“… Como Gramsci, odio a los indiferentes, a los que se acostumbran a desviar la vista o hablar de otra cosa cuando asoma el lado duro de la realidad…”
Entrevista a Jaime Pinos
Jaime Pinos (Santiago de Chile, 1970) es un autor que ha trazado una trayectoria singular en la literatura chilena contemporánea. Poeta, ensayista, editor y productor, Pinos ha dedicado su vida a explorar las posibilidades del lenguaje y sus resonancias en la experiencia humana. Con títulos destacados como Visión periférica (2015), Trabajo de campo (2017) y Documental (2018), además de su papel como fundador de La Calabaza del Diablo, Jaime ha creado un espacio de reflexión crítica, compromiso social y experimentación en la literatura.
Para Pinos, un poema no es solo un conjunto de palabras dispuestas de manera diferente; es un regalo, una búsqueda, una llave hacia lo invisible. Su obra, profundamente crítica y siempre en diálogo con su contexto político-social, refleja la convicción de que la poesía tiene el poder de interrogar lo cotidiano, de tender puentes y de resistir la uniformidad impuesta por el mundo contemporáneo. Desde esa perspectiva, Pinos no solo ha trabajado su poética desde la escritura, sino también desde la observación atenta y la apertura a la experiencia, con una visión que reivindica la curiosidad y la labor de descifrar los mensajes ocultos de la vida.
En esta entrevista, Jaime Pinos reflexiona sobre su obra, sus lecturas y el rol de la poesía.
Has dicho en varias entrevistas que tus lecturas han sido siempre una forma de explorar el mundo y encontrar conexiones con otros. A través de los libros, has accedido a experiencias, emociones y perspectivas que de otra forma te habrían sido inaccesibles. Cada lectura deja una marca, un registro que luego encuentra eco en lo que escribes. Sin duda, tu mapa humano es una mezcla de autores, personajes y vivencias que se integran en tu escritura, no como citas directas, sino como una resonancia íntima. ¿De qué manera tus lecturas han configurado tu "mapa de experiencia humana" y cómo influye esto en tu creación literaria? ¿Dirías que todo esto está englobado dentro de una experiencia documental, política y crítica del status quo?
Me considero un buen lector. Uno compulsivo, adicto por periodos. Empecé a leer hace muchos años, y sigo haciéndolo, por curiosidad y por placer. Como bien dices, me hice lector porque encontré en la lectura cierta forma de explorar el mundo. Me gusta la idea de los libros como mapas, de la lectura como actividad cartográfica. En cualquier caso, los mejores libros, como los mejores mapas, son los que están hechos para perderse. La lectura no conduce a ningún lugar. Más bien es una forma de moverse, de extraviarse por el espacio interior y el espacio común. También me considero un lector agradecido. Mis libros están hechos de otros libros. No me angustian las influencias, al contrario, las agradezco. Mi propia existencia ha sido influida, y a veces transformada, por algunos libros clave que he leído en distintos momentos de mi vida. En ese sentido, la lectura para mí, más que una práctica, es una forma de vivir. Tal vez se pueda definir el perfil de un escritor por la forma en que resuelve la tensión permanente entre la letra y la vida. En mi caso, he intentado comprender y practicar una y otra como dos caras de lo mismo. Vivir para leer, leer para vivir. Respecto a la crítica del status quo, creo que la lectura puede ser una forma de la utopía. Muchas veces se lee, más que para explicarse el mundo, para imaginar otros mundos posibles. Lo que podemos imaginar siempre existe, en otro tiempo, en otra escala, igual que en un sueño, escribió Piglia. Muchas veces he encontrado en los libros las señales, difusas pero perceptibles, de esos mundos potenciales. De esos sueños.
