El poeta Marco Antonio Murillo nos presenta una muy interesante y completa muestra de la nueva poesía de Yucatán, nos ofrece el trabajo de ocho autores nacidos en la década de los ochenta. Algunos de los antologados aquí son Manuel iris, Agustín Abreu y Nadia Escalante.
Las formas de la nube: Antología de poetas yucatecos nacidos en la década de los ochenta
Notas, selección y prólogo de Marco Antonio Murillo
A Romy, tomo prestados los mejores
versos de mis colegas y se los dedico.
I
¿De quién podría hablar?
Octavio Paz.
Al hablar de poesía escrita en Yucatán o hecha por personas nacidas en la entidad, hay que hacer serias distinciones:
1) La poesía maya peninsular.
Es caso aparte a los intereses de esta antología, sin embargo me limito a realizar algunos breves apuntes sobre ella. En lo que respecta a la contemporánea, goza de buena salud al referirnos a nombres como Briceida Cuevas Cob (1969), Waldemar Noh Tzec (1949), Feliciano Sánchez Chan (1960), etc. Esta poesía, que incluye Yucatán, Campeche y Quintana Roo, proviene de la literatura iniciada por el “Popol Vuj”, así como de la tradición oral; parte de la premisa de que la identidad maya no está en una civilización desaparecida sino en el presente vivo, dotado de una fuerte aura de sincretismo. Estos poetas se han confirmado como parte de una tradición que va de lo local a las esferas más altas, y de las raíces más antiguas a lo más moderno. Como muestra transcribo “El búho” de Briceida Cuevas:
El búho llega.
Se agazapa sobre el muro.
Medita.
Qué muerte anunciar
si ya nadie vive en este pueblo.
Los fósiles de la gente
Transitan a ningún lado.
Pinta la luna las tumbas del camposanto
que ha comenzado a masticar la maleza.
El búho
ensaya un canto a la vida.
Se niega a presagiar su propia muerte.
2) La Poesía Yucateca (con todas las mayúsculas que esto implica).
Tuvo sus más importantes momentos en el siglo XIX bajo algunos poemas de Mediz Bolio (1884-1957) y de Rosado Vega (1873-1958). Por ejemplo: el poema “Manelic”, perteneciente al primero, es considerado como uno de los textos inaugurales del indigenismo en América. En 1971, año de la muerte de su último representante: Carlos Moreno Medina (1913), entró en estado de receso.
La Poesía Yucateca es aquella responsablemente escrita, en la cual hallamos marcas reveladoras de nuestra identidad. En ese sentido, el estilo de un buen poeta yucateco tendría que estar formado primero por estas marcas, luego por sus gustos estéticos y su bagaje de lecturas. Un claro ejemplo lo encontramos en el poema “Dimensión de la nube” de Moreno Medina:
A la nube de forma inalcanzada
con este pie yo quise detenerla,
para verla, tan sólo para verla,
a esta sencilla tierra encadenada.
La nube, escultura de la nada,
en su sombra imposible detenerla;
quiere alcanzar su forma y conocerla
para verse en el cielo reflejada.
Como el mar de la forma no alcanzada
inventando la estatua de la espuma
se eterniza en la escultura de la ola,
yo nunca hallé la forma que me abruma.
En la nube y el mar el sueño encalla;
quieren mostrarle al cielo su medalla.
Hasta aquí deberían ser los dos grandes grupos de poesía que se espera encontrar en un estado donde convive la cultura indígena con la occidental. Sin embargo, y dado el caso particular en el que Yucatán se ha visto envuelto, existen dos grupos más:
3) La “poesía yucateca”.
En las fechas correspondientes a los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX, la Poesía Yucateca -también la economía- vivió una edad dorada. Al término de esta se prefirió seguir con los mismos modelos que habían triunfado, en lugar de arriesgarse a la necesaria innovación; esto es: mentalmente la nostalgia por el pasado había derrotado en buena medida al cambio histórico. Pocos quisieron ver adelante, no importó que cerca estuvieran Cuba y el resto del Caribe.
Alarmantemente en este grupo se clasifica la inmensa mayoría de escritores yucatecos. Se caracteriza por: a) No tener fundamentos y estar influida por una falsa identidad insinuada en el folclorismo exótico que prevalece en el estado. b) Estar desfasada históricamente con relación a otras partes de México: mientras aquí se practica el “Romanticismo” y el “Modernismo” desvergonzados, y se acaban de “descubrir las vanguardias”, en otras partes de la República esto ya se superó (si es que puede ser admisible el uso de este verbo) hace más de medio siglo. c) El facilismo estilístico y temático (el lugar común): el amor como forma de cursilería, la tradición maya (no como una cultura viva, sino muerta), y el paisajismo exótico.
Una parte de esta poesía, creyendo tener en voz la sagrada piedra de toque, se sintió poseedora de una poética más “moderna” que debía desplazar a la anterior. Nada más equivocado: los elementos folclorizantes fueron reemplazados por objetos “pertenecientes” a la modernidad, mientras que el facilismo se revistió bajo el epíteto de vanguardia o experimentación. No vale la pena gastar espacio citando ejemplos.
Con lo dicho anteriormente, se puede concluir que buena parte de los poetas yucatecos nunca comprendió (y sigue sin hacerlo) que la salud de la poesía no está en la imitación ni en el adjetivo, sino en la actitud frente a la vida: en el sentido crítico hacia la realidad, la historia y la literatura.
4) La poesía hecha por poetas como Raúl Renán (1928), Fernando Espejo (1929-2007), Raúl Cáceres Carenzo (1938), Roger Campos Mungía (1955), y José Díaz Cervera (1958).
Muy jóvenes dejaron Yucatán con el fin de encontrar su voz en la capital del país. Una vez allí, no sólo hicieron fuertes vínculos con poetas de diversas entidades, sino que desarrollaron una poesía sólida que no correspondía a la practicada en el lugar de origen. Caso aparte el de Roger Campos quien, si bien nunca dejó el estado, desarrolló una poesía a partir de las obras de Octavio Paz y la filosofía de Ciorán.
Quede claro que no por las circunstancias que rodean a estos autores, la Poesía Yucateca estuvo impedida de aflorar en algunas de sus obras.
En lo que respecta a Díaz Cervera, su vida en el centro del país sumada a su ya larga estancia en Yucatán -y su amor por la trova y los ambientes populares- le han dado el oficio, la experiencia, la pasión necesaria para expresar dicha Poesía Yucateca en los contados momentos en que toca a su puerta. Ofrezco un ejemplo, “Suite de vena popular”:
En la cantina de la esquina de tu casa,
bagazo a penas de tu amor,
estoy dejando mis mejores lágrimas.Mala es la vida cantada en un ardor de sinfonolas;
malo es rumiar a solas un bolero
escurriendo el desprecio entre el tufo de un trago adulterado
o en el caldo mostrenco de los sueños
caminados con zapatos de media suela.Pero desde los días, camisa sin botones,
donde el adiós dejara su pobreza,
sus pies sucios,
su gran televisor en blanco y negro
y el moco del rocío,
ya no sé qué decir
ni cómo entretener esta nostalgia
ni dónde anclar mi sal.
