Nuevas poéticas de Bogotá I

Leemos algunas poéticas de nuevos autores de Bogotá. El Taller Distrital de Poesía de IDARTES en Bogotá del año 2020 dirigido por el poeta Federico Díaz-Granados fue un espacio que permitió que un grupo de lectores y escritores de poesía se reunieran durante más de 20 sábados en sesiones de cuatro horas a reflexionar sobre el oficio de la poesía en los días que corren y a partir de allí reconocer a algunos de los más importantes registros de la poesía contemporánea y escribir algunos textos a partir de algunos temas y ejercicios. De súbito, luego de seis sesiones presenciales empezó la pandemia y con ella los encierros y confinamientos y este taller tuvo que dar el paso a la virtualidad. Y a partir de ese momento se convirtió en un espacio de refugio, de compañía, de encuentro y celebración que permitió a sus participantes sobrellevar ese momento difícil y tan incierto del mundo. A partir de la lectura del ensayo El Taller Blanco de Eugenio Montejo decidieron llamar así a este grupo. La tarea final era escribir un Arte poética en prosa o en verso y el resultado es esta muestra que publica Círculo de poesía.

 

 

 

 

 

 EJERCICIOS DEL TALLER DISTRITAL DE POESÍA DE IDARTES 2020 EN BOGOTÁ

EL TALLER BLANCO  – ARTE POETICA –  (I)

 

 

 

 

LUCÍA VARGAS CAPARROZ

 

ARS POÉTICA

Podría ponerme a explicar cosas que no entiendo: tratar de nombrar la poesía, la metáfora, la rima, el tono o la cadencia, jugar a saber. Pero no. Mi abuelo me enseñó que las cosas demasiado grandes en la vida se explican con simplezas. Creí que escribir mi propia poética sería una tarea de años, de toda la vida – ¿cuánto tiempo nos lleva nombrar las cosas? – pero me di cuenta de que esta poética no es ni será “La” poética. Es una poética, porque se trata de lo que puedo decir hoy. Ni más ni menos.

Si tuviera que explicar a qué suena la poesía, diría que hoy suena como un canto. Escucho a los pájaros despertar cada mañana y me imagino que eso que dicen es poesía, escucho al vendedor de aguacates pasar y me imagino que su grito es poesía. Escucho el ladrido de un perro que vio algo sorprendente, el ronroneo de un motor arrancando, la risa de una mujer que conversa por teléfono y digo sí, abuelo, siempre tuviste razón. La poesía es ese sonido vital que nos levanta de la cama y nos impulsa a seguir despiertos, la vida que continúa, como cuando te escuchaba trabajar en tu taller desde temprano y sabía que el día había iniciado.

Si mi abuelo estuviese acá conmigo hoy y me mostrara qué es la poesía, seguro abriría esta ventana. Tendría que levantarme en sus brazos -porque si estuviera hoy acá, yo volvería a ser niña de repente- y señalaría lejos, con el brazo extendido hacia las montañas. “¿Qué ves?” me diría, “árboles”, “¿y detrás de los árboles?”, “casas”, “¿y detrás de las casas?”, “montañas”, “¿y detrás de las montañas?”, me reiría bien fuerte, como si me hubiese hecho cosquillas, “no, abuelito, hasta allá no llego”. Me bajaría, se arrodillaría y me miraría a los ojos, “pensá, ¿qué hay detrás de las montañas?”, lo miraría seria, pensativa, “no sé, abuelo, qué se yo qué hay”, le diría como cuando me enojaba. “Entonces cerrá los ojos, ¿qué crees que hay detrás de las montañas?” Si alguien nos viera desde afuera, descubriría nuestros cuerpos empequeñecidos, replegados por el juego, vería que te hago caso, cierro los ojos y enseguida sonrío. Abuelo, siempre tuviste razón, poesía es lo que sé que existe y no veo. La poesía es un acto de fe.

Abuelo, sé que estás acá. Contame del tiempo que pasó entre aquella última vez que nos vimos y esta, contame de los sueños en los que aparecés y jugás a las escondidas conmigo, contame por qué cada vez que te pienso el mundo se vuelve otra cosa. Abuelo, ¿podrías explicarme todas estas cosas que no entiendo? ¿Qué tan fuerte tengo que cerrar los ojos para quedarme allá, lejos, detrás de las montañas, imaginando con vos? Abuelo, ¿sos vos en la madera que rechina por las noches? ¿en el olor a humo que a veces entra por la ventana? Ese olor tan parecido al de tu taller. Explicame, abuelo, explicame qué hago arrodillada frente a la ventana ahora, con los ojos cerrados y sintiendo tus manos en mis hombros. Explicame cómo, si vos ya te fuiste hace rato, pero seguís viniendo. Seguís sonando, seguís oliendo.

Que sí, que podría ponerme a explicar cosas que no entiendo: la poesía, la metáfora, el verso y la rima. Pero no quiero, nombrar las cosas lleva mucho tiempo. Y lo que es demasiado grande prefiero que lo nombre él, que sí sabía de grandeza.

 

 

MARÍA ANGÉLICA PUMAREJO

 

LA POESÍA LLEGA COMO LA BRISA

 

Pensé en la poesía siempre como la brisa en el Caribe, que llega cuando es tiempo, así que de nada vale que las palmeras estén cansadas de escurrirse hacia abajo, o las pieles sudadas de los transeúntes que recorren el malecón implorándola, o el reclamo de los niños que quieren ver girar sus ringletes de colorinches. Las brisas llegaban en diciembre, dijo Marvel Moreno. Un mes en el que empezaban a llegar las buenas cosas para terminar el año. Con la brisa también se pintan las casas y los patios quedan limpiecitos, como para dejarla pasar sin tropezones ¿Has visto como queda el patio cuando se barre con un escobajo de esos de paja? De pronto no queda ni una hoja seca, apenas deja los retoñitos que vienen por ahí, o los crotos ya grandes o los helechos. Hasta las hormigas se desaparecen bajo el rastrillo del escobajo. Los patios se limpian para recibir la brisa, de lo contrario causaría un gran alboroto metiendo todo lo que se encuentre a su paso al interior de la casa o en las casas ajenas.

