Presentamos algunos textos del poeta peruano Martín Zúñiga (Cusco, 1983). Ha merecido, por su poesía, distinciones como el Premio Internacional de Poesía Ángel Martínez Baigorri y el Premio Internacional de Poesía Joven Martín García Ramos, ambos en España, así como el Premio Nacional Juvenil de Poesía Javier Heraud y el Premio Internacional de Poesía Copé de Plata en Perú.
De: Gavia
PARECE SIMPLE TRABAJAR SIN MÚSICA
Cuesta mirar cuanto te acompaña
un incendio.
Cuando los discos viejos inundan la casa.
Cuando las paredes se vuelven gigantes
y estás parado en medio
y
de pronto las medias se te mojan
sin razón, y sin razón también la luz se acaba.
y un barro antiguo se asoma bajo las señales.
Cuesta no cerrar los ojos
en la necesidad de detener algo.
LOS TECHOS DE CALAMINA VIBRAN AL COMPÁS DE LA LLUVIA
Lo mejor que puede suceder es el agua
corriendo en la cañerías
pero pocas veces suceden cosas buenas
en mi casa. Con la palabra amor se acaban
muchas palabras. las canciones y los bailes
de moda. hendiduras imperceptibles en los dientes
como colinas como elefantes blancos;
porque ya es costumbre acarrear tangos
en los baldes de agua. El frío
que se filtra por las grietas me amuebla la casa.
Y aunque es un desierto lleno de espinos y tequila
las musas bailan en mi pecho
al son del carro basurero y se ríen de mi falta de agallas,
de mi inestimable pesimismo al prender los cigarrillos.
Every time we say goodbye revolotea por la casa.
Con el tiempo también aprenderé a reírme.
Pavlov tenía algo de razón en ello.
De: Cover
Esto es un Cover
Esto es lo que suena cuando un dedo se posa en una herida.
Trampas en la luz.
Los manifiestos recientes dan por sentado
que dos personas podían compartir sus posibles espacios.
Naranja partida por la mitad sin detenerse en las minucias del placer cotidiano.
En mis cortos cinco sentidos clavados en las tiendas de juguetes,
ella crece para mis adentros.
Entiendes si te digo te quiero? No entiendes tampoco si te digo que te odio.
Que te deseo.
Pintarrajea los quioscos saturados de periódicos atrasados
con transeúntes sombras entre la nieve que deseamos nunca termine de licuar.
Crece como un vómito tierno.
Comparo la vida con éstas palabras.
Trampas en las sombras
Trampas de la luz para ser más exactos.
En las cortes en cambio se sabía que los esposos no podrían.
Que lo esencial está en la súplica;
en el lugar, más, oscuro de la palabra.
Entre las páginas de hermosos libros que nunca entiendo
donde una cortina de centauros ebrios cae delante del sol.
Ella, cuyo nombre desconozco.
Tú me quieres de verdad Pues claro, claro que te quiero
Yo también te quiero Pero, pensé
Pero, no vayas tan de prisa Asentí.
No me atosigues, yo tengo mi propio ritmo para hacer las cosas
Asentí.
Podrás esperar Asentí.
Me lo prometes Te lo prometo
Éramos una gallina a la que le habían quemado el pico y un gato
al que le habían arrancado las garras.
El ritmo de una gallina no varía en lo más mínimo.
Un gato, en cambio.
Canción de Edipo en Tesalia
a Rocío del Alva Melgar Cervantes
Lo sé. El amor es al fin y al cabo una rémora sonriente
un acto de constricción nada planificado vagando zombi por los riachuelos
que alumbran la ciudad, buscando la felicidad en tu etnia
de espanto y fuerza.
Te miraba como sólo los locos pueden.
Me aferraba a mi fantasma hediondo para que te salvaras de mí.
Te salvé de mí.
Pero el amor era un batracio metido en mi oreja, un constante croar de saltimbanquis
empecinados en traerte una y otra vez.
Hasta que te quedaste para siempre sin estar.
Es incomprensible mi manera de mirarte como un sacerdote mira
el cáliz,
convencerme de cuánto hiere cada filamento que sale de ti y que me abrigaba,
que todavía me abriga.
Lo sé, mis dedos sangran por el trabajo, por las madrugadas dedicas a que me quieras.