Desde que no te tengo me agusano
y voy a la cantina de la esquina
de tu casa,
en solemne ebriedad,
a purgar de mis ojos el fastidio.
Poemas como éste y el de Moreno Medina nos advierten que la Poesía Yucateca no está en el henequén ni en el Paseo Montejo, tampoco en la supuesta blancura de la ciudad de Mérida. Hay que ir a sacarla de donde fue a refugiarse: de la cotidianeidad, de los ambientes populares. La poesía escrita en Yucatán se ha perdido de grandes momentos, todo por centrarse en temas que competían a la arqueología.
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En una entrevista hecha a José Díaz Cervera por Rubén Reyes Ramírez para el prólogo de su poemario “Manual del fingidor” (UADY, 1997), dice: yo creo que la poesía yucateca está en el umbral de encontrar muchas cosas. Si bien es cierto que hasta ahora no se ha logrado desatar los cordones, los botones, los velos que la envuelven, por otro lado me parece que no tarda en empezar a hacerlo (…)
Terminada la primera década del siglo XXI, puedo decir que en aquel presentimiento hubo algo de razón. Con la llegada de nuestras licenciaturas en literatura (Universidad Autónoma de Yucatán, Universidad Modelo) y la SOGEM, la generación de los 80’s fue la más favorecida: rechazó la mediocridad que caracterizaba a la “poesía yucateca” pudiendo hacer más suyos (más de lo que fueron para Eduardo Lizalde al escribir “Chufas”) los siguientes versos:
Toda la mala poesía destruye las ciudades,
-me temo que es alguna de la nuestra-:
Había que ser crítico y lector antes que poeta; había que entender que sólo existen dos tipos de poesía posibles: una bien hecha y otra mal hecha, que no produce poemas ni poetas. Estas son las dos principales enseñanzas heredadas de estos centros de estudio. La tercera, que sólo pudo aprenderse mediante el contacto con la realidad de otros estados, fue: no habrá Poesía Yucateca hasta que no se acepten todas las implicaciones que la cultura exige.
Muchos críticos creen que el problema que actualmente sufre nuestra poesía se debe al regionalismo, pero nada más equivocado: Juan Rulfo ha demostrado que se puede ser regional a la vez que universal. Lo que tenemos entonces, en el caso nuestro, es un regionalismo mal dirigido, egocéntrico, que toma a la Península (histórica y espacialmente) como una isla separada del resto del país. Los cartógrafos españoles así la habían imaginado en sus primeros mapas.
A pesar del buen panorama literario que lentamente comienza a vivirse en Yucatán, los poetas de la generación de los ochenta están sintiendo la necesidad de salir. Ellos saben que aún se tiene que trabajar mucho para desarrollar la Poesía Yucateca; por eso van al encuentro de nuevas técnicas y experiencias en sitios cuya poesía ya está claramente definida desde hace ya varios años. En otras palabras, van en busca del ejemplo.
En la poesía creada por ellos todavía no podemos hablar de que habrá o no Poesía Yucateca. Por ahora tenemos un cúmulo de autores que, en la búsqueda de la madurez de su voz, se revelan como aprehensores de las tradiciones poéticas de otros estados e incluso países. Esto para nada es muestra de irresponsabilidad frente a la cultura de origen, puesto que ahora mismo no hay una fuerte tradición poética como para que todos se sumen a ella.
Una de las tareas de esta generación (y de las que vengan) será entonces, si desean que haya verdadera Poesía Yucateca en el futuro, reinventar la tradición: ¡Urge realizar una revisión crítica y exhaustiva de todos los autores nacidos en la entidad! (hay muchos olvidados que podrían valer la pena), y señalar qué poetas o poemas estarían aportando algo valioso a nuestras letras.
Sea cual sea el rumbo que estos jóvenes tomen durante los próximos años, es innegable el logro que se ha conquistado: por vez primera se consigue una generación entera de poetas poseedores de una valiosa capacidad crítica para la obra ajena y propia (muchos de ellos, a demás, preparados para el estudio formal de la literatura); una generación que, sino será la que saque al sol la Poesía Yucateca, al menos será maestra de próximas que seguramente lo harán.
II
La presente antología encuentra eco lejano en el trabajo de Rubén Reyes Ramírez: “La voz ante el espejo. Antología general de poetas yucatecos” (UADY, 1995), publicado en dos tomos que coleccionan nuestra poesía más “representativa” de los siglos XIX y XX. Quede esta compilación (salvo algunas páginas) como material para el historiador. Un eco más próximo está en los libros “Venturas, nubes y estridencias: poetas jóvenes de Yucatán” (ICY, 2003) y en “Nuevas voces en el laberinto: novísimos escritores de Yucatán nacidos a partir de 1975” (ICY, 2007), que en su momento compilaron a poetas yucatecos jóvenes nacidos a partir de los 70’s. Nuestra antología únicamente tomará en cuenta a los nacidos en la década de los 80’s, puesto que, a pesar de que la mayoría no cuenta con treinta años, han comenzado a marcar un antes y después en la literatura de Yucatán.
En orden cronológico estos son los nombres antologados: Rodrigo Ordóñez Sosa, Agustín Abreu Cornelio, Manuel Tejada, Nadia Escalante Andrade, Manuel Iris, Ileana Garma, María José Pasos, Marco Antonio Murillo y Mario Carrillo. Si bien Rodrigo Ordóñez Sosa nació en 1979, se consideró como necesaria su aparición, no sólo por la calidad y la propuesta presentada en sus poemas, sino porque es un puente entre la nueva generación y la anterior. Caso aparte Manuel Iris y Agustín Abreu Cornelio, los cuales nacieron fuera del estado de Yucatán, pero recibieron en él lo más importante de su formación académica y poética.
Pasados los años, la presente generación irá disminuyendo su número de personas. Los que al final queden en pie serán los que verdaderamente tuvieron una vocación para la poesía: algo importante qué decir. Si de esta pequeña antología algún nombre sobra o falta, no pido perdón: el tiempo se encargará de hacerle justicia.
Rodrigo Ordóñez Sosa: El tiempo es la bala que verbaliza una metáfora
Mérida, Yucatán, 1979. Presidente de la Red Literaria del Sureste Nuestra américa, estudió Lingüística y Literatura en la Universidad Autónoma de Yucatán. Su propuesta poética logra encontrar un punto de convergencia entre la poesía experimental de Raúl Renán y los hallazgos estéticos de los poetas sociales del sureste mexicano. Cada poema de Rodrigo Ordóñez se alimenta de visiones crudas y realistas de la vida cotidiana, sólo denunciables a través de un lenguaje violento y experimental, capaz de significar la otra cara de la realidad: oculta para la prosa y la imagen, sólo dicha mediante la poesía.
