Poesía venezolana: María Dayana Fraile

Leemos poesía venezolana. Leemos a una autora de LP5 Editora, María Dayana Fraile (Puerto La Cruz, Venezuela 1985). Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Obtuvo una maestría en “Hispanic Languages and Literatures” en University of Pittsburgh. Su primer libro de cuentos Granizo (2011) recibió el Primer Premio de la I Bienal de Literatura Julián Padrón. Su cuento “Evocación y elogio de Federico Alvarado Muñoz a tres años de su muerte” (2012), recibió el Primer Premio del concurso “Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores”. Su poemario Ahorcados de tinta (2019) fue publicado por CAAW en Miami. Escritos de su autoría han sido incluidos en distintas muestras de narrativa venezolana como, por ejemplo, en la Antología del cuento venezolano de la primera década del siglo XXI, editado por Alfaguara, y el dossier de narradores venezolanos del siglo XXI editado por Miguel Gomes y Julio Ortega, publicado en INTI. Revista de literatura hispánica.

 

 

 

 

En Medusa decapitada, Venezuela puede leerse como la catastrófica Tebas y el covid 19 se parece cada vez más a la peste que Apolo envío como castigo. Músicos de death metal y Lady Gaga aparecen y desaparecen como deidades ctónicas y olímpicas mientras que el carruaje de Hades es reconocido en un video de Radiohead. El perro Jackson es Argos y G. un nuevo Odiseo más. Por su parte, Estados Unidos no es la Arcadia. Mujeres criminales, mujeres inocentes, mujeres culpadas que son y no son Medusa. Interlocutores virtuales que actúan como oráculos de Delfos oyendo confesiones como esta y que de algún modo son una suerte de coro fantasmagórico y con filtros: “Creo en los mitos y desde siempre he actuado/ como personaje de la tragedia griega,/ sacándome los ojos en público/ y colgándome del tubo del armario, ciberamigo” (75).

María Dayana Fraile ha escrito un libro tan contemporáneo como Eurípides y lo que ha hecho es darle una vitalidad a las pesadillas que nos definen como seres humanos desde el exilio de casi todos los héroes y heroínas griegas, la culpa, el reconocimiento, pero también los modos extremos de la justicia y la verdad que es finalmente Medusa. Su “Autobiografía estética mínima o burbuja de chicle” (84) es una de las más impresionantes autopoéticas de la poesía latinoamericana contemporánea y en el modo de leerse está al mismo tiempo una época que comienza y termina con nuevas guerras de Troya.

Héctor Hernández Montecinos

 

 

 

 

 

