Rebeldía y revelación: la poesía de José Revueltas

El siguiente ensayo del poeta Mijail Lamas (Culiacán, 1979), es una interesante reflexión sobre la poesía de José Revueltas, una faceta poco conocida del autor duranguense. Este ensayo fue incluido en El Vicio de Vivir, ensayos sobre la literatura de José Revueltas (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2014), trabajo coordinado por el narrador Vicente Alfonso.
 

 

 

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REBELDÍA Y REVELACIÓN: LA POESÍA DE JOSÉ REVUELTAS

por Mijail Lamas

 

En carta fechada el 19 de julio de 1969, José Revueltas dirigió las siguientes palabras a Octavio Paz[1]:

“Hemos aprendido que (…) la única verdad, por encima y en contra de todas las miserables y pequeñas verdades de partidos, de héroes, de banderas, de piedras, de dioses, que la única verdad, la única libertad es la poesía, ese canto lóbrego, ese canto luminoso.”

Esta lúcida declaración nos revela a un José Revueltas creyente del poder emancipador de la poesía, cuyo influjo está presente en su obra narrativa, así como que la práctica del verso no le sería ajena.

Es la poesía una actividad marginal en la obra de José Revueltas: apenas 33 textos dispersos, escritos de manera inconstante a lo largo de su vida, componen toda su obra lírica. Sobre su actividad poética Revueltas afirmaba: “Practico la poesía, pero muy en privado, y me parece un arte muy elevado para que pretenda uno siquiera poderlo hacer”, más adelante agregaó con modestia: “más que poemas, los llamaría aforismos filosóficos”[2].

La fortuna ha querido que incluso sobrevivan algunos poemas que José Revueltas rompió. Podemos especular que en un arranque de inconformismo Revueltas intentara deshacerse de ellos, y que gracias a la tenacidad de Olivia Peralta, primera esposa del autor, lograron sobrevivir[3].

A pesar de esta esquiva actitud ante sus poemas, ha quedado patente la genuina necesidad que el autor de Los muros de agua sentía de expresarse en verso, aunque le negara a sus escritos ese carácter acabado de construcción poética. De manera reservada entonces, y no siempre con fortuna, nos ha legado algunos ejemplos que cumplen con decoro su cometido: transmitir la angustia, el amor, el anhelo libertad, el sufrimiento y la esperanza de un hombre que no dejó de impugnar la realidad atroz de un mundo injusto.

Recopilados y anotados por Andrea Revueltas y Philippe Cheron, los poemas de José Revueltas aparecieron reunidos por primera vez en Las cenizas: obra literaria póstuma (ERA,1981); donde se reunieron también inicios de novelas, cuentos y relatos. Posteriormente fueron compilados por José Manuel Mateo de manera individual en un solo volumen bajo el título del El propósito ciego (Aldus/Obra Negra, 2001).

Autodidacta y lector incansable, José Revueltas siempre alternó sus lecturas de formación ideológica y filosófica con las literarias, sin que una cosa restringiera la otra. Entre sus lecturas se puede encontrar un extenso catálogo de poetas: en especial aquellos del romanticismo inglés, del simbolismo francés y del siglo XIX mexicano. También estuvo muy atento a los cambios propuestos por las vanguardias poéticas de la primera mitad de siglo XX, donde figuran Federico García Lorca y Pablo Neruda como autores de su predilección.

Revueltas también animó a los poetas de su generación e incluso leyó y animó a poetas más jóvenes que él, como al michoacano Carlos Eduardo Turón, al mismo tiempo que recelaba de los tradicionalismos anquilosados que desacreditaban las innovaciones de la poesía de los más jóvenes.