Te salve de mí a costa tuya, destruí los remansos de tu niñez,
y tú, inocente como sola tú,
me regalaste una y otra vez la vida.
Lo sé, el amor es una rémora sonriente
pero una rémora, al fin y al cabo,
necesaria. Mi necesidad tiene nuestros apellidos. Mi felicidad tiene tus ganas.
Abrazarte sería en el mejor de los casos una ofensa, pero también una carta de ciudadanía,
un lugar propio entre los riachuelos por donde fecunda la ciudad.
Guerra fría la de los amantes que matan su felicidad a costa de construirse una vida.
Olvidados de la vida, digo tanto para decirte mi necesidad tiene tu nombre.
Digo tanto para convencerte tan poco.
Planifico cada palabra que sale de mí hacia ti. Me dices que solo tienes un hijo, no dos
y me siento huérfano. Podrías dejar de hablar un poco y mirarme,
olerme como la primera vez.
Ya se han acabado entre nosotros las primeras veces, todo es un tiempo de descuento
un tal vez mañana si pueda si esta vez si eso
si quisiéramos si eso existe.
No me moriré todavía, me digo, alzaré nuevamente mi mirada hasta tu mirada
limpia. A eso me dedico, a tratar de que lo dicho
sea verdad,
a que mis sueños de adolescente
trabajar poco ganar mucho, hacer lo que más me gusta
lo que me gusta más después de ti
sea provechoso para los tres.
Cobarde como soy, te he ido perdiendo, decía una canción de amor.
No ser esto que soy y que te ha ido perdiendo.
Ganada mi niñez, no la necesitabas.
Ahora mi necesidad tiene el nombre de tu necesidad. El amor también, lo sé,
tiende a ser eso. Por lo que presento mis armas ante ti
y dejo mi presente para vivir en nuestro mejor pasado, para mirar nuestro único futuro.
Hemos tenido días malos, nos disgustaban las mismas flores
los girasoles eran fracturas en nuestras manos.
Pero hemos estudiado botánica, ahora sabemos un poco más de las flores.
Te salve de mí a condición de perderte. Nada bueno pude sacar de mi pecho.
Decir tanto para convencerte tan poco, pero convencerte al menos.
Niño como soy no soy ni la mitad de la niña que eres.
¿A dónde llevaré mis huesos el día que los días
se me acaben. Palillos de dientes mis huesos te buscarán, de seguro.
Acógelos al menos como amiga. Abrázalos y huélelos como la primera vez, ya no como
un traje que usé, sino como un traje que me uso.
Desde la primera vez, ahora que no nos quedan ya
más primeras veces, te pertenecieron
y se asustaban si querías saltar del puente; cobardes como son no sabían
si te seguirían en el salto. Acógelos, no porque sean tuyos,
tantas cosas tienes que no les abres la puerta de tu casa,
que los dejas esperando en la vereda,
sino porque son feos, débiles, roncos y te miran como sólo un loco puede.
No te harán escenas de celos, se acurrucaran en una esquina
tratarán de incomodarte lo menos posible.
Como yo, se sentirán contentos de que los mires de vez en cuando
hermosa y fuerte como eres.
No voy a negar lo feo que soy contigo, lo feo que son mis huesos,
la cantidad de horas acumuladas en el trabajo de tender vías de ferrocarril
que me alejaran de casa, pero te lo debo todo,
el 80% de esas horas y la inflación de mis agallas.
Esta canción también era una deuda, que así y ahora queda mal saldada,
decía otra canción de amor.
Balada para el Amenazado con Epifora y Aforismo chamusqueado
Pájaros de eucalipto arden dentro de sus paredes.
Paredes de carne y de sal. En la primera epístola a los tibetanos el apóstol habla
sobre el sonido en la inmersión del agua y del fuego.
Bolas de fuego cayendo sobre la muchedumbre intrigada.
Bolas de fuego que no les queman; habla
de cómo el agua le teme al fuego, aunque no debería,
de cómo el fuego le teme a la arena, la arena al viento
que la amontona y la separa.
Lo compara con la armonía de las flores y de los insectos repudiando el apetito de la carne.
Abre en su narración un paréntesis: habla de un viejo romano
que antes de cierta batalla, olvidada ya por el tiempo,
tomó agua. Si voy a tener sed, ya la tengo, dijo. Y mató a unos cuantos antes de
seguir la senda de Arquíloco.
