Emanación de la vida: Historia de la carne de Bileysi Reyes. Texto de Jochy Herrera

Jochy Herrera hace la lectura del nuevo libro de la poeta dominicana Bileysi Reyes (1993), Historia de la carne (Huerga & Fierro editores, Madrid, 2025). Es coordinadora del Festival Internacional Semana de la Poesía de Santo Domingo. Jochy Herrera mereció el Premio Nacional de Ensayo de la República Dominicana 2024.

 

 

 

Emanación de la vida:​​ Historia de la carne​​ de Bileysi Reyes

 

La llama latía viva en la carne

se sumergía como maraña de cuernos sobre la boca

y sobre mi pecho

relucía el alma ardiente: la palabra.

 

En acuerdo con​​ las consideraciones platónicas,​​ gracias al​​ raciocinio​​ es del​​ todo posible​​ para el Hombre​​ aprehender la esencia de las cosas y​​ lo circundante​​ en tanto​​ que​​ él es​​ capaz​​ de ver más allá de lo​​ develado por​​ los​​ (a veces engañosos)​​ sentidos,​​ irrefutables​​ delatores de las apariencias.​​ Será el alma,​​ pues,​​ oculta en la carne,​​ lo​​ que​​ aproximará​​ el sujeto pensante​​ a la verdad del conocimiento y a los recuerdos ―esa otra forma del​​ saber que nos​​ transmuta​​ hacia​​ lo​​ que ha sido​​ olvidado​​ en el cuerpo​​ para la eternidad.​​ Cuerpo, eso​​ sí, que​​ a decir de Barthes habla​​ y se expresa​​ en la lengua​​ fundiéndose en materia verbal y carnal.​​ “Solo se llega a ser escritor cuando se empieza a tener una relación carnal con las palabras”, había​​ anunciado​​ otro​​ crítico,​​ y no cabe duda de tal​​ aseveración; porque desde​​ nuestros orígenes y pálpitos​​ en​​ el tiempo hasta​​ los avatares acaecidos en​​ el lecho de los sueños,​​ aquello​​ siempre fue​​ la razón de ser oculta tras​​ todo​​ acto poético.​​ 

Bileysi Reyes (República Dominicana, 1993),​​ hechizada por la corporalidad física​​ inscrita​​ en​​ el paisaje de​​ la página,​​ ha​​ hecho​​ de ella poderosa representación de la experiencia humana en la que se narra su historia, incluyendo la de la poeta misma. Lo​​ ha​​ contado en primera persona empleando una suerte de bitácora​​ biográfica​​ prosada​​ paralela a​​ los​​ veinticinco​​ poemas que conforman su más reciente​​ obra,​​ Historia de la carne​​ (Huerga & Fierro editores,​​ Madrid, 2025):​​ A mi cuerpo gusta la sublimación de las formas/ mascar lo aprehensivo lo que es tenue./ (…) Es el cuerpo que no aprende a sopesar/​​ el oprobio de lo que ha sido y lo que se mece.​​ 

La​​ petromacorisana​​ arrastra​​ consigo​​ en​​ estos textos todo el entorno​​ materia y emoción incluidos​​ impregnando​​ huesos, pupilas​​ y​​ piel​​ en una​​ travesía​​ relatadora​​ de la feminidad,​​ de sus deseos y​​ también​​ de​​ sus heridas:​​ Hay una​​ figura con un nido en los ovarios: sus piernas/ están erguidas y sus brazos extendidos.​​ En su costilla una forma cuadriculada resume huecos​​ (…)/ Hay una sangre consumida y un cordón inexistente./ La clavícula está expuesta en su venia estirada.​​ Aún más, en una​​ audaz​​ pavana sobre la​​ inexorable​​ mutación​​ corporal,​​ se confiesa​​ enfrentada,​​ quizás​​ inútilmente,​​ a​​ cremas hidratantes,​​ fajas y gimnasios; al brócoli y​​ a​​ las dietas:​​ (…) las cinco de la tarde/ la calle agrietada en mi epidermis/ pezones tallan colinas laterales/ sobre mi pecho.​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ 

Despojados de​​ todo​​ pesimismo​​ enceguecedor, ya habíamos​​ alertado​​ que el cuerpo contemporáneo,​​ arrebatado​​ de​​ su​​ intrínseco​​ valor​​ como​​ templo​​ de​​ nuestro​​ quehacer​​ a manos​​ del​​ coste mercantil​​ que prostituye la figura,​​ luciría​​ haber​​ devenido en fantasma.​​ En​​ ardid​​ despojado de​​ su innata​​ sacralidad,​​ insisto,​​ de la sorpresa​​ reveladora del misterio de la realidad​​ como​​ resultado del falso relato de​​ una​​ presunta​​ perenne juventud​​ y​​ bellezas​​ contenidas​​ en un​​ eterno​​ ente​​ ágil. Plástico,​​ a decir verdad,​​ tras haber sido​​ concebido por​​ unos​​ otros​​ a quienes su propietario ni siquiera conoce.​​ 

La poesía,​​ por fortuna,​​ en su​​ primigenia búsqueda de la razón de ser de las cosas y​​ del abecedario de​​ sus significados,​​ jamás abandonará​​ el cuerpo.​​ Lo​​ demuestran​​ los textos incluidos en​​ esta​​ Historia de la carne​​ y lo confirma​​ el incomparable Antonio Gamoneda,​​ su penúltimo​​ defensor, quien​​ desde siempre​​ le​​ asum​​ partícipe de la vida y de la muerte; del placer y la enfermedad;​​ de la​​ ternura, la decrepitud y la violencia,​​ tal como nos recuerda​​ un estudioso suyo,​​ el madrileño​​ José Luis Gómez Toré.​​ ​​ ​​  ​​​​ ​​ ​​  ​​​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ 

