Poesia costarricense: Marco Aguilar

Murió el poeta costarricense Marco Aguilar (Turrialba, Costa Rica, 3 de enero de 1944 – 3 de enero de 2022).  Fue cofundador del Círculo de Poetas Turrialbeños. Realizó labores periodísticas para el diario El Costarricense y la Revista Polémica. Fue columnista para la Revista Lectores. Fue miembro fundador de la Comunidad de Autores Literarios y Editores de Turrialba. Forma parte del Colectivo Fundador de Turrialba Literaria. Obra: Raigambres (Líneas Grises, Turrialba, 1961), Cantos para la semana(Líneas Grises, Turrialba, 1962), Emboscada del tiempo (Ed. Zúniga y Cabal S.A., San José, 1984 y 1988), Tránsito del sol (Ed. Zúniga y Cabal S.A., San José, 1996), Obra reunida (EUNED, San José, 2009) y Profecía de los trenes y los almendros muertos (Nueva York Poetry Press, NY, 2020). Los poemas preceden de este libro.

 

 

 

Amanaece

 

En lo más negro de la madrugada
un hombre vela, medita, se enfurece;
al fin logra dormirse pero
lo despierta la misma pesadilla.
Hace siglos no para de llover
y la lluvia
tiene la cobardía de las lágrimas.
Hay alguien que despierta desangrándose
de tanta fe,
de tanto estar en paz y enamorado.
Pero otro se decide,
abre todas las puertas y ventanas
que dan al homicidio,
enciende viejas lámparas
de esas que no queman
aceite sino sangre,
toma un largo cuchillo y se dedica
a afilarlo sin prisa en la penumbra.

 

 

 

El precio del potasio

 

¿Cuánto valdrá una lágrima?
Porque seguramente algo,
algo valdrá una lágrima.
No ese líquido dulce del bostezo
sino la de la sal, aquella que quisimos
en vano sostener
y nos sacó el potasio más profundo.
¿Qué precio le pondrán en los supermercados,
cuánto valdrá en La Bolsa de Valores?
Porque también la gente de la Bolsa
tiene madre, supongo.
Algunos tendrán hijos
y cuando somos padres y maridos
o amantes, si prefiere,
muchas veces sufrimos y no es raro
que el hombre, el hombre especialmente,
se esconda en la oficina o en el baño
para llorar un rato sus miserias.
En este punto
hay que cuidarse mucho de la cursilería.
Pero alguien debe hablar con los especialistas
para que ellos calculen ese precio
tal vez según su peso,
la cantidad de sal que traigan, yo no sé.
No es que quiera venderlas ni comprarlas;
las mías son las mías y las amo
porque son la noticia de la vida:
los cadáveres nunca, por más que los torturen,
soltarán una lágrima.

 

 

 

El amor es un sol de utilería

En la multitud
busqué los ojos
que me hicieron tan feliz…

Los Panchos

Un martes de noviembre,
un anónimo viernes por la tarde,
una noche de abril con cielo despejado y luna llena,
el coro me persigue:

 

Coro

 

“A ella no; a ella no hay que amarla.
Repito: a ella no hay que amarla.”
Pero la amo.
Y entonces, cuando escribo, las puntas de los dedos se me llenan de vocales
que gotean miel y polen en el polvo.

 

Coro

 

“Mil, dos mil, tres mil millones de mujeres,
pero escogiste la que no se puede.
¿Por qué escogiste la que no se puede?”
Cuando éramos niños, mis amigos y yo enterramos en la arena del río
cada uno un puñal afilado
pensando en el mañana, en el día funesto
en que no habrá otro camino que acuchillar a alguien
o tal vez suicidarnos.
Pensábamos entonces que un hombre con cuchillo es como muchos hombres.
Claro que las crecidas de noviembre llevaron los puñales
quien sabe para dónde, de manera
que no tengo siquiera el recurso del cuchillo para enfrentar al coro.
¿Para qué quiero miles de millones, si una es la que amo?
Pelo corto,
muy largo,
una trenza, dos trenzas, la cola de caballo
diciéndome que no a sus espaldas mientras ella
me decía que sí con toda el alma.
Ojos negros, azules o tal vez de color indefinible,
ojos de mujer capaces de mirar a través mío como si yo fuera agua pura.
Portadora del fuego,
mensajera del gozo,
ella me puso a masticar pétalos de rosa.
Por eso no le miento.
Coro, coro, no sabes cuántas veces la gané y la perdí.
Converso con las otras, los miles de millones, pero me hablan idiomas
de civilizaciones desaparecidas.
Un día comprenderás por qué suceden estas cosas,
tal vez dentro de cien, de cuatrocientos años.

 

Coro

 

“No hay que mentirle, pero tampoco amarla. Repito: no hay que amarla.
De todos modos,el amor es un fraude, un asunto de solitarios y desadaptados.
El amor es un sol de utilería.”
El amor no es un fraude, aunque a menudo nos parezca un juego.
Se trata de un combate sin reglas y sin jueces,
donde siempre salimos lesionados,
quemaduras que duelen para toda la vida;
de otra manera no sería completo.
En el estadio, cuando todos gritan, yo me aprovecho para gritar su nombre
y me parece que
toda la multitud grita lo mismo.

 

Coro

 

“Cuídate de nunca, pero nunca decir cómo se llama.
Alguien puede matarte si lo dices. Por asuntos así
muchos hombres se vuelven asesinos.
Repite el nombre de sus hijos, el insólito nombre de su abuela,
incluso el de su perro. Pero el de ella, nunca.”
Yo la recuerdo siempre cuando llueve,
cuando veo las verduras del mercado,
porque ella es como de lluvia y como de verduras.
Y siento su sabor cuando mastico el pan
porque ella es como el pan recién salido de los hornos antiguos.

 

Coro

 

“Hace cincuenta años era así, pero ahora está muerta.
Se mueren, se murieron;
¿o pensabas que viven para siempre las mujeres?
La nueva, la de hoy, no está hecha de frutas o cubierta
de láminas de oro.”
¡Ay coro, coro, coro! ¿Cuándo vas a entender que ella no se muere,
que se renueva y cambia
vida
tras
vida,
muerte
tras
muerte,
como un parto infinito?
¡No te hagas esperanzas, que la amaré
cada estúpido día del calendario
hasta que venga la amnesia de los siglos,
como una
ingrávida neblina, separando la leche de la miel
y pase su brocha gris sobre todas las cosas en el día final!
De Profecía de los trenes y los almendros muertos

 

(Nueva York Poetry Press, 2020)

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