En esta historia aves de eucalipto se postran dentro de su pelo
y todas las verdes criaturas de la tierra y del agua.
Si me quedé a almorzar al borde de la laguna,
si me quedé a ver a un caimán apareándose bajo un lejano trueno,
si me quedé fue casualidad. Y ataraxia.
Y pocas monedas para tomar el tren —¡tan literarios siempre los trenes! —
adecuado para llegar a casa.
En esta historia rondan otra vez la soledad y el frío que es su apariencia.
Luna herida en mi talón a la manera de una metáfora, de un artilugio accesorio, innecesario.
Adorna así la verdad con mentiras y lo llama belleza,
porque sabe que la gente cree disfrutar
de la sorpresa al encontrar un león en mitad del camino.
A los ocho años, en la clase de gramática, su padre de un sopapo le enseñó
el orden cierto de las cosas
que conocía por sus ancestros.
Cosas importantes para un hombre de bien, no para mí, respondió.
Si el sonido de la refrigeradora vacía me acompaña con su canción
de cuna, ¿para qué gasté el tiempo al lado de musarañas?, se preguntaría luego.
Resumamos la cuestión: es delicioso y tentador no hacer nada. Gastar mal el tiempo.
En clases de gramática el filósofo pone nombre al juego de equilibrio
entre conciencia y armonía. Síntesis.
La belleza para el gramático es planear el juego. En cambio el apóstol entró en él:
pone un pie sobre la cuerda
y luego otro
y otro.
El gramático recomienda: no mires abajo está el cielo.
Hay un nuevo intermedio donde las vacas se juntan
tratando de hacer casar sus manchas. Es su ingenuidad, heroica.
La verdad se parece a una cuerda tendida sobre el camino puesta ahí más para
hacer tropezar que para guiar a alguien.
Y tentado por las formas sensuales de la vanguardia, quien habla
reconoce no saber consolar a nadie. Se agarra a golpes
con su soledad: mascota olvidada en el aeropuerto, muerta de inanición y pena.
Al año siguiente se escapó de casa. Fue un viaje corto, por cierto.
Pronto olvidó las reglas para escribir cartas.
Su padre debía tener razón al notar algo raro en su hijo:
le es imposible aceptar a las nubes blancas y decide ver azul,
amarillo, bermellón y gris nieve. Falta de sentido común, repetiría el padre.
Luminosos manuales y tratados sobre el orden cierto de las cosas
vendió para regresar a casa. No volveré
no volveré otra vez
no volveré en ratas alimentadas por mis ojos bajo las uñas de mi soledad.
El caimán será devorado no por su pasión, sino por el resplandor del trueno.
El apóstol finaliza su epístola recomendando viajar y no mantener una casa;
incendiar todos los libros
y las paredes en la cabecera de las autopistas. Acostados al costado de las vías
por nuestra cabeza salía el sol, mientras los números del calendario se teñían de rojo.
Encontraron el cuerpo del apóstol detrás de muros tapiados
huyendo de las extraordinarias máquinas del amor.
No encontró defensas que le sean útiles.
No hubiese podido encontrarlas.
Datos vitales
Martín Zúñiga Chávez (Cusco, Perú, 1983). Ha publicado los poemarios Gavia (Ediciones Fecit, España, 2009), Pequeño estudio sobre la muerte (Ediciones Copé, Perú, 2010) y Cover (Ediciones Difacit, España, 2011), además de la antología de poesía joven de Arequipa Rastros/Rostros (CRPP, Perú, 2011). Su obra ha recibido varios premios como el Premio Internacional de Poesía Ángel Martínez Baigorri y el Premio Internacional de Poesía Joven Martín García Ramos, ambos en España; y el Premio Nacional Juvenil de Poesía Javier Heraud y el Premio Internacional de Poesía Copé de Plata en Perú. Dirige la asociación cultural Centro de Recursos para la Poesía www.centroderecursosparalapoesia.org, plataforma de gestión de proyectos culturales que organiza el Festival Internacional de Poesía Ari Quepay, entre otras actividades. Realiza el proyecto LAE LEA Perú http://urbanotopia.blogspot.com. De niño quería un dinosaurio de mascota.