Historia familiar, un poema de Ming Di

Presentamos un poema de Ming Di (Río Yangtsé, China). Es poeta, editora y traductora. Ha publicado seis libros de poesía entre los que se encuentra Luna fracturada (2014) editado por Valparaíso Ediciones. Es cofundadora y editora de Poetry East West. Editora de la antología New Cathay: Contemporary Chinese Poetry. Obtuvo la Beca de la Fundación Henry Luce en 2013. Fue finalista del US National Poetry Out Loud en 2014. Su trabajo ha sido traducido al inglés, francés y español. Es coorganizadora del Festival Internacional de Poesía de Beijing.

 

 

 

 

 

 

 

HISTORIA FAMILIAR

Ming Di
(Río Yangtsé, China)

 

Érase un árbol y mi familia,
era una leyenda de bosques con diez soles
arriba, que ardían en la noche. La abuela
no podía dormir, así que cada noche

 

daba a luz un hijo
hasta que no quedaran hojas para
alimentarlos. Enloquecido, el abuelo perseguía los soles
y disparaba a nueve de ellos, dejando uno

 

en el aire, para que contase la historia.
Érase una historia y el sol
bajó por un tronco y subió
en la mañana, para ver a mi abuela,

 

la mujer echada ahí como una montaña.
El abuelo enfureció y trató de matar
al último sol, pero sufrió un golpe de trueno
y murió. Se rompió el cielo, lloviendo

 

tristísimo en su duelo por diez mil años.
Todos los hijos ahogados subieron
a la superficie como nenúfares. La abuela
subió tan alto que remendó el cielo

 

tapando el roto. El sol amaneció, siguiéndola,
observándola con su ojo amarillo
durante cinco mil años, día y
noche brillando en la distancia.

 

La abuela se aburría. Ella moldeó arcilla
para hacer humanos con rostros soleados y con ojos
de estrellas germinando por doquier, arriba y abajo.
Uno de ellos era mi padre

 

en la China Tang, un bastardo
con muchos nombres. Era el borracho de Li Po
cantando a una luna imaginada.
Era el triste de Tu Fu lamentando el polvo.

 

Érase un Li Po y no había luna
en absoluto. Imaginó una y un barco
blanco apareció. Érase un Tu Fu
y no había ningún río. Pintó uno

 

y el Río Amarillo empezó a fluir
en la tierra central. Pintó otra vez
y el Yangtze comenzó a cruzar el cielo.
Todos los ríos antiguos, arriba y abajo,

 

a un adiós de su mano corrieron hacia el Este,
hasta el viento y los juncos ondeaban
en una sola dirección. Por hastío cortó la tierra
en campos cuadrados y cultivó arroz.

 

Érase un arrozal y mi madre
bajaba por una escalera celeste, con flores de jazmín
centelleando sobre ella. Mi padre intentó acercarse
pero sin saber seguro qué nombre

 

utilizar. Dudaba. Mamá bajó a pie,
con un largo vestido de hojas
que seguía el rastro de la luna, mil años
de estar sin nombre. Extendió

 

la mano, tan pálida, y tocó a
mi padre —nunca lo conocí —que se murió
en cuanto lo tocó mi madre.
Y volvió a ser una piedra, inmortal.

 

Érase una piedra y la gente se aparea
con sólo tocarse las manos o mirarse
a los ojos. Nací de esta mujer
que viene de la Luna —ella extendió la mano,

 

me prendió, un crisantemo, tan salvaje
como lo salvaje —abrí mis ojos terrestres
y la vi en mi propia luz
subiendo de vuelta a las frías alturas.

 

Mi nombre es Sol-Luna en memoria
de una luz de dos piedras distantes
que se resisten una a la otra, negando el amor.
Llego a un nuevo país y

 

veo las lápidas de mis padres
por todas partes, mi sombra en el cielo.
En la noche, mi madre
también aparece ahí. Es abril,

 

el cielo es bajo y puedo sentir
su respiración, pero no puedo verme a mí misma,
mis pétalos amarillos. Escribo la palabra
Sol, y ahí viene un Sol

 

de mi color. Escribo la palabra Luna,
y ahí viene una Luna de mi ancestro
solitario. Mi lenguaje de oráculo,
mis palabras pictográficas —doy algunas

 

a América. Sucede un milagro—
cada flor de cada árbol abre
sus ojos y parece ver a mis padres,
mis padres en mí—viven

 

en mi piel. Érase mi piel
y hay una sombra. Érase una sombra
y hay un árbol y luego luz. Siempre hay
una sombra antes de que la luz aparezca.

 

Traducción de León Blanco y Françoise Roy

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