Poesía mexicana joven: Hamlet Ayala

Presentamos algunos textos de Hamlet Ayala Lugo (1993) que nació en Guadalajara, Jalisco. Estudia Gestión Cultural en la UDG. Ha publicado en la revista mexicana de teatro Paso de Gato y en la Revista de la Universidad de México. Ha cursado diversos seminarios de creación literaria y periodismo cultural en Tijuana, ciudad donde reside.

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Terrores nocturnos

 

No mirar

no es cobardía

si la carne expuesta al aire nos da horrores

y una imagen con eco demónico que nos sala

las flores posibles. Pero

qué decirle al tuerto, cómo

recriminarle el punto ciego cuando

siempre está nutriéndose del plato de lo feo,

cómo atajar su negación si su empeño rema lisiado

lejos de su mitad de mundo que ha perdido,

ese mundo peor visto en pleno.

Abiertamente los dolores duelen

y son del mismo rugor al cerrar los ojos,

pero no llueve igual si no te moja,

no enronca igual el agua una garganta

sin ver al indigente escurriendo negrura

como un nuevo despojo visible

sobre su despojo evidente,

esa exaltación de lo que sigue siendo
pues ya ha sido, y ahora tiembla con temblor humano

y gruñe oscuro a la intemperie

a mitad de una vida, al final de otra, sin reniego,

pero siempre que amanece

regurgita y se emprende nuevamente

con un olor a viejo vuelto al ruedo.

 

Todo eso dentro

así aun lejos de las calles,

y uno puede refrescar, vivificar

sin proponérselo su condición lisiada,

resentir la llaga añeja con un escozor ya encanecido

que luego de estar, y de incluso olvidarse, lastima

por gracia y efecto de la memoria del cuero,

del soplo que silbó en una enramada,

la canción vuelta un hecho vuelta recuerdo vuelta lava mojada,

del humo que despida ese humedecimiento,

de una luz colada desde el patio,

de una esquina gastada en besos,

de un aire cálido imprevisto y su extrañeza,

un temblor marcando las ausencias.

 

Sin ser un remedio [nunca por nadie sugerido

porque igual no lo hubiésemos tomado], uno
finalmente se recuesta en su lecho

después de haber andado el esqueleto,

los índices guardados al calor paupérrimo de los sobacos,

y se desprende engañosamente de su suelo indejable

guardando una brizna de sentido

para el descenso momentáneo del cuerpo.

Finalmente nada puede ser eterno.

 

/Algo enturbia ese desprendimiento

antes del ensayo de la muerte;

hay un tiento al nervio, un abordaje inesperado,

una herida con nombre propio, un estertor, todo:

saltas.

 

En mitad de la noche, fuera de ti, todo silente.

En ti, su fantasma.

La cama hierve…

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Alquimia

 

Transformar un silencio

en sumergido sollozo,

ceder al punto débil de la sal que es la noche

cuando me acuerdo: ¿cómo era ver tus pies descalzos

recargados en mi sillón, tú boca abajo,

celebrando la tranquilidad de mediatarde?

Ese halo de luz que se colaba a las 4:00

era el soplo final

en la receta de tu Alquimia.

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 He querido prolongar la escena


Esa vez que me escapé

a respirar en el jadeo eterno de la costa

hallé una cortina blanquizca

velando el espectro de ese asma.

 

El pecho se me llenó de brisa

en la primera inhalación

y fue como haber renacido los ojos

la luz como nunca atravesando el iris

iridiscente.

 

Pude navegar sólo paseando

develar el camino a zancadas

ver un sol colarse

como arponeando el aire.

 

Los ecos del romper invisible

de las olas fantasmas

encontraron respuesta en mi otro pulso.

 

He querido prolongar la escena. Desde entonces

me escapo todo el tiempo.
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Quema de hojarasca

Varios cambios de piel
ha sufrido mi vida.
Cada mudanza
una cicatriz de amor,
un dolor de ausencia
que perdura…

Roberto Castillo Udiarte

La vi al fondo del bar. Una mesa despistaba la verdad del encuentro.

No había rastro de danza visible, no jugaban a mirar

o no mirar.

 

Ella ondulaba el aire con ademán de manos

[esos tesoros insalvables que nadie va a entender

en su justa dimensión]. Irse hasta el fondo

y el diálogo en voz baja

remarcaban el ámbito secreto de las cosas;
daban un marco más amplio a su foco, rodeándola de alcohol

y galantería barata.

 

Lo cierto es que la vi

y apenas la enfoqué quemé la imagen.

Todo reverberaba en torno a Ella

y todo se enturbiaba también

como visto a través del aire que hay encima de un fuego.

 

Entonces, perdiéndome otra vez entre la gente,

ardieron mis últimas escamas.

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 Rompeolas


Era el amor la casa

y un telar de borrascas

fulgor incandescente contra el cielo.

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Una alfombra de ariscado tiento

se apegaba brillante a la tersura y temblor de la epidermis;

esa cama inmensa de cristales

diminutos y ciegos

que soportaba las danzas

y el revés repetido del mar.

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Cantos en lenguas imprecisas y lúbricas

andaban contra el viento

al tacto arenado de los cuerpos en sed

imitando aquel abatimiento con descaro carnal: esa visitación

el agua del origen contra un suelo siempre nunca el mismo

donde nada persiste nada.

 

La muestra está en la sed

que acabó por tragar a sus sedientos,

los rastros del arrojo

deslavados en un solo vaivén

por la mínima espuma.

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Las aguas que azotaron la casa

— piedras rompeolas

……….que declaramos nuestras —

ya no volvieron nunca.

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Andar de ciegos

 

Nada de esto es raro

al final

nada de esto nos extraña

su agudeza insondable

membrana sorda de saber

 

imágenes convulsas

que se pierden

y al tiempo se repiten

en un borrón perpetuo

que nos viene distante a la pupila

roba la claridad

nada nos promete

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Pero cómo nos mueve

la opaca incertidumbre

una neblina pesada

que hunde nuestro andar

en algo poco claro

un día vaporoso

de noche

y sin querer.

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Condición humana

 

Aprender a callar de uno

las lenguas irredentas

que acumulan quehaceres y certezas

que evocan sonoros

taladros de habla

y gentilidad de mercaderes.

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Que nada nos delate:

quien es humano siente;

quien siente

……….vive en riesgo

y muere

por propia luz.
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Cavilación de año viejo

 

Hubo veces entonces en que las jacarandas se poblaron bellas de un violeta

manso. Fue la primavera en todo, pero primero fue en ellas,

y la acentuación nos dio pauta para asumir el humor de haberse anclado el

invierno detrás justo de todas las tardes anteriores a esa.

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Luego fueron las buganvilias (antes, o quizá después de otras tantas,

pero fueron ellas finalmente en mí por encendidas).

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Mas no fue la luz, ni el sol, ni el viento cálido augurado lo que nos abordó.

No eso sino un aire sórdido montado en niebla, rumor de ayer,

lo que nos vino desde el mar a las aceras, y hubo nubes bajas, y hubo melancolía,

y la ciudad entera encontró en sus calles algo similar a lo que puede sentirse

cuando se sienta a pensar a la orilla de un muelle.

 

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Datos vitales 

Hamlet Ayala Lugo (1993) nació en Guadalajara, Jalisco. Estudia Gestión Cultural en la UDG. Ha publicado en la revista mexicana de teatro Paso de Gato y en la Revista de la Universidad de México. Ha cursado diversos seminarios de creación literaria y periodismo cultural en Tijuana, ciudad donde reside.

 

 

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