Literatura y memoria

comodín Tony Oursler

Presentamos el ensayo “Dicho de memoria” del poeta, traductor y crítico mexicano Mijail Lamas (1979). Escribe Lamas que “El placer está relacionado entonces con la memoria, son aquellos pasajes que más nos han impactado, ya sea por su belleza o desgarradura, los que se vuelven indelebles, y a veces, como los personajes de la novela de Bradbury Fahrenheit 451, nos acompañan toda la vida”.

 

 

 

 

 

Dicho de memoria

 

 

Sentado frente a la página, pienso en explicar diversas estrategias para la difusión de la literatura, pero no dejan de venir versos a mi memoria, inicios de poemas, fragmentos, palabras detonantes. Luego vuelvo a esta página y al tema que me ocupa.

Al final los vericuetos que traza mi pensamiento me vencen y me voy  lejos de mi tema inicial, así que decido emprender por el camino largo y llegar mediante la provocación de estos versos al tema de la lectura y el placer que nos  dan los libros. Más aún, eso que queda en nuestra  memoria de ellos.

El placer está relacionado entonces con la memoria, son aquellos pasajes que más nos han impactado, ya sea por su belleza o desgarradura, los que se vuelven indelebles, y a veces, como los personajes de la novela de Bradbury Fahrenheit 451, nos acompañan toda la vida.

Se presenta ante nosotros la fascinación de lo dicho de memoria, esa manifestación que se devela como algo singular, poco común en estos tiempos, ya que hombres y mujeres de papel y tinta, seguros de nuestros respaldos electrónicos, hemos decidido confiar nuestra memoria a la seguridad del disco duro.

Como escritor anoto todo en libretas para no olvidar, me envío mails a mí mismo para no olvidar, tengo programas de notas y ficheros para recordar, y olvido todo, por ejemplo el cumpleaños de mi padre o agendar  las citas con el alergólogo.

Sin embargo, no es verdad que olvidamos todo, sabemos de memoria números telefónicos, direcciones exactas, nombres de calles de las ciudades en las que hemos vivido, además  de aquellas calles en las que nunca hemos estado y que leímos en Cortázar o en Poe. Sabemos de memoria un montón de poemas disfrazados de canciones, como el Nocturno de Acuña cantado por Chalino Sánchez.

Y es la poesía de nuevo eso que recordamos, aunque vaya disfrazada de himno, de oración o de salmo responsorial. Pero antes, me dirán, era mucho más fácil.  La poesía tenía cadencia, acentos regulares, el apoyo de la repetición fonética de la rima. Esos mecanismos, con los que muchos relacionan la poesía, están al servicio de la memoria, la preceptiva poética encargada de catalogar a cada uno de éstos, nos enseña que son esas cualidades las que permitían a los rapsodas o juglares recitar largas tiradas de versos. Imaginemos a Homero recitando durante varias noches, frente a reyes y héroes, los más de quince mil versos de la Ilíada.

¿Qué hacer con el verso libre? ¿Se puede memorizar? No siempre es fácil pero podemos intentarlo. Personalmente creo que la mejor poesía contemporánea puede perdurar en la memoria. Muchos recordamos los primeros endecasílabos de Piedra de sol o los de Muerte sin fin, incluso podemos recordar largos fragmentos de poemas de Bonifaz Nuño o Eduardo Lizalde. Tal vez porque la mejor poesía siempre conserva algo de canto, una música nueva que, si bien ya no responde del todo a la rigidez de la acentuación prosódica, la igualdad silábica y la rima, sí conserva la razón del canto.

La nemotecnia, lo consignó Monsiváis en repetidas ocasiones y recientemente José Emilio Pacheco —ambos dueños de prodigiosas memorias— fue eliminada de los programas escolares, sólo aquellos con maestros a la vieja usanza, que han tenido que participar en el grupo de oratorio, que un 16 de septiembre o día de las madres se han visto en la necesidad de recitar un poema, tienen que memorizar con sufrimiento una composición poética y además acompañarla con una serie de efusivos movimientos, que sirven como muleta para la memorización. Esta experiencia puede ser, para algunos, un trauma. Pero pasado el tiempo, con algo de socarrona alegría, no dudo que lo recuerden como algo venturoso que los acompañará toda la vida.

Se memoriza también por conveniencia, para pasar un examen, para aprenderse las tablas de multiplicar, o los estados y las capitales del país, pero también para conquistar a una mujer, así que tomamos prestados los versos de los otros. Al memorizar un poema nos apropiamos de él, y nuestra voz, nosotros mismos, nos convertimos en la vía para que ese poema trascienda, cobre vida de entre las páginas de un libro.

Finalmente la memoria es selectiva, es inventiva y cambia la disposición de los objetos de una habitación o las palabras de un poema, pero conserva, como en la traducción, el sentido de lo visto o lo expresado. La memoria es el sello de garantía de la buena literatura, la que nos hace recordar, la que nos hace volver a vivir.

 

 

 

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