Mencionas que uno de los libros que más te ha puesto a prueba es Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, no tanto por su extensión, sino por la manera en que articula fragmentos de historias, voces y contextos en una estructura caótica pero profundamente humana. Cada relectura es como entrar en un laberinto donde siempre descubres algo nuevo, algo que te confronta. Por otra parte, también has señalado que la lectura es un trabajo exigente. ¿Podrías compartir otros cuatro libros que te hayan puesto a prueba y que sigas considerando un desafío en tus relecturas?
David Markson definía la literatura como el arte de escribir algo que será leído dos veces. La mayoría de los libros que circulan actualmente son de un solo uso. Pero hay libros, unos pocos, que pueden ser releídos. A veces, incluso, que deben ser releídos. Aquellos donde siempre descubres algo nuevo, algo que te confronta, como dices. Probablemente son los cambios en el trayecto vital de un lector los que hacen que un libro pueda ser leído con una mirada nueva. Por otra parte, es esa capacidad de sostener nuevas lecturas, de ser releídos, lo que hace que algunos libros sean objetos inconsumibles. A contramano de una cultura de lo desechable, donde todo se usa y se bota, algunos libros duran. Permanecen en la mente y en el corazón del lector a través del tiempo. Me pides cuatro libros a los que siempre vuelvo. Te respondo con aquellos que estoy releyendo en estos días y tengo a la vista: Paterson de William Carlos Williams, La lengua del Tercer Reich de Víctor Kemplerer, Los aforismos de Elias Canetti, la nueva edición de Veneno del Escorpión Azul de Gonzalo Millán.
Valoraste profundamente cierta inocencia en la escritura y la lectura, porque es lo que nos permite abrirnos a las palabras sin barreras ni expectativas, conciliando esa frescura inicial con la madurez que dan los años de práctica. ¿Cómo trabajas esa espontaneidad, especialmente en los primeros borradores? ¿Cuál es tu postura frente a la inocencia y el desprejuicio de las primeras lecturas? ¿Intentas preservar ese espíritu en tu proceso creativo?
Las recuerdo con nostalgia, pero esas primeras lecturas y su inocencia están ya bastante lejos. Demasiada literatura ha corrido bajo el puente. A estas alturas, me es difícil no leer con ojo de escritor. O, mejor dicho, mi forma de leer sigue persiguiendo eso que Barthes llamaba el placer del texto, pero parte de ese placer está también en la atención sobre los materiales y los procedimientos con que están construidos los textos que me interesan. En cuanto a la escritura, hago esquemas, bosquejo mis libros antes de empezar a escribirlos. Lo hago sabiendo que ese trazado original va a cambiar radicalmente a medida que escribo. Por lo mismo, me interesa conservar ciertas zonas de incertidumbre por donde puedan entrar en la escritura lo que traen el azar, los hallazgos inesperados, las vicisitudes de la propia vida. La escritura no es puramente racional ni se agota en el cumplimiento de un programa estético o ideológico. Podríamos llamarle inocencia al esfuerzo por mantenerse abierto y receptivo a aquello que, misteriosamente, se hace parte de un texto, de un momento de escritura. Aquello que proviene de lugares difusos o inaprensibles como los afectos o los sueños.
La crítica social es inherente a tu poética, porque bien sabes que la escritura nunca ocurre en un vacío. En cada poema te haces cargo de un mundo atravesado por desigualdades, violencias y contradicciones, y consideras la poesía como un espacio para cuestionarlas. Sin embargo, te cuidas de no imponer un mensaje explícito, procurando un equilibrio en el que las imágenes, los ritmos y los silencios hablen por sí solos, dejando espacio para que el lector interprete y complete el poema. ¿Qué papel juega la crítica social en tu poesía y cómo logras equilibrar lo estético con el compromiso social?