Sus primeros poemas tienen un afán formal aunque fracasado, por ejemplo “Nuestra manzana del padre Adán” de 1934 tiene influjos de Rubén Darío y Ramón López Velarde; en sus estrofas de seis versos de arte mayor, de métrica y acentuación dispar, hay un esquema de rima que es diverso en sus dos primeras estrofas (ABACAC para la primera y ABACBA para la segunda) y que se regulariza a partir de la tercera (ABACBC). Este poema es también una catálogo de influencias y una toma de partido a favor de la tradición moderna: “¡Olvidaremos a Homero, Cervantes, La Ilíada/ y daremos a Aristóteles un susto” para después declararse a favor de Charles Baudelaire, Rubén Darío y Valle Inclán.

Su escritura poética a partir de 1937 experimenta un cambio de paradigma estético, sin duda influenciado por “Sobre una poesía sin pureza”, texto de 1935 en el que a manera de manifiesto Pablo Neruda apelaba por una “poesía gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo” y agregaba más adelante:

“Una poesía impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos.”

Esta forma de expresión, que evidentemente adoptarán un buen número de poetas hispanoamericanos, se encontraba en los libros Destrucción del amor (1933) de Vicente Aleixandre y  West Indies, Ltd. de Nicolás Guillen (1934) cuya influencia es palpable en los poemas de José Revueltas escritos a partir de 1937.

Hay antecedentes, por supuesto, donde el sudor, el ruido de las máquinas, la deshumanización de la grandes ciudades y el habla de los centros urbanos están presentes. Lo están en la “Oda Triunfal” (1915) de Álvaro de Campos (Fernando Pessoa) y en la “Canción de amor de Alfred Pruffock” (1917) de T.S. Eliot, e incluso en Andamios interiores (Poemas radiográficos) (1922) del más cercano Manuel Maples Arce. En éstos las texturas de la realidad también lucen desgastadas, aparecen las “actitudes vergonzosas” y el habla urbana es incorporada con mayor soltura.

La diferencia entre los pioneros de la modernidad poética y los poetas del 1935 hispanoamericano, tal vez radique en el temperamento de los segundos, éstos no pueden alejarse desapasionadamente de su tema como lo hace Eliot, por ejemplo, o celebrarlo como lo hace de Campos (Pessoa), los poetas hispanoamericanos no pueden mirar la realidad sin que los mecanismos súbitos, animados por su necesidad de reivindicación social y su ideología, los hicieran reaccionar a dentelladas.

 

Los gritos son estacas de silbo, son lo hincado,
desesperación viva de ver los brazos cortos
alzados hacia el cielo en súplicas de lunas,
cabezas doloridas que arriba duermen, bogan,
sin respirar aún como láminas turbias.[4]

 

Es así que en los poemas de José Revueltas el lenguaje es utilizado como un objeto contundente que intenta desarticular las formas tradicionales de la poesía. En “Discurso de un joven frente al cielo” (1937) rompe por completo con las convenciones de la rima y la regularidad métrica, confeccionando un verso poco melódico, tajado, en el que se destaca la construcción de imágenes de compleja plasticidad:

 

Nos ha desanudado la carne opaca de los gritos
con turbia alegría de llanto degollado,
poniéndonos de pie la espesa cárcel
y la despedazada tortura.

 

En este poema el yo encarna al joven que erige su canto frente a la noche enemiga, el sujeto de la enunciación lírica renuncia a la primera persona del singular para que, desde un nosotros colectivo, pueda ofrecer su voz a aquellos que no la tienen.

Además, se atreve a afirmar que es la juventud no solo el despertar de la conciencia del mundo, también es el tiempo del despertar erótico, en una época donde la lucha por la libertad sexual está aún lejos:

 

Hay que oír nuestro cuerpo asombrado
componiendo paisajes.
Oír la infinita dimensión del poro,
Y este correr ardiente de la sangre,
Los oídos pegados a las venas.

 

La sensualidad activa de los cuerpos, es también la impetuosa conciencia de saberse vivo en el infinito instante de esa juventud de encierros y clandestinidad.

