Presentamos una muestra de Xóchitl Niezhdanova (Puebla, Puebla. 1965). Ingeniera de profesión con maestría en Ingeniería Estructural. Su labor como poeta ha recorrido los últimos años de su vida, siendo autora del poemario Lírica del desconcierto (Alcorce Ediciones) publicado en 2016. Ha sido también traductora de textos empresariales, al idioma inglés y francés. Su cercanía con las problemáticas sociales, la han llevado a colaborar con distintas ONG´s, dentro de las que destacan el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
MORBIDEZ DEL ATAVISMO
Se desliza por túneles de lava.
Olfatea febril, subterráneo,
gira al ritmo de un ritmo más lejano.
Corrompe el circuito de la noche.
Su ola de tentáculos pervierte el sueño,
calienta con hilo de su aliento el aire,
se delezna en la sangre y la subleva,
hace del vientre su refugio de los labios.
Con punta de esmeril el ansia orada,
la degrada a mustios reflejos de carne, desasosiego.
En el filo de sus fauces el cuerpo fulgura,
se desfiguran las formas entre los colmillos de su lascivo embate.
El deseo: péndulo que oscila en el sexo cavernoso de la noche.
En el lecho, la silueta sola, filtro de células, decanta miedo,
los tentáculos se entrelazan
con la respiración preñada de una sombra.
Brama la tierra.
Latigazo en la médula:
unos ojos abiertos tantean en el vacío la ausencia de los cuerpos.
PROVIDENCIA
El Platanar caliente de hojas lobuladas
lanza su sombra vulgar sobre la ciénega:
lago putrefacto donde vegeta mi alma,
ahogada por las células macilentas de mi cuerpo.
La malaria encima su tufo incitando al órgano,
y un hervidero de palúdicos moscos se posa sobre composta acre.
Diez millas en círculo viaja mi mente mórbida,
por doquier la muerte ensombrece.
Un esqueleto descarnado pende de marchitas lianas,
y los peces exhiben sus vientres hinchados al sol calcinante de la tarde.
Llegué a este fin de mundo a reclamar mi fracción de cielo
a morir despacio, a cuenta gotas,
en el relente de la noche infestada de olores y llantos de abandono
Merezco también una muerte
mi parte de aberración en harapos
mi porción de sangre negra, de felicidad malsana
mi pertenencia de humanidad sin péndulo
Lamer mis excrecencias al borde de un peñasco
encerrada en mi clarividente idiocia
liberada de trascendencia
Roer mi ríspida rutina en espasmos del cuerpo y el espíritu
olvidada del mundo
escupida por el creador de lo creado
con linfa de mi cuerpo escurriendo en un espacio ajeno a los prodigios
Elegí morir en esta tierra cercenada a golpe de machete
y merezco la muerte sin rituales ni falsas dilaciones
compartida con los hermanos de esta insensatez
sin jerarquías.
SE ESCUPE, DESCUELGA O ABANDONA
Te puedo escriturar en la declinación del día
de espejos y torres marginales.
Volver a saberte con cilios de mar
y sexo avellanado.
He de dormir. No obstante, el sueño de las vírgenes,
la pesadilla del ser contenido en un abstracto,
en una noción conmocionada.
Porque no puedes, no habrás de amarme.
Porque la muerte sólo se imagina,
y se enturbia su materia de caos,
con el goce instantáneo de un suspiro.
No se abarca, no se contiene,
y no hay forma capaz de aprisionarle
la multiforme faceta del indicio.
Se escupe, descuelga o abandona,
con las vísceras al viento, al pie de un cepo estéril,
sobre un cadáver corrompido,
sobre el fuego de pajas pulverizadas del desierto.
Carroña: se abandona, se escupe, o se descuelga.
Pero no se le inventa un cuerpo y se le parte en dos
con la cuchilla de arena del placer brutal y mancebo.
No se le ama hasta el extremo morado del empeine,
no se le guardan las noches encrestadas de rituales,
en los labios de una sirena antropófaga.
