Luis Cernuda (1904-1963), aniversario de su nacimiento

Este 21 de septiembre se cumple un aniversario más del nacimiento del poeta español Luis Cernuda, quien perteneció a la generación del 27 y vivió exilado en México hasta el día de su muerte. La labor e influencia literaria de Luis Cernuda ha tenido una gran presencia en la literatura mexicana contemporánea.

 

 

 

 

 

 

Diré cómo nacisteis

 

Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos,

Como nace un deseo sobre torres de espanto,

Amenazadores barrotes, hiel descolorida,

Noche petrificada a fuerza de puños,

Ante todos, incluso el más rebelde,

Apto solamente en la vida sin muros.

 

Corazas infranqueables, lanzas o puñales,

Todo es bueno si deforma un cuerpo;

Tu deseo es beber esas hojas lascivas

O dormir en esa agua acariciadora.

No importa;

Ya declaran tu espíritu impuro.

 

No importa la pureza, los dones que un destino

Levantó hacia las aves con manos imperecederas;

No importa la juventud, sueño más que hombre,

La sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad

De un régimen caído.

 

Placeres prohibidos, planetas terrenales,

Miembros de mármol con sabor de estío,

Jugo de esponjas abandonadas por el mar,

Flores de hierro, resonantes como el pecho de un hombre.

 

Soledades altivas, coronas derribadas,

Libertades memorables, manto de juventudes;

Quien insulta esos frutos, tinieblas en la lengua,

Es vil como un rey, como sombra de rey

Arrastrándose a los pies de la tierra

Para conseguir un trozo de vida.

 

No sabía los límites impuestos,

Límites de metal o papel,

Ya que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta,

Adonde no llegan realidades vacías,

Leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes derruidos.

 

Extender entonces la mano

Es hallar una montaña que prohíbe,

Un bosque impenetrable que niega,

Un mar que traga adolescentes rebeldes.

 

Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte,

Ávidos dientes sin carne todavía,

Amenazan abriendo sus torrentes,

De otro lado vosotros, placeres prohibidos,

Bronce de orgullo, blasfemia que nada precipita,

Tendéis en una mano el misterio,

Sabor que ninguna amargura corrompe,

Cielos, cielos relampagueantes que aniquilan.

 

Abajo, estatuas anónimas,

Sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla;

Una chispa de aquellos placeres

Brilla en la hora vengativa.

Su fulgor puede destruir vuestro mundo.

 

 

 

Si el hombre pudiera decir

 

Si el hombre pudiera decir lo que ama,

Si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo

Como una nube en la luz;

Si como muros que se derrumban,

Para saludar la verdad erguida en medio,

Pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor,

La verdad de sí mismo,

Que no se llama gloria, fortuna o ambición,

Sino amor o deseo,

Yo sería aquel que imaginaba;

Aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos

Proclama ante los hombres la verdad ignorada,

La verdad de su amor verdadero.

 

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien

Cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;

Alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,

Por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,

Y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu

Como leños perdidos que el mar anega o levanta

Libremente, con la libertad del amor,

La única libertad que me exalta,

La única libertad porque muero.

 

Tú justificas mi existencia:

Si no te conozco, no he vivido;

Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

 

 

 

A un muchacho andaluz

 

Te hubiera dado el mundo,

Muchacho que surgiste

Al caer de la luz por tu Conquero,

Tras la colina ocre,

Entre pinos antiguos de perenne alegría.

 

¿Eras emanación del mar cercano?

Eras el mar aún más

Que las aguas henchidas con su aliento,

Encauzadas en río sobre tu tierra abierta,

Bajo el inmenso cielo con nubes que se orlaban de

rotos resplandores.

 

Eras el mar aún más

Tras de las pobres telas que ocultaban tu cuerpo;

Eras forma primera,

Eras fuerza inconsciente de su propia hermosura.

 

Y tus labios, de bisel tan terso,

Eran la vida misma,

Como una ardiente flor

Nutrida con la savia

De aquella piel oscura

Que infiltraba nocturno escalofrío.

 

Si el amor fuera un ala.

 

La incierta hora con nubes desgarradas,

El río oscuro y ciego bajo la extraña brisa,

La rojiza colina con sus pinos cargados de secretos,

Te enviaban a mí, a mi afán ya caído,

Como verdad tangible.

Expresión armoniosa de aquel mismo paraje,

Entre los ateridos fantasmas que habitan nuestro mundo,

Eras tú una verdad,

Sola verdad que busco,

Más que verdad de amor, verdad de vida;

Y olvidando que sombra y pena acechan de continuo

Esa cúspide virgen de la luz y la dicha,

Quise por un momento fijar tu curso ineluctable.

 

Creí en ti, muchachillo.

 

Cuando el mar evidente,

Con el irrefutable sol de mediodía,

Suspendía mi cuerpo

En esa abdicación del hombre ante su dios,

Un resto de memoria

Levantaba tu imagen como recuerdo único.

 

Y entonces,

Con sus luces el violento Atlántico,

Tantas dunas profusas, tu Conquero nativo,

Estaban en mí mismo dichos en tu figura,

Divina ya para mi afán con ellos,

Porque nunca he querido dioses crucificados,

Tristes dioses que insultan

Esa tierra ardorosa que te hizo y deshace.