Libros de poesía: “En el umbral del culatazo” (En “Nuevas Voces en el Laberinto”, 2006), “Bisagras” (segundo lugar en el Premio Nacional de Poesía Rosario Castellanos 2010, inédito), “La persistencia del tiempo” (en imprenta).
Prólogo
En amarrillos dedos permanece la tierra,
el papel se escurre
deshecho de tiempo
al igual la palabra hueso en ceniza.
Dintel del machete histórico,
tierra y hombre se abrazan como erizos.
Aún llueve.
Sin meter las uñas quebrántame,
cuando araño el risco del vacío.
El polvo escinde mis retinas
y atisba cada rostro;
siento el muñón del deseo
cuando bayoneta el alba.
Poema desplazado
Con la letra herida observo mi rostro extraño,
hasta sangrar el verso
con olor de plaza y hierro.
Un golpe de fuego sarna un amanecer en las costillas.
Como el plomo de la lengua,
hundo mi cartucho literario
en Vallejo,
para probar el loto de su mordaza
que empioja por todos los flancos
su palabra precisa de bala.
(De “En el umbral del culatazo”)
Segunda
En la púrpura tarde
arrastran los pordioseros olvidadas paredes,
desentierran ajusticiados
sin encontrar la tonada exacta
que precipite de sus labios la herrumbre.
Visionarios,
saben que aquí nada ocurre:
todo muere en silencio
y sólo el ruido es roto y restablecido con asombro.
Juntos
desangramos la axila del tiempo;
nocturnos
sin cama
reposan en escondrijos que la ciudad ignora;
los pordioseros guardan tus heridas
a los ojos del transeúnte,
son sombras entre las calles y los pórticos fúnebres,
mueven la tramoya del derrumbe,
cubren los abismos de tu mandíbula erosionada:
únicos héroes del evangelio de la peste.
Ciudad triste:
la mano extendida de tus ángeles
no logran detener las grietas de la Luz.
Una ambulancia asesina la noche.
Séptima
A veces
los ojos de Ernesto Albertos Tenorio
comprenden mi vejez,
a veces sus ojos
nos protege de las bestias
sueltas en tu intemperie,
ellas trozan tu esqueleto pétreo,
alimento de sombras
tu abisagrada carne,
eres
y
serás
sol decapitado
sobre la alquitranada luna:
la luz ha sido derrumbada.
Décima
Mi hijo heredará un puñado de cenizas.
Los intrusos robaron los mercados agonizantes
y las bibliotecas.
Sólo quedó la litografía del Silencio.
(De “Bisagras”)
Agustín Abreu Cornelio: Estirar la cordura
Ciudad de México, 1980. Estudiante de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad de El Paso. En lo mejor de su poesía se revela una preocupación por subrayar del poema su cualidad de unidad dotada de extrañeza. Su búsqueda no es de la poesía hacia la realidad, o viceversa, sino de la poesía misma hacia “la otra poesía”. Por ello, y para poder expresar esta estética, Agustín Abreu se sirve de una amplia gama de temas, técnicas y una serie de descubrimientos que ponen al poeta en el delgado limbo de la vigilia y el sueño. Esto último se logra adhiriendo a las imágenes pequeños hallazgos antipoéticos, que le dan al poema un asombro diferente, bellamente raro las más de las veces.
Libros de poesía: “Caramelo de muerta” (Universidad Regiomontana, 2002), “El impuro descanso” (en el “Éter de las esferas”, Ayuntamiento de Mérida, 2006), “Reflejos” (ICY, 2010).
Pantomima
Los árboles, con su faz blanca,
son los paladines del silencio.
Han sembrado la mímica en lo dulce
y extinguen el cantar de los pabilos en el parque.
primer cuadro Ésta es una manzana que sufre.
Presagia con sus gestos la crueldad
de la cosecha.
El viento mortifica su dulzura.
Esta manzana puntualmente se calla
para nostalgia de los desnutridos.
segundo cuadro Las alondras
saltan
de vara en varo
y sobre muros altos e invisibles;
su voz se pudre bajo el maquillaje.
Se las mira callar el doblez de su garganta.
tercer cuadro Las hojas ejecutan su zigzag
mudo y deslucido.
No hay primavera en su desplome,
sólo pasos
que podrían sonar a pantomima.
Mira los árboles, con altivez
han sembrado la mímica en lo dulce.
Quieren tomarnos de la lengua
como un par de pabilos que se apagan;
quieren ofrendarnos al silencio.
Hilandera,
la soledad escampa ante lo íntimo;
en los confines de mi cuerpo
me aferro al ombligo que me diga con tu luz
y al olor que encamina mis palabras
Debo desenfundar la nariz y el cielorraso,
debo ungirme de muslos ante lo lascivo;
no bastan tres muñones para llegar a tu centro.
Estoy en el espejo para recordarte ante mi nombre.
Leo los periódicos bajo el cutis del cigarro para que no se me evapore tu presencia.
Afirman que los lados de tu sábana -y la tinta que contiene –
son el lugar idónea para crecer y para que la dulzura fermente sus pasos,
pero no silencios;
porque la corrupción de las manzanas es asunto de la misteriosa
sexualidad de los botones empeñados, dicen.
Pero sabes, Madame Sosostris, y sé yo,
que los callos están en los ojales violentos que miran
las calles como el mar, en la cáscara que sufre el destino noticioso del sudor;
perdurar en la carne,
no estar en la fruta, sino en el abandono.
Cuando el tabaco se me apague, cogeré tu albahaca y tu hueso,
desharé las crueldades a la sombra del periódico,
deshilachando los horóscopos de un abril raído.
Contagio
Abrí la puerta con ingenuidad, el teclado desconocía tus
billetes y tus frenos inestables.
leamos
el momento justo de la floración
Intenté extender la mano para tocar el único ombligo que
no estaba maltrecho en ti. Sólo abrirse la boca para regar
tus pertenencias en mis soledades; por aquí y por allá
estaban tu sombra, tu labial, tu voz amarga, enterrándose,
fertilizándome con su precio impuro.
Luego cerré la puerta para poder echarme lápices en la
Bolsa donde guardaba carne más alegre.
aquí
el aroma confunde los recuerdos
con plegarias
Juntos esperamos alguna lluvia, sacudimos en vano los
libros, hablábamos con tristeza por teléfono, pero yo había
aprendido a toser con tu sal y las puntas con bolígrafo
chirriaban la dulzura de tus caries.