Delicadamente cuidados​​ y titulados,​​ los​​ maduros​​ versos​​ incluidos en​​ este​​ segundo poemario de​​ Bileysi​​ Reyes​​ brotan​​ inquietos​​ desde el encierro peri pandémico​​ mientras,​​ cuaderno en mano y​​ dormida​​ junto a una ventana,​​ ella​​ se rinde​​ inconforme​​ ante la luminosidad que le refriega en un “archipiélago de horror”.​​ En tal escenario nos cuenta la historia de una casa​​ corola de rostros abiertos, la suya,​​ cuyas habitaciones recordaban muertos mientras el viento doblaba la herida salida por la ventana;​​ son acaso​​ remembranzas de​​ calendarios​​ testigos​​ de la levedad de​​ sus sobrias​​ carencias ancestrales​​ mitigadas​​ por el bálsamo materno​​ mientras​​ Detrás de nosotros una enorme ciudad nos absorbía/ como un sepulcro.​​ ​​ ​​ ​​ ​​ 

El arcoíris de metáforas empleado​​ por la​​ joven​​ poeta​​ aquí discutida​​ ilumina​​ un abarcador inventario temático​​ más allá de lo​​ anatómico​​ en el que la idea del tiempo​​ (acompañado de​​ certeros​​ intertextos de Proust y Huidobro)​​ para empezar, es​​ la sorpresa​​ ante lo infinito​​ que​​ persigue​​ el destino de la palabra​​ a ser descubierta:​​ ¿Hacia dónde se fueron las palabras?/ Se han sumergido como aureola de​​ orfebre./ Me levanté de prisa y encontré huesos sobre el cenicero./ Sin importar el tiempo, estoy en el mismo lugar.​​ En​​ semejante​​ dossier​​ se habla​​ de​​ fonemas​​ que​​ naufragan​​ en la tinta,​​ solapados​​ y dolidos,​​ adheridos​​ a la sombra de quien escribe sacudido por la duda,​​ el pasado,​​ o la amenaza de la soledad.​​ 

Y fiel a la idea del poeta testigo de su​​ época,​​ la escritora que nos ocupa​​ plasma​​ también​​ en estas páginas​​ justo​​ lo que le acontece a ella​​ en su​​ propio​​ devenir​​ existencial:​​ la epopeya del ser-sujeto​​ que​​ se transforma en ley​​ ante el mar​​ cuenco de mariposas​​ que le muerde y le sofoca;​​ la mujer​​ que, herida por el amor,​​ detiene el paso para que vuelen los peces,​​ para regresar como estrella de​​ mar, o nunca irse;​​ la​​ que​​ vuelve​​ atragantada con la espina en el costado…​​ Conforme a lo logrado por​​ Bileisy Reyes,​​ queda poca duda de que​​ el inmenso​​ Antonio​​ Gamoneda​​ siempre​​ estuvo en lo cierto​​ cuando afirmó que la poesía no es, en su verdadera e intrínseca​​ consistencia,​​ un​​ acto de referencia a la vida, sino​​ en esencia,​​ emanación de la vida misma.​​ 

 

 

 

 

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Toda forma, todo vértigo sucumbe ante el poema:​​

la mano que tiembla se encoge

 

Me siento sobre mi mano. El pecho arde a la gravedad de la mochila. Corro en mi cordura: palpito. No, voy a escribir la historia de la carne: la carne palpita siempre empleando palabras simultáneas. Repercute sobre un torbellino de palabras. Estas me recorren. No puedo perpetuarme. Me pierdo en la torre; mi cabeza me hace esos jirones, las peripecias, la introvertilidad. El pensamiento de la carne me lame el pecho. No siento la tentación del polen sobre mi torso​​ desnudo. El parentesco de la telaraña canta rodeada en la agitación de mi vagina [mi vulva se come sobre sí misma].

 

Te habían dicho que la carne se pudre en los vergeles y sobre la marisma se abre: como se abre la palabra, se abre también el cerebro y deja palpitar la llama de la vida.

 

Necesito el tiempo para estar en el tiempo, para somatizar sobre mis riegos. Me he perdido fuerte en un mar de versos que no quieren ser.

 

¿Cuáles son tus dudas?, te pregunté y recibiste el perfume de la nota.

 

La noche tiene garras y estalla frente a mí, corroída por un rayo, partida a la mitad. La serpiente se inmiscuye con cerrajerías lejanas camuflándose en el agua, cayendo sobre sirenas tendidas en la tierra fría, en la sangre, en un hilo de cientos de estrellas rostizadas en un firmamento rojo.

 

Bolas de nieve penetran el reflejo del puño sobre la boca, sobre la marisma resentida, sobre el vómito del agua. La calefacción se hace eco entre las dunas. La tempestuosidad toma forma, se adhiere al cenáculo, a la estirpe endemoniada que se cuela en la garganta. Los dedos se mueren formando círculos de pez.

 

Estoy tentada al tiempo, pero no sé si vivo.

 

 

 

 

 

 

 

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Jochy Herrera es cardiólogo y escritor,​​ autor de​​ Fiat Lux. Sobre los universos del color​​ (Huerga & Fierro editores, Madrid 2023), Premio Nacional de Ensayo de la República Dominicana 2024.​​ 

 

 

 

 

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