La poesía, como la brisa, llega. Como todo lo que se ha esperado desde el corazón. Vendrá, pese al miedo de ese corazón. A veces se detiene con su ansia. Ojalá la escritura nos revelara desde el primer instante los márgenes entre lo incontenible de la voz interior, la intución de lo que de esa voz vale la pena, los entresijos de la razón y la contención más pura. En esa baraja, como si fueran múltiples personalidades, se debate el poeta frente a su creación. Cuando el poema ya está escrito, su creador sabe si viene de su adentro, si había definido ya un pedazo de su ser, pues la poesía es definición. Y para honrar esa definición habrá primero que saberse. Sin embargo, en la poesía el conocimiento de sí mismo no está relacionado con las razones que muestra el yo, lo que soy, lo que represento, lo que quiero. Más allá de esto, el conocimiento debe rebuscar en la autenticidad y en la honestidad. Libre de posturas que respondan al exterior, el poeta tendría que hacerse con aquello que encuentra en su interior de manera diáfana, es decir de esa manera en que no cabe la mentira, ni barnices. Por eso la poesía viene de la soledad, que no es aislamiento de los otros, sino el acto de comulgar consigo mismo.

Quien mejor le habla al poema es el silencio. Dejar el poema sobre la mesa, sin insistir en respuestas o gestos, es dejar que el silencio lo tome por su cuenta y luego revele su esencia. A veces, cuando se vuelve sobre el poema guardado, ya no somos los mismos, se ha roto el sentido inicial, se ha diluido  incluso la emoción profunda de la que surgió, se ha velado la imagen.  Si todo eso pasa, o si algo de esto pasa, entonces el poema mismo dirá su adiós y el poeta sentirá alivio o tal vez rescatará un verso como un pétalo de rosa de esos que aparecen en los libros con un intenso perfume. Surgirá el verdadero poema, el repetido, el corregido, el contenido, el pleno de sentido, el auténtico, el honesto. Vivirá fuera del poeta, en los estrados de lo universal, por lo cual será alimento para saciar hambres ajenas.

Si hemos sabido barrer, cuando llegue la brisa no perderá su fuerza intentando llevarse objetos inútiles, ni tendrá interrupciones. La brisa será el poeta, con su voz y su poesía.

 

 

 

 

LUIS CAMILO DORADO

 

CANCIÓN DE LOS PRIMEROS DÍAS

El mundo aún era silencio, cuando Dios pronunció la palabra luz y las galaxias invisibles palpitaron para abrazar la oscuridad del universo.

En el principio, la música de la deidad descubría praderas bajo la líquida extensión de la tierra, aves y cetáceos de vocablos desconocidos, eran pronunciados una sola vez para emerger del silencio. Para el hombre no hubo palabra, solo un hálito de vida para su cuerpo de polvo.

Sin más lenguaje que un sonido de pájaros y agua, el hombre improvisa en el huerto sus primeras oraciones, piensa en como nombrar correctamente a cada insecto. Frente a su asombro, solo tiene las palabras para señalar aquello que desconoce y con ellas dice: molusco, gallinazo, bisonte, caimán, pero queda sin nombrar la contracción del caracol hacia su concha o la fuerza oculta en el pelaje de un Bison que corre, para reagruparse a su manada. Así, el hombre puebla el silencio de la tierra que lo habita y pasa días nombrando el viento o la fruta madurada, para evitar el olvido o el cruce de vocablos en su memoria virgen; descubre en su tarea, que hay algo de Dios en las hormigas que buscan la carnosidad del mango y las señala sin precisar el nombre exacto para ellas. Hay días en que los nombres no llegan y el animal desaparece lento en las estepas con su significado aun oculto. 

El cerdo en sus orígenes fue llamado barro y las aves llevaron el nombre de aire en sus primeros vuelos, luego fue necesario renombrarlos con calificativos más precisos. (Porque había animales que era ineludible darles un primer nombre en la tarde y otro en la mañana para finalmente abandonarlos) 

La primera pareja sobre la tierra, pensó que los intentos repetidos del mar por abrazar la arena necesitaban un nombre como todo lo creado, así llego la ola sobre la palabra orilla, que luego se convertiría en oleaje, esa misma palabra que se perdía a la distancia fue necesario extenderla y cubrir con ella la línea que dividía las aguas de los cielos. Así apareció el horizonte y un nombre diferente para indicar la aparición de los astros, otro para las tardes y las diferentes formas climáticas del génesis. 

La mayoría de seres podían ser recordados por algún vocablo, salvo algunos depredadores nocturnos o aquellas criaturas invisibles en la profundidad de los abismos oceánicos. Esa era la tarea del hombre en un comienzo antes de labrar la tierra, liberar el significado de las cosas, no era suficiente nombrarlas solamente, las palabras son apenas la respiración de lo que vemos; Hay un ejemplo en la palabra nube que aunque tiene algo de ingrávido, no es tal ligera como ese cuerpo cambiante de aire que se diluye o se condensa al final del día, por eso es necesario juntar palabras para señalar de manera correcta, y saber que a una piedra, pueden llegar a pertenecer todas las palabras del mundo. El poeta tiene esa necesidad, a veces es suficiente decir piedra, otras veces, se requiere pulir o partir su cuerpo endurecido para dejarla ir, como un animal en los orígenes. Las piedras esconden en su porosidad un lenguaje de sombras antiguo e innombrable y todo lo que hay entre una nube y una piedra requiere esa labor, una existencia dentro del lenguaje.

