El poeta Dalí Corona (D.D., 1982) nos ofrece su lectura de lo más representativo en poesía durante 2011. Es una entraga más de “La estantería. Reseñario de poesía”, un espacio que han abierto Mijail Lamas e Iván Cruz para ejercitar la crítica y diversificar las lecturas. Aquí, entre las recomendaciones, aparece “Tránsito”, de Claudina Domingo.
Lecturas.
Inicié mi año releyendo a Quasimodo. Hacía mucho que lo había querido tomar de nuevo pero los proyectos literarios me lo habían impedido. Afortunadamente estaba algo relajado de trabajo y comencé con la lectura de Y enseguida la noche, un libro editado en España por ediciones Orbis y que compré en una feria del libro en el año 99. Dese el inició entré en lo que llamo “actitud de trabajo”, los versos se van hilvanado en sentido y sonido; la colocación de los signos de puntuación están dispuestos de tal forma, que algunas líneas llegan a tener una intención doble u oculta. En su mayoría son poemas construidos sobre un eje temático: la noche, la mañana, el bosque. De un argumento, aparentemente sencillo, se va desatando el nudo del poema. El hallazgo es aquí todo el poema, cada disposición del verso está planeada para no dejar duda, ninguna palabra al azar. Se forman, entonces, poemas perfectamente circulares que en la cabeza del lector resuenan.
Luego, como quién comienza a agarrar trote, abrí una antología de Enrique Lihn que el Fondo de Cultura Económica reimprimió en México en el año 1995. No recordaba cómo había llegado a mí pero tenía unas notas internas hechas de mi puño, que me hacían pensar que era muy viejo. En la página 175 encontré un subrayado. El poema, Por qué escribí, tenía con pluma roja una nota que me hizo recordar de dónde provenía el libro. La nota decía: Atención. Deberían enseñar esto en literatura. Evidentemente el libro pertenecía a la biblioteca del Colegio de Bachilleres No 3 donde había pasado los años más terribles de mi educación. El verso marcado me recordó algo que en la modorra de las becas había olvidado: la maravilla de la emoción en la palabra. Aquí el verso:
“De la vida tomé todas estas palabras
como un niño oropel, guijarros junto al río.”
Pocas cosas me reconfortan tanto como un buen libro, y no me refiero a estar sentado en la comodidad de la casa leyendo, sino al contraste que genera la lectura en los espacios abiertos; la ciudad interrumpida por la lectura. Los autos y el smog, el ruido de la calle con su inoportuna variedad de gente desapareciendo en cada línea, en cada párrafo, en cada hoja de un libro maravilloso.
Mi amiga Claudina Domingo me había dado meses atrás su libro Tránsito, editado por Tierra Adentro a inicios de año. No lo había revisado por flojera y por temor a no comprender sus poemas. Con lo encarrilado que andaba me dispuse a leerlo. Como tengo un hijo de siete años, el tiempo que destino para la lectura o la escritura suele ser poco. Si no es en la noche, tengo que leer en los trayectos de la casa a la escuela y viceversa. Tardé un tiempo en terminarlo pero me dejó un gran sabor de boca. Los poemas del libro tocan a la ciudad de México desde su fundación hasta nuestros días, días de tianguis y cantinas. Claudina transita por la ciudad como si fueran una especie de espectro o un animal que, a baja altura, logra sentir el hedor de la calle y su ruido pernicioso, además de poder ver las suelas que la pisan. Si bien está plagado de paréntesis que a primera vista parecen colocados para distraer, me gusta pensar que lo que guardan son esas intervenciones del pensamiento que a todos nos ocurren cuando describimos algo que nos atrae de sobre manera. Como una plática en la que nuestra boca dice algo y al mismo tiempo nuestro pensamiento recula y cuestiona nuestro decir.
