Poesía argentina: Ana Arzoumanian

Leemos un poema en prosa de Ana Arzoumanian (Buenos Aires, 1962) perteneciente a Juana I (Alción, 2006). Algunos de sus libros de poemas son Labios, Debajo de la piedra, El ahogadero, Cuando todo acabe todo acabará, Káukasos, La Jesenská.

 

 

 

 

 

Juana I

 

 

Ella se lo tiene que decir. Yo. La tierra removida es visible desde el aire. Una interrupción en la superficie de la hierba. Un cambio de color. Si sólo rascara a mano encontraría debajo de la tierra una zanja de norte a sur, de este a oeste. Escaleras en las paredes para bajar y calcular la edad según las puntas de las costillas, las clavículas y las sínfisis púbicas. Si midiera el fémur sabría acerca de la estatura.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Decir. ¿En qué idioma hablan las cosas?

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Decir del hueso ilíaco que sobresale de eso que parece un hombre. Cerdos hocicando la tierra cenagosa. Decir cuando la mano se extiende hacia la voz. Toco la voz y es mía. Cuando alguien me habla (Felipe) es como si hubiera luz y yo toco la luz con la mano. Tu garganta, tu pecho. Un volumen de rumores en el interior (como si hubiera luz).

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Es simple: Ella se lo tiene que decir.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Un depósito de brazos atados a la espalda, tierra lisa color marrón sólo rascada a mano, y la falange del dedo gordo del pie más rolliza. Un manantial subterráneo que, al quitar la tierra, se convierte en agua burbujeando lentamente.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Hace frío y está oscuro. (Ella se lo tiene que decir). Cuando me ​​ hablo es como si hubiera luz. Mezclo un vino caliente con azúcar y clavo de olor. Hablo de vos y de mí. Una a una me quito las enaguas. Hace frío (bebo el vino caliente con azúcar y clavo de olor). Hace frío, está oscuro. Me estiro para ver si mis pies llegan a los tuyos. Si mi vello con tu vello, ahí. Es simple,​​ es justo, como si estuviéramos en la cama (del lecho de justicia). Lo suyo de cada cual; lo mío. Que me digas, es toda tuya.

 ​​ ​​ ​​ ​​​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ ¿Felipe, de quién son los cadáveres?

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Me cuesta tragar. Ahí, dale que dale, una musiquita de la infancia. Ahí, tengo toallas, sábanas colgando. Tengo lencería, tejidos manchados. Sólo: tragar creer tragar, cuando entrás en las nalgas o cuando salís de tu pelvis. Entonces una segunda piel hecha de dedos auriculares. Dedos que murmuran secretamente al oído, ayudan a inspirar.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Yo trago por el oído.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ No estás acuclillado a la espera de tu madre. Donde estás no hay una entrada estrecha y baja. No es un castillo en espiral. Una capa fina de materia sólida en la superficie de un líquido. (Vos). ¿De quién? ¿A quién pertenecen los cuerpos, Felipe? Si una película, una capa fina, y adentro nada. No cuerpo. No te echas a perder. No hay ninguna planta algodonosa que te habite. El hongo de color canela al pie de robles y de encinas. El cuarzo gris que da chispas. La madera carcomida tan expuesta a arder por su sequedad. La espora, el moho, la rabia aturdida que se transforma en mineral. Dos puños petrificados. (Esos son cuerpos).

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Nadie comerá tu parte. Ni familia, ni insectos. Estás entero. Mío. Los cuerpos son los indios, son los moros, los judíos. Y yo no sé a quién pertenecen.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Te acomodé en un recipiente de madera de una sola pieza. Una tina de forma abombada para bañarnos en agua de rosas. Tibia, del tono de la carne de un niño rubio. Esa tinta caliente del agua dibuja labios más gruesos, pezones que se agrandan, se alisan, toman el color de la carne de un niño rubio que crece en el agua. Nos movemos como hermanos en el mismo líquido.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Quiero tomarte de un sorbo.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Lo que todos llaman dios la república del dinero el Imperio. Lo que todos llaman dios, la vuelta al mundo, catorce mil cuatrocientas sesenta leguas y la tierra esférica que gira, gira. Por todas partes y en cualquier sitio los dominios de Ultramar. Catorce mil cuatrocientas sesenta leguas de mundo amontonado, mandíbulas apretadas seccionando ​​ la lengua con los dientes.​​ 

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Por todas partes y en cualquier sitio. ¿Mi patria? La memoria alterada como recién dormida de tanto dar vueltas y vueltas (catorce mil cuatrocientas sesenta leguas). Aprieto. El diente contra la lengua. Pero la lengua es más suave, más blanda, no se deja cortar. Pronuncio cada palabra con un aire fracturado entre los dientes. Con el diente roto la lengua habla dice: Otro mundo es posible. Dice, en el juicio (en todo juicio a la derecha del padre). Dice, cuando separa las manos de los pies, cuando dirige la mirada lejos, aleja la nariz del suelo, de los genitales. Se dice Juana después de confundirse con él, de que él se vacíe en ella; con el diente roto, el juicio, a la derecha del padre: digo, poseer. Con la memoria alterada como si me hubiese dormido recién; rendir cuentas. Cada uno beberá su medida completa.​​ 

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Otro mundo es posible (hoy). Si cierro los ojos ya no tengo miedo a caer. (Ganas de caer, de que me empujes). Cierro los ojos no veo que estoy tan arriba. Cierro los ojos y te veo por la espalda. Para no sentir vértigo, vos también cerrás los tuyos. Yo te guío por un agua subterránea. Te digo de vaciar el mar en una botellita que llevo en la garganta. Las aves o las mariposas se posan en cierto sitio después de volar. Un parador. La detención que hicieron los obispos para cantar un reponso. El toque de las campanas. Hasta el fondo, lo que estaba suspendido en un líquido. En el fondo, sólo aquí, tu medida.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Poseer.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Finalizado el proceso, se obliga al vencido a devolver lo que ha tomado.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ El vencido ¿quién?

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ No les daré la razón. La pierdo.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ El vencido, luego de mil derrotas, debe devolver las armas.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ El vencido ¿quién?

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Las armas con que me mataron treinta millones de veces mientras fui india. Las armas que cargaron mis espaldas en el camino de catorce mil cuatrocientas sesenta leguas. Con las que me expulsaron más allá de los límites de España.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Dar la razón a cada cosa. La tierra no es cuadrada y no me caí del mapa.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ El vencido ¿quién?

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Hagamos otra vez las cuentas. Mi reino es de este mundo.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ De este mundo donde Felipe no está desnudo. Está muerto.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Tomo la navaja, intento más abajo del vientre. Sigo bajando. Tengo cuidado de no cortarme. Hacia los lados. Ahora hacia atrás. Empiezo todo otra vez.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Absorbo la sangre para que no corra.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Otra vez.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Tardo cuarenta y siete años en abrirme la garganta, darle aire, respirar. Cuando aspiro y exhalo el aire por la nariz, la boca habla.

 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Así son las cosas.

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Empiezo todo otra vez.

 

 

 

 

 

 

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