Quien escribe poesía, vive de aquel oficio ancestral, nombramos en la búsqueda de aquella palabra de la cual estamos hechos, buscamos en ello nuestro propio significado que está lejos de las palabras o que más bien, pertenece a un halito de vida intraducible que se origina en el silencio.

 

 

 

JESSICA ANDREA TOLOZA RINCÓN

 

ARTE POÉTICA

 

Desde niña siempre tuve una extraña fascinación por las cosas pequeñas, recogía piedras en el camino del colegio a casa eran de distintas formas y tamaños; las guardaba con el afecto que solo un niño puede entender, las nombraba, las observaba día a día y las cuidaba como el tesoro que creía que eran. Cuando mamá descubrió ese montón de piedras dentro de mi habitación se puso furiosa, las cogió de una manotada y las empezó a botar, mientras me miraba con sus ojos cansados. Aunque insistí en que quería quedármelas ella se negó rotundamente, me dijo que no tenía por qué recoger la basura que encontraba en la calle. Yo no entendía como las piedras podían ser basura, para mi eran un símbolo de resistencia, un puñado de pequeñas piedras sobreviviendo por si solas en la calle y yo solo quería cuidarlas.

A medida que iba creciendo, las piedras ya eran parte del pasado. Empecé a recolectar otras cosas, primero fueron hojas, luego los casquitos de los eucaliptos que caían de los árboles, también guardaba pedacitos de hojitas que tenían las agendas de la universidad de mamá, esas que tenían ese extraño color oro en sus páginas cuando estaban cerradas. Mi mamá no tardó en darse cuenta de mi nueva recolecta y todo se fue a la basura una vez más.

Cuando mamá limpiaba la casa me gustaba ayudarle, repasábamos las esquinas de cada habitación y a veces me dejaba sentarme a su lado, cuando por suerte en el camino aparecían objetos que también eran pequeños, al lado de las cosas que debíamos limpiar mamá se detenía en ellos, a veces los miraba con ojos tristes, los observaba por varios minutos sin decir una palabra y luego las volvía a guardar.

Le preguntaba a mamá qué sucedía con el polvo después que lo limpiaba, a dónde iba. Nunca supo qué responder, decía <<el polvo es polvo, debe irse porque hace ver las cosas feas>>. Entonces entendí de forma muy extraña que hay cosas feas que deben ser exiliadas de nuestro mundo y las cosas bellas admiradas.

Esa época fue difícil para mí, porque no entendía la diferencia entre algo bello y algo feo, para mí las cosas eran cosas, así que dejaba que mamá decidiera. Yo le preguntaba y ella respondía, luego de un tiempo se cansó de las preguntas así que tuve que arreglármelas para empezar a decidir por mí misma.

Un día, al frente de la casa de mi abuela yo estaba jugando, de pronto empezó a llover y no sabía si podía dejar que me tocara la lluvia, era la primera vez que estaba sola sin que nadie gritara mi nombre para entrar a casa. Éramos la lluvia, mis juguetes y yo. Recuerdo que mamá decía que mojarse enfermaba y enfermarse era malo, pero todos los días me mojaba con el agua de la ducha, entonces tuve por primera vez en mi vida un gran dilema, ¿Pueden ser las mismas cosas feas y bellas? ¿Por qué el agua que cae del cielo es mala, y por ende fea, y la que cae sobre un apartico de forma curiosa en el baño es buena y bella? Pasaron varios minutos antes de que pudiera tomar alguna decisión. Entré a casa y luego estuve enferma por una semana, entonces la lluvia se fue a la categoría de las cosas feas.

En la imagen del mundo que me fue entregada las piedras no importaban, ni el polvo o las grietas. Nadie se detenía a preguntar por qué nacía una grieta, si el aire duerme dentro de ellas, si las grietas son amigas de las piedras y el polvo, y se acompañan en el silencio al que las hemos sentenciado.

Ahora, muchos años después, estamos las piedras, el polvo, las grietas y yo; y muchas cosas más, abatidas por el silencio del mundo, sin entender aun porqué hay cosas grandes y bellas, o pequeñas y feas.

Esta pequeña anécdota está llena de infinita grandeza, mi infancia. Se remonta para responder solo una cuestión, ¿qué es la poesía? En sentido estricto nadie ha podido poner en palabras definitivas lo que es, pero si hoy tuviese que responder, diría: La poesía son todas las pequeñas cosas.

 

 

 

VALENTINA ARDILA FORERO

ARTESANA DE HISTORIAS

Lo que me mantiene con el deseo de no querer parpadear ni dormir es la inquietud por lo que falta, los libros sin leer, los poetas desconocidos, las historias por bordar. Aun así, la vida y la poesía tampoco me alcanzarán para descubrir las infinitas posibilidades de ella. Posibilidades que se expanden como las gotas, gotas que crecen y guardan toda una memoria. Si me preguntan qué envidio de la poesía, es su total conocimiento. 

Así como podemos decidir nuestros gustos y nuestros propios caminos, en esta vida he querido ser una recolectora de memorias para la casa, y aunque podré escribir sobre todas las sombras de la existencia humana, siempre regresaré a esas raíces de la infancia. Laboratorio de pequeñas ramas frondosas sostenidas por un tronco, por el corazón y las manos de la abuela. Así como alguna vez lo dijo Strand, el trabajo secreto de la poesía es rendirle homenaje a la tradición y el pasado.

La mejor forma para evocar el pasado del que pronto seré una de sus pequeñas hebras ha sido por medio de la poesía y las manos de la abuela. Con ella habría querido aprender a tejer las horas de sueño, los suspiros y los pinchazos en el dedo. Pero nací en la narración de otro de sus capítulos. La abuela amante de la cocina, las cenas navideñas, la torta de piña y los frijoles dulces. Ahora, ella se ha declarado fiel amiga de las novelas, de los días en cama. La abuela de confusas memorias, de nombres que se esconden entre la punta de la lengua y ojos fijos en las repetitivas películas de la memoria. Aunque no estuve presente para alcanzar sus hilos o cortar los nudos, ella deposito toda su vida para ser las gotas que se expanden por entre los dedos.

