Agua grande, poesía venezolana: Eloísa Soto

Leemos, en el marco del dossier Agua grande, poesía venezolana, preparado por Giordana García Sojo, algunos poemas de Eloísa Soto (1998). El Fondo Editorial Fundarte publicó su libro Caballo Final (2022)

 

 

 

 

 

 

 

Eloísa Soto (Caracas, 1998)​​ es bailarina y estudiante de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Los Andes​​ (ULA). Ganó​​ la IV edición del concurso “Qué estás leyendo” promovido por la Organización de Estados Iberoamericanos (2015). Sus poemas han sido publicados en la revista​​ Poesía​​ (Nº 52, abril 2022),​​ Antropología del fuego, Vol. III, Ediciones Palíndromus (2022), Dossier de Poesía Venezolana, Revista​​ Kametsa​​ (2022). El Fondo Editorial Fundarte publicó​​ su libro​​ Caballo Final​​ (2022)​​ como parte de la Colección Yo misma fui mi ruta. Obtuvo​​ una mención honorífica en el VI Concurso descubriendo poetas, por su plaquette​​ Leve Rostro. Resultó​​ finalista del 9no Concurso Nacional de Joven Poesía Rafael Cadenas (2024)​​ y​​ segundo premio del VII Concurso Nacional de Joven Poesía Hugo Fernández Oviol, 2024.

 

 

 

 

 

 

 

***

 

 

 

Kuai mare

 

El mar era cuenco con tu nombre

y el mundo espiral sobre tus dedos.

 

Un milpiés enroscado con anillos de ceiba y matapalo.​​ 

Colibríes, dantas, jaguares, bachacos,​​ 

magnolias, bromelias, begonias.

Todo fue verde y tembloroso ante tus ojos.

​​ 

Faltaba desnudez sobre la Tierra y plantaste un hombre:

Tenía manos, pies, codos,​​ 

rodillas, rostro y sexo.

 

Tal vez no era un hombre,

no había otro para verlo.

No necesitó palabras ni movimiento.

No entendió la forma de sus extremidades,

distintas a los árboles y a las paraulatas.

 

No supo pelar los dientes,​​ 

llover sus ojos,

abrir la piel.​​ 

Jamás hizo alguna pregunta.

Nunca contempló la belleza o la crueldad​​ 

de todo lo que habías dejado con él.

Era un hombre

sin el calor de las lunas de trigo,

sin terrores ni dialectos.

Un hombre desnudo,

nada más.

 

No sintió dolor ni tuvo hambre.

Se dobló hacia el suelo

junto a las hojas amarillentas.

Se le infló el pellejo

le brotaron alimañas desde adentro.​​ 

Se desvaneció en el pico de los zamuros,​​ 

en la lengua de los escarabajos.

 

Durmió sobre las piernas del bosque,

en las falanges de quien lo confinó a la esfera bravía.

 

Tal vez,

saberse hijo de alguien

hubiese sostenido su habitar:

Cantaría por el padre,

mataría fieras para su ofrenda.

Danzaría extático por una hembra color guacamayo.

Tendría tantos vástagos como granos de maíz,

que pedirán más hembras pájaras​​ 

y cerdos y frutas dulces,

para embriagarse​​ 

y plantar

semillas.

 

Pero no hubo tiempo de darle siquiera alma.

Quisiste prender fuego a sus restos​​ 

para que regresara a tus adentros​​ 

vuelto humarada.

 

Fue materia cadavérica,

carne,​​ 

osamenta.

 

Tú lloraste su muerte

y el mar se volcó sobre todas las cosas.

Ya no eran aves sino peces:

Avispas y golondrinas sumergidas por igual.

 

Padre enceguecido,

te arrancaste la voz a gritos

y la caracola de tu oído saltó al agua.