No sé si hay algo inherente a una escritura. Más bien creo que la literatura, sobre todo la poesía, debería estar en permanente cambio. La poesía tiene que mutar, decía Millán. Nací en 1970, crecí dentro de la dictadura de Pinochet. Esa experiencia, inevitablemente, ha sido constituyente de lo que escribo. El punto es, más bien, en qué circunstancia una escritura tiene lugar. En qué situación. Escribo estas líneas a inicios de junio de 2025. Más de quince mil niños han sido asesinados en Palestina desde que empezó la guerra de exterminio sionista. La defensora ambiental Julia Chuñil cumple siete meses desaparecida. La familia es el foco de la investigación judicial. La policía acaba de apremiar a su hija para forzar una confesión del crimen, mientras el terrateniente que la amenazó, en público y repetidas veces, no ha sido siquiera llamado a declarar. Esa es la situación. Frente a hechos como estos, la escritura puede ser una respuesta. Una contestación a la vez personal y política. Como Gramsci, odio a los indiferentes, a los que se acostumbran a desviar la vista o hablar de otra cosa cuando asoma el lado duro de la realidad. La poesía es un trabajo de lenguaje y es justamente en ese campo donde pueden leerse los signos que anticipan y luego normalizan la violencia. Releo estas líneas en el libro de Kemplerer que te mencionaba, lo tengo sobre la mesa: “El lenguaje del vencedor no se habla impunemente. Ese lenguaje se respira y se vive según él” La literatura, la poesía, sobre todo en tiempos de penuria, siempre ha abierto espacios donde respirar otro aire. Siempre ha alentado la búsqueda, aparentemente improbable pero nunca imposible, de otros lenguajes, otras formas de vivir. En cuanto al lector, tal como dices, mi intención siempre ha sido confluir con él, hacer del texto una posibilidad de encuentro. La literatura panfletaria fracasa porque subestima al lector. No le deja blancos, no le hace preguntas. Por el contrario, la literatura que me interesa es más bien un espacio donde moverse y pensar la experiencia colectiva e individual. La construcción de ese espacio es sobre todo un trabajo con la forma. Es ahí donde la literatura puede hacer su mayor contribución. En cuanto al equilibrio entre lo estético y el compromiso social, mi tentativa ha sido no pensarlos desde la separación. Los textos que más me interesan son los que resuelven su politicidad comprendiendo estas dimensiones como una sola cosa.
¿Te sientes cómodo con la idea crítica de una poesía documental?
En algún momento se habló de nuestra época como la sociedad de la información, o la sociedad del conocimiento. En realidad, lo que caracteriza mejor a nuestra época es comprenderla como la sociedad del registro. Todo es registrado. Todos somos registrados. El volumen de documentos, que creció exponencialmente después de la segunda guerra mundial, ha tenido con la revolución digital una explosión inasimilable. Vivimos, como dice Maurizio Ferraris en la época de la documentalidad. Me interesa la relación entre escritura y documentalidad. Comprender lo documental como una cualidad que tienen ciertos objetos y textos. Comprender el documentalismo literario como una forma de leer esa cualidad, de desarrollar una sensibilidad que permita detectar esas documentalidades y comprenderlas en su diferencia y complejidad. Entiendo en esos términos la afirmación de Muriel Rukeyser cuando dice que la poesía puede extender o expandir el documento. Hay documentalidad no sólo en el documento burocrático o institucional. También la hay en los relatos orales, en los testimonios, en las imágenes o en ciertos objetos materiales presentes en la vida cotidiana. Desde luego, en la literatura, el cine o las artes visuales lo que hay son documentalismos, diversas perspectivas y formas de trabajo. El documentalismo que me interesa trabaja con tres problemas fundamentales. El cuestionamiento del régimen político y cultural que define, desde el poder, lo que es real. Así como las contracorrientes utópicas que intentan bosquejar un régimen alternativo. La exploración de los documentos como fuentes para la reescritura del pasado, para la activación de la memoria. Por último, las relaciones entre los documentos y la propia subjetividad. Documentales subjetivos llamaba Chris Marker a sus películas. Intento escribir libros en esa línea. Libros que funcionen en la tensión entre la objetividad y el distanciamiento respecto a los documentos y la enunciación en primera persona que practica el ensayista. La subjetividad es también el espacio donde la lectura del documento se confronta con los sentimientos y los afectos. Esto último es importante, sobre todo en trabajos de memoria. Solo se recuerda lo que se siente. Para hacer hablar un archivo primero hay que escuchar lo que dice. Esa escucha, fundamental en la labor del documentalista, no sólo se hace con la cabeza sino también con el corazón. Para responder a tu pregunta, no me acomoda ninguna etiqueta. Más que practicar una poesía documental, me interesa integrar documentalidades a mi escritura. Escribir documentalmente. Un último apunte. Lo que llaman poesía documental ha estado asociado hasta ahora más bien a poesías anglo. La constelación que puede dibujarse entre poetas como Pound, Williams, Olson, Reznikoff, Rukeyser, entre otros. Desde luego, son poesías fundamentales para pensar la relación entre poesía y documento. Sin embargo, desde hace algún tiempo, estoy más concentrado en los abordajes latinoamericanos de estos asuntos. Una tradición poderosa en cuyo origen, creo, estarían Nicanor Parra y Ernesto Cardenal. Una línea de investigación que tiene continuidad hasta hoy en el trabajo de nuestros poetas actuales.
