Poesía argentina No. 6: Miguel Angel Petrecca

Miguel Angel PetreccaEn el marco de la serie “Poesía argentina actual”, preparada por Nicolás Pinkus, presentamos la poesía de Miguel Angel Petrecca (Buenos Aires, 1979). Es licenciado en Letras (UBA) y trabaja como traductor y periodista. Dirige la editorial Gog y Magog ediciones.

 

 

De El gran furcio  (2004)

 

 

 

 

Entre dos puntos

 

La ropa que no pensamos llevar

la doblamos así nomás empujándola

adentro de un cajón, tenemos

un mapa arrugado en mano donde ver

entre colores y dibujos a escala

nuestros lugares. Después de tanto

de errar sueltos, lo más raro

es este espacio-tiempo, parecido

al instante en que dos extraños se cruzan

en un aeropuerto. Señalo con un dedo

una ruta que es un dedo, tendido

hacia cualquier lado. Nuestros preparativos

consisten en imaginar, en hacer una lista

mental de objetos nunca vistos, de encuentros

y desencuentros como túneles

de hormigas, intrincados. Mi cepillo de dientes

es verde, el tuyo azul, pero no importa

si nos confundimos. Sacudís el bolso

y las cosas adentro chocan con ruido

amortiguado por la ropa en un bollo,

un par de pantalones viejos y pullover

un par de remeras, gorros para el frío.

Tenés ganas de quemar algo, pero te basta

con prender un cigarrillo y observar

la llamita metida, como un animal peligroso

dentro de esa ceniza. Te toco

a lo largo de un brazo, y voy al baño

donde ahora que nos separa una puerta

puedo imaginarte, igual que recién

imaginaba bestias, ciudades

cambiadas por la nieve al caer; entonces ya no estás

y estoy contento de tener que viajar

aunque sea entre dos cuartos, para encontrarte.

 

 

De El Maldonado (2007)

 

 

 

 

 

Colectivos tapados de polvo

 

 

Colectivos tapados de polvo

desde Avellaneda, Burzaco, Banfield,

desde La plata, Temperley, Bosques,

vienen día y noche, van y vienen,

carros de cartoneros, combis, autos,

motos con encomiendas y cartas,

camiones como hormigas con su container,

y camiones de basura en la madrugada

hacia provincia a enterrar su carga,

vienen y van, patrullas, ambulancias,

carros atmosféricos y de bomberos,

todos con sus sirenas y sus luces,

colectivos repletos, tambaleantes,

hacia Paso del Rey, Moreno, Ezeiza,

Lomas de Zamora, Quilmes, Echeverría,

van a paso de hombre, de tortuga,

en los cuellos de botella detenidos,

en peajes, en piquetes, en barreras,

van con gente en el estribo trenes,

algunos ya sin las persianas metálicas

codiciadas por la industria de la refundición,

otros con las persianas cascoteadas

a su paso desde el borde de las villas,

van el Gran Capitán, el Tucumano

y el ramal a Córdoba recién reabierto,

el Belgrano, el Sarmiento, el Sanmartín,

y el Belgrano cargas, lentísimo,

todo un montón de hierro viejo,

van ómnibus de larga distancia

medio vacíos fuera de la temporada

hacia los balnearios vacíos y últimos,

hacia los pequeños oasis de las YPF,

van con sus choferes cansados que cabecean

en medio de la ruta soñando un accidente,

despertándose un segundo antes para evitarlo,

van con trabajadores golondrina,

con viajantes de comercio y turistas,

van con familias nómades y fugitivos,

por las rutas provinciales y nacionales,

polvorientos por caminos de ripio

que registran solo los mapas mentales,

van hacia las salinas y los yacimientos,

bordeando las vías muertas de tren,

entre medio de los campos de soja,

van con el sol calentando la carrocería

o una tenue luz de minero en la frente

de noche, por un túnel subfluvial,

van hacia las villas, hacia los villorrios,

hacia las últimas poblaciones perdidas,

van hacia una ciudad recién fundada.

 

 

 

 

 

Ruido

 

Nada consigue por mucho tiempo

tapar el gran ruido de fondo,

la suma de voces que cediendo en la mezcla

su impronta individualidad conquistan a cambio

para el conjunto una suerte de protagonismo

tenue, el de una música sobreentendida,

a la que los intentos histéricos de excluir

cerrando ventanas, o aún contraponiéndole

de manera hostil nuestra propia música o ruido

solo consigue darle por contraste

aún mayor relevancia. es imposible

olvidarla y es tendencioso confundirla con

(o reducirla a) lo que en la superficie

a veces sobresale: sirenas de patrullas

y ambulancias y alarmas de autos,

o ladridos de perros desencadenados,

porque su verdadero carácter y forma

es el de envolvernos en un tono monocorde

y sin accidentes. eso que en un principio

en medio de la noche puede tomarse

por silencio pero donde se revela en seguida,

cuando al igual que los ojos a la oscuridad

se acostumbra el oído a su gris espectro sonoro,

un murmullo colectivo y apagado al que contribuye

cada cosa con su pequeño grano de arena,

moscas que zumban sobre las pilas de basura,

ratas que escarban y artefactos siempre encendidos,

junto con nuestras mismas voces y movimientos.