 

Eras el más cruel,

 ​​ ​​ ​​ ​​​​ pensaste,

mientras escuchabas el canto distorsionado

de las criaturas

y el mundo se transformaba en un musgo

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ salado y espeso

 

 

(Segundo Premio del VII Concurso Nacional de Joven Poesía Hugo Fernández Oviol, 2024)

 

 

 

 

 

 

 

 

Fango sagrado

​​ 

Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche,​​ 

nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado.

Jorge Luis Borges.

​​ 

​​ 

Madre,

ya es tarde para el remedio

se han disuelto las cruces de sal

este suelo devoró los cuchillos.

​​ 

Todo ritual​​ 

quedó

sumergido.​​ 

​​ 

Atravesaste la montaña con mi peso en tus brazos

te arrastraste hasta lo más alto sin dejarme​​ 

siquiera

presentir la arena.

​​ 

Allí me sembraste

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Madre,​​ 

y eché raíces junto a las nubes.

​​ 

Desde arriba te distingo en un valle acuático

sin más resguardo que el celaje turbio.

​​ 

Un cardumen se revuelca en el horizonte

miran a los árboles rasgar el cielo​​ 

yagrumos enrojecidos​​ 

el coletazo de la gran serpiente

y los demonios ocultos en el vuelo del colibrí.

​​ 

Se han incrustado en la orilla

piden que acaricies su espalda​​ semianimal

que comprendas su agitación de párvulo

su miedo al repentino dibujo​​ 

de las luces sobre sus cabezas

el terror al bramido del habitante originario.

​​ 

Piden que los cargues en tus hombros

nuevamente hacia la cima.

​​ 

Ellos dirán que la lluvia viene​​ 

durante millones de años caerán vástagos cielos

que tallarán en las rocas

el nombre y el cuerpo de una madre​​ 

que pescará juguetes para ellos.

​​ 

El sueño es un barro profundo

allá buscas a tus antiguas hijas de trapo

caen a cántaros las crías con pieles escamadas

danzan hacia el seno de la borrasca.

​​ 

Lo que soñaste yace bajo el derrubio

he caído también​​ 

 ​​ ​​ ​​​​ Madre,

soy la cría que aguarda entre los escombros

con los ojos ennegrecidos

yo pertenezco a la cicatriz del río

al hogar bajo el fango rabioso.

​​ 

Ve a pescar tantos hijos como puedas

llévalos a lo más alto.

haz que bailen contigo para que el agua siempre vuelva

para que les haga nacer

 ​​ ​​ ​​ ​​​​ y luego​​ 

como una madre caníbal

nos devore desde el instinto

sin ​​ inmutarse.

 

(Poema finalista del 9no Concurso Nacional de Joven Poesía Rafael Cadenas, 2024)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen primigenia

 

El primer rostro fue dorado brotó de las entrañas de la tierra

vagó

incomprensible por las llanuras

entre rebaños de seres enceguecidos.

Trepó la nuca de un animal dócil y se asentó en su pelambre como un demonio.

El animal miró a través de unas cuencas que no eran suyas miró a nadie mirar su facción ajena.

Miró al espejismo de un rostro sobre un rostro tuvo tanto miedo que se aventó al vacío

con los ojos secos

el primer rostro brotó de las entrañas de la tierra.

 

(Caballo final, Fundarte, 2022)

 

 

 

 

 

 

 

 

Espergesia​​ para Ícaro

 

Yo nací un día que Dios estuvo enfermo.

César Vallejo

 

La primera vez que abrió los ojos​​ 

se encontraba girando en un túnel arbóreo.​​ 

Iba cada vez más rápido​​ 

y perdía

a pedazos

sus alas.​​ 

 

Quiso guardar para siempre​​ 

la calidez del sol agujereando su piel.

Despojado

trazaba una danza helicoidal hacia el incendio.

 

Al llegar a lo más alto​​ 

atravesó nimbo acuático​​ 

perdiendo el resto de su forma angelical.​​ 

 

La segunda vez que abrió los ojos

estaba recostado en el pecho de la madre​​ 

bebiendo su calostro.

 

(Caballo final, Fundarte, 2022)

 

 

 

 

 

 

 

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