Fuimos lentamente acercándonos a ti; fuimos tomándote
cariño como a una tersa rubéola que murmurase bajo
nuestras uñas. Cedí mi espacio a tu frivolidad
los síntomas guardan silencio
en este punto la fiebre
se congela
Espejos
Llevo en mi mano una herida
que se aferra
debajo de su costra
y mi mano no puede
escribir despegada
del cuerpo
Ella despertó para sentir el aroma de la noche así aliviaba los presagios que crecen como gruñidos en la undécima uña pero no logró mitigar la mirada lechosa que la escribe oculta en la vigilia
y mucho
menos el color que adquiere la ausencia en las madrugadas
Mientras la mastica y extrae
los nervios del muñón
la fiera piensa en los gritos
que saciarían el numen
si en vez de amor hubiese carroñado
la mano del poeta
(De “Reflejos”)
Manuel Tejada: Al otro lado del buen juicio
Mérida, Yucatán, 1980. Articulista de la sección cultural del diario “Por Esto!”, egresado de la Licenciatura en Literatura Latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán. Su voz, al igual que la de Agustín Abreu, encuentra su camino partiendo de la poesía de José Díaz Cervera. En ese sentido, la búsqueda poética de Manuel Tejada es de la realidad (antipoética) hacia la poesía; en otras palabras, sus poemas están hechos a partir de la poetización de elementos que el lector no esperaba que se utilizasen. A demás de ello, consigue que el poema sea recipiente de una carga de emotividad y un tono reflexivo o de interiorización personal, hecho que convierte aún más al elemento antipoético en material para su mundo poético.
Libros de poesía: Lo otro que me habita (en “El éter de las esferas”, Ayuntamiento de Mérida, 2006), “Litografía del aprendiz” (inédito).
Lo otro que me habita
(Fragmento)
X
Tengo la certeza de otra voz bajo mi lengua.
A veces pienso hallar una respuesta en el silencio más ciego,
y siempre es la dificultad de mis pulmones
por distinguir la lluvia del derrumbe.
Algo me observa,
me escucha.
Algo me llama.
Puede ocurrir que una mañana me detenga a mirar mi sombra
y no encuentre a nadie.
Mi liviandad no corresponde con la rabia del azúcar.
¿Será la astilla de mi voz sobre las olas?
No sé muy bien si he sido náufrago o el naufragio de mi mismo,
pero ahora entiendo que de permanecer inmóvil
sólo transformaría este esbozo de mi cuerpo
en un sargazo de estaciones,
o en un pequeño barco de papel.
(De “Lo otro que me habita”)
Litografía del aprendiz
(Fragmentos)
3
Callado en el anverso de la página
es la quietud de un blanco pastizal
donde mis puños se contemplan indelebles.
Sin invocar el orden de los sumandos
fue mi siniestra capaz de interrumpir la nada;
fue mi siniestra capaz de dibujar rayones por caminos,
en las paredes de mi risa,
en las playeras de mi hambre,
en mis pies desnudos y pequeños tras la cortina del baño
pidiendo una galleta de limón para la cena.
Cansado en el reverso de la sábana
no había tiempo para recordar mi nombre.
6
Este silencio huraño
no son las frutas desinfladas en la mesa
o una mosca rondando los perfiles
del aprendiz a punto de romperse.
Será más bien que el grifo descompuesto de la cocina
ya hizo grieta mi serenidad gitana,
ya hizo cáncer mi respiración de sapo;
y estoy por arrancar los dientes de un reloj tan viejo
que en vez de campanadas tose
siempre a las diez y cuarto de mi rabia.
¿Cómo invocar la calma entre estos libros
si en cada palabra habita la memoria armada?
No hay duda que esta conciencia de los nombres
me acerca cada vez más
a la serena putrefacción de las manzanas.
8
Yo me despierto junto al aliento mineral de la incertidumbre.
Para hablar del tiempo
he descolgado uno a uno los relojes,
he abierto roperos y ventanas,
he dejado con cierta timidez
un manojo de arroz sobre la mesa.
En esta habitación donde mi infancia corrió
junto al crepúsculo triste de la sangre,
también tengo el recuerdo de otros pasos.
Para hablar de esta memoria
sólo basta recorrer la geometría de los olores
impregnados en la casa,
tal vez porque el hervor de los arroces
escondió la textura grácil de un juguete
o la sonrisa inquieta de aquellos años.
Con esta cara de Marcel en ascuas
regreso absorto a la perpetuidad de mis primeras letras.
(De “Litografía del aprendiz”)
Cavilación de la galleta
Sólo es pensarte, Viejo
un poco más con el ansia de decirte hoy-no-te-vayas
comeremos de la sopa de los días;
hay una gelatina todavía con mis dedos sucios, y quiero darte de beber
un poco de miel con lágrimas y vino.
Queda una galleta escondida en el rincón de la cocina,
queda una mujer cantando
desde la última arruga de su infancia, y tú no sabes
no sabemos, Viejo, dónde
las palabras nos formaron caries en el rostro.
Chilla una ventana que se niega al mundo,
chilla también el ropero y sus cajones;
vamos a buscar debajo de la escoba
para ver si mis hermanos ya crecieron
o si al menos les nació del llanto una sonrisa maquiavélica
porque entre el polvo se pusieron a sembrar tomates
pero brotaron sueños.
Hace siglos que yo sueño
que mis pantalones crecen más allá de las rodillas,
hace inviernos que las manos tiemblan, que el corazón
me habla y me detesta.
Tengo frío en el tobillo izquierdo. Soy sólo
un aprendiz de Viejo.
Nadia Escalante Andrade: El vuelo en la perseverancia de las formas
Mérida, Yucatán, 1982. Egresada de la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana. Su poética parte de un estilo retórico que privilegia el concepto, y halla su vertiente más desarrollada en el lenguaje místico-simbólico y la pirotecnia verbal que caracterizan las obras de poetas como Octavio Paz y Elsa Cross. En su libro-poema “Adentro no se abre el silencio”, Nadia es poseedora de un lenguaje críptico, pulido, liberado de toda carne que no sea útil para el poema. Cada palabra, cada metáfora, cada forma, cada espacio en blanco puede ser visto como una imagen independiente, plena, y al mismo tiempo como una parte bien definida de un todo arquitectónico.
Libros de poesía: “Adentro no se abre el silencio” (Tierra Adentro: Col. La Ceibita, 2010).
Diana es Nadie cuando se yergue en árbol frente a ti,
sus flechas son hojas anudadas a la rama más enhiesta.
No amarás a los árboles pues suyo es el eco de la tierra.
Diana es el arrojo de las naves y el naufragio en medio de los peces.
Diana te ofreció las cosas de este mundo
y te dio el reflejo y la ausencia de las cosas.
Diana te llamó y te trajo con palabras.
Su pureza es infértil como la tierra salada.
No amarás al mar pues suyo es el eco del aire.
Llamado
Diana Virgen gobierna el nacimiento,
nos llama,
nos nutre de sonido,
te da un nombre,
un rostro,
una lanza.
No teníamos agua en la casa y afuera llovía
Sacamos las cubetas y las ollas
para llenarlas con la lluvia.
Sentados en la acera, esperábamos.
Parecía que el agua inundaba la calle, pero no los recipientes.
El aire, en cambio, entraba más fuerte en los pulmones,
y era más aire que el aire de la casa,
era como agua que no decidía
a llenarnos por dentro,
y se derramaba por los brazos, humedecía la ropa
y resbalaba hacia los pies como una sombra.
Era lenta la generosidad del agua.
