A continuación presentamos una muestra del trabajo de la poeta ecuatoriana Marialuz Albija Bayas (Quito, 1972). Sus poemarios publicados son: Las naranjas y el mar (1997), Llevo de la luna un rayo (1999), Paisaje de sal (2004), La pendiente imposible (2008).
Pude haber sido Ulises
Helena
Juan Bautista.
O esa mujer que baja despacito
abrazada a la canasta de penas.
O el payaso trapecista
con su caja de sorpresas.
O una loca de atar.
O un astillero.
O la Línea Equinoccial.
O algún planeta…
Pero me fue dado ser yo
y me estoy convirtiendo en serpiente.
Rózame con tus alas para saber que existo
aunque no sé de coordenadas
y he perdido las señales que podrían ser el mundo.
Siento la leche caliente a punto de saltarme del pecho
pero no puedo ver.
No encuentro los orificios que me permitan atisbar la luz.
Intuyo el vientre habitado
a punto de bailar con la música
que sólo yo escucho hacia adentro
pero no puedo ver.
Espero en la calle vacía
bajo la mirada omnisciente de la ciudad.
Rózame con tus alas
con tus manos alivia mi fuego
para saber si aún existo.
Para saber si acaso debo seguir esperando.
El mar acarrea tu nombre.
Lo trae hasta mí
como un día trajera la lengua
con que ahora descifro el dictado del agua.
Escucho en sus sílabas otro cantar
aquél que de niña me hiciera intuirte.
Pero hoy sólo pides silencio.
No puedo, aunque quiera,
borrar la humedad que has dejado en mi piel con tu atraco.
Escucho tu nombre
murmullo que rompe memorias y tiempos
sonido que sigue llegándome desde la lejana prehistoria del amor
cuando sus manos
tus manos
aún no tocaban mi vida.
Hoy sé que de nada me sirve nombrarte.
Te has ido temprano
y el sol, bajo el agua, se deja morir.
Fantasma que me acaricias la cara
y te vas.
Esta noche no huyas de mí.
No te lleves el cuerpo que ansía la brevedad
la ligera noción de tu carne.
Déjame lo que me pertenece
la desnuda manzana en que habito
la piel
que perdida en el aire
desea arrastrarse
y al fin
existir.
Te arrojaré al cielo más sucio.
Serás un papel arrugado
en esa isla de rascacielos
donde perdimos el hilo.
Serás un cartón de jugo
bajo la rueda del autobús…
Intentaré recogerte del polvo
y besaré tus heridas una por una.
Seré Magdalena, Verónica,
la que tú quieras.
Imprimirás en mis manos
tu cara desierta
y creeré que te has ido.
GUILIN, AÑO DEL CABALLO
I.
Aunque ya sólo queden palabras
aún hay música en mí
aquella música de la lluvia
que me envolviera entre niebla y agua
la vieja herencia que en el Oriente
se deslizó por mis palmas
cuando intenté rescatarme una noche
cuando perdida
traté de hallarme y fluyeron notas de la maleza
sonido a selva
vestigios míos.
Aún queda música
espesa
envuelta
lista a fluirme cuando la llame desde el Oriente Lejano
lista a fluirme cuando retorne a su nacimiento
cuando la roce con lo que vive de sus inicios
cuando la pueda sacar del polvo
para mirar en su fondo líquido aquel reflejo de cercanía
aquel instante que en otra tierra se convirtiera en identidad.
Aunque mis manos ya no la toquen
aunque mis labios ya no la canten
será caricia
pozo
poema
húmeda huella bajo mis párpados
agua vertida sobre los montes
música oculta tras los confines deshilvanados de la que fui.
II.
Con nada más que los ojos
apartamos el velo de agua
que cubría la tierra esa tarde
y oscuro
desde los templos
se deslizaba a besarla.
Así, entre los dos,
el inquieto caer de la música.
III.
Venía cantando el río.
Traía la primavera en sus aguas.
La repartía sobre la orilla.