Por eso, muerte yo, te sueño.
Fabrico la materia impoluta de tu cuerpo besado por mí,
sostenido en mí, largo en mí; muerte.
Sólo entonces me fecundas y duplicas,
mueres más en mi: lejos, falso, inocuo y negado.
Me provocas abortos de miedo.
No soy en ti, en nadie soy y me consumo, sino en mi propia muerte.
Mis infinitos los conservo para la ciega lobreguez de una noche,
mis tiempos sincopados para el mar que acabará abarcándonos,
mis supersticiones para la madrugada menos joven y más sola,
mis semillas de origen para el niño hambriento de mi locura.
No me renuncias.
Yo soy la muerte irrenunciable,
te renuncio.
No me abandonas.
Los pasos circulares de mi vida
jamás aprendieron a arribarte,
se recrean la unicidad tan sólo.
Estás sobre mi palma dos silencios,
y mi puño no la impulsará a cerrarse.
No estás en ella, estás en todas partes,
porque yo no soy en ningún lado.
ANGUILA DE METAL
Pálida olvida todo,
se abre hacia los cuatro vientos de la cúpula.
Un dinosaurio vítreo emerge.
Invade el azul cornisa de salones de blues y vodeviles,
divanes de humo, listones rotos,
charlestón y jazz apolillado.
Un bajo suena su bramido ronco,
arrastra extramuros un tiempo sin compás,
de esta hora de ahora, desierta y sincopada.
Él le destina su abrazo de llovizna, despabilado y puntual,
para el amor de gaviotas al vuelo, de salmodias:
amor de escalpelo y souvenires, fermentado en los aljibes de la creación.
/Anguila de metal/ comienza la ascensión
de su sexo tornasolado
por la curva escaramuza de pez.
Entumecido duerme en su seno,
que lanza su trazo de sal,
hacia la tarde de ingles descubiertas.
Le muerde el sopor adventicio con toque de tarántulas:
turba de ónix y de sándalo,
en medio de erupciones de tentáculos.
La punta de su yema cíclope
sella el intento de un beso que se postra,
y desmaya su embriaguez,
en la insolación de su mano que vaga y desdibuja,
el trazo de polvo de los labios.
Vuelve la tarde a separar los muslos cobrizos del ocaso:
fruto de hervores y lagunas, calcinado por el cilindro enhiesto de la noche.
CAEN GOTAS, CAEN GOTAS DE SANGRE
Caen gotas, caen gotas de sangre,
véolas llover las infames,
sobre, delante de mis ojos.
Incrementan su estupor, su desangramiento de cielos.
Me van abandonando la presencia, por lívidas venas bifurcada.
Secas, las gotas de mis órbitas,
se crispan en el calor violento de mi cuerpo en sangre.
Abro una grieta antiasfixia en él: el muro himen de las dimensiones.
Una polea de quinientos caballos me estrella en carrera de luz,
contra los siglos obscuros del pasado.
La lanza fina y plateada del ahora, hurga,
nos obliga los labios a vibrar de espanto
en el conjuro de un para siempre en yecto;
con su punta de lanza emponzoñada.
Revienta las células contaminadas
por el sueño estentóreo que niega, desafiante,
la sobrevivencia en un ámbito de causalidades
a las que escapa el violento poderío del efecto.
La sangre general arrastra mi sangre.
Nutre la tierra de las vicisitudes,
cubre el planeta con espacio de concha,
encierra su trampa de tiempo.
Se olvidan los seres que la vida no es un sueño,
que no puede sugerirse el otro mundo.
De las posibilidades infinitas,
una sola vendrá a morir en cada uno.
Las otras se condensan en esferas que
aguardan a aquel que rompa,
por algún desvarío de creación,
la membrana coloidal de lo posible.
Es ya la superficie del mundo,
hervidero de bocas abiertas, asomadas,
de cráneos dispersos y violáceos como coágulos.
De manos hundidas en sanguíneo coloide,
a causa del siniestro diluvio,
que ha dejado inertes las venas del espacio.