Antagonismo, disolución y silencio en Zarabanda de Miguel Manríquez

Camarena

Iván camarena (1981) reseña “Zarabanda” de Miguel Manríquez. Camarena ha publicado los libros Cuerpos de quedarse, Lamenavajas, Magdalena desnuda jugando a los poemas y Andarlanada.

 

 

Antagonismo, disolución y silencio en Zarabanda de Miguel Manríquez 

 

Obra ganadora del Libro Sonorense 2009 en el género de poesía, Zarabanda es un poemario construido a partir de las notas de viaje de un diario que toma dos rumbos determinantes. Por una parte, la visión mística de la experiencia vital y el enamoramiento, expresados en el poema de largo aliento que abre el libro y le da nombre al primer apartado: “Baraka”, cuyo significado implica para el autor, un encuentro consigo mismo a partir de la filosofía, la tradición oral y las leyendas antiguas.

El segundo rumbo de Zarabanda es el territorial, el geográfico, donde los muros de la ciudad como mujer, abren su par de piernas ante el abandono del poeta, que hecho uno con lo otro se vacía de sí para entregarse, para dejar de pertenecerse y ser capaz de regalarse a la vida, a la poesía, al mundo y al amor. Los otros dos apartados que completan el libro, “Occitania” y “Zoco”, continúan ese movimiento general que inicia con la ascensión luminosa de la voz poética, a la que le sigue el vértigo de saberse postrado a los pies de la amada, para culminar en ese estado de autoconciencia, desde el que es posible contemplar tanto la finitud como la impureza de la existencia humana.

Si Zarabanda inicia su viaje con la pregunta “¿qué luz resuena en el ascenso?”, es el fuego su primer elemento. Y si el fuego es uno de los símbolos que mejor han representado el camino vertical del espíritu, del conocimiento y la sabiduría, la luz que ese camino desprende no es menos significativa, pues en ella, el fuego desdobla su aliento vivificador para que las tinieblas se disipen.

El poeta Rumi, nos dice en uno de los epígrafes que inician el libro: “al centro fui y en el centro ardí”. Partiendo de ese centro como de una lumbre, es posible hallar el origen de todo enigma, de todo resplandor en las profundidades de nuestro corazón pensante, que además de ser “agua dulce”, es, según Manríquez, también “abismo”. Nuestra luz, resulta así un pozo sin final que en su vértigo nos precipita hacia el vacío. Primera percepción en la noche de los tiempos, nuestra luz matinal ha quedado oculta entre las pesadas sombras del mundo y el desenfado de nuestras propias sombras. Nada hay en ese corazón de abismo, excepto una caída que no acaba nunca, y que por lo mismo es, más que vuelo, flotación en medio de una oscuridad que resplandece.

Así se vislumbra el siguiente paso que dejará su huella sobre este paradójico camino que es el andar de la poesía: la unión de antagonismos, la reconciliación de los opuestos, la correspondencia de los contrarios. Pues, ¿qué somos sin aquello que nos niega? Es por ello que la poesía avanza negándose, y su naturaleza es la contradicción dialéctica que enciende una luz al fondo de nuestro abismo: “esperaré el naufragio y la resurrección de saberme sombra y fuego / luz y agua viva”, expresa el Manríquez que se reconoce “animal iluminado”, y que por lo mismo, impide que se disocien las polaridades.

El poeta, a partir de ser luz emanada del abismo, puede separarse de la identidad que le ha sido impuesta a su cuerpo, y por lo tanto, tomar una distancia saludable de la farsa en la que se ha convertido el drama humano.

Otro movimiento en Zarabanda, es el de la fragmentación y el desprendimiento. Tópicos que encarnan, de alguna manera, la idea de una poética de la disolución, que trata, aún dentro de su misma imposibilidad, de agregar algo a la ausencia, o al menos, proyectar sobre sí, las líneas fugaces del desvanecimiento. Sin duda, un estado de auto-revelación desde el que la voz poética afirma: “fluyo sin forma en la diestra claridad vacía”. Para después confesar: “quiero dejar la herida que hoy se abre / para ser fragmento disperso, presencia destrozada, / arena entre las arenas / aquí mismo / en la tarde primera de mi desprendimiento”.  

Esta voluntad de disolución, además de recordarnos la finitud de los cuerpos y la dispersión de lo efímero, nos permite dar un salto retrospectivo hacia las primeras publicaciones del autor que aquí nos reúne. Y es que ya en Rosita contra los dinosaurios (1980) pueden atestiguarse momentos de negación y desprendimiento: “se habrá sabido / por ahí / que los espejos / no devuelven la imagen / porque si la reflejaran / podrían devorarnos / (las imágenes no los espejos) / al saber que estamos de más”. Defendiendo la misma tendencia, en Tetabiate en el exilio (1985), Miguel escribe: “abandonarse alguna vez / es tan saludable / como morir sin dejar huellas / para darnos cuenta / de que somos / niebla menguante   dura / y solitaria”. Así mismo, en Cuando conocí el mar (1987), que forma parte del libro integrado a cuatro voces Mientras llega la claridad, Manríquez vuelve a dejar rastros de esta idea: “él / se deshizo lentamente / a gotas / hasta quedar / un charco de agua / se evaporó / y cuando fue nube/ comprendió que era diferente a otros hombres”. 

Motivos de la revelación y la renuncia, que recuerdan, además de la audacia con la que los místicos religiosos han encarnado su fe en lo divino, el estado poético desde el que el poeta ha sublimado lo terrenal: “otra vez comienzo a ser amándome a mí mismo”, se dice Manríquez para sí, y se lo dice necesariamente desde ese estado silente tan natural al desapego de las cosas, que en Zarabanda, se presenta como “germinante aliento”, como “tiempo dulce naciendo interminable entre las voces”. En otra imagen, el poeta vuelve a autoafirmarse en su desaparición y nos dice: “como un eco / me inclino sediento, necio, impuro / para desaparecer incierto en el silencio”.

Pero, ¿por qué un eco? Tal vez por la voluntad de disipación. ¿Por qué necio y sediento? Tal vez por vulnerable. ¿Por qué impuro? Tal vez porque la pureza no puede pertenecernos ¿Y por qué incierto? Tal vez porque no hay mucho de lo que estemos realmente seguros, a veces ni siquiera del cuerpo que somos. Finalmente, ¿por qué en silencio? Tal vez porque el silencio es un origen y un destino para todos. Tal vez porque de él venimos antes de llegar a la vida, y a él iremos después de pasar por la muerte. Tal vez porque en el silencio encontramos esa nada en la que todo está dicho e irrealizado. O tal vez, simplemente, porque en ese vacío significante que es el silencio, todo transcurre y finaliza empatado a cero.

 

 

Datos vitales

Iván Camarena. Hermosillo, Sonora, jueves 12 de marzo de 1981, 8:15am, egresado de la escuela de Letras de la Universidad de Sonora; editor, dibujante, tallerista, bibliotecario, locutor de radio y periodista cultural; ha publicado Cuerpos de quedarse, Lamenavajas, Magdalena desnuda jugando a los poemas, y, Andarlanada. Integrante del comité organizador del Encuentro Hispanoamericano de Escritores Horas de Junio y maestrante de Historia Regional y Frontera en El Colegio de Sonora.

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