Poesía joven de El Salvador: Rebeca Henríquez (Foja de poesía No. 447)

Rebeca Henríquez

Como continuación del dossier de poesía joven de El Salvador, preparado por el poeta y narrador Jorge Galán, presentamos el trabajo de Rebeca Henríquez  (San Salvador, 1982) El Salvador. Escritora y artesana.  Ha obtenido los siguientes reconocimientos: Premio Único en los IXX Juegos Florales de Usulután en el género de poesía. Certamen Nacional para jóvenes, 2011. Finalista del I Premio Internacional de Poesía “Carlos Ernesto García”, 2011. Premio Único en los XX Juegos Florales de Usulután en el género de poesía. Certamen Nacional para jóvenes, 2012. Premio Único en los XVII Juegos Florales de La Unión en el género de poesía infantil. Certamen Nacional, 2012.

 

 

 

EFECTO PLACEBO

 

La Aspirina en el centro de mi mano

se vuelve una mariquita cuyo caparazón es negro

con diminutos puntos blancos

y mi mano de pronto es una gramínea que la sostiene

mientras la brisa diurna del verano la hace tambalear,

aunque en realidad se resbala

como en un trineo

por los trechos profundos que son las líneas de mi palma.

 

A esa mariquita

que en la sombra es mustia y con alas plateadas

suelo confundirla con la lágrima oscura

que rueda de mi ojo cuando mira la ciudad

la ciudad de occidente que aún funda colonias

en los recintos que acordonan la noche

y la privan de mi ventana.

Pero también la confundo

-y esto es más deliberado-

con la ceniza vítrea que suelta la caña

como los lamentos de su terrible hoguera.

Igualmente me la bebo, dulzona,

y de preferencia con una esencia de salvia o de té negro.

En el centro de mi lengua sabe a pistacho con sal refinada.

Y si me sabe a tierra mojada de tormenta, a tierra ácida,

como ajenjo apocalíptico y sus premoniciones finales

sé que no debo de extraviarme

ya sea en un concierto

o en un film engorroso de cine alemán

porque detesto tanto ver a mis manías en el cine

y la mariquita

que ya en mi garganta es un proyectil

perdería el frenesí redentor que la afama.

 

Luego suelta el veneno

la ponzoña que se vierte en el flujo carmesí

el narcótico que emprende una lid entre tejidos y neuronas

que hace o deshace nuevas mariquitas en mi cabeza

como en una quimera

de la que resucito rutilante y sin remordimientos

con mis palmas diáfanas, cada doce horas,

convertidas en un vergel.

 

 

 

 

EL BUQUE DE ARRASTRE

 

Un anochecer extraño se despliega sobre el agua.

El tajamar de la proa de un barco

surca una ola pequeña

y sus amarras se deslizan por la orilla del muelle

con la serenidad de un hombre que se mira a sí mismo

solitario.

Sus tripulantes se elevan hacia el estribor

como una gaviota que lleva en su cabeza la máscara de un verdugo.

Debajo de la quilla el horror zambulle su pecho

y bucea lenemente

mientras extiende sus membranas oscuras de gárgola

al filo de las rocas en el fondo marino.

Los corales se arrumban con la guadaña de hilo trenzado.

Las medusas muestran el fulgor de la muerte.

Los espiráculos de los delfines sangran desmesurados.

Y las estrellas

son las caracolas que huyeron de las redes

por las calzadas añiles del firmamento.

 

 

 

 

ESTADOS ONÍRICOS

 

Me es imposible dormir en esta ciudad

sin que el pavor llegue como la Salamandra

que espira el fuego y el estío sobre mi cabeza

y que provoca las llagas que corroen la carpa

que sujeto a la intemperie

por si acaso llueve

y caen truenos.

 

Su noche es recorrida por unas criaturas

cuyos brazos terminan en navajas agudas y rutilantes.

Detrás de sus espaldas

los postes se que se alzan son los fanales altivos

que esperan un rival o una víctima

para obsequiarles las heridas y la muerte;

esa que nadie es capaz de impugnar.

 

Sobre las sábanas

el letargo es una ceguera que a veces se retracta

y me muestra las imágenes de la vida en un tono gris

y empapado como la medianoche

con una sinfonía hecha con los rugidos penetrantes

de un océano prehistórico

en el que mi nombre resuena en la barcarola

que un marinero infortunado canta

mientras su cuerpo se desplaza como una boya

hacia un remolino de peces y de algas.

 

 

 

 

ACTO FALLIDO

 

Desde muy joven sé que la distancia

es el velo oscuro de la incertidumbre,

que cuando alguien se marcha

la negrura va poblando cada tramo que se avanza

aunque se vaya con presura

o con el sigilo de unas pisadas sobre losas marchitas.

Los escarabajos se agolpan en los caminos como piedras.

El aceite de los furgones anega las avenidas.

