Dalia Alonso (Gijón, 1996) es escritora. Ha publicado el libro de poemas La divina (Sonámbulos) y las traducciones Las rosas de Pieria: antología de la poesía lírica griega (Impronta) y Jugar con la noche: poesía lírica romana (Alba). Trabaja como periodista y editora. En su tiempo libre, es corista.
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CATULO
Rumorología
Lesbia siempre está hablando mal de mí
y no se cansa de mencionarme:
si Lesbia no me quiere, que me muera aquí mismo.
¿Por qué lo digo? Pues porque yo soy igual:
a todas horas la estoy criticando,
y que me caiga muerto aquí mismo si no la quiero.
SULPICIA
Sulpicia ardida
Ojalá nunca te sea, luz mía, tan febril preocupación
como vi que fui hace unos pocos días.
De todo lo que he hecho por ser estúpida y joven,
de nada me arrepiento más, lo confieso,
que de haberte dejado solo anoche
porque deseaba disimular mi ardor.
PROPERCIO
Retrato de Amor
Aquel que a Amor lo pintó como un niño,
¿no crees que tuvo manos milagrosas?
Él vio el primero cómo los amantes
vivían sin sentido, cómo las cosas buenas
acababan muriendo por tonterías.
También le dibujó, y no en vano, alas ligeras,
e hizo al dios volar sobre el corazón humano:
sin duda nos arrojan a una ola tras otra,
y nunca permanece inmóvil nuestra brisa.
Y su mano está armada, y con razón, con flechas corvas,
y de sus hombros pende el carcaj de Cnosos.
Antes de que nos demos cuenta
y podamos protegernos, nos hiere:
ninguno sale indemne de esa herida.
En mí quedan aún flechas, queda aún la imagen infantil:
y parece que ha perdido sus alas...
No ha vuelto a marcharse volando de mi pecho:
residente, emprende sus guerras con mi sangre.
¿Por qué quieres vivir en mis secas entrañas?
Si te queda vergüenza, ¡lánzale a otro una flecha!
Vale más intentarlo con los que no han probado ese veneno.
Yo no sufro, pero mi delgada sombra sí.
Y si me pierdes, ¿quién te cantará?
Esta Musa mía, tan breve, es tu gran gloria.
¿Quién cantará la cabeza y los dedos
y los ojos negros de esa chica
y cómo andan sus pies, voluptuosos?
MARCIAL
Nota al lector
Si en estas páginas te parece ver, lector,
algo oscuro o poco latino,
no es cosa mía: es culpa del copista
por apresurarse a presentarte estos versos.
Y si piensas que no es él quien se ha equivocado,
sino yo, entonces creeré que no tienes mucho seso.
«Aun así, son malos poemas.»
¡Ni que yo negara lo evidente!
Son malos, pero tú no los haces mejores.