Se preguntarán qué tiene que ver la poesía con esto, lo tiene que ver todo. Ella es un cúmulo de hebras sueltas, en busca de hilanderos. Tejer y destejerla cuantas veces sea necesario es el trabajo del poeta y del tejedor de la vida. Aquí, como en el bordado no hay fórmulas específicas para elaborar una obra. Hay solo caminos, hay intuición.

Para mí el secreto de la poesía fue el calor de las manos de mi abuela, cuando en repetidas ocasiones acarició la barriga de mi madre. En su vientre tejí nuestros dedos, ambas anudamos la vida al trabajo de artesanas y bordadoras de historias. La poesía no está lejos de ser una abuela, ella contiene el universo y lo que aún no ha sido creado.

Ahora que la abuela no recuerda como tomar la aguja y su vista ha imitado un ojal, no queda más que preguntarle y aprender de sus palabras a tejer nuestra memoria, a cruzar el mundo a través de los ojos. 

La poesía es una casa, con la cual se debe crecer y será también un barco que en cualquier momento podrá naufragar. La poesía es un bordado de nuestra vida

 

 

 

 

 

NATALIA MONTEJO

TRAS LA BÚSQUEDA DE UNA POÉTICA 

 

Arte poética

Las piedras se revisten de dureza 

para sostener al mundo.

El poema, en cambio, 

    usa la voz 

  para aliviar 

su carga. 

Tantos intentos de definir la poesía y solo me surgen balbuceos. Aunque son en estos intentos en los que, de pronto, puedo hilar alguna idea sobre lo que siento cuando escribo. No conozco nada del tránsito que hace la palabra desde su origen hasta convertirse en poema. Solo sé que, en un movimiento pendular entre escribir y no hacerlo, en el momento de mayor incertidumbre, la palabra salta al vacío. En un acto heroico, ella decide convertirse en otra cosa. Mientras cae, me lleva a mí colgada de su cuello. Dejo de ser la misma cuando veo cómo los versos se agrupan y se convierten en poemas. 

Acepto mi cobardía: me lleno de dudas todo el tiempo. Estoy en constante estado de reflexión sobre si es mejor un día callar y dejar de escribir. Pero son las palabras las que se agolpan en mi garganta. No soy yo. No tengo ningún poder sobre ellas. Son las que abren las puertas que sostiene el río de mi inconsciente y lo dejan seguir su curso. No voy a negar mi alegría de sentirme libre, aunque no sea por mi propia voluntad. Puede sonar viciado lo que voy a decir, tal vez cursi, pero la escritura me hace una mujer más dichosa. Ahora bien, esto no significa que esa caída sea placentera. A veces está llena de mucho dolor. A veces de aburrimiento o de miedo. El vértigo y la caída misma deja a las palabras llenas de lesiones. A veces están tan lastimadas que caminan como engendros. Pero se arrastran y con dignidad llegan a aceptar su transformación. Vuelven a vivir debido a la poesía. Mis poemas están llenos de curaciones. 

  

Junto a las palabras, construyo un hogar en la inmensidad del mundo. La poesía es el acto con el que le declaro mi amor a la vida. Así sobrellevo el continuo discurrir del tiempo. Un día dejaré de escribir. Las palabras ya no tendrán que saltar. Pero hasta que ese momento llegue, lo pequeño seguirá resistiendo, aunque todo lo otro sea inmensamente grande.

 

NICOLE ALZATE

 

PUZZLE

La palabra enfermedad proviene del latín infirmitas: in- que indica ´negación´; firm– del adjetivo firmus ´fuerte´, y itat ‘abstracción’, acudo a una etimología porque reafirma mi creencia acerca de la concepción del lenguaje cómo una unidad que puede ser fragmentada a modo de una especie de puzzle, en el que la abstracción del dolor y las piezas del lenguaje  intentan desembocar en el poema.

Primera pieza:

 Cuando tenía once años empecé a tener noción de la enfermedad de mamá, nunca hice preguntas, tampoco lo comenté, durante ocho años estuve observando las transformaciones que su sistema nervioso impuso sobre su cuerpo, en paralelo el cuerpo disecado de las aves que venían a morir sobre uno de los tejados de la casa-jardín en la que crecí.

Segunda pieza:

Cierto día, mientras observaba dormir a mamá, noté que sus piernas sufrían una contracción, una especie de suspiro que concluía en una rigidez incontrolada, pensé que sin duda, el deterioro es algo natural “una patria en la que todos guardamos parte de nuestro equipaje”; sin embargo, las enfermedades huérfanas tienen cierto grado de abstracción, cada una con una marcha personal en donde no existe una geometría perfecta que conlleve al cuerpo a cumplir su ciclo.

Tercera pieza:

Mamá despertó y durante los meses siguientes muchas aves vinieron a morir en el tejado, a la vez que ella empezó a valerse de una silla de ruedas para poderse desplazar. A partir de ese acontecimiento sentí la necesidad de seguirle el rastro al dolor, al deterioro del cuerpo y sus manifestaciones: un balbuceo, llanto y contracción, en conclusión: la imposibilidad de nombrar.

Cuarta pieza:

En este puzzle el poema es línea trazada en el cuerpo, voz que hierve desde el útero, piedra rastrillando los dientes y la poesía, un conjunto de incertezas que intentan disolverse en mi vientre.

 

“2 de Agosto. Algo quiere ser dicho pero las palabras se niegan.

Algo que no puede ser dicho,

afasia,

no hay palabras pero tal vez haya un estilo…”

Tomas Tranströmer,

(Traducción de Roberto Mascaró)

 

 

NATALIA SORIANO M.

