En el marco de la antología de poesía colombiana, preparada por Federico Díaz Granados, presentamos el trabajo de Orietta Lozano (Cali, 1956). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus en 1986 y el Premio al Mejor Verso Erótico convocado por la Casa de Poesía Silva (Bogotá) en 1993.
DANZA
Qué voz hace crujir el vestido de seda
de esta noche y entreabrir los muslos tiernamente
y desnudar su espalda de mujer?
Parece ser el canto ebrio de bacantes
o el susurro lejano de una viuda
o la lluvia entrecortada de una novia.
¿Qué voz extraña hace que el perro se levante y dance,
y la luna galope en el lomo de un caballo,
y el lago abra su ojo cristalino más que nunca?
¡Levántate, amor! La noche espera ser ungida
de vinos y perfumes,
sacrificada como una diosa frágil
entre los brazos de la tierra.
DÍA
El sol se enreda en mis pestañas,
y tú asistes al rito cotidiano del agua y del espejo,
henchido, vaporoso, con tu rostro esculpido de sueño
y de deseo,
como si fueras a un congreso de dioses azulados,
o al territorio de esperma del poeta.
El día danza complaciente y tu garganta sin sonido
como un espejo mágico, brindando el sí desnudo a mí
pregunta.
Tú buscas incansable el color de mi tristeza,
el agua matutina entre mis dedos,
el control de la luz sobre mi cuerpo,
las horas que se yerguen como caballos musicales.
Yo palpo mi deseo tirada como una fruta seca
y me interno entre los fragmentos que va
dejando el día.
La ruta de cigarras fluye circundada de atardecidos cantos.
ESTA NOCHE
Como duelen los vientos esta noche
cuando lejos los tambores de la guerra
se acarician tristemente y pedazos de cielo
se desprenden podridos, fatigados.
Esta noche en la habitación con aroma de durazno
los amantes susurran como soldados heridos
y recuerdan su primer beso como una suave bala.
En los vejados divanes, los abuelos de risa lánguida
sólo esperan la fría caricia de la muerte
y se entretienen, tejiendo, sus horas de recuerdos.
La noche avanza como un gran dios que hechiza en el
miedo
más allá de los bosques y las sombrías trampas,
más allá del salvaje amor de la hembra humillada.
En esta noche de mirada de lobo
cómo duele el silencio que reposa como muchacha febril
detrás de los cristales de las casas.
POEMA PARA INVENTAR UN DIOS
Vas y vienes como delicioso mensajero
enviado por los dioses
y me oyes hablar y hablar
con esa deliciosa curvatura de tus labios,
dispuesto a corregir con armonioso acierto.
Tu rozas el delicado tobillo del amor
con la agilidad de un gato.
Alargas tus ojos hacia los lechos purpúreos de sueños
mientras enciendes tu cotidiano cigarrillo
como una luciérnaga que ilumina para capturar la noche.
Me parece que estás poseído, ya no hablas,
tu lengua se ha secado y tu risa luce
como un pequeño regalo envuelto en alas
de delgadas mariposas.
Ebrio más que Baco deslizas tus movimientos
a través de mi cintura.
Lentamente, abandonados, somos un par de astros
que estallan en la dimensión de un lecho.
CÁNTARO Y CORONA
A Caravaggio
Mi rostro decapitado,
quebrantado, oscuro,
alfiler clavado en la
ceniza de la piedra,
sostenido por la triste mano
de un sombrío ángel,
desciende acongojado
paso a paso,
cada ráfaga, cada corona,
el hueso nupcial del arrecife,
donde se estaciona
la luz y la tiniebla.
Gélida antorcha
que oscurece, no te alumbra.
Paso a paso,
desciende oblicuo, errante,
cada cántaro,
cada flor de la piedad,
la escalera enmudecida
de la larga noche
en mitad de la biliosa huella.
Grieta que te aparta no te acerca.
Es el graznido sin culpa
del animal muerto, vuelto amargo
que escribe siete veces la memoria
de su última azulada turbiedad,
es la angustia sin párpados,
sin lágrimas,
es el crimen ciego
que dicta su última sentencia.
RECUERDO
Nada en la eternidad, un aro errante,
nada en el tiempo, círculo, simulacro y vértigo,
nada en la muerte, arterias de agua y vacío.
Se arranca de raíz la flor del olvido
y un lamento grita en mitad de la bruma,
un halcón vuela en la pradera azul,
frente al muro inmutable del recuerdo
y el aire irisado arranca un sórdido canto.
No se venera, no viene al caso, no se profana,
no se limita, no se encierra, no se libera,
vuelve una y otra vez para girar de nuevo,
no se cae, no se levanta, no se suspende,
balbucea, tartamudea, vocifera,
su nube oscura restalla en el oscuro firmamento
y un pequeño aullido sale de la nada
y de la nada, tan rápido, tan lentamente,
el aullido blanco transita el túnel negro,
donde un lagarto palpita sobre el corazón
de un cordero desollado,
los ojos no se cierran, no se abren, no palpitan,
no se asombran.
Solamente el quejido gélido, la zarza ardiente,
la sombra que reclama el árbol,
la ceniza que se riega,
el abismo que se hunde
la raíz que se resiste.
De tanto en tanto en el ojo de la piedra,
se mira frente a frente la nostalgia,
no recuerda, no olvida, no retiene,
solo estrecha el río que ha cruzado.
LA RÁFAGA Y EL ESPEJO
Yo soy él, él mundo,
el de eclipses y fulgores
el inmenso, el pequeño.