Los atajos y senderos

se vuelven puentes corroídos

sobre avernos tremendos.

Y por más que se intente retornar por el mismo camino,

estatuas de sal quedan en lugar de pasos

hasta que el viajero es sólo ese aliento

que inicia las más temibles tolvaneras.

 

 

 

EL EXTRANJERO

 

Llegó a una ciudad cuyo verano se extendía por años.

En sus calles

los lagartos eran estatuas cubiertas de un moho impenetrable.

Perros mortecinos seguían a los transeúntes

y éstos huían

y fragmentaban con sus rostros perlados de sudor

los hatajos vibrantes de moscas

y de mosquitos.

 

La ciudad y su verano implacable

le recibieron por la noche

con el talante de una tolvanera

ante el forastero que se emplaza.

 

No era él

en aquel tiempo

un viajero intrépido avanzando de frente y sin retorno

por cada paraje mundano que se le antoja o se le permite.

Era, más bien, un vagabundo

que llevaba consigo

adherido a su memoria

la gelidez de un invierno.

 

Y como si fuese rastreable la tundra

le cercaron los coyotes, libélulas y culebras.

Le horadaron el rostro con sus colmillos y aguijones.

Le vaciaron en una pila amplísima

y se volvió como un lago rodeado de montañas

que eran los niños y los ancianos.

Los hombres se desvistieron y mojaron sus espaldas.

Las mujeres acarrearon en cántaros todo lo que podían.

La ciudad fue regada desde los picos de las aves

y la maleza sucumbió al verdor.

 

Su cuerpo fue arrojado en el páramo.

Sus ojos aún abiertos vieron las nubes de una tormenta.

Y luego

como en un renacimiento

el alba le acogió en su bautismo de fulgor.

 

 

 

 

EN EL AÑO DEL ERROR

 

“Al sol de la verdad pongo desnuda mi alma…”

Miguel de Unamuno

 

El tiempo golpeó su hombro contra el mío

y luego se extravió en un enjambre de burlas y desdenes.

Sobre mi muñeca calcó su semblante terrible

y sin la oportunidad de que lo entendiese

se afianzó en mi brazo

como un brazalete forjado con jade y platino.

De ninguna boca o labio supe de las fechas.

Los calendarios estaban en blanco.

Los días zarparon como pequeños navíos

rumbo a una guerra viciada.

Solamente en mis entrañas se balanceaba un péndulo

con la frialdad de un reloj

que avanza presuroso y sin escrúpulo.

Una esfera colmada de ruidos llegó a mi encuentro.

No pude separar el cántico etéreo de un ángel

de la súplica de la víctima frente al asesino.

Mi madre enmudeció.

Mi hija se durmió con un llanto ahondado.

Los radios, teléfonos y truenos me abatieron.

Busqué sin mucho esmero los pasos que extravié.

Mi nombre y mi apellido cambiaron tantas veces

así como el sur cambiaba con el norte

en la brújula del olvido.

 

Deambulé en una casa que no me pertenecía

y en la que no sabían de mi presencia.

Cada noche intenté irme

pero mis pies formaban islas que anegaban mis zapatos.

Mis cabellos se batían como hélices

y me llevaban de nuevo

al principio de mi huida.

Un perro albino y silente custodiaba mis rumores

y lamía mi frente

y limpiaba mis pesadillas.

Mis pupilas transgredieron las pantallas

y detonaron en medio de sus cristales fluorescentes.

Fui tan sólo un espectro

y el tiempo seguía revuelto con los rostros de la ciudad.

 

En un segundo advertí

que los yerros dejan estelas filosas

como jáculos en manos de cazadores.

Tuve que quitarme de la piel

– tan vasta que parecía un desierto-

uno a uno

sus aguijones.

Tuve que ocultarme en los sueños para evadir sus dardos

hasta que no pude despertar.

 

En el año del error me extravié

y sólo el tiempo

después de todo su tiempo

logró recomponer su horizonte infinito.

 

 

 

Datos vitales

Rebeca Henríquez  (San Salvador, 1982) El Salvador. Escritora y artesana.  Ha obtenido los siguientes reconocimientos: Premio Único en los IXX Juegos Florales de Usulután en el género de poesía. Certamen Nacional para jóvenes, 2011. Finalista del I Premio Internacional de Poesía “Carlos Ernesto García”, 2011. Premio Único en los XX Juegos Florales de Usulután en el género de poesía. Certamen Nacional para jóvenes, 2012. Premio Único en los XVII Juegos Florales de La Unión en el género de poesía infantil. Certamen Nacional, 2012. Parte de su obra ha sido publicada en: Antología de poesía joven salvadoreña “Las otras voces”. Dirección de publicaciones e impresos de la Secretaría de Cultura de la Presidencia, 2011. Aún permanecen inéditos: “Estropicios”, Poesía. “El verano aventurero”, Poesía infantil.

 

 

 

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