ESCRIBIR UN POEMA Y MONTAR BICICLETA

 

Imagínese a un lado de la carretera. El año, clima y hora no importan. Solo imagínese a un lado de la carretera montado sobre su bicicleta. La talla de zapatos, el color de su casco y de su chaqueta no importan. Solo imagínese a un lado de la carretera montado sobre su bicicleta a punto de bajar por una montaña. Comience a pedalear para luego caer… El tiempo es un caracol. Todo huele a cilantro por los cultivos que están junto a la carretera. Mientras desciende y escucha la cadena girar piense si ese acto se parece al momento en el que escribe un poema. ¿Hay relación? ¿El ciclista es un poeta? Piénselo, pero no deje de caer…

Paul Valery dijo que la poesía era como bailar y la narrativa como caminar. La poesía se queda en un punto: en la imagen, la palabra o el sonido. La narrativa avanza, se detiene para reflexionar, pero algo le pica y tiene que seguir. El cuento construye el camino, el poema lo piensa, la bicicleta lo descubre. En el poema se detiene y en la bicicleta avanza, hay oposición, pero si usted admira el cultivo de cilantro mientras cae y las ruedas giran, ¿hace una pausa en su tiempo y andar? Su acción puede considerarse como una pausa similar a la del poema porque se enfoca en una imagen, olor o sonido mientras las ruedas siguen girando. Contemplar es pausa, pero entonces, ¿montar bicicleta tiene algo de poesía (detenerse) y narrativa (avanzar)? ¿Es prosa poética? La situación anterior expone otro elemento para analizar: la contemplación. Poeta y ciclista observan, pero no sabemos si Nairo Quintana admira los Alpes franceses de la misma forma y con la misma intención que Eduardo Carranza la mujer, la primavera y el sol en el poema “Tema de mujer y manzana”.

Rigoberto Urán no sube el Monte Zoncolan de la misma forma que recorre la carretera hasta San Daniele. Hay un cambio de ritmo. Se exige más en la subida que en lo plano. En el poema “La capitalización del amor” de Valter Hugo Mae, el ritmo tampoco es constante. Comienza con unos versos lentos y luego aumenta la intensidad de los mismos, hay un cambio en el tono de la voz poética. El poeta encuentra el ritmo en la palabra, el ciclista en el cuerpo.

Cuando usted aprendió a montar sin rueditas fue porque logró el equilibrio. El camino puede estar lleno de piedras, huecos o desniveles, pero usted buscará mantenerse en pie. El poema tiene un campo semántico, las imágenes se dirigen a un solo punto y el ritmo tiene una intención. El poema y la bicicleta son la búsqueda del equilibrio. El soneto, por ejemplo, es equilibrio puro: número de silabas exactas, rima en un lugar específico, primeras estrofas dedicadas a un tema y las segundas a otro. Un gran poema no se va de lado ni se tambalea. Ha aprendido a montar sin rueditas.

Montar bicicleta es volverse paisaje. Escribir un poema implica Yo es otro. En ambos momentos se habita algo más o se deja que algo más habite al sujeto. En la poesía la voz poética se piensa piedra, maíz, semilla o palabra. Cada verso busca ser aquello de lo que habla. Un pedalazo lo convierte en viento. Todo a su alrededor entrar en usted para hacerlo monte, campo de cilantro y nube.

Ahora que se han encontrado puntos en común. Piense en su bicicleta y luego imagínese sentado en su escritorio. El clima y la hora no importan. Imagínese una hoja. El color de la tinta no importa. Ponga el primer verso en la hoja y descienda.

 

 

LAURA MORA

ARTE POÉTICA

 

Para una persona que no es poeta le es imposible decir qué es la poesía, adjudicarle una forma, un sentido o incluso, una vida. Si llegase a intentar describirla es en ese momento en donde ella muestra su deshonra y se oculta en las fauces de la insensibilidad, agonía de la podredumbre humana; si lo logra, quizás y solo quizás este individuo se haya convertido en poeta pues, uno no es por lo que se cree sino por lo que ella hace en la hipersensibilidad del mundo. Con esta idea en mente, despojándonos de la responsabilidad que ella nos confiere, podríamos comparar a la poesía como una hija que llega de la nada, espera con paciencia y nace sin ninguna idea preconcebida, (esto no quiere decir que sea única, ¿cómo serlo si se produce en un ser de copias? Tal vez sea diferente ya que utiliza un mismo tema: la vida, como inspiración) y aunque mantiene viva una parte de nosotros, ella siempre sobresale por su individualidad, como una adolescente busca su esencia (el carácter con el que verdaderamente se quiere mostrar) y como adulta, gracias a su experiencia de emociones, idas y venidas con su amante predilecta: la musa, da un regalo sin igual al poeta: su voz poética. Cuando se tiene voz, uno se remite al nacimiento, al grito que nos da la vida como cada nuevo poema que escribimos.

 

 