Piensas que la poesía chilena ha experimentado una apertura importante en términos de voces y formas. Hay una mayor diversidad, tanto temática como estilística, lo que enriquece el panorama. Autores jóvenes están explorando territorios nuevos, desafiando las tradiciones y dialogando con lo global sin perder de vista lo local. Es un momento dinámico, lleno de preguntas y búsquedas. ¿Cómo percibes la evolución de la poesía chilena desde tus inicios en los años 90 hasta el presente?
Me parece que, tal como planteas, la evolución de la poesía chilena en los últimos años ha marchado en el sentido de la apertura y la diversidad. A ello han contribuido, significativamente, las posibilidades abiertas por las redes digitales como espacios de intercambio y acceso a materiales antes inaccesibles. Pero, sobre todo, el trabajo de editoriales independientes que, a pesar del suicidio económico que implica, siguen insistiendo en publicar nuevos autores y rescatar la tradición. La dinámica antigua, que pretendía discriminar entre poetas mayores y menores, que alimentaba cultos a la personalidad y grupos de feligreses operando sectariamente como máquinas de guerra, ha sido superada por la constitución paulatina de un ámbito dinámico, rico en tensiones y búsquedas. No todo es tan bonito, desde luego. También es parte del nuevo panorama la emergencia de poesías sectarias o de nicho, poesías de baja intensidad para malos lectores u otras que funcionan en base a la espectacularización del autor. La lógica neoliberal ha permeado la vida en todos los niveles, la poesía no es la excepción.
Sin duda, La Calabaza del Diablo fue, en tus palabras, un laboratorio: un espacio para experimentar y crear comunidad, un diálogo fructífero con otros autores y para pensar la literatura desde un lugar colectivo. Allí se gestaron voces que luego se consolidaron, siendo un punto de encuentro entre generaciones y estilos. Como creador y editor de La Calabaza del Diablo, ¿qué libros fueron cruciales en este proyecto? ¿Qué títulos surgieron de su “cocina” y contribuyeron al desarrollo de esa mirada crítica, colectiva, ácida y comprometida políticamente?
La Calabaza del Diablo fue un proyecto contracultural que tenía tres patas. Una editorial, una revista y una librería. Alrededor de estos espacios fueron confluyendo poetas, escritores, periodistas, artistas visuales, dibujantes, gráficos y fotógrafos. A todos nos alentaba un espíritu común. El trabajo colectivo, la crítica de la realidad, la búsqueda de nuevos lenguajes y formas, la construcción de un lector. También una voluntad autogestionaria, la práctica del hazlo tú mismo. La Calabaza del Diablo / Ediciones Independientes era el rótulo de todas nuestras publicaciones. De hecho, es ese proyecto el que empieza a circular la idea de la independencia editorial a fines de los noventa. Me preguntas por libros. Recuerdo la importancia que tuvo para nosotros la publicación de dos autores que se mantuvieron cerca del proyecto durante todos esos años: Ramón Díaz Eterovic y José Ángel Cuevas.