De los vestidos la levantaba.
Toda la música revolvía
su leve cuerpo transfigurado.
Orillas se estremecieron.
Lloraron nubes.
Nació el caballo.
SIMULTÁNEAS ALREDEDOR DEL MUNDO
Recibo la llegada de la noche.
Golpeo el teclado
este hermoso piano de vocales y consonantes que lanzan su música inaudible
dejando que la ciudad se me escape lentamente por el oído izquierdo
mientras por el derecho me invade la tierra cruda que está del otro lado
los chaquiñanes detrás de mi casa…
Si los seguía me llevaban a la autopista
que sin saberlo rompe los montes
separa el campo
y mi madre
en su pequeño escarabajo por el camino empedrado
mientras yo, en la Gran Muralla,
bajo la luna llena
me recuesto.
Anochece y me entrego.
Quisiera atrapar con mis manos la China del Norte
sus restos fragmentados por la memoria
que no sabe cómo volver al portal
donde una joven asiática vendía bebidas frente a los sumideros de la ciudad.
La ciudad que detuve en fotografías
sin la locura de su realidad descomunal
sin el olor de sus esquinas inundadas de basura
sin el concierto de sus plazas y veredas.
Me entrego al velo de la nostalgia.
Una caricia de copos blancos me roza
como una nieve de fantasía cubriéndome los ojos.
Me dejo besar por las flores que caen.
Soy una flor estropeada por las lágrimas.
Llevo un anillo de bodas en la mano izquierda
pero me siento más sola que nunca.
Pedaleo entre los autobuses y miro mi sombra reflejada en el asfalto.
La veo fragmentarse sobre los bordes de las alcantarillas
y me pregunto quién se la traga.
Jamás podré ser como antes.
No escribiré ya las mismas palabras.
No leeré los mismos poemas en un libro
se me habrán extraviado entre las páginas
y otros ocuparán su lugar
como hay otra que ocupa mi cuerpo.
Debajo de la tierra descansa la intensidad que un día se me desbordó.
La busco entre los transeúntes del Asia Lejana.
La sigo buscando este instante
acaso perdida en la línea final de la noche.
Pero amanece.
Y estoy de regreso.
Les temo a las palabras porque no me sirven
porque ignoro de sus intenciones lo voraz
lo prematuro.
Porque me niego a suplicarles
y soy, sin embargo, la esclava que les besa las sandalias.
Le temo a la llegada del poema
porque viene rodeado de ausencia
porque sus bordes quebradizos amenazan con desaparecer entre mis manos
porque si lo miro a la cara se deshoja.
¿Qué hiciste, madre, para llenarme de palabras?
¿Por qué ya no es posible el silencio?
Le temo al cuerpo que no entiende lo que digo.
A su lenguaje atroz le tengo miedo.
A la amenaza persistente de una muerte que no me abandona:
pájaro revoloteando alrededor de las naranjas de la carne
hermosa golondrina que endulzará su lengua con mi néctar.
Mi cuerpo se parece al tuyo, madre.
Pero siempre seré hija para ti.
La hija mayor.
Primera en desgarrarte
y en dejarte
nido abandonado a medianoche
descanso en el enorme graderío que no termina
que no calla
que no escribo.
Le temo al final del poema
a la súbita desdicha en sus ojos
a los vacíos que lo perforan como balas atravesadas en un tronco a punto de caer
a las imágenes mudas que aprietan su cuello
y pululan en mi entorno que no logra desprenderse de ellas.
Le temo, madre, a tu angustia
y a las palabras que me enseñaste
porque no son las que quiero.
Hoy la noche invita a respirar
a abrir los ojos y a reconocerse
a cerrar la puerta
a escuchar el rumor de la luna
su indescifrable rodar que deja una estela en la oscuridad
y aquel sonido que no podemos diferenciar porque nació con nosotros
como grabado
signo
principio.
Hoy la noche invita al silencio.