Veíamos el fondo de las ollas,
el acero que parecía poco a poco
llenarse de sí mismo.
El agua se volvía sólida y el duro material que la abrazaba
parecía ondularse al irse colmando.
Respirábamos el aire con pereza
mientras sonreíamos, absortos, a los sonidos
que caían fuera de nuestro silencio.
El agua acumulada era libre,
una sola sustancia adentro del metal.
Rebosaba y tuvimos la satisfacción de ver a un cuerpo
salirse de sus límites sin dejar de estar lleno al desbordarse.
También nosotros fuimos recipientes,
llenos del sonido del agua, respirando
el aire de la lluvia que no había en nuestra casa.
Nos miramos rebosar y sonreímos; éramos libres,
una sola sustancia cada uno,
dos cuerpos de superficie generosa,
y en el fondo de nosotros, el agua propia
que ondulaba el material del recipiente.
Afuera no se abre el silencio
(Fragmentos)
mi frente se contrae como el papel cuando se quema
se enciende para extender lo negro
como el papel cuando se quema
avanzo avanza el oscuro
retrocede
la luz
quiero alcanzarla
(….)
desciendo a las profundidades de mis pulmones
emerjo de las profundidades de mis pulmones
todo es una vuelta corriente sanguínea
el corazón se encoge de sal
el corazón se ensancha de sal
mi pie izquierdo recoge sus latidos
mi planta derecha lo cubre para que no tiemble
lo cubre para que no se caiga
debajo de las sábanas sal endurecida
cierro los ojos no cierro los ojos
el mar me cubre para que no tiemble
el mar me cubre para que no me caiga
abro la boca
el mar desborda mis cavidades craneanas
cierro la boca
no queda quieto el mar
me cubre para que no me caiga
cubro al mar para que no se caiga
(…)
hablo de mí
en contra de mi lengua
en el asedio de mi garganta
en el caño inverso de la asfixia
retrocedo
la mudez se enreda a mis vértebras
giratorio atropello se atornilla
ráquea
hablo de mí un lugar que no conozco hablo de mí el mar siempre retrocede hablo de mí frente al muro de sal mi lengua es un lugar que no conozco silencio es tornillo que sujeta tornillo ruido infranqueable silencio ruido infranqueable ruido ruido ruido ruido atornilla silencio
silencio en círculos
(…)
mi cuerpo
guarda el mar
guarda
bajo el vuelo del albatros descansa el horizonte dividido
(…)
vamos a hundirnos
el mar abre sus vísceras
anémonas corales
azules verdes blancos
abre sus brazos suave
revienta los cartílagos
vamos a hundirnos rápido
como la sangre la sal
(…)
el agua vuelve al agua
roja y fría desborda
oleaje azul cobalto
hundirse por las grietas
del ahogo hacia arriba
inversa tuerce cae
la corriente
(…)
inmóvil sobre el agua
arriba siempre arriba
siempre arriba intocable
intocable y afuera
mientras el agua crezca
más interna sumergida
debajo en los pulmones
debajo entre las vértebras
abajo abajo
vamos a hundirnos vamos
de arriba nos arrastran
hacia arriba
hasta asfixiarnos
(De “Adentro no se abre el silencio”)
Manuel Iris: Lo eterno es demasiado
San Francisco de Campeche, Campeche, 1983. Actualmente estudia el Doctorado en Lenguas Romances en la Universidad de Cincinnati. Poseedor de un fino oído para la poesía, desde sus primeras publicaciones mostró particular interés en el tema amor- erotismo, siempre aunado a cuestiones concernientes a reescritura, metaficción y al fenómeno de la poyesis. Su propuesta poética toma su forma más madura y seria en el libro “Cuaderno de los sueños”, en el cual, mediante un diálogo sostenido con Elizondo, Lizalde, Bonifaz, Chumacero, Rilke, entre otros, reflexiona –sueña– el lugar del poeta en el mundo moderno y en su propia poesía. Sus últimos poemas continúan en parte con esta misma línea temática, sin embargo ahora proponen el encuentro con la poesía ya no sólo en un plano metafísico, sino también en el espacio físico y social que habita el autor.
Libros de poesía: “Versos robados y otros juegos” (PACMIC, 2004; UADY, 2006), “Cuaderno de los sueños” (Premio Nacional de poesía Mérida 2009, ICY-Tierra Adentro, 2009), “Nueva Nieve” (2010).
Mi aliento se detiene. Estoy alerta: los vocablos intentan destruirme. Han realizado una conflagración. Continúo: los muslos intocados y la lengua que los lame… pero esa línea ha sido escrita en contra de mi voluntad. Quiero decir: hacía más ancho y más profundo el ámbito… paro de nuevo. Es mío el aliento del que salen sus palabras.
Mirándola dormir
He leído en tu oreja que la recta no existe
Gilberto Owen
Como esta voz, mi lengua busca
el laberinto de tu oreja
y yo te escribo y sé muy bien
que hay algo —hay un lugar— más bello
que tu vientre
aunque jamás lo he visto.
En cambio se revelan
—entrega de la espuma, oseznos de la luz—
tus pies de pan de dulce.
Y no saber el cómo apareciste, no haber vivido
en el momento que tu espalda fue la rosa, abierta luz
de lo que significas.
Afuera escucho algo.
Afuera del poema algo te dice un canto
más hermoso que la piel
pero también más vivo: una caricia: lengua bajo
lengua,
sonido bajo letra
en acto de buscarte.
¿En qué momento me has atravesado? ¿Cuándo
tu luz—incendio, llamarada—se clavó en mi pecho?
Hoy puedo hacer un verso en que no mueras nunca.
Un cáliz, un jarrón, un algo que contenga
vino enloquecido, danza, fruta
lenta
carne en movimiento
para entrar en otra carne.
Creyente de tu forma, en mi oración
he decidido no ceder al verbo de tu ombligo,
a la floresta
del verano en tus pezones, a todos tus aromas.
Hoy no quiero morir: No quiero ver el río
que se aduerme en tus muñecas. No quiero andar
la forma en que te extiendes de tu piel hasta la piel
de todo lo que existe.
Árbol de mí,
estoy llegando a tu región más fértil.
Tal vez ya no regreses. Abandonarte
significa suponer que no has llegado nunca.
Después de todo, Anémona callada, amar no ha sido
lo que habíamos planeado. Los tigres que pensamos
no han llorado suficiente no tienen tanta rabia
ni saben dónde comenzar a caminar
para esconder las grietas adheridas a sus cueros.
(La realidad
está colándose en nosotros.)
A fuera sigue el puente.
Y yo me voy de un lado a otro consumiendo
la piel que siempre has transformado en aridez
(De “Cuaderno de los sueños”)
Decir lo ajeno
(Fragmento)
I
No es mía la blancura
que hay fuera de la página.
Acostumbrado al mar, no puedo comprender
ese cristal que vuelve al árbol reverente,
que torna delicada su genuflexión glaciar.
El suelo me encandila, y sin embargo
voy dejando huella
sobre un plano que observo
con ojos asombrados.