Es así que la poesía de José Revueltas no se va a limitar al mero ejercicio estético, pues su vida literaria nunca se separó de su vida ideológica. Sus poemas son búsquedas en las que el sujeto de la enunciación lírica no se conforma con las figuras luminosas o los tropos dóciles, hay en estos poemas una liberación de la imagen violenta y una adjetivación que enarbola matices poco frecuentes en la poesía mexicana de los años treinta. Observemos, por ejemplo, “Nocturno de la noche” de 1937:

cuando los libros se quedan abiertos como una película de pronto detenida
y los cigarrillos sólo son un recuerdo de angustias y desvelos,
quemados para siempre;
cuando los números Palmer del mediocre joven meritorio

son un feroz y enloquecidamente acariciado anhelo de abrazarse por sorpresa
a la Amparito o a la Chole
en un mentido vuelco aéreo de Luna Park;

 

Advertimos que en estos poemas de José Revueltas no hay una incorporación del habla llana, urbana o rural, directa y cruda con los distintos giros idiomáticos que encontramos en sus narraciones, hay sin embargo una primera tentativa de poesía conversacional, así como de elementos de la cotidianidad urbana. Es importante destacar el uso del versículo en el anterior fragmento, cuya utilización representa también una innovación, así como la constante vuelta del autor sobre los textos bíblicos.

Otro ejemplo significativo es “Canto irrevocable”, donde José Revueltas vuelve a darle voz al personaje del joven. De nuevo la primera persona del plural aparece pero se alterna con la del singular, ambas modulaciones pugnan, con su juventud a cuestas, para reconocerse en los otros con “las arterias vivas y la sangre que llora”. En el sujeto lírico “cual un bosque de estrechos corazones apretados” se amontonan los gritos de todos aquellos que sufren.

Se reconoce eterno en su breve “juventud de atentos sueños”, ella es quien lo anima a no guardar silencio, a ser la voz, donde la rebeldía es la revelación de un destino.

 

Yo, que tengo una juventud llena de voces,
de relámpagos, de arterias vivas,
que acostado en mis músculos, atento a cómo corre
y llora mi sangre,
a cómo se agolpan mis angustias
como mares amargos
o como espesas losas de desvelo,
oigo que se juntan todos los gritos
cual un bosque de estrechos corazones apretados;
oigo lo que decimos todavía hoy
todo lo que diremos aún,
de punta sobre nuestros graves latidos,
por boca de los árboles, por boca de la tierra.

 

El yo se encuentra en un estado de tensión, su visión del mundo es resultado de su alerta constante, parado en ese espacio dual de infierno y paraíso terrenales, dueño de esa incapacidad para quedarse de brazos cruzados, desafiante y activo, piensa que será posible cambiar el mundo o conferirle un segundo nacimiento.

 

Hay que hacer un gran río del mundo,
juntar nuestros pulsos hasta formar un gran cielo.
Un cielo del que llovamos redivivos,
nuevos, virtuosamente limpios y dispuestos.

La redención de los hombres para José Revueltas sólo puede lograrse a través del socialismo, sin embargo, hay en su obra narrativa así como en su obra poética una constante referencia al texto bíblico, en donde la redención por el sacrificio es uno de los dogmas centrales.

Al leer estos tres poemas de José Revueltas escritos entre 1937 y 1938, y al conocer la cercanía que éste tenía con Efraín Huerta, podemos especular que los poemas del primero, bien podrían ser un antecedente para la escritura de Los hombres del Alba. Esta nueva forma de escritura que Huerta inaugura para la poesía mexicana, está en germen en los poemas de Revueltas, poemas que de haber sido difundidos en el tiempo en el que fueron escritos, sin duda hubieran tenido una recepción negativa o desconcertada como la tuvo Los hombres del alba, basta leer el perturbado prólogo que Rafael Solana escribe para esa publicación.

En resumen,  los mecanismos de desautomatización que José Revueltas utiliza en estos poemas consisten en la elección de un verso asimétrico, el abandono de la rima, la elección de imágenes violentas y el uso de un lenguaje por momentos coloquial, alejado de la ornamentación modernista y la demagogia comprometida.

