Poesía panhispánica No. 11: Jacobo Rauskin

En nuestro tiempo postutópico, el tiempo de la poesía panhispánica, continuamos la revisión de la pluralidad de pasados desde la que escribimos y leemos poesía. Presentamos a una muestra de Jacobo Rauskin (Villarrica, 1941). Reside en Asunción. Su obra poética, iniciada en plena juventud, se caracteriza por la inmediatez del sentimiento y de la reflexión, por la emoción, la reticencia, el humor y la denuncia. Ha  escrito una veintena de libros. Algunos de los recientes son Las manos vacías (2010 ), Los años en el viento (2008) y Espantadiablos (2007). Poeta renovador, en quien se observa un permanente trabajo en la actualización de los paradigmas de la poesía de inclusión social, obtuvo, en 2007, el Premio Nacional de Literatura. Ha recibido también otros importantes reconocimientos nacionales e internacionales.

 

 

 

Para nombrarte

Yo te llamo arroyito aunque te llames

de un modo dulcemente diferente.

Y te llamo arroyito porque tienes

un poco de mi sol y de su suerte:

lucir y demorarse entre las flores

humildes y pequeñas y silvestres.

¿Y entonces, dí, qué más, qué más entonces?

 

 

 

La niña de los mangos

 

Hoy las hojas no son sino la imagen,

perdón, sonora

de la siesta y de un cántaro

a orillas de una sombra.

 

Caen, caen los mangos

y se acerca una niña cuyo nombre ya no ignora

el ángel de su andar. Mira.

Ve los mangos.

 

Desnuda,

con sueño, confusa y aturdida

va por ellos.

 

Gira.

Gira y en sí misma se demora

si, cayendo, 

entre frutas y a la siesta abandona.

 

Lo sé.

 

¿Lo sabía?

Lo recuerdo

a orillas de una sombra

y en la siesta de los mangos.

 

La infancia duerme como fruta

y como árbol tiembla, despertando.

 

 

 

Afinidad

 

Sucede con amor la luna

y se desnuda.

Muy parecidamente,

sucede con amor mi estrella.

De idéntica manera,

sucede la mujer amada.

Sucede así su cuello en mí,

vampiro delicado.

Y los labios de arriba y los labios de abajo.

Y las piernas que la sostienen

sosteniendo también mi emoción.

 

 

 

Preludio

 

Busca y busca el amor una palabra

y la encuentra en los bordes del silencio.

Tiemblan las hojas, pero calla el viento.

 

 

Ella

 

El aire, el aire dulce,

el aire que la ciñe como a tallo.

Flor entreabierta, flor de blusa blanca,

flor de pies momentáneamente descalzos.

El cielo suelta estrellas, el viento sigue su camino

y, como siempre, rueda la luna en busca de un poeta.

Si pregunta por mí, alguien tendrá que decirle

que no estoy, que soy feliz en un encantamiento

que tiene el nombre de la mujer amada.

Sus ojos dicen lo que sus labios callan,

su cabellera se derrama en mi mano

y un beso encuentra su lugar

en el pequeño cuenco que hace el cuello cerca de la oreja.

 

 

 

El torbellino

 

A manera de glosa para

Venhase perder nesse turbilhao

 

Soy un vate sin vaticinio.

A ratos, consejero sentimental.

Eso, eso es lo que soy.

Y la gente, generalmente,

no sigue los consejos de alguien como yo.

No sé si los desprecian, no los siguen.

Y usted, que oye mi programa

o no lo oye porque ya tiene

apagada la radio a medianoche,

evite caer en tan común error.

No lo conozco, pero, venga, lo invito

a perderse en ese torbellino

del que hablábamos hace un instante.

Mire que el amor es cosa seria.

Mire que a cualquiera lo deja medio muerto,

casi vivo, tonto y medio.

Si usted no se pierde en ese torbellino,

irá a parar a un médico.

El torbellino salva, créame,

a quien en él se pierde.

Lo salva de perderse afuera,

donde no pasa nada,

donde no hay una sola mujer que valga,

donde las horas, si no son cadavéricas,

son nadaquevéricas. Oiga,

la contradicción es sólo aparente.

El torbellino salva, el remolino también.

 

 

 

Una carrera en Washington

 

Notable diplomacia sin secretos.

Inevitable desembarco a la vista.

Ultimátum es visa, portavoz

es prologuista de portahelicópteros.

Esposa, dos hijos, un gato persa, libros.

Un día la escena cambia sin que nadie sepa

decir por qué o por qué tan de repente

Puerto Príncipe es un fracaso y Beirut un caos.

Se intenta algún arreglo según la prensa.

Y los ojos de la censura parpadean.

No hay datos disponibles

en términos de público despacho.

“No es cuestión de mapas, es la carrera,

se trata de poner buena voluntad, nada más”.

Así decía el hombre y se ajustaba los lentes

que, redondísimos, iban bien, a su manera,

con el óvalo del rostro y la escultórica

cabeza ovoide intensamente blanca.

Clases y conferencias aliviaban,

siquiera en algo,

su temprano retiro del servicio.

Yo lo escuché una tarde en Baltimore,

entre un homenaje a Poe y una visita

a no recuerdo qué museo local.