Medusa decapitada

 
La cabeza de Medusa cayó al suelo y,
en esta versión de la historia,
se desatan ventiscas y lluvias breves.
Medusa ve todo desde el suelo en el cual yace,
y maldice en grave agonía.
Mis manzanas,
me han robado mis manzanas envenenadas.
Una nota en la nevera implosiona el mediodía.
Medusa fue interpelada por las autoridades
debido a la corta extensión de su falda.
Medusa se fugó con un surfista de enrevesados dreadlocks.
Y Perseo es el chico que juega futbolito en
la cancha del colegio.
Medusa es una figura mortal.
Dibujada en tinta durante la autopsia.
Esta es la triste realidad.
La luna sonríe, hueca y rodeada de nubes.
Perseo no alcanza a meterla en el saco.
Las sirenas empiezan a cantar
y logran raptar al semidiós.
Perseo se pierde encapsulado en una burbuja
que es como una escafandra antigua.
Perseo se sumerge hasta las profundidades del océano
para nadar con las sirenas.
Las canciones de las sirenas son horripilantes
pero efectivas.
Atraen a los hombres como la miel atrae a las abejas.
Un juego de seducción,
inmanente a estas profundidades,
empieza a florecer como orquídeas desatadas y marinas.
Algas desenfrenadas.
Postal de acuarios de focas minusválidas,
en Woods Hole, aquella vez que nos quedamos como
perdidos por las piscinas
en las que se realizaría el show de las focas
con sus entrenadores.
Durante ese viaje estuve en una playa de Massachusetts.
La caseta del salvavidas estaba a la vista, en medio de todo.
Como una cosa roja y sólida mordisqueada por el sol.
Un sol breve y casi primaveral, aunque estábamos en verano.
Me dibujo una aureola de santa.
Una penetrante luz dorada envuelve mi cabeza,
como si yo fuera una figura divina.
Una breve estampa de la santidad.
Porque nos encontramos en el amanecer,
un idilio dorado, en la cintura del cuerpo de Medusa,
una liviana cadena sosteniendo sus caderas
y el paisaje soleado.
Y porque nos encontramos en su espalda,
poder crepuscular,
lejos de todo,
lejos de la penumbra gris de la neblina sucia.
Cruzamos su espalda como los mochileros
que duermen en hostales
y comen pepinillos en conserva.
Colón no era más que un fan de los viajes de Marco Polo.
Con toda la devoción que la cultura impresa representaba.
Colón roto,
con los bolsillos desgarrados, arruinado de luz solar,
angustiado de realidades, pensando en el gran viaje.
Me dibujo una aureola de santa.
Marco Polo no era más que una fantasía.
Medusa era la verdadera realidad.
La dueña de las más terribles catástrofes.
La razón por la que lucharíamos por mejores tierras.
Pétalos iluminados con el rocío e ingeniería
de vapor de fantasía,
El tren susurra chispas a lo largo de todos los rieles.
Hasta que inventaron el crédito
y todos se convirtieron en usureros.
Las sirenas descansan distribuidas en la arena
como en una postal del paraíso, entre los
islotes de los cayos, como una colección de esmeraldas
aderezadas en una gargantilla.
El alma es un concepto indeseable, casi cursi,
Me dijo el estudiante de filosofía.
Mis pinturas preferidas:
las que tenían personajes con grandes aureolas
pintadas en un dorado que recordaba al oro puro.
Soy el futuro. Todos escriben palabrotas en las nubes.
Carrusel de bistecs alados.
Me dibujo una aureola de santa.
Lorena Bobbitt,
nuestra compatriota más famosa de los 90’s
le cortó el pene a su esposo y no fue nunca a la cárcel.
Nacida en Ecuador y criada en Venezuela,
sale en un documental llevando la vida perfecta.
Yo no mataría a mi esposo ni en los poemas.
Lo mantendría errante de la sala a la cocina
y de la cocina al comedor,
escuchando The Beatles.
Preparando el desayuno.
Tiembla en Medusa el cielo.
Sus serpientes se electrizan con la medida del alba,
en un suspiro limpio.
Blancos tulipanes la adornan.
48 serpientes la consagran.
La cabeza de Medusa cae al suelo y,
en esta versión de la historia,
se desatan ventiscas y lluvias breves.
Superamos a Medusa.
Lorena no usurpa si no a Crono, el gran titán,
en esta rebatiña de figuras griegas.
Los griegos nunca hubieran permitido
que Lorena Bobbitt hubiese sido juzgada como inocente.
O quizás, me equivoco.

 

 

 

 

Origami

 
Si doblas una esquina del papel
podrías ser el héroe de esta historia
y terminar paseando en un velero de madera y lino.
Testimonio hendido para sí mismo, arrebolado
entre las olas de los grandes periplos
y los despropósitos de un metarrelato.
Navegamos por las costas de blancas burbujas de champaña.
Soy la poeta que clavó arpones de cielo
en el lomo de la ballena de pesadillas.
La de los nudillos derramados
en arrecifes devorados por el sol.
Mi flow era el de los peces de escamas plateadas
dibujadas sobre la espuma.
Los paisajes modernistas dieron paso
a los edificios de jengibre y a las cajas de fósforos pintarrajeadas de color rosa.
Disección de ballenas de ámbar
o la ilusión de navegar en sus vientres,
de vivir en sus cuerpos
como si fueran un solo cuerpo
ensartado en el progreso de las ciencias.
Rayo láser de fantasía.
Ropa interior sagrada para el verano.
Sable de luz.
Violenta pluralidad de los juegos del lenguaje: la diosa ballena fue representada por los marineros de brazos tatuados.
Tarros de grasa de las aletas acumulados en el kitchenette ultrasónico de mi corazón.
Yo no sabría ni qué decir.
Me adueño de todas las estrellas en el firmamento.
Irradiación de palabras sobre los insectos de peltre.
Lo siento.
Me fui caminando por las aceras
y no encontré nada que valiera la pena.
Sin embargo, este pueblo es arrechísimo.
Y cito palabras criollas como si esta ristra
fuera regionalista y vanguardista al mismo tiempo.
Encontré puertos y marinas
dibujados en los espacios en blanco
de esta carretera intercostal.
El maquillaje de las avenidas
cada mes se manifiesta menos recatado.
Rubor, mascara, gloss, polvos varios.
Este pequeño pueblo
se delinea los labios con un creyón rosa
y luego se tiende en la arena
a tomar el sol con su vaginita primordial,
esperando el tiempo de los que nunca vendrán.
De los que claudicaron.
De los que no supieron manejar el motor de la realidad.
Tengo yates y otras lanchas en la punta de la lengua.
Esto no es un manifiesto.