Como parte de mis actividades en un encuentro de escritores, me fue encargado presentar un libro de poesía de Daniel Fragoso, Escuela del Vértigo, (Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo, 2011). La presentación la escribí en una tarde, el libro lo leí en unas tres semanas. Demoré en leerlo porque algunos poemas no me quedaban del todo claros. No comprendía si era una bitácora de viaje o una descripción emotiva de su estancia en tierras españolas. Hube de leer con atención cada poema como si lo estuviera tallereando; trataba de identificar qué palabra hubiera colocado yo primero y qué verbo serviría mejor para tal o cuál poema. Al final comprendí que su libro hablaba del destierro, un destierro voluntario del que el poeta nos hacía partícipes; la soledad que genera estar fuera de casa no porque nos hayan exiliado, sino porque decidimos exiliarnos; algo así como un exilio interior. Los poemas comenzaron a revelarse luego de eso. Cada verso sujeto al siguiente y en cada imagen, la idea de que uno es extranjero no porque se encuentre fuera de los márgenes geográficos que lo vieron nacer, sino porque uno mismo decide serlo, y el reconocimiento de ese hecho deja una marca imborrable en el corazón. Para la presentación escribí unas cuatro cuartillas, pudieron ser más, pero sólo quise abordar tres poemas, aquellos que dejaron en mí la huella de ese exilio.
Siento que no perdí el tiempo. Algunas veces creo que ningún libro es una pérdida de tiempo, salvo por aquellos que al terminar de leerlos en vez de producir cuartillas o cuestinamientos, producen calma; esos, lo que me dejan el corazón en paz y en calma, suelo regalarlos. Si un libro no me hace rabiar o reventar, no sirvió. Si no me cuestiona o me replantearme ciertas concepciones instaladas en mí, lo desecho. La literatura, y en particular la poesía, tiene que ser un balazo en la sien; no está hecha para confirmarnos hechos o verdades, al contrario, está diseñada para, todo el tiempo, generar dentro de nosotros inconformidades. Una obra de arte no debe ser valorada por lo provocadora que sea, sino por lo reveladora.
Un ejemplo de esos libros fue uno que me regalaron en Toluca luego de una lectura a la que asistí con motivo del día internacional del libro. Nos aseguraron paga y una dotación de libros. Solo una parte de eso llegó. En la parte de enfrente del paquete de libros y como anunciado con fanfarrias, venía un libro de Eduardo Casar, Grandes maniobras en miniatura. El libro había sido merecedor del primer lugar en el certamen internacional de literatura, Letras del bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz, título cuasi nobiliario. Lo abrí para hojearlo y no lo solté, no por gusto sino por morbo. Si bien le había leído algunas cosas a Eduardo Casar y me parecía bueno, lo que leía en ese libro no me sorprendía en lo absoluto. Poemas predecibles, estructuras bien hechecitas, como de plomero, bien medidas y sin falla, pero nada sorprendente. Sí, por morbo leí el libro, y por suerte tenía algunos poemas buenos, pero sólo eso. Recordé una frase de Gelman acerca de Nicanor Parra, ahora tan de moda por el premio Cervantes, y que cito al bravaso y de forma no muy exacta: Hay poetas que escriben para vivir y producen grandes y bellos poemas, y aquellos que viven para escribir. En definitiva, este libro me hacía ver que, con la pena, Eduardo era de los primeros. Buenos poemas ocultos en 161 cuartillas. Buenos versos ocultos entre sus poemas.
Mi año termina con los Diarios de Fernando Pessoa, publicado por Gadir y con una traducción más bien aceptable. Lo primero es el gancho. Pessoa no tuvo diarios y si los escribió no los han hallado, lo que sí existió fueron cuadernos de notas, así que, lo que leo, son las notas de Pessoa. Pasado este bache es ampliamente recomendado. Aunque, si lo que quieren leer son la notas, y no comprar el libro, existen unas traducciones que el poeta Mario Bojórquez hace y que se puede consultar de manera gratuita en este link. https://circulodepoesia.com/nueva/2010/01/diarios-de-fernando-pessoa/.