 

 

 

El aprendiz 

 

Un año es hoy el puerto que la nave toca.

El puerto es una lluvia con mástiles.

Mejor no hablemos de la nave,

hablemos de esta lluvia de ayer

que todavía cae en la ventana.

El aprendiz oye a la lluvia,

la mira como ella quiere que la miren.

Así como los árboles son lluvia con hojas,

el aprendiz se siente lluvia con zapatos:

va pisando una mezcla de barro y sueño,

una promesa del paraíso.

Entre fusiles y desfiles y lápices y goma

de borrar borradores de un poema,

sin vocación para las armas

donde un joven, si es pobre y no es soldado,

es poco menos que un fantasma,

el aprendiz aprende a leer, realmente,

a leer una carta escrita por la lluvia.

Se fue la lluvia, queda la carta.

Se fue el silencio, caen las hojas

del calendario en una película.

Escena inevitable, la del calendario.

Las hojas caen, dejan ver los números,

los nombres de los días y los meses.

Así es como se entera el espectador.

De algo está seguro el viajero,

no es un espectador de sí mismo.

Vuelve siempre que puede

a la ciudad de la ventana en la lluvia de ayer,

a un país del amor y su gente,

gente oscura, sin suerte en el juego.

Vuelve y con él volvemos

a una joven de cabecita linda,

de mirada vacante y de corazón acéfalo.

Él la quiere, ella baila en el teatro.

Hay un café cerca del teatro.

Ahí, los justos en una mesa, el injusto en otra.

El joven no saluda al injusto.

Todo se explica por sí mismo,

dice a sus compañeros, menos la injusticia.

Los años son a su ningún oficio

lo que los siglos a una hormiga.

Hoy dice ser un viejo aprendiz de poeta.

Y puesto que vivir es misterio suficiente,

no quiere para sí la certidumbre

del fuego que ya fue.

En eso anda,

en robar otro fuego para después firmarlo.

 

 

 

Hojas del Jejuí

 

1

 

Y luego de la quema de la casas

que ardieron como rastrojos,

quedó la estirpe de un hombre a la intemperie.

Sólo entonces se alejaron los soldados.

Muchos años después, ni olvido ni memoria

encuentro en el silencio de ese viejo

sentado en un cajón que fue de frutas,

sentado en medio de la verde nada

que el rico llama campo

y el pobre llama lote, con acierto.

Ahí lo veo, más que dudoso propietario

de otro nuevo lote demencial

de los que ahora entrega el gobierno.

El viejo nos dice buen día

a un funcionario, a un periodista,

a mí, que oficialmente no existo.

En realidad, no es un saludo.

Creo que el viejo quiere decirnos

que el arado es el padre de la artrosis.

Volver a la utopía para encontrarme con la historia.

Volver a la utopía para oír el silencio de un hombre.

 

 

2

 

Yo no entiendo la historia que me toca vivir,

pero entiendo a los ríos

y me gusta este lento, cansado y lento Jejuí.

Un río hermoso para no tomar fotografías.

Un río bueno para sacarse los zapatos

y hacer prontamente las paces

con encarnadas uñas y plantales callos;

un río para mojar en él los pies;

para entrar en él con un resto de jabón en la mano

y bañarse al modo lugareño,

bañando también al caballo y a los niños,

bañando el atardecer sucio en el agua,

bañándonos en el agua del río que somos,

que fuimos y seremos. 

 

 

3

 

El río y yo sabemos algo.

Los dos sabemos que andar cansa.

Los dos llegamos tarde al mismo rayito de luna.

Los dos llegamos tarde al mismo sapo,

al caballo que mira las aguas

y no sabe que el río es una presencia póetica

como el sapo, el rayito de luna, como él mismo.

Ese hermoso caballo inocentemente se mira

en el dudoso espejo de la noche en el río.

 

 

 

El ribereño

 

Yo sé de tragos, de pescado entiendo,

de modo que no digas que no es mía

la sed que me renuevan cada día,

con hambre que, al saciarse, va creciendo.

 

Por eso, insisto, insisto, repitiendo

los tragos y los platos que quería.

Querré mañana lo que yo pedía

ayer, cuando me iban conociendo.

 

Pero un instante hay que, siendo mío,

no es hambre, no, ni sed que fuego fuese,

ni es manso transcurrir de un río amigo.

 

¿Será ese instante la ilusión de un río

que oscuramente aún nos embelese ?

Espero a la sirena aquí contigo.

 

 

 

Pequeño coro de bebedores de cerveza

La eternidad es un descuido permanente.

No teníamos la menor idea

de los innumerables días.

Para nosotros, eran como frases hechas.

Nada sabíamos de los meses:

mayo era igual a junio.

Y sabíamos mucho menos

de los muy bien contados años

que son la distancia entre dos fechas

enlazadas por un guión. De todos modos,

el guión entre dos palabras o fechas

es un signo que indica

algo así como un casamiento por interés.

Leíamos un solo periódico,

un pasquín lamentable, mentiroso.

Y, poco a poco, sorbo a sorbo,

bebíamos cerveza cuando la sed nos juntaba.

Éramos tres o cuatro bebedores de cerveza.

Eso éramos, eso.

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