MÓNICA GUTIÉRREZ SÁNCHEZ

POÉTICA

Las cosas importantes algunas veces llegan tarde o eso era lo que solía creer. Hablo de la poesía y pienso en todas aquellas ocasiones en las que no me atrevía a tocar su puerta… cuando prefería aguardar del otro lado, cuando solo esperaba a que esa puerta tan grande y pesada se fuera abriendo por sí sola. Hasta que un día empezó a hacerlo muy despacio y vi el fulgor de unas alas incendiadas, las sombras de un mundo dorado que ardía de una forma tan dulce que las llamas podrían haber cerrado todas mis llagas. Entonces supe que no había otro lugar en el mundo que pudiera habitar y decidí quedarme, creer y ser fiel a esa alquimia de las palabras, a esa transmutación de las presencias luminosas y oscuras del alma. Así que cuando Rilke pregunta si debo o no escribir, mi respuesta es tan contundente como clara. Sí, sí debo. Pero es auténtica necesidad expresiva no es garantía de nada. Es apenas una pulsión vital y por tanto necesita reafirmarse contantemente. Rilke habla de la importancia de decir, de nombrar las cosas con la más honda, serena y humilde sinceridad. No se equivoca, de eso se trata la búsqueda de nuestra propia voz y me atrevo también a decir que nuestra mirada poética entorno al mundo que nos rodea. Yo creo que no se trata de creer que somos el primer hombre ni la primera mujer en el mundo, sino los últimos y si al principio fue la palabra y con ella la poesía, entonces ambos recursos también serán los últimos que se extingan. Creo que ya todo se ha dicho, pero eso no significa que las formas en que se hagan dejen de ser novedosas, los hombres han amado de la misma forma hace cientos de años y también lo harán en el futuro. La posibilidad de la poesía está en cada ser que se asombra al conocer por primera vez la pasión, la locura, los celos, el miedo y la oscura inmensidad de la muerte. No hay temas demasiado grandes, no hay que temer a que otros poetas ya hayan hablado de formas más o menos magistrales sobre lo que puede abarcar el corazón humano. Yo creo en la autenticidad, en la honestidad de mis palabras para hablar de mi propia experiencia, puede que alguien considere que mis versos aún sean pequeños, pero son ciertos y eso, por lo menos por ahora, debería ser suficiente.

 

 

 

 

JORGE MIRANDA

POÉTICA

 

Si se me pidiera que, por medio de alguna disertación, arroje alguna luz acerca del oficio de poeta, me temo que tal solicitud solo podría conducir a la decepción.

No puedo hablar de la poesía como un erudito, pues no lo soy. No puedo sazonar ninguna discusión sobre poesía con citas precisas, con versos ilustres, con la solemnidad del académico. Si de algo vale, puedo hablar de cómo se encuentran la persona y el maravilloso instrumento del lenguaje, en una danza magnífica, que, algunas veces, concluye en el clímax de un poema. Y de cómo ese poema puede tener sentido, más allá de la belleza que pueda atribuírsele, por la validez que hereda de una voluntad creadora y de una intención auténtica.

Nadie en este mundo busca ser poeta. El anhelo de perfección, de reconocimiento y de grandeza en el arte de la poesía podrá venir —o no— después, pero, al principio, la poesía no es una elección, es una necesidad. Si se concibe la poesía como oficio, sin duda casi cualquier otro ofrece mejores perspectivas para ganarse la vida o hacerse un nombre, y la mítica figura, sombría y pobre del poeta, en uso de inagotable genialidad y sujeto a una perpetua precariedad, resulta atractiva solo a las imaginaciones más románticas, y solo durante una breve temporada de la vida. Si se le concibe como un arte, parece el más difícil, porque, más que ningún otro, la poesía deriva su encanto y su eficacia no de su producto, es decir, del poema, sino del encuentro de dicho poema con su lector o con su oyente, un encuentro que no es otra cosa que dos existencias que se condensan y se unen en un finísimo punto de contacto. El poema es apenas una cuerda que vibra; este encuentro, es su espacio de resonancia.

La Poesía, así, con mayúscula, parece un emprendimiento elusivo e inexorable a todo esfuerzo. El poeta, un pequeño dios, que da origen al universo por la fuerza de su palabra.

Con el tiempo, no obstante, se puede comprender que la dificultad de poesía se conjura cuando te haces su instrumento. No exige de ti destreza, solo le basta la realidad de tu presencia dispuesta. Así como no precisa ningún esfuerzo tu corazón para latir, la poesía nada necesita de ti para ser. Ha sido desde el hombre es hombre, y sus genes son los mismos genes del lenguaje. Aún quien piensa que pule y hace relumbrar sus versos, tan solo rebusca en los confines de las palabras el código ubicuo de su poder creador. Podemos adivinarlo en la lengua de los niños y de los que llamamos salvajes, quienes, sin el constreñimiento del uso concreto de los vocablos, describen e inventan su mundo usando con naturalidad un hermoso entramado de metáforas.

La poesía, entonces, es volver en un instante dichoso al origen de lo humanidad, cuando fueron las palabras, y cuando cada palabra lo era todo. Es adentrarse en el mundo absoluto de la posibilidad, que se materializa cuando dos cómplices —el poeta y quien entra en contacto con su poema—felizmente se reúnen.

 

 

 

RENÉ SEGURA

MI POESÍA

Recuerdo que el niño que yo fui vestía altares para la madre de mayo.

Ayer ese mismo niño resistía en su colorido flotador para no ahogarse en el oscuro, profundo y serio mar de la adultez.

Hoy no sé bien si el presente es mayo o absolutamente todo es un altar desnudo. Pero lo que sí sé y me encanta saberlo es que las fervorosas oraciones que profiero a la luz de las blancas veladoras de ese desnudo altar son mi poesía.

 

 

 

 

 

YOHANA NAVARRETE

 

POESÍA, CUERPO CELESTE

El fenómeno de lo celeste, de lo que está más arriba de nosotros nos parece siempre inalcanzable, nos parece infinito, poderoso, gigante. El fenómeno celeste es el argumento de las madres que, después de usar el parto como medio, atraviesan el cielo para traer al alma infantil que reverdecerá la tierra, acto seguido le susurran al oído a su pequeño o pequeña que lo aman más allá del sol, más allá de las estrellas.

La figura de lo alto e inalcanzable está en el amor juvenil que, pese a la imposibilidad de un futuro con hijos, sueña mirando las estrellas y en muchos casos se consuma bajo el cielo de la noche, sin la bendición de Dios –Dios habita el cielo–. Este fenómeno cotidiano, que cambia de color según la hora y el humor, es la razón por la que el poeta vino a habitar la tierra.