 

 

 

 

Hija del amor

 
Bailé en las discotecas de Caracas como una bacante.
La luna era la sonrisa del gato de Alicia.
La violencia de las calles
malograba el ritmo del Disc Jockey.
Pero el amor del candy power
era la columna vertebral de la noche.
El amor por el viaje de reconocimiento.
El amor por cada fibra del cuerpo
ofrendando su energía a los astros.
El amor por la solidaridad nocturna de los cuerpos.
Yo me iluminé en la pista de baile
y fui una diosa hasta la madrugada,
Yo vi el mundo de Tiresias mientras temblaba
y me saqué los ojos para ver mejor.
Mis ojos fueron perlas guardadas en el fondo de la noche.
Y la noche era un tablero cósmico de luces de estroboscopio.
En Caracas nunca fui hija de la violencia.
En Caracas fui hija del amor.

 

 

 

 

Clases de flauta

 
Mi profesora atraía a sus alumnos
como el flautista de Hamelín
Sus alumnos éramos ratitas ahogadas
en la bahía del Paseo Colón.
Ratitas altruistas de un laboratorio
que experimentaba con Mozart, Bach y Chopin.
Gestos congelados en la orilla de los sonidos
y la posibilidad de una redención.
Mis pulmones eran heridas que mutilaban la ranura
de soplado.
Pequeñas notas musicales
y escalas enterradas como un tesoro en mi lengua.
Mi lengua, medio animal,
medio postal de una aldea de pescadores.
Poseía una máquina de escribir para redactar mis veranos.
Poseía una mirada albina que cristalizaba en mi cerebro.
Yo me sentaba durante horas,
descifrando partituras y otorgándoles realidad.
Pisando los ocho agujeros con dedos de mantequilla.
Y creyendo que,
tarde o temprano, tocaría tan bien como ella.
La salina sacudía su manto de arena.
Puerto La Cruz era el mar,
era el aprendizaje de los relámpagos
y los besos calientes de las medusas.
Mi flauta era quemadura:
el primer paso para la alianza arquetipal.
La quemadura es el puente entre el reino de la naturaleza
y el horror ideal.
Mamá era una ejecutiva de ventas.
En la casa siempre había muestras gratis de ginebra.
Mamá mercadeaba licores para financiar mis clases de flauta particulares.
Matriarcado o un estado de dominación femenina.
El triste aprendizaje de la muerte y la ciudad fantasma consumían mi personalidad,
modelada por mujeres exitosas que, sin embargo,
no lograban resquebrajar el techo de cristal.
La vida es una virtud exclusivamente femenina
con remiendos de las hilanderas de la muerte.
Puedes pastar en mi mirada
hasta convertirte en una mujer ciervo.

 

 

 

 

Teorías conspiranóicas

 
Cuando empezaron a sonar las teorías conspiranóicas
de que el COVID-19 había sido liberado
desde un laboratorio del Wuhan Institute of Virology pensé que el mundo se había convertido
en una canción de Cannibal Corpse,
una canción un poco terrorífica titulada
“Plaga destripadora”.
Una ristra de muertes contagiosas e intestinos sangrantes.
Una fogata en el ombligo de una guitarra.
Busqué el video de la canción en YouTube
porque recordaba la letra bastante bien
y traduje un fragmento como un ejercicio
de insalubridad cósmica.
El imaginario del death metal fue el único
que nos permitió anticiparnos a nuestro aciago destino.
El death metal son cinco hombres sacudiendo
sus largas cabelleras.
Es una batería en la noche de los sótanos eternos.
Son los órganos alterados por la enfermedad.
Premonición y pérdida de control.

 

 

 

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