Poesía palestina: Mosab Abu Toha

Leemos algunos textos del poeta palestino Mosab Abu Toha (Campo de refugiados de Al-Shati, 1992). Acaba de recibir el Premio Pulitzer por los ensayos sobre Gaza publicados en el New Yorker. Es autor del libro de poemas Forest of Noise . Ha recibido distinciones como el ganó el Palestine Book Award y el American Book Award. En 2023 fue detenido y vejado por el ejército sionista de Israel. Las versiones son de Alí Calderón.

 

 

 

 

 

 

 

Se fue a dormir a su cama

para no despertar jamás.

Su lecho fue su tumba,​​ 

una lápida bajo los escombros de su cuarto,

bajo los escombros un mausoleo.

No hubo un nombre ni una fecha de nacimiento,

no hay fecha de muerte, no hay epitafio.

Hay solo sangre y el marco

de un retrato hecho trizas

junto a ella.

 

 

 

 

 

 

 

Hablaba a señas

un grupo de mudos

cuando cayó una bomba

y se callaron.

 

 

 

 

 

 

 

Anoche llovió de nuevo.

La planta nueva buscó

un paraguas en el garage.

El bombardeo se puso intenso

y nuestra casa​​ 

por el barrio​​ 

buscó refugio

 

 

 

 

 

 

 

Una vez me quedé sin casa

Los escombros de la ciudad

infestaban​​ las calles.

 

 

 

 

 

 

 

No pudieron encontrar una camilla

para cargar tu cuerpo. Te​​ acostaron

sobre una puerta de madera

que hallaron bajo los escombros.

 

Tus vecinos: un muro que camina.

 

 

 

 

 

 

 

Las cicatrices sobre el rostro de nuestros niños

van a perseguirte.

Las piernas amputadas a nuestros niños

van a correr detrás de ti.

 

 

 

 

 

 

 

Salió de casa a buscar algo de pan para sus niños.

Solo la noticia de su muerte pudo volver.

No hubo pan.

Nada de pan.

 

La muerte se sienta entre los niños y come.

 

No necesitó​​ de​​ la mesa puesta​​ 

y tampoco del pan.​​ 

 

 

 

 

 

 

 

Un padre despierta de noche y mira

rayas de colores sobre el muro.

Las hizo su hija de cuatro años.

Esas rayas están a metro veinte de altura,

el próximo año estarán a metro y medio.

Pero espera,​​ 

la pintora murió

en un bombardeo.

 

Ya no hay colores.​​ 

Tampoco muros.

 

 

 

 

 

 

 

¿En qué estás pensando?

¿Estás pensando?

¿En qué?​​ 

¿Estás?

¿Sigues ahí?

 

¿Estás ahí?​​ 

 

 

 

 

 

 

Pregunta mi hijo si,

cuando volvamos a Gaza,

podría comprarle un perrito.

“Te lo prometo, si encontramos alguno”, le digo.

Y le pregunto si​​ quisiera​​ ser piloto​​ 

cuando crezca.

Me dice que no,

que no​​ gusta de​​ tirarle bombas a la gente​​ o​​ a las casas.

 

 

 

 

 

 

Cuando muramos, nuestras almas dejaran sus cuerpos,

llevarán con ellas lo que amaban

de sus habitaciones: el perfume,

el maquillaje, las plumas, los collares.

En Gaza, nuestros cuerpos y nuestros dormitorios

fueron destruidos​​ por igual.

Nada le queda al alma

que durante días

estuvo atrapada entre los escombros.

 

 

 

Librería

También puedes leer