Hoy mienten los caminos. Finge su aliento
el agua detenida que va quedando allí
sobre lo níveo que —parece— lo soporta todo
y en verdad, como cualquier belleza
todo absorbe y consume:
Hoy no he podido doblegar a la blancura.
Homeless
También es nieve la que cae
en el muñón del limosnero, en la vacía
cuenca de su ojo.
Opaca, desdentada blancura
a la mitad del rostro
va burlando
el rostro de la nieve.
Desde su aliento
el cuerpo encima del muñón
rehace una guerra en un lugar distinto
en que jamás se ha visto una blancura
más quemante que la flama de napalm.
No sé si el hombre ha sido un homicida.
En su muñón, en el vacío del ojo
se ha atorado inútil, fría
la belleza.
(De “Nueva nieve”)
Ileana Garma: También las nubes explotan
Mérida, Yucatán, 1985. Diplomada en Literatura, Protocolo y Periodismo por la editorial Santillana, egresada de la SOGEM. Desde su primer libro “Itinerario del agonizante”, despertó interés en el panorama literario yucateco, ya que, basado en el Chilam Balam y el Popol Vuh, logró revitalizar algunos temas sobreexplotados por la tradición y el folklorismo peninsular. Su estética ha ido madurando y se ha apropiado de una arriesgada espontaneidad, que ha dotado a su poesía de la vitalidad y el ritmo impetuoso que sólo los poemas de largo aliento conquistan. Ileana Garma entiende la poesía como un medio de expresión que dice y lucha por la vida: cada poema es una pequeña revolución de signos capaz de encontrar el instante poético dentro de un contexto específico, el cual se reescribe bajo el acentuado de sentimientos y sentidos.
Libros de poesía:” Itinerario del agonizante” (Ayuntamiento de Mérida, 2006), “Historia Universal de la fuga” (Premio Nacional de Poesía Charles Bukowski 2008, inédito), “A través de Velarde” (Premio Nacional de poesía Francisco Javier Estrada 2008, inédito), “No diré mucho. Sólo esto: Ven conmigo” (obra ganadora en el Torneo de Poesía Verso Destierro 2009, inédito), “Y el estadio de sitio” (La catarsis literaria, El drenaje, 2010).
Porque puede diluirse mi nombre con el musgo
o pueden subir la furias a comerme la piel
el cristal puede volverse barro sobre el cuerpo
o la penumbra gastarme
como la edad
hedor
adoración al caos y al diluvio
Si de todas maneras los árboles
nos arrancarán los dedos
y los animales saldrán de sus cavernas
a devorarnos
Entonces prefiero correr y matar
caer en la cóncava negrura de la vigilia
delinquir
en la maldad transparentada
por lujurias
Lujuria transparentada
por amor
Prefiero las agujas reptando por el rostro
crecer infectado de cobras
en los trapecios destartalados del deambular
en vasos de laceración
de todas maneras
el cristal puede volverse barro sobre el cuerpo
(De “Itinerario del agonizante”)
Afuera llueve en el verano
el sucio vaso de un desconocido descansa a un lado del escritorio
Creo que puede llover en tu camino a casa
tendrás los audífonos mientras el noticiero se traga a los viajantes
Yo escucho al agua burlarse de la debilidad de la vieja cantera
es como un antiguo enemigo que vigilara mi ruina
que disfrutara con mi programado destino y la repetición circular de los hoteles
donde acepto vasos sucios y el oficio de esperar
no busco la ventaja de ser puntual en los aeropuertos
no creo ya en un sol que recupere la fuerza de mis muelas
Tú puedes haber llegado a casa y recordar a una pálida joven
que dormía con la cabeza pegada a la ventanilla
mientras me rebelo contra la calma de una lluvia que sólo desea mirarme
mirarme con la perdida clave para hacer de mis labios la buhardilla de la verdad
mirarme con el mediocre interés por los que no perdonan
una noche más acaso no sea nada
acaso puedo –entre un vaso sucio y el tablero de las llaves-
desearte hasta la apatía
acaso puede darme insomnio tanto tanto
acaso puede pesarme aquel chico que se asoma a tus ojos
justo cuando sales de una cocina tan agria como la que a ratos compartimos
a ratos que no son estos
que no pueden ser estos
porque aquí me hace falta subir hasta la 204
sugerirle a la cama que esté tan triste como yo
para no desentonar en medio del cansancio
y morderme la uña del dedo gordo hasta quedar dormida
pero es verdad
hay fresnos y álamos
y campos que parecen la capa de un agonizante príncipe
campos rojos que se sacuden entre cielo y cielo
y cactos y casas de tabique que pierden las ventanas por la fuerza del viento
Abrí la puerta de un hotel desconocido
y nada de esto ha empujado mis pupilas para entregarse
sino que me olfatean tal perros de caza
como la lluvia olfatea a los abandonados
hay eucaliptos también
y dátiles
y días que se deshilarán como un telar viejo
y costumbres terrosas que no me dicen nada
el llano que me sujeta con la mano de su ocaso
el llano que me levanta con el rojo de sus gritos
es hermoso
aunque me duele todo el cuerpo es hermoso
el amor todavía tiene grietas que se inundan de sudor
una zanja entre los matorrales
y es hermoso
hablo para te pongas un segundo la pesadumbre de mis párpados
para que me dejes llevarte a ti
como los amantes coyotes llevan entre los dientes
a sus cachorros
(De “A través de Velarde”)
Había tardes en que la ciudad
como en estado de sitio
a causa del calor
no me impedía llegar hasta ti
y el estado de sitio
y el soldado arriba armado
mientras yo perseguía muros altos
para refugiarme
y el soldado arriba armado
hasta que podía encontrarte
y el estado de sitio
(…)
Hasta aquí la noche todavía es inútil
semidesnuda y despierta
asaltada de pronto por un recuerdo
esos terrenos que se incendiaban en verano
esas milpas deshechas por tradición
los incendios forestales que dibujábamos
sobre nuestros cuerpos
Así lo recuerdo
semanas de lluvia apenas y el paisaje no era el mismo
tomaba el autobús y el campo ya era otro
mutando en qué para qué
esos matices tengo en la mirada y tú sabes
¿Por qué no podemos abrazarnos sin palabras
como el sol para siempre abrazará a ese campo deforme
a esa selva que muta a ese largo camaleón peninsular?
¿Por qué no puedo yo por qué no puedes tú?
¿No me pregunto no me pregunto me comprendes
no me pregunto absolutamente nada
ni recuerdo tu mano sobre mi mano me escuchas?