Concuerdo contigo en que la poesía sigue siendo una herramienta poderosa para conectar con lo esencial, algo que a menudo se pierde en el ruido de lo cotidiano. Y aunque su alcance masivo sea limitado, tiene una capacidad única para llegar a quienes la necesitan. En un mundo cada vez más fragmentado, la poesía puede tender puentes, cuestionar narrativas dominantes y ofrecer consuelo o resistencia. ¿Qué más agregarías o le pedirías a los poetas sobre el rol de la poesía en la sociedad actual?
Como he dicho en otra parte, no creo que la poesía tenga que cumplir un rol, una función determinada. La poesía no sirve para nada. Es justamente en esa inutilidad donde radica su potencial crítico y creativo. En cuanto a su alcance, tampoco me parece que la masividad sea necesariamente deseable. Creo que, respecto a los lectores, la pregunta para la poesía no es cuántos sino quiénes. Jorge Teillier, al final de su vida, estaba orgulloso de tener dos mil lectores. Un poeta no es un publicista ni un influencer. La poesía es una carga de profundidad que demora en explotar. Para hacer poesía en estos tiempos hay que hacerse capaz de esperar y persistir. Esa espera y esa persistencia, en la mayoría de los casos, corre por un canal paralelo o derechamente contrario al vértigo de la novedad y el éxito. De hecho, escribir y leer poesía tienen que ver más bien con aprender lo que Elizabeth Bishop llamaba el arte de perder. De perder en grande, eso sí.
Naturalmente, la publicación y la visibilidad son desafíos constantes. Bien dices que las editoriales pequeñas hacen un trabajo admirable, pero enfrentan limitaciones económicas y logísticas. Por otro lado, la dispersión digital puede ser tanto una oportunidad como un obstáculo, porque es fácil perderse en la sobreoferta. Con eso en mente, y asumiendo que el desafío principal sigue siendo encontrar lectores atentos en un contexto donde todo compite por nuestra atención, ¿qué otros retos enfrenta un poeta independiente en Chile hoy?
No creo que la publicación o la visibilidad sean desafíos importantes. Mantenerse escribiendo poesía. Leyéndola, conseguir el tiempo para hacerlo. Esos son retos exigentes en un país como este, desertificado culturalmente por el neoliberalismo. Donde la métrica fría del dinero parece dominar la vida cotidiana. Aún más exigente, vivir una vida de poesía. Hacer poesía, escribirla con la vida. Escribo esto cuando acaba de morir en Valdivia el poeta Bruno Serrano. A ese tipo de vida me refiero. Aspirar a que la poesía sea un camino de mejoramiento personal, a la vez que una experiencia de generosidad y búsqueda de lo común.
Aconsejas que la experimentación es clave para no caer en fórmulas repetitivas. Por ejemplo, en tu libro Documental exploraste el cruce entre lo poético y lo visual, intentando capturar fragmentos de realidad desde una perspectiva casi cinematográfica. Según tú, la poesía debe renovarse constantemente, y eso implica riesgos, lo cual siempre es estimulante. Con esto en mente, ¿cómo entiendes el papel de la experimentación en la poesía? ¿Qué otros ejemplos de tu obra o la de colegas reflejan esta búsqueda?