 

El joven como encarnación del ser revolucionario

 

Por otro lado, el tema de la juventud y la encarnación del personaje del joven como sujeto de la enunciación –traído desde el romanticismo– como protagonista de los poemas de Revueltas, nos muestra lo atento que éste estaba ya, en la segunda mitad de los años treinta, del cambio social que representó el crecimiento gradual de la clase media y la consolidación de la juventud como grupo social que poco a poco asumirá el deber de cambiar las estructuras de una realidad nacional posrevolucionaria en la que se habían traicionado los ideales de la Revolución, que desembocará  en un  estado de cosas donde el partido en el poder consolidaba su monopolio y no permitirá el desarrollo democrático, lo que en buena medida neutralizó el desarrollo de otras fuerzas políticas, además de cooptar, como el mismo José Revueltas lo denunciaría, al mismísimo Partido Comunista Mexicano y a otros movimientos políticos:

“El proceso de monopolio político (que no representa sino el libre ejercicio del papel hegemónico que la burguesía ha conquistado en México) ha terminado por instaurar un sistema de totalización que asfixia a los sectores más vivos y deseosos de una participación en la vida política del país. Estos sectores ha estado condenados a no expresarse sino a través de los canales establecidos por el monopolio…”[5]

Este reconocimiento revelador e intuitivo que José Revueltas expresa en sus primeros poemas sobre el papel del joven (apasionado, idealista, romántico, revolucionario, etc.) y la juventud como colectivo cada vez más partícipe en la lucha social revolucionaria, se concreta años después en el movimiento estudiantil del 68, que Revueltas apoyó de manera activa, y por cuya participación enfrentaría el último de sus encierros.

“La ruina moral y la serie sucesiva  de derrotas revolucionarias de esta segunda y trágica mitad de siglo XX son las que hablan a través de la protesta de una juventud defraudada.
(…) En la lucha contra el sistema –lucha por demás legítima, de naturaleza esencialmente democrática- la juventud ocupa el puesto de vanguardia.
(…) El activista encarna la iniciativa propia, inteligente y lúcida, el espíritu de invención, la responsabilidad colectiva, el sentido de la autocrítica, el ánimo despierto y la valentía…”[6]

 

Sin embargo, no sólo la ideología revolucionaria daba cohesión a esta generación del 68, estaba también presente, como en los años de juventud de José Revueltas, la literatura, y en especial la poesía, como medio de impugnación y acto de soberana libertad, ante la represión y la masacre:

“La realidad de todos los que estamos aquí, en este departamento, la noche del dos de octubre (…) en un cuarto o quinto piso, no sé, suspendidos en el aire, flotando sobre la inmensa y espantosa ciudad nocturna bañada en sangre apenas unas horas antes. (…) Rilke une a todos los muchachos y muchachas que están que están en este cuarto. A todas las muchachas y muchachos de este mundo. Y a este viejo. A mí. (…) Rilke, César Vallejo, Baudelaire, en nuestras manos, en nuestros puños, contra el pecho”[7]

 

En José Revueltas la poesía es, entonces, revelación de libertad, verdad y comunión, espacio y sustancia en el que nos reconocemos semejantes, por encima de las doctrinas. Canto siempre joven, lóbrego y luminoso, que nos invita a no olvidar en este tiempo –tiempo donde el monopolio político que lo persiguió y encarceló, ha restituido del todo sus arbitrarios poderes- que la poesía es también lucha que une y reivindica.

 

[1] México 68: Juventud y revolución, Revueltas, José; Ediciones ERA, México 1973, pag. 217.

[2] Conversaciones con José Revueltas, Ediciones ERA

[3] El propósito ciego, Aldus, Obra Negra, México 2001, pág. 87 y 88.

[4] De “Quiero Saber”, poema de Destrucción del amor; Aleixandre, Vicente.

[5]  México 68: Juventud y revolución, Revueltas, José; Ediciones ERA, México 1973, pag. 145.

[6] op. cit.  pag. 183

[7] op. cit. pag. 80-83.

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