 

 

 

 

 

 

 

Vetas relumbrantes y escurridizas como una anguila,

 

Vetas relumbrantes y escurridizas como una anguila,

filones que corren bajo tierra en zigzag

sueña el minero y al despertarse aun olfatea

en el aire el tesoro deshecho con el sueño,

el seminarista eyacula dormido y el agricultor,

inquieto, divisa en el horizonte del sueño

colores que son sin duda para su cosecha

señal de ruina, patrullas municipales sigilosas anoche

fumigaron contra los mosquitos en el parque.

Mientras una ola polar se prepara hace días

para invadir la ciudad yo duermo destapado

dando vueltas en la cama, soñando con el río

turbio que corre entubado bajo mi calle.

 

 

 

 

 

 

Verano.

 

Desde la esquina donde algunos hombres

hicieron con basura y fuego hace un rato

una ceremonia llega ahora hasta su casa

el olor a plástico y madera quemados.

Al anecdotario del verano va a agregarse,

si hay tiempo, algunas hazañas más:

brindis en cadena y sobremesas sin fin,

discursos, cháchara y verso, pero después

la ropa liviana va a migrar al fondo de un placard,

y la vista de esas sillas en el patio,

en ronda, tal como quedaron al final

del último asado, va a proyectar de nosotros

una imagen irreconocible. ¿qué fue lo que se dijo

y con qué objeto? en el calendario

un círculo en birome entrevisto al pasar

le recuerda la proximidad de un cumpleaños.

 

 

 

 

 

 

Estudios.

 

El fruto desmenuzado de estos árboles

va dejando en la vereda una capa gruesa,

graffitis ilegibles, superpuestos, escudos

de clubes de fútbol y leyendas de cumpleaños

en la pared se han ido sumando de a poco,

sobre la mano de pintura que cada enero,

en unas horas, formatea la entera superficie.

La cruz de la farmacia titiló un instante

antes de prenderse y el custodio una vez más

como la figura dentro de un reloj cucú

salió y volvió a entrar. de punta a punta

del dial paso agarrando pedazos de canciones.

Aunque una especie de empate hegemónico

mantiene así por el momento en equilibrio

las trincheras opuestas de la enfermedad

y la salud, la bisagra nunca está en realidad

tan lejos como uno piensa, parece decir

la chica que atraviesa ahora el espejo retrovisor

con unas radiografías o algo así en un sobre,

como los mensajeros que llevaban entre sus cartas,

sin saberlo, una con su propia sentencia.

 

 

 

 

 

 

 

Del libro La voluntad (inédito)

 

 

 

Novelista

 

Será posible entonces que todo cobre sentido de repente,

como si agarraras diez años de tu vida y batiéndolos rápido

los volcaras en el formato preexistente de una novela?

No es tan fácil, parecen repetir, una y otra vez,

hombres que miran desde la ventana de un bar.

Ellos también se hicieron la misma pregunta antes,

mucho antes de que en vos naciera el germen

de esta fuerza que te obliga a caminar en redondo.

Algunos, tras responder negativamente,

dedicaron otra década a amaestrar un perro,

cultivar tomates en el jardín de su casa o convertirse

en coleccionistas de un objeto antiguo y anodino.

Cuando más tarde volvieron con ímpetu a la carga

buscaban mentalmente moldes donde verter su vida:

diez años acá, cinco allá, veinte en una frontera.

Sin embargo, el problema no era de forma sino de fondo.

No estaba, como el vino, añejándose en una bodega profunda

la experiencia, esperando el momento del descorche;

había escapado, quién sabe bien cuándo y por qué orificio,

dejando en su lugar como un inmenso depósito

donde flota, sin llegar a evocar nada, un perfume  familiar.

 

 

 

 

 

 

Paisaje

 

El examen de sus documentos personales,

las agendas y cuadernos que llevaba consigo,

o incluso las servilletas que encontraron aquí y allá

hechas un bollo en los recovecos de los sacos,

podrían mantener ocupado durante años

a algún pobre diablo con alma de detective.

Y sin embargo no alcanzarían a revelar nada

acerca de la vida del hombre en cuestión.

Una vida así derrochada entre esos documentos

tendría como único saldo tangible

la acumulación de más documentos y comentarios,

un pequeño tesoro documental anexado al primero,

a la espera del siguiente comentarista.

Date una vuelta por el lugar donde vivió

y tratá, si podés, de alejar la vista un segundo

de la torre esa de agua que preside soberana

una árida porción de suburbio en torno. 

Tal vez después de esa pequeña excursión

no te hayas acercado para nada a una clave,

pero al menos podés sentir mientras volvés, a la tarde,

por la autopista, mirando otras tantas torres de agua,

fábricas y hoteles que ensayan sin éxito

tibios gestos de seducción hacia los viajeros,

un especie de empatía:  y decir: este era, al fin,

y más que nada, uno de los nuestros.

 

 

 

 

Datos vitales

Miguel Angel Petrecca nació en Buenos Aires en 1979. Es licenciado en Letras (UBA) y trabaja como traductor y periodista. Publicó El gran furcio (2004) y El Maldonado (2007), ambos en la editorial Gog y Magog ediciones, que codirige junto a Julia Sarachu, Laura Lobov y Vanina Colagiovanni. Actualmente está preparando la traducción y edición del libro Un país mental. 100 poemas chinos contemporáneos, resultado de un año de estadía en Pekín, entre 2008 y 2009.

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