Toda poesía es poesía experimental. Me gusta ese aforismo de Wallace Stevens. Creo que la experimentación es, sobre todo, una actitud. Una actitud de apertura y exploración. También el desarrollo de una sensibilidad para captar relaciones nuevas en la realidad, cruces entre lenguajes, posibilidades de expresión inexploradas. La constelación que dibujan la poesía visual y sonora, la poesía concreta, los conceptualismos, la poesía performativa, es una caja de herramientas útil para investigar literariamente en nuevas direcciones. En la dirección de lo nuevo, pero también del redescubrimiento. No toda experimentación es interesante. Muchas veces lo que pretende ser experimental responde a fórmulas ya desgastadas por el uso. Esto es de Marjorie Perloff en una entrevista. Lo pone infinitamente mejor de lo que podría hacer yo: “La experimentación nunca puede significar sólo hacer collages, o apropiarse de sonetos de Shakespeare, o hacer poemas con noticias del periódico, etc., etc. Eso se ha vuelto bastante aburrido. Debe ser algo genuinamente sorprendente y que consiga que el lector se siente y preste atención. En este momento la cosa más «experimental» podría ser la negativa a escribir en estos modos cansados, encontrar nuevos modos de producción.” Lo mismo pienso. También pienso que la experimentación, al menos la que a mí me interesa, explora las formas en los términos que Godard definió el cine: una forma que piensa.
Además de “leer mucho y leer de todo, no solo poesía; escribir sin miedo al error, porque de los errores también se aprende; y, sobre todo, mantenerse curioso, porque la poesía nace de preguntas más que de respuestas”, ¿qué otro consejo le darías a quienes están comenzando a escribir poesía?
No le tengas miedo a los errores. Los errores no existen. Eso es del poeta Miles Davis. Respecto a los consejos, soy malo para darlos, peor para seguirlos. Tal vez uno. Poetas jóvenes: no escuchen consejos.
12. ¿Podrías compartirnos un poema tuyo que leerías hoy en una sala de clases?
Hace un tiempo viajé a los canales de Puerto Montt por invitación del poeta Oscar Petrel. Fuimos a la escuela de Isla Maillen. Escribí algo para los niños. No es un poema, es una prosa. Se llama “Qué es un poema y cómo hacer uno”. Puede leerse acá:
–El título de tu próximo libro, La película insomne, sugiere una narración que transcurre en el desvelo, donde imágenes y pensamientos se suceden sin descanso. ¿Qué tipo de insomnio recorre este libro: es biográfico, político, estético?
Hay un verso de Lihn que me viene dando vueltas hace años en la cabeza: “la realidad es la única película que nos quita el sueño” Ese verso funciona como epígrafe de este libro o, mejor, de esta película de papel. Es el exceso de luz artificial lo que no nos deja dormir. El resplandor del skyglow que nos oculta las estrellas. A pesar de que el spoiler nunca es bueno, te comparto uno de los textos que puede responder en parte a tu pregunta:
un niño nacido en un lugar del planeta
donde se ven 250 estrellas de noche
sólo verá 100 cuando sea mayor
la iluminación artificial escapa hacia el cielo
su resplandor impide a humanos animales
ver las estrellas en el cielo nocturno
el uso de diodos emisores de luz
alumbrado publicidad estadios
parkings centros comerciales
las constelaciones más brillantes
serán indescifrables en 20 años
el cinturón de orión
comenzará a borrarse
hasta desaparecer
los astrónomos informan que la vía láctea
ya es invisible para un tercio de la humanidad
los niños del futuro no verán las estrellas
les serán extrañas como un nido de pájaros
street lights parking lighting security lighting
interior building lighting from the commercial sector
lighting sports lighting vehicular
no pueden verse las estrellas
bajo el cielo saturado de luz
en la noche blanca de este desierto
caminamos buscamos un lugar
donde pueda vérseles brillar
donde los niños puedan aprender
las figuras las constelaciones
caminamos buscamos ese lugar
donde nuestros recuerdos
nuestros sueños nuestra vida
puedan irradiar su energía
más allá de la luz artificial
viajen atraviesen el tiempo
dibujen en el cielo anochecido
las constelaciones de la memoria
donde pueda verse brillar
esa luz que no se apaga
que no podrán cubrir
los reflectores el resplandor
nada puede encandilar
a quien alza la vista busca
las estrellas en el cielo
sabe que nada brilla más