Éste no conforme con las apariciones fantasmales de ángeles y hadas, espera la noche en la que las estrellas bailen, porque sabe que existen que, si bien no son palpables, al menos sucumben al sentido que da fe de su existencia, la vista. No obstante, sigue a la guardia del cielo, asoma su cara de prisionero a la ventana y mira donde pocos miran, espera lo que pocos esperan, un asteroide que amenace con chocar su lucidez y no le deje más opción que ponerse a escribir.

El poeta necesita el calor de un cuerpo celeste, uno que atraviese el cielo o uno que respire, que camine, que cocine, que se llame Pedro, Alejandro, Sofía, Juan, Esther; al final un cuerpo celeste con el magnetismo necesario para impactar y dejar su huella, su cráter. Un cuerpo cuyo calor o cuyo invierno alimente el mito, engrose los folios de la historia, así debute con su desnudez una vez cada mil años, pero que lo haga, como los dos cuerpos que SE JUNTAN DESNUDOS del gran Jorge Gaitán Duran.

Dos cuerpos que se juntan desnudos

solos en la ciudad donde habitan los astros

inventan sin reposo al deseo.

No se ven cuando se aman, bellos

o atroces arden como dos mundos

que una vez cada mil años se cruzan en el cielo.

 

Solo en la palabra, luna inútil, miramos

cómo nuestros cuerpos son cuando se abrazan,

se penetran, escupen, sangran, rocas que se destrozan,

estrellas enemigas, imperios que se afrentan.

 

Se acarician efímeros entre mil soles

que se despedazan, se besan hasta el fondo,

saltan como dos delfines blancos en el día,

pasan como un solo incendio por la noche.

En conclusión, el fenómeno de lo celeste arrastra consigo lo incalculable, el olor de las cosas que aún no reconocemos, la voz del ser amado del otro lado del teléfono avisando que no vuelve, pero que tampoco nos condena al olvido. El fenómeno de lo celeste está en las manos del mago, del vidente, del cura, en el verbo que se junta con la acción y que repite su conjugación presente para hacerse permanente, eterno, a temporal.

La poesía es entonces el cuerpo celeste cuyo magnetismo es capaz de atraer todos los demás cuerpos, da lugar a la vibración de sus centros núcleos y hervideros, reta la normalidad del distanciamiento, pero cuenta con dos alternativas: Chocar para volar en millones de pedazos por todo el espacio o chocar para rebotar y esperar otros mil años y al fin volverse a encontrar.

 

 

FIDEL ESLAVA

DESENCANTO

 

En un mundo en donde las palabras no alcanzan para todo; en donde las cosas no permiten ser mostradas por la palabra, es desencantado vivir. ¿Cuáles son palabras exactas, pertinentes? ¿las que abrazan como anillo al dedo, las que ciñen como el vestido al cuerpo? No son las palabras una mirada total, sincera, a las cosas. ¿Cómo vivir en donde no son las palabras, cuchillos que abran corazones para verlos palpitar; verbos que desentrañen, sino sombras de pañuelos que despiden? Queda imposible decir. Nombrando las cosas las mentimos. Cuando escribimos fuego no quemamos el papel, cuando nombramos agua no lo revenimos. Toda historia a palabra escrita queda apenas mentida y esperando que quien la lea resucite bestias, cosas, elementos soñados.

Quedan los escritos esperando que suene una campana, una campana de voz que llame a resurrección. No podemos mas que mentir, nuestra palabra no rompe la piedra para enseñar su corazón, no abre el fruto para darlo a olor y sabor. Me desencanta un mundo en donde el escrito queda suplicando ser elevado a sonido, la necesidad de ser oído, todo escrito, se vuelve tiranía.

Soñé haber escrito un libro. Iba de lugar en lugar buscando lectores para suplicarles me lo leyeran. Ellos, los dioses que hubieran soplado en la nariz de mi libro para que viviera, estaban ocupados mirando payasos caminar sobre cuerdas altas, tenían oídos y ojos comprometidos y su boca cerrada, como su deseo de leer. Propuse negociar a trueque la gracia de la lectura, recibí y entregué mi creatura dormida, luego me di cuenta que mi libro sigue huérfano de voz. El mundo de la palabra me condena a la mentira y al silencio.

 

 

LEONOR RIVEROS H.

 

POÉTICA

Apareces. Me acerco a tus linderos sin definir premisas. Junto a ti, me arriesgo a pronunciar mi voz en las creaciones que me ofreces. Discurro honestidad de Naturaleza y cotidianidad humana en mi intento por traducir en palabras tal belleza.

Llamas a las puertas de mi pensamiento con tu imagen que traspasa todo límite de emoción sensible. Quiero recrearte, sentirte, absorberte, vivirte, matarte,  resucitarte y eternizarte en cada letra que me inspiras. El corazón agita asombro de trozos removidos en el universo de tesoros que custodias y me entregas. 

Aprovecho el suceso inesperado: un asalto de silencios se entromete en cada verso y, extasiado, posesiona en los renglones la experiencia.

Debo confesarte que sufro la impotencia de agotar en una, todas las visiones. Solamente yo soy la culpable por distraerme en alcanzar armonía en las estrofas, sin percatarme de que tú eres la música y el baile, tú la más hermosa entre todas las musas de las artes.

Acostumbro leerte en voz alta para escuchar el eco de tu encanto. Me ayuda para hacerte más humana, más perfecta, más cercana… Así me conduces a mi propio intento de describirte con expresiones propias que voy guardando cuando me visitas.

Al final del camino, ¡qué importa si mi pensamiento difiere de mis frases! Si mi intención fue  versar sobre la esperanza y terminé agitando voces misteriosas, ¡qué importa! Tú estás allí. Bondadosa, aceptas mis errores. Puede que al concluir el recorrido, el tema esté agotado y quede en el tintero, sin alcanzar la meta de hacerlo universal o trascendente. Ya vendrás. Volverás a surtirme con tu aliento y le daré  un cierre contundente a los escritos. 