 

 

 

Birds in the night

 

El gobierno francés, ¿o fue el gobierno inglés?, puso una lápida

En esa casa 8 Great College Street, Camden Town, Londres,

Adonde en una habitación Rimbaud y Verlaine, rara pareja,

Vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron,

Durante algunas breves semanas tormentosas.

Al acto inaugural asistieron sin duda embajador y alcalde,

Todos aquellos que fueran enemigos de Verlaine y

Rimbaud cuando vivían.

 

La casa es triste y pobre, como el barrio,

Con la tristeza sórdida que va con lo que es pobre,

No la tristeza funeral de lo que es rico sin espíritu.

Cuando la tarde cae, como en el tiempo de ellos,

Sobre su acera, húmedo y gris el aire, un organillo

Suena, y los vecinos, de vuelta del trabajo,

Bailan unos, los jóvenes, los otros van a la taberna.

 

Corta fue la amistad singular de Verlaine el borracho

Y de Rimbaud el golfo, querellándose largamente.

Mas podemos pensar que acaso un buen instante

Hubo para los dos, al menos si recordaba cada uno

Que dejaron atrás la madre inaguantable y la aburrida esposa.

Pero la libertad no es de este mundo, y los libertos,

En ruptura con todo, tuvieron que pagarla a precio alto.

 

Sí, estuvieron ahí, la lápida lo dice, tras el muro,

Presos de su destino: la amistad imposible, la amargura

De la separación, el escándalo luego; y para éste

El proceso, la cárcel por dos años, gracias a sus costumbres

Que sociedad y ley condenan, hoy al menos; para aquél a solas

Errar desde un rincón a otro de la tierra,

Huyendo a nuestro mundo y su progreso renombrado.

 

El silencio del uno y la locuacidad banal del otro

Se compensaron. Rimbaud rechazó la mano que oprimía

Su vida; Verlaine la besa, aceptando su castigo.

Uno arrastra en el cinto el oro que ha ganado; el otro

Lo malgasta en ajenjo y mujerzuelas. Pero ambos

En entredicho siempre de las autoridades, de la gente

Que con trabajo ajeno se enriquece y triunfa.

 

Entonces hasta la negra prostituta tenía derecho de insultarles;

Hoy, como el tiempo ha pasado, como pasa en el mundo,

Vida al margen de todo, sodomía, borrachera, versos escarnecidos,

Ya no importan en ellos, y Francia usa de ambos nombres y ambas obras

Para mayor gloria de Francia y su arte lógico.

Sus actos y sus pasos se investigan, dando al público

Detalles íntimos de sus vidas. Nadie se asusta ahora, ni protesta.

“¿Verlaine? Vaya, amigo mío, un sátiro, un verdadero sátiro

Cuando de la mujer se trata; bien normal era el hombre,

Igual que usted y que yo. ¿Rimbaud? Católico sincero, como está demostrado.”

Y se recitan trozos del “Barco ebrio” y del soneto a las

“Vocales”.

Mas de Verlaine no se recita nada, porque no está de moda

Como el otro, del que se lanzan textos falsos en edición de lujo;

Poetas jóvenes, por todos los países, hablan mucho de él en sus provincias.

 

¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?

Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable

Para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella,

Como Rimbaud y Verlaine. Pero el silencio allá no evita

Acá la farsa elogiosa repugnante. Alguna vez deseó uno

Que la humanidad tuviese una sola cabeza, para así cortársela.

Tal vez exageraba: si fuera sólo una cucaracha, y aplastarla.

 

 

Despedida

Muchachos

Que nunca fuisteis compañeros de mi vida,

Adiós.

Muchachos

Que no seréis nunca compañeros de mi vida

Adiós.

 

El tiempo de una vida nos separa

Infranqueable:

A un lado la juventud libre y risueña;

A otro la vejez humillante e inhóspita.

 

De joven no sabía

Ver la hermosura, codiciarla, poseerla;

De viejo la he aprendido

Y veo a la hermosura, mas la codicio inútilmente.

 

Mano de viejo mancha

El cuerpo juvenil si intenta acariciarlo.

Con solitaria dignidad el viejo debe

Pasar de largo junto a la tentación tardía.

 

Frescos y codiciables son los labios besados,

Labios nunca besados más codiciables y frescos

aparecen.

¿Qué remedio, amigos? ¿Qué remedio?

Bien lo sé: no lo hay.

 

Qué dulce hubiera sido

En vuestra compañía vivir un tiempo:

Bañarse juntos en aguas de una playa caliente,

Compartir bebida y alimento en una mesa.

Sonreír, conversar, pasearse

Mirando cerca, en vuestros ojos, esa luz y esa música.

 

Seguid, seguid así, tan descuidadamente,

Atrayendo al amor, atrayendo al deseo.

No cuidéis de la herida que la hermosura vuestra y

vuestra gracia abren

En este transeúnte inmune en apariencia a ellas.

 

Adiós, adiós, manojos de gracias y donaires.

Que yo pronto he de irme, confiado,

Adonde, anudado el roto hilo, diga y haga

Lo que aquí falta, lo que a tiempo decir y hacer aquí

no supe.

 

Adiós, adiós, compañeros imposibles.

Que ya tan sólo aprendo

A morir, deseando

Veros de nuevo, hermosos igualmente

En alguna otra vida.

 

 

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