El agua y la primera luz, nuevo libro de Diego Roel

El poeta argentino Diego Roel (Buenos Aires, 1980) ha publicado recientemente, en editorial detodoslosmares, El agua y la primera luz. Leemos aquí algunos textos del libro. Roel ganó el XXXI Premio Loewe por Los cuadernos perdidos de Robert Walser (Visor).

 

 

 

 

 

En una vastísima llanura anegada de claridad, Diego Roel​​ vierte​​ luz entre dos cántaros, en cuarenta y un movimientos que contienen la experiencia del encuentro amoroso.​​ En mis ojos la belleza es agua demencial de luz”, escribe Jorge​​ Smerling​​ en pleno asombro ante lo luminoso; el mismo del poeta ante el amor, que permite que la vida comience de nuevo y se renueve sin fin. Roel nombra el cuerpo de la amada para convencerse de su materialidad frente a la posible visión delirante del deseo, e ilumina la trascendencia de quien se confunde con el todo, en un encuentro que se despliega en sus facetas mística, carnal y divina, como en un nuevo​​ Cantar de los Cantares​​ que el poeta haya hecho suyo. Los amantes se entregan y todo es; cuando el encuentro ha de darse, la ofrenda es exacta, justa. No se trata de descifrar el canto de los pájaros ni de descubrir “el nombre de los secretos vientos”, sino de ir al encuentro de la virulencia de la experiencia amorosa. Hay valor en la entrega absoluta, como en el niño que toca por primera vez el mar.

Emilia Conejo

 

 

 

 

 

 

 

 

I

 

Rozo apenas el borde de tu cara. Te toco​​ 

como un niño toca, por primera vez,​​ 

el mar.

 

 

 

 

II

 

La vida empieza a girar sobre su eje,​​ 

infinitamente se renueva.

 

 

 

 

III

 

El silencio, cuando te miro, tiembla​​ 

como una flor, exhala un perfume​​ 

que no es del mundo.

 

 

 

 

IV

 

Entre mi cuerpo y tu cuerpo

un bosque en llamas alza su cresta

y quema el cielo, quema el río, todas​​ 

las torres y ciudades, todos los puertos

quema.

 

 

 

 

V

 

Detienes con una sola mano, en un segundo,

la tormenta.​​ 

 

 

 

 

VI

 

Me muestras colores que no puedo ver,

me describes sonidos que no puedo oír.

 

Todo lo que te rodea es imposible.

 

 

 

 

VII

 

Te espero al pie de la ventana.

Igual que la tierra espera el sol y la lluvia,

una brisa cálida, la huella del ciervo,

el golpe del granizo.​​ 

 

 

 

 

VIII

 

Es todo así. Muy simple.

Los frutos a su debido tiempo

se abren y ofrecen al aire

su entera carne y su semilla.

 

 

 

 

IX

 

La casa que habitamos se desmorona,

sobre sí misma se derrumba,​​ 

deja una estela que no es visible.​​ 

 

 

 

 

X

 

¿La espiral de la vida o de la muerte

-a mano alzada, sin titubear-​​ 

sobre el papel trazaste? ​​ 

 

 

 

XI

 

Misteriosa potencia es la que siempre

tu palabra porta.

 

 

 

 

XII

 

Tu sonrisa despliega un quebradizo

puente.

 

Y yo camino.

 

 

 

 

XIII

 

No descifraste el canto de los pájaros.

No descubriste el nombre de los secretos vientos.

No penetraste en los palacios de piedra verde.

 

Pero abriste sola, de extremo a extremo,​​ 

la peligrosa trampa de la noche.

 

 

 

 

XIV

 

Deja sobre la cama el carcaj y las flechas.

 

Acércate, guerrera.

 

Afila en mi lengua tu cuchillo.

 

 

 

XV

 

Tu voz se encarama y toca

el imprevisto centro de un poema

que nadie ha escrito todavía.

 

Tu voz se alarga y toca el punto​​ 

donde mi vida inicia, inicia y crece.​​ 

 

 

 

 

 

 

***

 

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