Autonomías y emancipaciones: América latina en movimiento, de Raúl Zibechi

Autonomias y enmancipaciones

En esta entrega de Subversión, Luis Martínez reseña Autonomías y Emancipaciones, del uruguayo Raúl Zibechi. Se trata de una serie de sugerentes ensayos que son producto de sus investigaciones in situ de los distintos movimientos sociales en América Latina que han puesto en jaque al modelo hegemónico.

 

 

El impacto geopolítico de los movimientos sociales latinoamericanos de los últimos veinte años ha sido contundente, no sólo por el número de artículos o libros que se publican –a veces prometiendo más de lo que ofrecen– en revistas o ediciones “especializadas” en la región sino por el debate que ha suscitado en el nivel teórico-práctico. En ocasiones las lecturas que se hacen de América Latina recurren a aplicar mecánicamente teorías o conceptos que escapan a la realidad de la región, probablemente a causa de un “eurocentrismo” que no hemos podido superar, otras veces por seguir modas académicas o, simplemente, por pereza intelectual.

En cambio, Raúl Zibechi, investigador social de origen uruguayo, nos presenta en Autonomías y Emancipaciones una serie de sugerentes ensayos que son producto de sus investigaciones in situ de los movimientos sociales que han puesto en jaque al modelo hegemónico.

La primera parte, bajo el título “Los movimientos sociales: portadores de ‘otros mundos” Zibechi aborda la ruptura epistémica, la emancipación como forma de vivir, las tendencias y los desafíos de los movimientos sociales latinoamericanos. El autor esgrime siete “rasgos comunes” (pp. 24 y p 48) o características ético-políticas que subyacen en la lógica de los movimientos sociales en América Latina: a) el arraigo territorial de los movimientos, es decir, el espacio en el que se reproduce ontológica y materialmente la comunidad; b) la autonomía como forma de organización que implica la desconfianza de las prácticas clientelares del Estado y de los partidos políticos; c) la revalorización cultural de sus identidades, esto es, el desbordamiento de la categoría eurocentrada de ciudadanía; d) la apropiación y descolonización de saberes representada en la formación de sus propios cuadros y corrientes intelectuales; e) el papel de las mujeres en la re-creación de otras lógicas organizacionales; f) la relación con la naturaleza y, finalmente, g) las formas autoafirmativas de reapropiación de espacios públicos representadas en la toma de ciudades, asentamientos (Movimento Sem Terra) y lugares de memoria (Madres de plaza de mayo).

Para el autor, la noción de movimiento social como sujeto educativo es fundamental en el proceso de emancipación de la sociedad. La descolonización de saberes (Edgardo Lander, Walter Mignolo, entre otros), la pedagogía de enraizamiento en una colectividad (Roseli Salete), el “investigador militante”, el lugar de enunciación del sujeto, el replanteamiento desde una postura radical a la relación sujeto-objeto (Silvia Ribera), entre otros, son elementos que configuran el entramado gnoseológico que se está desarrollando en y desde los movimientos sociales. Zibechi recurre además al concepto de “lazo social” (p.47) para esbozar las potencialidades, logros, dificultades y límites de los movimientos sociales. Apoyado en las tesis de James Scott, el autor sostiene que se ha soslayado la importancia de las “artes chismografías” y los “espacios-tiempos-interiores” (p.54) de los grupos subalternos, incluso infiere que los movimientos no articulados y no unificados han demostrado su eficiencia en la derrota fáctica de gobiernos, al respecto sugiere que: “el cambio social, la creación-representación del lazo social, no necesita ni articulación-centralización ni unificación. Más aún, el cambio social emancipatorio va a contrapelo del tipo de articulación que se propone desde el Estado-academia-partidos.” (p.52)

Consciente de la relación entre capitalismo y “colonialidad del poder” (p.64) Zibechi señala que los atavismos pedagógicos, sociales y políticos deben ser superados desde un lugar de enunciación crítico que ponga en cuestión las bases materiales de los discursos disciplinarios del poder. En contraposición de la síntesis como momento conciliatorio de antagonismos, el autor propone la puesta en marcha de “pensamientosarcoiris”. (p.67). Además, sostiene que el principal desafío de los movimientos sociales radica en el nivel de la representación, pues desgraciadamente no existe una “regla de oro” sino una decisión ad hoc que es determinada por coyunturas, temporalidades y relación de fuerzas entre los actores.

En la segunda sección, “América Latina en movimiento”, analiza “la acción política desde los márgenes” (p.85), es decir, las formas organizativas en el espacio-tiempo-interior (manqhapacha) de los movimientos sociales y su repercusión en el espacio político. Para ello, dando muestra de una exquisita imaginación sociológica –en el sentido de Wright Mills– propone cuatro características de esos “ecos del subsuelo”: a) la politización de sus diferencias sociales y culturales, en otras palabras, de sus modos de vida (p.87); b) la crisis de representación representada en la desconfianza de las formas clientelares y burocráticas de lo político; c) la no-estatalidad, o bien, la trascendencia del horizonte Estado-centrista y d) la diversidad de formas de lucha o momentos de insubordinación social destacando indudablemente los cortes de ruta y las comunidades en resistencia. Desde la forma de producción de una empresa recuperada en el sur de Argentina hasta la sublevación indígena en Ecuador, pasando por la resistencia del pueblo mapuche, la “Otra campaña” zapatista, la experiencia de las agrovilas del Movimento Sem Terra y de la educación-comunitaria en la periferia bogotana, el autor logra su objetivo: mostrar la relación intrínseca entre autonomía (autogestión, nuevas relaciones sujetos-territorios) y emancipación (construcción del poder de abajo a arriba, reapropiación de saberes y cuerpos).

