Poesía mexicana: Alfredo Padilla

Leemos poesía mexicana. Leemos un par de poemas de Alfredo Padilla (México, San Luis Potosí, 1983). Estudió Comunicación en la Universidad Mesoamericana. Narrador y periodista cultural. Autor de los libros Una pastilla más para que pase el dolor (Editorial Ponciano Arriaga, 2015), Monólogos de un niño inconforme (Casa Editorial Abismos, 2017) y Guadalajara Caníbal (Paraíso Perdido, 2018). Ha colaborado en las revistas Letras Explícitas, Yaconic, Nexos, Playboy México, Vice en Español, Noisey MX, La Tempestad, Gatopardo, Replicante, Penúltima (España), Yo también soy Indie (España), La Revue littéraire (Francia), Sabotage Magazine, Operación Marte, Golfa, Cream, Marvin, Clarimonda, México Kafkiano, SOMA, Erizo, Revés, Siempre!, Crash, Desiertos Intactos, Círculo de poesía, Primero fue el Sonido, Latin American Literature Today (EEUU) y en los periódicos Diario Norte de Ciudad Juárez, La Razón de México, Vanguardia, Hoy Los Ángeles, Los Ángeles Times en Español, Chicago Tribune (EEUU) y El Espectador (Colombia), así como en el medio alternativo Escrituras Indie (Argentina) y en los fanzines Punkroutine y El vacío. Es editor de la revista literaria Juguete Rabioso (Colombia / México); escribe una columna quincenal para el sello editorial Suburbano de Miami, FL, titulada Underground. En 2014 obtuvo el Premio Manuel José Othón de Narrativa. Ha sido incluído en las Antologías Cuentos Fugitivos (Centro de las Artes San Luis Potosí / Coordinación de Literatura, 2009), Taller de Creación Literaria Vol. III (CONACULTA / Centro de las Artes San Luis Potosí, 2010), Cuentos Potosinos (Ponciano Arriaga, 2010), 17 Voces que dicen presente (Instituto Zacatecano de Cultura, 2015). Lados B. Narrativa de alto riesgo (Nitro-Press / Ponciano Arriaga, 2015) y Ocho narradores de San Luis Potosí (1980-1984) de la revista Punto de Partida de la Universidad Autónoma de México (2016).

 

 

 

 

Baywatch

 
De niño vi en el viejo televisor de papá
a una Pamela Anderson sobando con su pecho
las ondas del mar
Un traje de baño rojo granate enmarcaba su cuerpo
de palestra y granos de arena
en Santa Mónica

El ardiente Sol de Honolulu efervecía el obvio
Strapless ¿o era un bikini?
Poco importa: salvaba vidas al lado de Carmen Electra
salvaguardaba pulcros cuerpos bronceados
pero jamás la vi rescatar a un corazón ahogado en sal

Ayer vi la misma imagen
Sostenías una tabla Voit Pro con la leyenda de Classic Surf
usabas el mismo vestuario, terno de baño ¿strapless o bikini?
poco importa: socorrías la vista de extraños bebedores de oscilantes ingles
en el Tampik de los perros

El niño y el adulto se incorporaron alquímicamente
con el mismo perfil de parábolas
El medio ha cambiado: el televisor Sony ya no existe
y Pamela brincó de la pantalla de ruido rosa a la sofisticada
persiana rectangular de un teléfono móvil
(piedra filosofal de nuestra generación)

Ya no lleva el cabello blondo sino de un negro cuasi rojo
como el ocaso de aquella playa donde tiemblan los pastores
y las nutrias abren conchas utilizando piedras
Tus lentes ahumados protegen a los huastecos de la Medusa de Ovidio
pero tu mera visión no logra la tregua de convertirlos en piedra

Anderson tenía dos senos iguales a los tuyos
doncella y sacerdotisa de Poseidón
“dos serpientes de inmensas espirales” perpetuaría Ovidio
pero los de Pamela desabastecen de toda gracia
no hay nada detrás de ellos

Tus quebrados senos son monedas de oro que respingan
cerradas salientes que hallarán presa el beso y la lengua
que ni los mares de Tampico conseguirán con todo el poder
de sus olas, imitar sus hazañas

Bikina sin pena y sin dolor, tú si logras salvar vidas
esfuerzos nuevos y profanas grandezas
guían al hombre muerto hacia el respiro y la costa
truecan en viva llama el crol y la braza
derechito a la emancipación

 

 

 

 

Academia de pilotos

 

En 1970 se fundó el segundo aeropuerto de San Luis Potosí –el primero se sitúo en el Barrio de Tequisquiapan-. En esa zona boscosa que hoy se conoce como Parque Tangamanga II, se levantaba la esbelta torre de control. Justo al lado, un nuevo fraccionamiento despegaría: la colonia Industrial Aviación. Ahí viajarías tu infancia, ahí sobreviviría a la mía.

El aeropuerto se amortiguó en ruinas. Nadie encontró las cajas negras de su siniestro.

En el patio de la casa paterna se ubicaba una bodega repleta de fiambres, verduras, tizne y fogones; atemorizantes canales de res en flor reposaban en ganchos –para ellos la gravedad representaba la muerte-. Ahí conocí la sangre, el calor primitivo y el hedor de la combustión. Todo regresa a su principio, todo lo que fue vuelve a ser.

Una noche de 2004 –crepúsculo de espíritu y de poesía-, los nómadas del aire ingresarían a la cava ya abandonada. El cuartucho contenía guano y moho, fantasmas sin cornamentas y un obsceno cochambre que se impregnaría en tus nalgas de paracaidista fresa, sobre el blanco inmaculado de tu chándal.

Nos atraía el calor que aún perduraba en el lugar, muros inquebrantables que resguardaban en sí mismos todas las formas de la ternura y el ardor. Allá, tú y yo encerrados en esos límites, la oscuridad se esforzaba por desilusionarnos, pero el calor nos incorporaba a un dominio experimental, como si fuera necesidad de expresarse a través de la cadera y el perno, fuselaje y comba; un doble proceso de inmersión al Cielo y de fusión con lo absoluto.

Cuando se logra la suma de estos grados, de esta velocidad aerodinámica en nudos, la pasividad se transforma en pasión, de sabernos en un entrar y salir profundo en un despegue de velocidad 0 a 280 km/h.

Desde ese día los aviones volvieron a surcar el nirvana del Tangamanga. Habíamos aprendido a volar.

 

 

 

 

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