El jinete de la brisa de Ida Gramcko en LP5

LP5 Editora, en su Colección Holobionte, publica una segunda edición de El jinete de la brisa, la obra más audaz de la escritora venezolana Ida Gramcko (1924-1994). Este libro híbrido fusiona cuentos filosóficos, artículos periodísticos, ensayos literarios y fulguraciones de ciencia ficción bajo un único y arrebatador pulso poético. La fotografía de portada es de Alfredo Cortina, 1960. Gramcko obtuvo los siguientes reconocimientos: Premio de la Asociación Cultural Interamericana (1942), Premio de Teatro del Ateneo de Caracas (1958), Premio de Prosa “José Rafael Pocaterra” (1961), Premio Municipal de Poesía (1962), Premio de Poesía de la Universidad del Zulia (1964) y el Premio Nacional de Literatura (1977).

 

 

 

 

LP5 Editora se enorgullece en anunciar​​ la publicación​​ de​​ El jinete de la brisa, la obra más audaz de la escritora venezolana​​ Ida Gramcko, ahora disponible en su​​ segunda edición​​ tanto en tapa blanda como en formato Kindle a través de Amazon. Publicado por primera vez en 1967, este libro híbrido fusiona cuentos filosóficos, artículos periodísticos, ensayos​​ literarios​​ y fulguraciones de ciencia ficción bajo un único y arrebatador pulso poético.

En estas páginas, Gramcko desmonta las convenciones de género con la misma determinación con la que cabalga su brisa:​​ una​​ fuerza propulsora que nos arrastra del patio caraqueño a la órbita lunar, de la conversación doméstica al sobresalto metafísico. Su prosa —poblada de adjetivos minerales, guiños astronómicos y un humor criollo— anticipa debates sobre ciencia, mito y ecología que, hoy, medio siglo después, suenan tan urgentes como visionarios.

Esta nueva edición ha sido rigurosamente cotejada línea por línea contra el facsímil de la tirada original. Cada palabra y cada pausa han sido respetadas para preservar la respiración y el ritmo que Gramcko imprimió en 1967. El volumen incorpora por primera vez un​​ epílogo crítico, una​​ cronología​​ de su obra y un​​ repertorio de bibliografía, hemerografía y fuentes electrónicas, pensado para facilitar el trabajo de investigadores, docentes y lectores especialistas.

El proyecto no habría sido posible sin la generosidad del​​ Dr. Enrique Aristeguieta, heredero natural de Ida Gramcko, quien autorizó con entusiasmo esta​​ edición; la precisión de​​ María Lucía Castillo, responsable del escaneo del ejemplar histórico; y la fidelidad de​​ Fernanda Bravo Ojeda, cuya​​ transcripción digital permitió un cotejo exhaustivo con el original. La dirección editorial, la revisión exhaustiva, el diseño de portada y la maquetación han corrido por cuenta de​​ Gladys Mendía, editora de LP5, sello interdependiente​​ que desde 2022 ha venido reconstruyendo el legado disperso de Gramcko: desde los tres tomos de su​​ Poesía reunida,​​ pasando por su autobiografía,​​ hasta el volumen de ensayos críticos​​ titulado​​ En compañía de los ríos subterráneos, donde autores como Belén Ojeda, Ana María Hurtado, Elizabeth Schön, Rafael Castillo Zapata, Alejandro Sebastiani Verlezza, Kira E. Morales Zamora, Benito Mieses, Víctor Pereira y Gladys Mendía, exploran y dan nuevas vislumbres sobre su obra.

Con​​ El jinete de la brisa, LP5 Editora reafirma su compromiso con la literatura venezolana y latinoamericana, ofreciendo al​​ público​​ lector una ventana renovada hacia la escritura de Ida Gramcko.​​ Puedes adquirirlo​​ en Amazon.

 

 

 

***

 

 

 

Asnos, torres y viandas

 

Perrault contó la historia. Al menor de tres hermanos le tocó en herencia un mueble muy modesto. Era una mesa de maderas crudas y rojizas, color de hoja​​ de otoño, con cuatro patas burdas y anchadas por la lluvia del tiempo. La mesa estaba abandonada en el desván, y sobre un mantel de telarañas que cubría como un viejo encaje, se veían cacharros mellados, vasijas verdosas por el óxido y un botellón vacío, de brillo suavizado por el polvo, que aún lucía los pendones cromáticos de una antigua y orlada etiqueta. El joven hizo traer la mesa del desván, la limpió y le colocó encima un fajo de cuartillas, una palmatoria de cobre donde comenzó a agitarse por las noches el pañuelito de oro que está siempre en la punta de una vela encendida, y su único zafiro posible que consistía en un tintero. El joven era, como se ve, un escritor, y en mala situación como la mayoría de ellos. Los escritores, cuando tienen alguna migaja, se la dan a los pájaros que picotean, sin morder, lombricillas y briznas de sol en el alféizar. Una noche, nuestro escritor tenía mucha hambre y pensó: si yo le dijera a esta mesa, ¡mesita componte y hazme rico!... Súbitamente volaron las cuartillas, la vela se apagó y rodó sin quebrarse ni volcarse, el tintero. Una gasa bordada con pámpanos de jade cubrió la superficie, y un gran caldero de oro se alzó, humeando, en el centro. Desde entonces, la mesa le proporcionó cada noche una cena distinta y el día de Navidad invitó a sus amigos a un mágico banquete. Esa noche, un niño se coló en la habitación y dibujó un recuerdo del convite: varias personas, ante un ligero lienzo azul, comían el manjar tropical que, envuelto en hojas y atado con cordel, parecía la carterita de una ninfa vestida de verde.

 

Por ese tiempo, Gulliver, con sus grandes botas de charol, guarnecidas con una linda hebilla, sus pantalones a lo Guillermo Tell y su chaleco anaranjado, dejó que el pequeño viento de las aldeas de Liliput le agitase los bordes de la negra y ondeante melena. Gulliver estaba sorprendido ante las maravillas técnicas de aquel país enano. Los bosques, un poco más grandes que una rama, eran​​ atravesados por caminos que parecían orugas, sobre los ríos del tamaño de un hilo se alzaban los puentes como anillos y en el mar —de la hondura de un charco— se inflaban los velámenes gallardos de mil barcos de papel y juguete. Acaso un niño acompañó a Gulliver en aquel viaje, y para dejar constancia de tan excepcional aventura, se puso a trazar los relieves urbanos de una torre adornada con bombillas que, con gran sentido arquitectónico, habían alzado los liliputienses. Eran los mismos días en que un asno puso su piel como una alfombra a los pies de la hija de un rey.

 

La doncella estaba enamorada y quería escapar de su casa gigantesca de piedra. Sólo podía hacerlo disfrazada. En el cobertizo de la casa, poseía un borrico cobrizo. Se dirigió al establo con prisa crujiente de collares y sedas. Ante su traje de oro, debió rivalizar ese otro oro, salpicado de brotes, del pesebre. El asno, así llamada en el relato, pudo recorrer sendas y ciudades de incógnito hasta encontrarse con su amante. Ese borrico, plateado o pardo, es el mismo de “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez, o el bíblico burrito que, en Belén, en unión de otros animales, presenció entre la paja un prodigioso alumbramiento. Asno secular y luminoso que un niño rescata nuevamente del pasado para situarlo al lado de un recién nacido con destino, no más grande que un grano de trigo, y junto a un ángel cuyas alas son dos pequeños pétalos de hortensia.

 

 

 

 

 

 

Librería

También puedes leer