Cuatro poetas japoneses

Leemos a cuatro poetas japoneses en versión de Sebastián Collado: Rin Ishigaki, Toshikazu Yasumizu, Makoto Ooka y el más joven, Kiji Kutani, nacido en 1984.

 

 

 

Rin Ishigaki​​ 

(Tokio, 1920 – 2004)

 

 

 

Sobreviviendo

 

No puedo sobrevivir sin comer.

Arroz

Vegetales

Carne

Aire

Luz

Agua

Padres

Hermanos y hermanas

Maestros

Dinero también​​ 

corazones también

no podría haber sobrevivido sin comer.

Con mi estómago lleno

Cuando limpiaba mi boca

Distribuyendo​​ en la cocina

Las entrañas de mi padre

Mi cuadragésimo atardecer

Por primera vez, las lágrimas de una bestia salvaje​​ 

llenaron mis ojos.

 

 

 

 

 

 

 

Toshikazu Yasumizu

(1931)

 

 

 

Kobe, otra guerra 50 años después

 

Las llamas aún arden en mis ojos.

Llamas que se esparcen sin detenerse.

Llamasllamasllamasllamasllamasllamasllamas.

De nuevo, una detrás de otra.

 

Ruinas abrasadas adelgazándose hasta donde lo permite la vista,

Pilares de fuego disparados ocasionalmente.

Ardiendo lentamente.

Un hedor nauseabundo colgado en del aire.

 

Escombros, pedazos de cartón arrojados entre las reminiscencias.

Un visible póster pegado sobre la puerta colapsada.

Palabras escritas con marcadores permanentes sobre los muros caídos.

Todos están a salvo. Contáctenos por medio de…

 

Las lápidas hechas de restos de madera.

Aquí, abajo.

Ninguna lápida.

Aquí, abajo.

 

¿Es esto Kobe?

¿Es este el pueblo de Osada? ¿Es este?

¿No es el pueblo que una vez vimos?

¿No es el pueblo que abandonamos detrás de la mirada?

 

(¿Qué hemos hecho desde entonces?

¿En qué hemos creído?

¿Qué hemos tratado de crear?)

 

Enero 17, 1995.

46 minutos pasadas las 5 de la mañana.

Nuestro pueblo fue atacado

Por otra guerra, después de 50 años.

 

Una ciudad rasgada.

¿Qué clase de imagen de un pueblo

Podemos imponer sobre este que está frente a nosotros,

Para poder seguir adelante?

 

El pueblo de Kobe, el pueblo de Nagata,

El pueblo que hemos amado mientras vivíamos.

Nosotros, los que vivimos y amamos

Nos resistimos a abandonar este lugar.

 

Oigo un ave

Detrás de las camelias que han sobrevivido al fuego.

Observo un ramo de narcisos brotando

En las vasijas quebradas bajo los aleros colapsados.

 

Niños regresando al fondo del sitio de evacuación​​ 

Con voces agudas y

sonrientes semblantes centelleando con alegría.

Como en un sueño.

 

 

 

 

 

 

Makoto Ooka

(1931 – 2017)

 

 

 

Frutas de luz

 

Los hemisferios de tu pecho

Descansan en mis manos tan lejos en un mar distante

 

¡Tan pesadas estas frutas hechas de luz!

Una espina, penetras el revestimiento

De mis entrañasdeslizadas entre

 

La distancia te hace

Desbordarte dentro de mí

La ausencia te hace

Vivir en mi corazón

 

Tarde por la noche te volviste

Ochenta y cuatro mil estrellas

Penetrando mi sueños  pasando a través de mí

 

Y yo miré por el vidrio roto

Mientras las ochenta y cuatro mil estrellas

Disparadas a través de ti, dispersas, volaban en pequeños pedazos sobre el cielo.

 

 

 

 

 

 

 

Kiji Kutani

(Tokio, 1984)

 

 

 

El fin del verano

 

Mientras miraba sin remedio

el reflejo de mi propio rostro

en la curveada superficie

al final de una cuchara,

las vacaciones de verano

se desdibujaron hasta llegar a un final.

Una sensación cálida como esa

en el reciente apagar de una televisión

permanece en mi ombligo

mientras estoy de pie, balanceándome.

Camino sobre las reminiscencias de los papeles

que mi pequeña hermana dejó despedazados bajo la mesa,

la memoria de la náusea que sentí al viajar

vino a mí precipitadamente ligera contra mi espalda.

Sosteniendo mi cabeza,

pesada en este instante como un trapo mojado,

me recuesto por última vez

en los​​ tatamis​​ que han adquirido la vejez.

Gradualmente, me lleno de silencio,

como hago siempre que un trabajo​​ 

que me es dado en este mundo,​​ 

me es arrebatado.

Ciertamente

debí haber envejecido treinta años

estas vacaciones de verano:

mientras gentilmente aplicaba​​ 

un dedo empapado de sudor​​ 

en el cadáver de una abeja sin un ala,

me digo murmurando esto.

El coro de cigarras vibrando en​​ la​​ superficie de la puerta

–de repente recoge una intensidad–

como si fuera a transportarme

A la entrada del verano.

 

 

 

 

 

 

 

 

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