(…)
A todo esto sólo un venadito
que una tarde mientras leía sobre un columpio de Santa Cruz
vi pasar veloz para perderse entre matorrales
de nuevo
cuando las ondas de calor me hacían caer en espejismos
y mecía con fuerza
A todo esto sólo ese veloz venado
(del que te hablé mientras tocabas mi boca
cuando las ondas de calor me hacían nadar en espejismos)
que de pronto
sin que importen los años que nos separan
ha venido esta noche
a buscar mis labios
Marco Antonio Murillo: No cantes que me hieres
Mérida, Yucatán, 1986. Egresado de la Licenciatura en Literatura Latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán. Profesor de literatura en la escuela preparatoria Francisco Repetto Milán. Sus poemas, fuertemente arraigados a la tradición grecolatina, consisten en la narración poética de una serie de hechos individuales que, en conjunto, dan pie al entendimiento de uno mayor. En su libro “Epigramas a Catulo”, mediante una poética que concibe el amor y la escritura como única forma de trascendencia conquistable por el ser humano, reescribe y reinterpreta la vida del poeta romano Valerio Catulo.
Libros de poesía: Epigramas a Catulo (primer sitio en el Premio Nacional de poesía Rosario Castellanos 2009, UADY, 2010).
Epigramas a Catulo
(Fragmentos)
Oscuros en la solitaria noche, abrimos plaza. Ungüento de amor, antídoto, tuviste, Sibila, todos los nombres posibles. Y era el juego en el que nos consumíamos, y yo te decía vivamos y amémonos, y tú me respondías aunque arremetamos contra lo escrito, aunque los dioses celosos e impotentes acaben con Roma y con nosotros.
El sol se pone cada tarde y sale al día siguiente, pero nosotros, cuando se nos apague la vela, dormiremos una noche sin fin.
Tomé estas palabras prestadas para ti,
en lugar de decirte
una botella inscrita, un barco de periódico,
o un cadáver lanzado a la deriva.
Y es que nunca me hubiera preguntado
cómo es posible que la suma de todo lo vivido
se resuma en una imagen sepia;
cómo es posible que de algún muro de la plaza,
entre ilegibles garabatos y grafitos,
haya tomado todo lo que un día
quise decirte y no pude.
Ahora recuerdo cada una de esas líneas
sagradas, intactas casi
como el agua efímera del Tíber.
Por su préstamo, no ruego el perdón de los dioses.
A fin de cuentas, las palabras escritas en los muros
terminan borrándose
por el sol y nuestros ojos; ya sólo queda
devolver en ruinas
todas aquellas cosas que nombramos.
Al amarte, yo mismo me he nombrado.
Cuerno de la abundancia
Pobre Valerio Catulo:
Mientras se recluye en su aposento
para escribirle a la castísima Lesbia;
Anónimo, el peor de todos tus imitadores,
no pierde el tiempo
y ejercita en ella sus propios dones.
Al final de la noche, ella
tuvo la palabra final.
otro fue favorecido: el sujeto
de aquellos versos por los que un día me hice
odiado y a la vez famoso.
Producto de aquel vergonzoso hecho,
escribiría el mejor epigrama de mi vida
y de todo el imperio:
Esta será mi venganza:
Que un día llegue a tus manos el libro de un poeta famoso
y leas estas líneas que el autor escribió para ti
y tú no lo sepas.[1]
Pero ¿a quien engañar? Lesbia lo sabe.
Ella ha leído en periódicos y muros,
e incluso de la boca de otros amantes,
cada una de esas líneas.
No le importa quién las escribió.
Roma, 56 a.c.
Y has de vivir como si eterno fueras.
Y has de morir como si fuera nada.
Rodolfo Alonso.
Escribo
este último epigrama.
Porqué ponerle título.
Lo escribo no
para que me admiren
las generaciones
que vendrán.
Tampoco para amarte
cuando ya me haya ido.
Sino para que el tiempo
el tiempo
que logré derrotar
después de treinta y tres años,
se detenga, y los días
que sigan a éste, siempre
sean el día de hoy.
(De “Epigramas a Catulo”)
María José Pasos: A un lado del escenario alguien deja de bailar
Mérida, Yucatán, 1986. Dramaturga. Egresada de la Licenciatura en Literatura Latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán. Un viaje a Chile realizado en 2008 como parte de movilidad escolar, encausó su poesía hacia la percepción de poetas como el Raúl Zurita de “Ante paraíso” y el Nicanor Parra de “Poemas y antipoemas”, principalmente. Mediante un lenguaje que combina versos cortos y versículos, así como la preferencia del paralelismo como vehículo sonoro y conceptual, María José Pasos logra dar vida a una poética fuertemente expresiva y novedosa, que se debate entre la tradición mexicana y la experimentación chilena.
Libros de poesía: “El teatro de los hombrecitos y la carpa de las grandes bestias” (inédito).
Frankenstein a capella
I
Oh, prodigio!
ella está viva
nuestra bailarina de trapo se levantó del sepulcro
y agitó las piernas para recordarnos que tú y yo estábamos mirándola
Ella camina en el suspiro de la mañana
antes de ser exhalado
Ella se levantó de súbito y abrió los ojos:
dos esferas de cristal soplado por el aliento de la noche
y de súbito también agitó los brazos
y danzó, danzó
como si estuviéramos esperando
como si estas palabras se borraran para dar paso a su danza
como si todos los siglos sobre nuestra tierra olvidada
hubiesen pasado sólo por ella
Juntos la hemos revivido
y ahora es el momento
y va a devorarnos
no hay más
tus ojos
las medusas en el mar con movimientos asesinos
el hombre detrás de una esquina
la noche en la que no dormiste
nosotros hemos llegado
y este es el momento en el que
nosotros
comenzaremos el banquete
tus ojos
las medusas penetrándose a kilómetros de aquí
bajo las cañerías de nuestra sala
hemos llegado hasta aquí
dándole vida
y ahora es el momento
la bailarina de papel nos enseñará a bailar con ella.
II
Yo soy la bailarina
por mi cuerpo corre sangre humana
Yo soy la bailarina
de mis huesos se prende carne humana
yo soy la bailarina
en estos agujeros colocaron verdaderos ojos
y verdadera piel, hecha con el cadáver del que vive
del que ha dicho yo soy el que soy
verdadero hedor a podrido se desprende de mi cuerpo
verdadero olor humano
y soplaron en mis ojos verdadera peste
que ellos llamaron vida
y después del beso tumefacto
mis labios comenzaron a sentir
que se abrían al paso de la lengua rota
y chocaron los dientes para decir
yo soy la bailarina
de empeines agudísimos
y cintura cóncava
con la punta del pie derecho he destrozado la tierra
mientras el izquierdo marca la hora
porque ellos así lo han pedido
– tú eres la bailarina. mientras movían las manos
y hacen chocar palma con palma
cuando yo bailo
sin mover las caderas que se quedaron en la fosa
y yo besaré esos campos con alambre de púas
y la carne chamuscada será mía
y los esqueletos de mejillas hundidas serán mis amantes
y dirán verdaderamente tú eres la bailarina
verdaderamente la hija de nuestros cuerpos.