La reforma agraria juega un papel importante en los conflictos sociales que subyacen en la realidad latinoamericana, en este sentido, Zibechi recupera no sólo la trascendencia de material y subjetiva de la tierra (p.146) en el imaginario social. No es fortuito que en la trilogía (territorio-autogobierno-autonomía) que formula el autor para destacar la dinámica de la emancipación, la tierra sea central.

El autor repara en la desconfianza que muestran los movimientos sociales a las formas tradicionales de “hacer política”, puesto que en algunas ocasiones la izquierda ha traicionado los intereses de “los de abajo”. Léase el Partido de la Revolución Democrática de México  al rechazar la ley de Derechos y Cultura Indígena en 2001 o la cooptación de algunos dirigentes del Partido de los Trabajadores bajo el mandato de Luiz Inazio “Lula” da Silva.

La sección titulada “Las periferias urbanas: ¿Contrapoderes de abajo?” centra su estudio en la génesis, desarrollo y apoteosis de la “hidra policéfala”, es decir, en la dinámica de los movimientos urbanos que podrían cifrarse a partir del Caracazo de 1989 pero que, como señala el autor, tiene su origen en décadas anteriores. El proceso de acumulación por desposesión (Harvey) fraguado por la lógica del capital agudizó el proceso de migración de una gran parte de la población rural a los principales centro urbanos de América Latina dando como resultado otras formas de reconfiguración societal. La formación de las barriadas populares (pp.222-237) y sus prácticas cotidianas (auto-organización por medio de asambleas y auto-construcción de sus espacios) es muestra de la manera en que los marginados pueden ser sujetos sociales. Recurriendo a los trabajos de Larissa Lomnitz, José Matos Mar y Carlos Walter Porto Gonçalves, el autor propone “desbordar” (p.217) analíticamente el concepto de cambio social y, de esa manera, contribuir al debate sobre la dinámica de los grupos subalternos.

La feminización de la lucha social impregna no sólo los entramados espacio-temporales de los movimientos sino la lógica performativa de sus demandas dando como resultado “otra forma” de concretizar las prácticas emancipatorias. Superando la superficial perspectiva  del enfoque multicultural, Zibechi da cuenta de las repercusiones del papel de la mujer-madre en la lógica contra-sistémica y sostiene que: “con ellas, irrumpe otra racionalidad, otra cultura, una episteme relacional” (p.269). Otro de los rasgos que está caracterizando a los movimientos sociales de cuño urbano es la puesta en marcha de una “nueva economía” (p.261) subordinada al valor de uso. El trabajo realizado por “productores libres” ha abierto grietas al sistema hegemónico de producción, así lo demuestra el autor al analizar la panadería de Barracas.

Uno de los puntos relevantes en este apartado refiere a la alusión  geo-social del modelo tripartito: fraccionamientos de las clases dominantes, barrios para estratos medios y arrabales populares. Sustentado en I. Wallerstein, el autor sugiere que los programas sociales “focalizados” hacia los sectores más vulnerables reducen la potencialidad del conflicto social, puesto que el esquema tria-nodal es esencialmente estabilizador mientras que el modelo bipolar es desintegrador.

“Poder y movimientos sociales”, cuarto apartado del texto, gira en torno a la política de y desde los de abajo. La lucha “con” y “contra” el Estado está ligada a coyunturas e intereses específicos. En algunos momentos los movimientos sociales han manifestado su apoyo a gobiernos progresistas y, en otros casos, su repudio y ruptura. Zibechi observa cuatro desafíos políticos: a) la relación con gobiernos surgidos del seno de los movimientos sociales, b) los planes estatales para enfrentar la pobreza, es decir, la implantación de paliativos que no transforman de fondo al sistema, c) el desarrollo del crimen organizado, esto es, la presencia del narcotráfico como actor para-político y d) la expansión de iniciativas de producción y reproducción de corte autogestivo.

La influencia de las Organizaciones No-Gubernamentales y su coalición con el Estado, a través de los programas sociales o asistenciales, es determinante en la cooptación de algunos movimientos sociales. El clientelismo, en ocasiones  entablado por medio de la Educación Popular no sólo consolida las relaciones asimétricas de poder sino que reifica los saberes coloniales.

Para Zibechi la política plebeya cumple una función revolucionaria y debe ser potencializada por los actores sociales. Al respecto apunta que:

la unidad es uno de los modos que puede adoptar la política de las élites en el mundo de los de abajo. Aún tienen fuerza las ideas que sostienen que en la unidad del campo popular puede ser útil para potenciarlo. Pero en la historia, los de abajo no han necesitado estructuras unitarias –que siempre son centralizadas– para rebelarse […] Las grandes rebeliones nunca provinieron de aparatos o estructuras que suelen tener intereses propios que no están dispuestos a poner en riesgo (p. 305)

Con el arribo de gobiernos progresistas, la reconfiguración política de América Latina y su repercusión en el sistema-mundo, las relaciones entre Estado (colonial) y los movimientos anti-sistémicos se tornan aún más complejas de ahí que estemos obligados a superar las viejas categorías analíticas. En este sentido el libro de Zibechi se inscribe en la línea del pensamiento crítico que oxigena el debate teórico y político contemporáneo.

Aunque el texto de Zibechi es una agrupación de diversos ensayos escritos en distintos momentos y lugares, por el estilo narrativo, por la agudeza de sus planteamientos y por la manera de “leer” el discurso oculto de los dominados la obra es una excelente aportación no solamente al estudio de la problemática latinoamericana en particular sino a las ciencias sociales en general.

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