Sobre los caminos de Orfeo o la poesía de Álvaro Solís

Un recuento de la poesía de Álvaro Solís ha sido publicado recientemente por el Instituto Sinaloense de Cultura. Bajo la mirada de Rubén Márquez Máximo nos acercamos a una de las inquietudes que han rondado su trabajo poético a lo largo de los años: el vacío y el lenguaje como medios para nombrar y burlar a la muerte.

 

 

 

Sobre los caminos de Orfeo

o la poesía de Álvaro Solís

 

Hace poco se publicó un recuento parcial de la obra de Álvaro Solís bajo el título Ni tarde ni temprano (2020). Se trata de un recorrido que empieza en el 2003 y termina en el 2020. Aquí se encuentra una muestra de poemas que nos da cuenta de un arduo camino por la escritura. Pienso en lo representativo del título que reúne 8 libros, 8 momentos o estados de ánimo. La frase “ni tarde ni temprano” nos evoca el tiempo de lo justo, del ahora que acontece. Sin embargo, la reflexión del instante es un ir y venir entre la demora y la ansiedad de la presteza. En la poesía de Álvaro Solís siempre estamos entre el recuerdo y el anhelo, en un aquí que es un allá. Y en este vaivén, entre una orilla y otra, está la palabra que se presenta siempre como puente pero también como un salto hacia el vacío, de este modo, la certeza y el acto puro de la fe tensionan el lenguaje.

    Tanto el filósofo como el poeta quedan anonadados por la muerte. Su misterio y su oscuridad son la fuerza que ilumina el pensamiento. Toda la obra de Álvaro Solís indaga sobre la muerte, la muerte como la gran nada, como el gran silencio que acecha la vida y el sentido de los hombres. Sin embargo, es a través de la oscuridad del Aqueronte que la fuerza de Eros emerge. Los poemas son sombras y las sombras están entre el día y la noche. Yo también soy un fantasma (2003) es el inicio de esta evocación de la sombra, de la palabra que es imagen, materia e idea, ceniza entre los dientes del poeta. Esta consistencia brumosa probablemente tiene que ver con el momento de la escritura, una escritura que nace muchas veces desde el silencio de la madrugada, cuando los fantasmas rondan y se instalan.

    Indagar sobre la muerte es indagar sobre el tiempo, tiempo que es ritmo. Por eso Orfeo seduce a Hades con la lira y el canto. Cada poema es consciencia del tiempo porque hay consciencia de la vida a través de la respiración. Si el poeta puede visitar el inframundo y regresar de él es porque no pierde nunca la cadencia del aliento. Los versos de Álvaro a veces son un río, un torrente que transcurre. Otras veces son el mar, ir y venir que suspende el lenguaje. El ritmo está en el agua, en el agua del río o del mar pero también de la lluvia que cae sobre los tejados. Pero ¿por qué es tan importante el agua en el universo poético de Álvaro? Recordemos que el agua es vida pero también muerte. En Cantalao (2007)por ejemplo tenemos: “Largo, lo que se dice hondo, / es el cauce de los ríos que no llegan al mar / y llevan en sus aguas a todos nuestros muertos.” O en “El mar es una tumba. / En el fondo del mar todos los muertos. / El mar es la tumba de Dios sin epitafio.” Particularmente este último verso es inquietantemente sublime. Si bien mirar el mar con toda su fuerza y belleza representa un acto trascendente, ahora ese mar sonoro y musical ha pasado ha ser sepulcral. El mar enmudece para ser la tumba de un Dios que ha muerto y que se ha quedado sin palabras, en el completo nihilismo de la existencia.

     En Estos días sin mañana publicado enel 2020 siguen presentes los temas que se han adherido en la profundidad del alma del poeta. La conciencia de un tiempo que termina nos enfrenta una vez más a la muerte por medio de la palabra: “Si mi mano ingenua / se atreve a estrechar la suya : susurra mi nombre / cuatro veces mi nombre / líbrame de esa soledad perfecta / cuatro veces mi nombre cuatro veces / que mi nombre en tu boca florezca como lirio sobre el agua”.

    La muerte acecha en el lugar más imprevisto pero el saberse al lado del otro hace más llevadera la incertidumbre: “Si te patean , camina sobre el aire. / Si te amenazan de muerte, si acaso sientes el frío / calibre de un arma inquieta sobre tu sien, sobre tu nuca, / camina siempre a la par del paso / del que camina a un lado sin temor / ni prisa.” Si bien el nacer y el morir son experiencias propias que demuestran la soledad de nuestra existencia, la amistad al sentirse al lado del otro que también está acechado nos da fortaleza para seguir caminando.

    En el poema “Duración” hay plena conciencia de la brevedad de las cosas, de ese mañana que finalmente no llegará: “Duran las cosas lo que duran / El recuerdo no es duración de la materia / es su corrupta forma // Todo lo que conocemos dura poco    aun el universo”. Siguiendo a Octavio Paz si algo tiene la poesía de diferencia con la religión es la aceptación de la muerte. No hay vida más allá de la muerte, ni paraíso ni infierno, todo se acaba. Sin embargo, el logos creativo y deseante de la imaginación por momentos se resiste al designio como en el poema “En contra de la muerte”: “Supongamos por un instante que la noche nunca fue oscura / que nunca fue símbolo del tiempo de las germinaciones / que nunca fue casa de los sueños ni cuna del odio / que ningún cuerpo se consumió en otro cuerpo / Supongamos llanamente que la noche no existió / que no existe que no existirá jamás noche alguna // Supongamos ahora que la muerte no existe…”

    A veces la vida emerge en la palabra y por un instante la poesía de Álvaro nos aleja de los ríos oscuros de la muerte.

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