Le hace un lugar en su cama
(tal vez más tarde le permita cobijarse bajo las mismas mantas).
Le ofrece un té caliente y le pide, por favor, que siga calladito.
Le cuenta que ya no puede brillar sola
como lo hacía en las primeras noches del mundo
cuando los animales y las plantas cantaban una melodía que ya nadie recuerda.
La noche le cuenta al silencio que el silencio tiene su propio sonido.
La noche le pide que siga a su lado porque hace tiempo no puede dormir.
Se muere de cansancio, de sueño, de soledad.
Necesita del silencio para sentirse acompañada
aunque lo perdió hace tanto que ya no conoce su nombre.
Tendrá que invitarlo a que la acaricie.
Tendrá que quitarse la ropa y mostrarle su cuerpo cansado,
envejecido a causa del insomnio.
Tendrá que perder el miedo a ser vista como es
sin los adornos de las luces callejeras,
sin el consuelo fugaz del neón.
Tiene vergüenza la noche.
Tanta vergüenza que ya mismo va a llorar.
Pero el silencio le pide que haga silencio
y despacio, muy despacio, se le acerca.
La noche, entonces, se ilumina como en el pasado.
Un brillo propio la desborda y la proyecta sobre la tierra.
En el secreto quejido de las cosas
en el granizo que desordena las nubes
en el rodar de los pedregales que se desploman
se encuentra escondido el silencio.
Sus claves, en algún sitio,
acaso en el velador que aún guarda las piedras preciosas del sueño,
harapos magníficos que hicieron posible el amanecer
soledades con alas.
Tal vez la bombilla que abriga las noches nos diga por dónde empezar a buscar
o tal vez la noche
sin luces ni atavíos
nos lleve al recuerdo luminoso de su prehistoria.
Mientras tanto el ruido seguirá apropiándose de todo
tapará los abismos de tu desesperación
como las nanas que acariciaron tu cuerpo en la cuna
y lograron salvarte la vida.
Un día ya no podrás evitarlo.
Vendrá el silencio.
Traerá en los ojos el polvo de tanto encierro
y el rostro cubierto de hollín.
No le temas.
Despacio lo habrás de limpiar
hasta ver tu reflejo en su piel.
—
Alguna vez
quién sabe si después
o antes
del amanecer.
Alguna vez
al finalizar una jornada de trabajo particularmente aburrida,
quién sabe si segundos antes
de que la luna asome la cabeza tras los árboles
(su cuerpo habrá de estar siempre escondido)
o mientras las noticias den a conocer los más triviales hechos.
Alguna vez
quizá al comienzo de otra guerra
o en descanso de las gradas que recorres cada día
sin notar que el pasamanos ya no aguanta
me habrás, por fin,
definitivamente,
olvidado.
Será tan leve tu paso
que apenas alcanzaré a conservarte en imagen.
Insólito en la memoria se grabará tu perfil
y ya estarás lejos.
No te sabré convocar otra vez.
Se me habrán olvidado los ojos del lenguaje,
su nariz y su boca,
sus articulaciones estarán rotas
y en mi cabeza reinará la confusión
que se instala en el mundo con los aguaceros.
Buscaré en el jardín y serás nuevamente
la brisa que anoche me quiso tocar.
Voy a mentir
otra vez
a cantar, intacta,
como si el cielo y las montañas
convivieran detenidos en mi cuerpo.
Voy a volar hacia el asombro de los sentidos
que aún me esperan con la fuerza de una metralla
con horror a ser descubiertos en su fragilidad mortal
en su infinita conquista del mundo.
Voy a juntar los días
como un rompecabezas que tuviera compostura.
Navegaré por sus aguas traviesas
sin detenerme a mirar el derrumbe.
Aunque la voz del regreso me grite
aunque su lava me quiera arrastrar,
subiré poco a poco la cuesta de las palabras
venceré la pendiente imposible
y sola
como siempre
cumpliré con mi deber.
CIGAVERSO
Una noche
la cigarra comenzó a cantar.