¡Cuánto sufres por mi desazón cada vez que no logro identificarme con los trazos y termino por desechar los versos!

Me susurras que debo dar rienda suelta a las palabras, confiar en mis visiones y aprender de  quienes han trasegado estos derroteros en búsqueda de tu imagen tan divina. Que no pretenda cambiar de dirección la flecha que disparo. Suena coherente, aunque algunas veces me desvío y termino en el absurdo. Tú sonríes…

A pesar de todo, en mí no desfallece la intención de hacer de cada encuentro, una obra de arte que tal vez sea criticada o elogiada por cualquiera. Algunos estarán próximos a la honestidad de mis escritos, otros, ni siquiera entenderán una palabra.

Solo me importa tu presencia en todo instante y que siempre, siempre, en el proceso de esta ruta, me permitas ir de tu mano.    

¡Poesía, no te vayas!

 

 

 

 

ERASMO RODRÌGUEZ BARRETO

ARTE POÈTICA

 

Parte uno

De los poetas

Como todo humano de alguna forma es poeta. Como cualquier cosa o situación puede ser tratada poéticamente. Como todo es texto latente esperando el abordaje del poeta. Como la poesía sirve para todo y para nada, hagamos que los poetas (todos los humanos) se expresen como claros maestros de la sensibilidad y el pensamiento ejerciendo con libertad la cárcel del lenguaje, del decir haciendo y del hacer diciendo como opción liberadora, aunque nunca alcance a plenitud su cometido…

Como el poeta es un mago que hace aparecer nuevas realidades… hagamos que éstas sean bonitas…como el poeta es un iluso…seamos realmente fantásticos…como el vate es también ejecutor de proyectos adversos y peligrosos para la vida, hagamos que vea si esos poemas son dignos de aplausos.

Los poetas están siempre al borde de lo nuevo y en contacto con lo viejo. Son conquistadores de territorios inexistentes…a veces lo logran, así sea con rarezas…estas son necesarias para el cerebro humano con su infinita capacidad de imaginarios.

Existen dos clases de poetas: los académicos y los no académicos. Los primeros son los llamados artistas, los segundos, son las personas que expresan su pulso estético con sus haceres de la vida diaria. Cada hombre  aplica su sentir estético cuando realiza algo, sin que esté pensando que hace un poema. El poeta es un creador, el creador es un poeta. Todos somos, de alguna manera poetas.

Los poetas tienen la oportunidad de decir lo que aún no ha sido dicho e inclusive, hasta lo que no podría ser expresado. Los poetas pueden llevar las palabras al extremo de sus significaciones y entrever lo que hay más allá.

Los poetas se mueven atraídos por múltiples horizontes. Son los trabajadores del sueño inalcanzable, pero así mismo, los creadores de mundos inéditos que van conformando la cadena de la ilusión fecunda. Con frecuencia se preocupan por la trascendencia de su obra, eso es vano, la historia lo dirá. Después de la vida, nada más.

Los poetas, jugando a la poesía, se salen a veces del formato tradicional de su idioma. Así, la poesía es opción de escape, es la imposibilidad al revés, es la expresión sublime de la sensibilidad posible. Ventana terapéutica.

Los poetas no pueden vivir de la poesía, la viven. Le quitan la cáscara a los días y cubren con cobijas e frío de la duda y la pregunta sin respuesta, haciéndole maromas al lenguaje.

Los poetas también viven la prosa de la vida para que la poesía sea posible.

 

Parte dos

Decir con poesía porque:

Ella está en todas las personas. Es esa forma de sentir, de pensar, de ser que fluye con la finura del encanto, la explosión del desespero, el actuar desprevenido o consciente.

Es la manera de querer, admirar, preguntar, afirmar, negar, dudar, protestar, alabar, expresada  con el latir de las palabras henchidas de ideas, emociones, sentimientos y fuerza.

La poesía es una búsqueda, es escape, presencia, alabanza y gozo, vibración de vida, reclamo, paciencia, reposo, efervescencia, ternura, indiferencia, pena, lenguaje tácito, pasión y duda.

La poesía es encuentro o desencuentro  con los otros seres y las cosas, afirmación y negación, éxtasis y ante todo, grito interior, silencio valeroso, fluidez de la ternura y de la ira y de la duda…

Poesía  es máxima expresión de vida, es vida expresada con la maravilla de la imaginación en forma de palabras, ritmos, formas, colores, movimientos y gestos combinados.

Poesía es una constancia del azar de la existencia, es aventura con bravura, mansedumbre mezclada con esencia.

La poesía es voluntad admiradora y voz firme o balbuceante para expresar la ebullición del ser, del estar, del hacer  y del tener o no tener.

La poesía es sonido y silencio, ruido y calma, agresión y amor, vigilia y sueño, un sentir estampado con ganas   en el paraje de la sentí emocionalidad y perdido en la locura del concepto tiempo espacio.

La poesía es reclamo, enojo, acción de gracias a lo concreto o a lo abstracto.

Poesía puede ser el éxtasis de la oración o de la maldición o las dos cosas.

Poesía es encuentro consigo mismo o desencuentro, alteridad o fobia ciega, elevación y pérdida, consumación y hallazgo.

Poesía puede ser esto y el núcleo de la nada en el centro de la grandeza perdida.

Poesía es mirar hacia sí mismo para decir con franqueza y voluntad sobre lo que se observa al interior y empezar a ser claros sobre la real ilusión que son los mitos, los dioses, las ideas, la indiferencia, el odio, el desprecio, la racionalidad, la verdad y la metafísica.

Poesía es decir buscando el diálogo del silencio con la voz, del pez con el agua, de todos los animales en torno al computador…

 

 

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