Ha llegado la hora
en que se guía el carruaje,
en que se derriba el muro,
y sobre el agua
en que transita el navío,
el náufrago y el pez,
y sobre el Apocalipsis
que serpentea
con sus afilados dientes
de púrpura y arcilla,
la visión aparece
como una calma inmutable,
ni vencedor ni vencido,
amalgama violeta
de voces y de gestos,
confusión de lenguas y horizontes,
temblor del bosque de la huída,
el mirto se abre
y flota la ansiedad,
el hierro en la entraña de la tierra
se hace aire en las alas transparentes
de un pájaro que dibuja
el paisaje alucinante.
El horizonte es tan calmo,
cuando la visión se extiende
hasta los crepúsculos dorados,
sin la trinchera de la guerra,
sin el filo del hacha y sin la soga ,
sin el frío del cuchillo,
y se posa en la noche,
la danza de abejas y de lobos,
la carne de la luna
sobre la plata de la hoguera,
el descenso de la lluvia
en el campo del jazmín y el abedul,
la alucinante música del navío
cuando viaja hacia el centro
de las aguas prometidas.
Yo el mundo, afligido y huérfano,
giro el reloj y lo retengo
en la hora de la penúltima contienda
y en la red de las palabras,
que por un instante desata
el nudo del lívido tejido.
Salve al hombre,
la alquimia de las aguas,
La imperturbable piedra,
el misterio del espejo y la pupila,
El canto que precede
a la venida de los peces y los vinos.
Yo soy la invitada,
la piedra de la encrucijada.
La airada, la que aturde,
la siempre soñada
en la voz que no redime,
en el canto que tienta, confunde
y ejecuta imperturbable
el cruel mensaje de la trompeta
y la terrible orden.
De un lugar a otro,
desde la tienda
en el frío campamento
hasta la resequedad del barro
mezclado con el lamento de un jacinto
todo se mueve con el zumbido extraño
de las abejas de la guerra.
Aquiétame, enmudece
mi boca que brama
con la espuma aniquilante
del estrépito,
detén la andanza
de mi decrépita ceguera
la procesión de mi espalda jorobada.
Déjame dormir
en lo profundo de los sueños.
Guíame a las azuladas estepas del abismo
al cristal avizor de los ojos de la tierra,
a la entraña inescrutable del oasis,
del volcán y el espejismo.
LA DONCELLA DE ARENA
A Berenice
Habla del fuego
como si se tratara del agua,
oculta su rostro
en la ceniza de los fuegos,
en la máscara del aire,
desdibuja con su mirada oblicua
la tierra que le fue otorgada.
Las mensajeras no duermen,
mientras sueñan
con alguien de su membresía,
piedra de azufre, doncella de piedra, piedra pagana.
Suspende su sueño,
en el columpio de la nada,
es el témpano de hielo,
es un virus,
cercana a los espejos,
a las flechas de obsidiana,
al crepúsculo, al ocaso,
con la turbulencia y la fe,
de los que suplican un milagro,
espera el juguete despiadado ,
en la húmeda oquedad de los abismos,
las agujas del recuerdo,
cruzan el tiempo del estigma
y de la espera,
piedra perdida, doncella de piedra, piedra callada.
Sentencia el agua,
que emerge del pozo
como inmemorial anfibio
y ofrece el canto sin retorno
al denso reflejo de la noche.
Configura el tiempo primigenio,
la tibia cueva,
los bufidos del ocaso,
el primer latido, el primer regreso,
el primer salto contra marea y viento.
La belleza toca la campana
y la hace llegar hasta el peligro,
sentada en el crepúsculo,
dormida bajo un árbol desolado,
siente la malegría, la felizgoría,
el plarror, la malinconía,
lengua críptica,
feliz manía de subir al tren,
estupor de perro hambriento,
flor petrificada, radiante de tristeza,
piedra bastarda, doncella de piedra, piedra de estaño.
Yace solitaria en la noche de los lápices,
ovillada entre cortinas milenarias,
contemplando buitres en el monasterio;
el tiempo es un abismo, es un círculo,
un cristal tornasolado,
el alto monte de la espera.
Noche errática
retén su incipiente balbuceo,
la memoria de la hormiga,
el cortejo de la mirada y de la hebilla,
el rapto de una visión de ciervos hechizados,
el caos precoz
y la lengua del silencio
que se adhirió a su estirpe,
piedra de plomo, doncella de piedra, piedra sombría.
Datos vitales
Orietta Lozano (Cali, 1956). Ocupó el cargo de Directora de la Biblioteca Municipal del Centenario en la ciudad de Cali, donde actualmente reside. Ha publicado cinco libros de poesía, una novela, un ensayo y una antología de poesía del Valle del Cauca. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus en 1986 y el Premio al Mejor Verso Erótico convocado por la Casa de Poesía Silva (Bogotá) en 1993. Sus poemas han aparecido en numerosas revistas, periódicos, antologías nacionales e internacionales. En 1995 fue invitada a Francia a la XIII Biennale Internationale des Poètes. En el mismo año es invitada por la Fondation Royaumont, junto al poeta Juan Gelman -por Latinoamérica- al Seminario de Traducción de Poetas extranjeros para la traducción de su libro Agua Ebria. Entre sus publicaciones se destacan: «Fuego secreto» 1980, «Poesía para amantes», «Memoria de los espejos» en 1983, «El vampiro esperado» y «Agua ebria», traducido al francés.