Sin que ella lo notara
su canto se fue haciendo poderoso
más potente que las voces y sonidos
del universo entero.
Cantó
cantó
…y siguió cantando hasta cubrirlo todo con su voz de hierba.
Nunca Dios fue tan feliz.
RESPUESTA DE LA MATRIOSHKA
Una mujer es la historia de un viejo farol que alumbra
la eterna danza de una mujer desnuda…
(Carlos Vallejo Moncayo)
Un hombre, dentro de un hombre que se destapa y sale del interior de un hombre que hace siglos no ha visto la luz y se desdobla por fuera de un hombre que acaba de recordar lo que es abandonarse al calor de la chimenea y deja, tras su presencia, la sensación de un hombre que todavía quisiera volver al pasado, hasta encontrar el tiempo en que un hombre aprendió a llorar porque olvidó el amor nacido del corazón de un hombre que me amó hasta enloquecer y arrastrar, consigo, a todos los hombres.
El frío me araña los huesos.
Padre, me has desterrado.
Voy en busca de un lugar para quedarme
y sólo me encuentro con las colinas donde se eleva tu casa en el horizonte.
No sabes que ya no soy yo,
que hace tiempo me dejé esperando un tren que jamás llegaría,
que una tarde me abandoné en un mercado repleto de gente
mientras mi boca se perdía en las delicias de la fruta.
Ahora tú me echas.
Pero no sabes que ya no soy yo
que hace tiempo me abalancé bajo las ruedas de un coche
que una mañana desperté en otra tierra
y sólo volvió mi vacío.
A veces me espanta la noción de mi cuerpo
llamándome desde ese lugar al que no tengo acceso.
Sin embargo pueden ser bellos el destierro y el abandono
como lo son las gotas de sangre en el cristal destrozado por un puño.
Como lo es mi dolor brillando en la oscuridad.
Él será la tierra ambulante que habrá de sacarme a flote
cuando todo lo demás comience a hundirse.
Me has desterrado, padre.
Tal vez sea justo.
Pero hace tiempo que ya no me importa saberlo.
No volveré a ser arrastrada por el torrente de un río.
Levantaré una muralla y miraré su belleza de piedra.
De nada me serviría arrojarle un ladrillo a mi padre.
Ha de seguirme hasta la cueva donde levanto mi tienda.
He de saber dónde se esconde
he de encontrar el lugar que cobija sus miedos
desde que intenté clavarle un cuchillo por la espalda
desde que él despedazó mi secreta guarida.
Cada piedra derrumbada por sus manos
será la piedra que ahora le falta.
Y la que a mí me falta.
Soy hija suya.
Mi mano ha tocado las tumbas de sus antepasados.
Él conoce ya los nombres de mi descendencia.
De nada serviría arrojarle un ladrillo en la frente.
De nada, que él me destruyera.
Datos vitales
Marialuz Albuja Bayas (Quito, Ecuador, 1972). Magister en Estudios de la Cultura, con mención en Literatura Hispanoamericana, por la Universidad Andina Simón Bolívar. Ha trabajado como docente en las áreas de Literatura Hispanoamericana, Inglés y Lengua Española en diferentes colegios y universidades del país y del extranjero (Estados Unidos, Francia y República Popular China). Su poemario La pendiente imposible fue premiado por el Ministerio de Cultura del Ecuador, 2008. Sus textos han sido publicados en revistas literarias nacionales e internacionales, así como en antologías en el Ecuador, Argentina, México y España. Es parte de la muestra permanente, Prometeo Digital, de la Academia Iberoamericana de Poesía. Sus poemarios publicados son: Las naranjas y el mar (1997), Llevo de la luna un rayo (1999), Paisaje de sal (2004), La pendiente imposible (2008) y La voz habitada (este último, junto con otros poetas de su generación). Algunos de sus textos han sido traducidos al inglés, al portugués, al alemán y al euskera. Ha representado al Ecuador en encuentros literarios en España, Perú y Colombia.