmas.
Que otros dioses se contemplen por siempre
desde sus minaretes y sus gárgolas,
desde sus acrópolis y sus calvarios,
con las miradas de piedra y los pechos de mármol.
A ti y a mí, que somos apenas un instante,
una efímera condensación de la energía,
la vida se nos escurre como el viento
que juega con las hojas del otoño
entre los pedestales.
El mago
Vende inocencia,
gana su causa.
La palabra es niebla.
Su ensayada confianza
enturbia el gesto.
Se agita la realidad
y escapa al ojo
la deseada traición.
Cae la verdad
rota en aplausos.
Cumbre nocturna
Blanca soledad, inhóspita blancura,
bajo el silencio astral de un cielo abierto.
Majestuosa, colosal, inmóvil, yerta,
en el frío glacial de la noche pura.
Blanca inmensidad, espectral blancura,
a tus pies las sombras rinden su tiniebla,
y en tu cima se abre el universo
con la magia serena de un rayo de luna.