III
Padre
Enséñame a no soñar
que vuelvo después de la neblina
a reconocer tus cadáveres
lo que no has querido levantar del suelo
enséñame a olvidarlo, padre
para que no sea preciso regresar a casa
la llovizna
el agua que se va llorando suciedad a un lugar lejano
el guanábano
los volcanes que dijeron estar esperando su caída
Padre mío, detrás de la ventana
hoy tu cara me miró con la severidad del justo
y no supe esconder mi rosto porque pensé
estás durmiendo, mujer, despierta de nuevo en Irrarázaval.
Y la cara del Dios me señaló con las pupilas
estás durmiendo, niña, despierta en la hamaca
vete dando vueltas en la pared embarrada de pies y manos
Y tu rostro, padre mío
desde mi ventana, segundo piso, tres de la mañana
dejó de preguntarme por mi ropa limpia
por la comida que se tiró a la basura
por las mariposas que incendiaron la noche
dejó de preguntarme
y se hizo el silencio como la culpa
Padre mío
estoy esperando que abras la ventana
de una puta vez
enséñame a ser desolador, como tú
a devastar ciudades como lo hiciste a la caída de la noche
Santiago de Chile, rodeada por tu fantasma
enséñame a no ver cuando tú pasas
a inclinar el cuerpo como lo haces tu frente al infinito
porque sólo tú
lo sabes
sólo tu traes la muerte
y morir es darse cuenta
que estamos rodeados de dios
Navegación fluvial
Vi a la ballena
cuando la carretera se llenó de agua
y era bonita, era bonita
todo lo hermoso que puede ser el mundo
que es como decir una mancha negra, ahí en el fondo
decir cualquier cosa
ahí estaban las palabras importantes
junto a las palabras bellas
y las que parecían importantes.
A veces tengo la seguridad
de haber escrito un gran poema
entonces despierto:
la mañana persiste tal como la dejé
toda desnuda
secándose al sol.
(De “El teatro de los hombrecitos y la carpa de las grandes bestias”)
Mario Carrillo: No hay más que caramelos para fantasmas
Mérida, Yucatán, 1989. Estudiante de la Licenciatura en Letras Españolas de la Universidad Veracruzana. Su poética, existencialista en esencia, se basa en el uso de imágenes e ironías que revelan la crisis del ser en el mundo. Sus primeras obras conllevan un tono caracterizado por la coloquialidad y la mesura, bordeando con ello el terreno de la poesía conversacional. En su libro “Cuaderno de Bitácora”, hace una exploración del viaje y el exilio. Su poesía ha optado por acercarse decisivamente a un lenguaje más arriesgado y maduro, descubriendo en ello cierta pasión por la metáfora.
Libros de poesía: “El camino de la noche” (inédito), “La huida” (inédito), “Tres de Enero” (Tercer sitio en el Premio Regional de Poesía Felipe Carrillo Puerto 2010, Inédito), “Semanaria” (Inédito), “Cuaderno de Bitácora” (Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco, 2010, próxima publicación).
En mi bolsillo un enjambre de letras
intenta escapar hacia mi garganta
y forjar una babel de saliva.
Me rehúso al sonido de mis labios,
al relámpago tiznado de mi boca
que imanta con su efluvio de carbón
espejos, telarañas y cadenas.
La palabra es una catedral de aire,
¿dónde está la columna de Cratilo?
¿alguien puede mostrarme la tumba
en la que Lázaro no vivió muerto?
Qué oscuro es el pubis de la madrugada
cuando siento que mi voz se derrumba
y los escombros caen sobre mí.
(De “El camino de la noche”)
No te conozco
He quemado la noche
persiguiendo la anatomía de tus pasos
y no te conozco.
En el mercurio tu nombre no halla eco,
inventa una piedra sin surcos,
un rostro de sol indirimible
y no te conozco.
¿Cómo hará mi aliento para hender hasta la muerte?
¿Cómo haré llegar el aullido de tus hijos,
peces insomnes ante este silencio?
Los libros reposados en el óxido
sólo contienen migajas de huesos,
letras y fotografías roñosas
como figurillas de barro inmóvil.
Y tu voz es arandela, es dragón extinto.
La ciudad dejó de ser fuego,
alimentándose con luces sordas,
difuminando los ensalmos que te invocan
y yo, no te conozco.
(Tres de enero, 1924)
“Disculpe, ¿quiere sal?
¿quiere húmeros silentes?”
dijo la muerte empalagada
“¿quiere ulular de fuegos?
Si no, yo paso a retirarme.”
La aurora bajó las pestañas.
Llena mi vaso con tu hambre, pastor de las horas,
forja el equilibrio en nuestros oídos
donde germinan la náusea y la voz.
Las manos de mis padres tienen pies escondidos,
tienen flores de polvo y henequén ahogado.
Caminan hollando el relámpago del estiércol,
alimentando las palomas
con la cáscara de los días,
cantando:
…Salve, oh, miseria
oh, estatua azucarada
oh, pétalos de sangre
oh, ropa vieja
oh, pan tullido
oh, loca palomita
salve, oh, miseria…
Regresarás al ojo de tus hijos,
a la hacienda escamosa,
al ladrido enlutado por la brida.
Regresarás, pastor, con ochenta y seis arrugas
a consagrar el hemistiquio.
(De “Tres de enero”)
Cuaderno de Bitácora
(Fragmentos)
II
La penumbra de sabor niquelado
te recibe en su puerto:
Has despertado en el pubis de la madrugada
vistiendo un rosario jadeante.
En esta playa de latidos mudos,
intentando encender el sueño,
deambulas.
El viaje puede convertirse en una ventisca de colmillos,
sangre y cal siniestra
y no existe libación para enmudecer al cielo,
amansarlo como a una bestia asustada.
Por ello, tomo el gozne de mi pecho
y entono una canción lívida e infértil
en el vientre de un barco
que es saeta hacia el naufragio.
III
Otra vez la noche es un temporal de alfileres
que levanta rostros y voces:
tus padres huérfanos,
los hermanos cada vez más viejos,
esa mujer que no puede recordar tu nombre,
sus labios de vidrio…
Y por más que despeinas la memoria,
no puedes ver el camino de fatiga afable
que conduce a la puerta costurada a tus venas.
El día anuncia a mis oídos la obligación de ser reptil,
de continuar el viaje en un tren de vértebras cansadas.
Sigo el sendero salubre de los zapatos,
guiado por el ruido de la calle, en una ciudad que no es Ítaca,
pero da la bienvenida con pan y eso basta.
IV
Despunta en tus ojeras la vigilia
que de contrabando repta hacia tu cama
hallándote con la sabiduría del noctívago.
En el café diluyes los últimos bostezos
y el menstruo de la noche
recién sacudido de la almohada.
El día aguarda tu arribo en su nuca de caracol.
El paso del sol siembra cayos en el ánimo,
su luz se enreda en el hombro de los edificios
y arrastra consigo el agrio aceite del trabajo.
La noche, marea inevitable, derrumba los muros del día.
Es una caída ingrávida y luctuosa que reviste al viaje
como una herida tibia e inextinguible.
(De “Cuaderno de Bitácora”)
[1] De Ernesto Cardenal.