Presentamos los poemas de Sergio Eduardo Cruz (Estado de México, 1994). Seguidos por el homenaje en verso que rinde al poeta y traductor mexicano, Guillermo Fernández (1932-2012) asesinado el 31 de marzo de 2012 en Toluca. Sergio Eduardo Cruz es poeta, narrador y traductor. Estudia en la Universidad Nacional Autónoma de México y fue becario del Festival Interfaz-Los signos en rotación Issste-Cultura Acapulco, 2015. Esta entrada es parte del Dossier de Poesía Finimilenar preparado por Roberto Amézquita.
El racimo de uvas
sobre un tema de Fray Luis de León que repite George Herbert
Y yo quise encerrar a la felicidad
en un calabozo, pero el saco
que llevo tras la espalda no desapareció;
siguió creciendo, paralelo
al cuerpo, entrecruzando la médula del hueso
con la contorsión del sexo.
Yo no supe hacer nada, Dios, por tu palabra
y me quedé encerrado en la palabra que no tenías
para que me dieras a beber tu esencia propia,
para que dejaras en claro mi cuerpo sin salida,
para que mi luz no se odiara entre tus vinos,
para que las flores marchitaran en mi herida.
Yo quise, Dios, llegar al cielo, pero nadie abrió
los brazos lejanos de mi muerte. Nadie ve
mis rostros corriendo en el camino de otros rostros,
la memoria de mis cuerpos acumulándose en palimpsestos,
nadie ve las voces frías que se pudrieron. Dios,
si eres uno y eres cierto, arráncame de la existencia
en que no hago más que buscar no contemplarte; Dios,
si eres uno y eres cierto, derrámate:
con los pies de mi oración aplastando tu racimo
he de aplastar tu cuerpo místico y dejarlo
destilarse hasta que salga el vino, el vino eterno, el vino mismo
de tu sangre.
Adiós a Petrogrado
Canto de sangre mis últimas palabras.
Canto mi boca, canto de viento,
canto de miles de lectores que fijan sus ojos
en una palabra al mismo tiempo.
Canto de generación espontánea, canto
de orugas de barro que quiebran crisálidas
para crear nuevos cuerpos. Canto los juegos
de falso y verdad mezclados en aire,
canto mi voz de incendio. Canto de hormiga,
de sauce,
de parálisis sagrada. Canto en la voz de los otros
y en ellos
nada. Canto la boca,
el brazo, el silencio, el trabajo del último alfarero
que hace un ser: lo calla, lo besa, lo siente
y en todo esto canto
su historia,
las mil tierras de su vientre,
la nada,
canto
a ti.
Morir en los desiertos
Mujer que eres la tierra,
en mi sueño ando con el cuerpo roto:
piernas dobladas, dos corazones heridos
por la misma bala de siempre. No sé
cuándo
la respiración dejó de tocar al cuerpo,
cuándo
mi viaje a través de los dedos por tu boca
llegó a la mordida que acarrea
al desangramiento.
Mujer que eres la tierra,
en mi sueño cruzo todos los días
la misma frontera, para alcanzar
el tacto blanco de tu espalda desnuda
que dibuja vértebras
sin carne
sin tiempo
y espacios donde el gemido eterno no anuncia
mi porvenir de silencio. Te llevo
punzando mi costado izquierdo sin que salga nada
y gritando un orgasmo negro: me voy dirigido
a esa estrella marinera
que se apaga enseguida, después de vaciada
la res que han partido a la mitad, desollado el cuerpo
de todos los ejecutados de la historia. Te llevo
callado, en la constancia
silenciosa de un tormento
que es pasear desnudo eternamente, arrastrándome
por el desierto infinito de mi voz decaída,
por el laberinto de brazos y piernas que dibuja
la errancia de morir ahogado entre arenas
de un planeta infértil que se expande
desde siempre
hasta siempre: sólo en pensar
que ando lejos de mi tierra… Nomás
que me acuerdo
me dan
ganas
de
llo/
rar.
Párpado
¿Y si toda esta sed pudiera aguantarse?
No he arado más de lo que siembro,
no he matado a mis hermanos,
no he quemado las ofrendas.
Siempre hay una plataforma lista para despegar,
una incógnita que avanza por el cielo.
Uno no va por las vías pensando en caerse.
Uno no sabe qué decir; yo
aquí
me quedo, entre
los sesenta centímetros
que separan del tren
y el destino que juega
a no oírnos.
Homenaje:
En memoria de Guillermo Fernández
1.
Como si nada hubiera pasado
luces de camión en la avenida, hogares
prefabricados de concreto tiemblan en su estructura
y aviones elevan su oración de pasajeros en el techo.
Debajo de todo, el poeta muere cuantas muertes
se ocultan en el asfalto que nos recorre.
Cada día más cerca,
el dios urbano de los hostiles
maldice contra su piel henchida las ventanas
que perdieron tiempo, risas crujiendo en el verano,
formas de otras formas que no se manifiestan
y cose mortajas para las niñas que todavía
esperan levantar sus manos sin que otros las amenacen.
Es marzo y el mundo se acaba.
Es marzo y las niñas desaparecen.
No dejemos la memoria congelarse.
2.
¿Quién dejó crecer esta violencia? No sé.
No fue así. Así no era. No tiene que ser: el poeta
asesinado debe reencarnar en otro poeta, la niña muerta
en el brazo de su nueva madre. El que mata a otro
no sabe que, de alguna manera, se mata a sí mismo
en otra tierra. No sabe. Hay que enseñarle cómo
se sufre afuera de su piel, cómo los otros tratamos
de deglutir nuestra miseria. Como todo, como vino,
como la vida que nunca se disgrega,
¿Quién dejó crecer esta violencia?
3.
Que los huesos no se cansen de gritar
la tensión de nervios en el cuello
y falanges enlutadas ahora estiren:
Guillermo Fernández está muerto.
Que se aúllen los ritmos del crimen,
que la voz no se hunda en nuestras manos:
tendrán que ver los cuerpos en los ríos
que el padecer insostenible no fue en vano.
Mataron a una alumna en noviembre
después de cobrar fianza, y la encontraron
sus padres en un campo, descuartizada.
Hay tantos como Guillermo que mataron:
angustia
de que la muerte del poeta no se vea
en cada sueño que regrese a nuestros muertos,
de que el discurso por el aire sólo arranque
con retórica los gritos fragmentarios
de una lágrima, una voz, un sólo llanto
y los queme lentamente en el silencio
como si nada,
nunca,
hubiera pasado.
Datos vitales
Sergio Cruz nació el 24 de febrero de 1994 en Cd. Satélite, Estado de México. Escribe lírica, narrativa y traducción. Estudia en la Universidad Nacional Autónoma de México. En 2012 ganó el premio nacional de poesía “Jorge Lara.” Fue becario de Interfaz-Los signos en rotación Acapulco, 2015. Cuentos y poemas suyos aparecen en diversas antologías; sus traducciones de Thomas Chatterton, Ted Hughes y Gregory Pardlo, entre otros, pueden hallarse en Círculo de Poesía.