Foja de poesía No. 335: Cromwell Castillo

Cromwell Castillo

Presentamos algunos textos del poeta peruano Cromwell Castillo (Lambayeque, Perú, 1981). Es miembro fundador del Grupo Literario Signos. Es artista plástico. Los poemas aquí presentados pertenecen al poemario “Estética de las revelaciones”, 2011.

 

 

 

AGUA

 

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Sentado a su orilla,
he fijado en mí la fascinación de un pozo.
Es breve y minúsculo
en comparación con mis sueños,
excepto
cuando lanza variaciones semejantes
desde lo inalcanzable.
Tocar
por un instante sus designios
es desfigurar con certeza
lo que aún no sé
(círculos encierran mi tacto
en señal de un limitado roce

heredado a su proximidad).
Su extraña superficie es tolerante,
el agua ágil y serena que la habita
me devuelve otra vez imágenes
y una perspectiva clara
entre lo que no se ve.

Ahí estoy yo,
sumergido también
desde su origen olvidado y engañoso.
Intento opacarla nuevamente
sin algún temor discutible,
pero con la sospecha de no saber
con exactitud,
quién me llama de su posible profundidad.

 

 

 

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Quizá
haya más certeza en su interior
que en mis palabras
(la hay en lo transcurrido).
Con ellas
me incomunico en ellas
y mi única perspectiva
es la dispersión a la altura
que es incierta.
Pero el agua
habita hasta lo que no conozco
y yo –sospecha constante–
soy lo impreciso en toda emisión.
Me contiene sólo

cuando escondo intenciones
que nacen a partir de mi descenso.
Y el descenso se transfiere.
Su generalidad sujeta.
Aquí
no es el agua una cuestión semántica.

 

 

 

 

FUEGO

 

1

 

Más allá del grito furtivo,

un sonido agita entre los árboles

el extravío de la lluvia o la peor sequía que abarcamos.

 

Como hierba de todos los campos, la Poesía nace

y crece una tortura matutina a contraluz:

La sangre de los pájaros persistirá.

 

La ciencia del dominio es fuente ciega, revolución prosaica

que dibuja nubes funestas con su dedo en el aire.

 

Un ruido establece su soberbia con los días perdidos,

y por fin la noche larga

cae inexorablemente como una rutina gris.

 

Los ojos suceden al mismo hallazgo siempre.

 

Cómo sujetar los párpados al sueño

para adjudicarnos redención alguna entre la ceniza?

 

Cuerpos caen en toda esta trama de desconcierto

y de pronto, el sol, cada mañana nos lacera dos veces

frente a estaciones que sólo vomitan cadáveres de todos los reinos.

 

El hombre tiene el rostro poblado de solemnes amenazas

por eso la vida lo sujeta al escombro.

 

Entonces colisionan precipicios y me escondo de ti,

oh, fuego interior que nos despojas de sensatez ante el delirio.

 

El vacío es el mismo Poema perverso de las postrimerías.

 

Entregados al fragor supremo, nada quedará.

Ni el estanque ni la cloaca sortearán más su vértigo

con alteración admisible en el mundo bajo.

 

Ni la chispa secreta de las piedras.

Ni el rumor del agua en los arroyos.

 

Ni esta hoja quedará

para agotar con indolencia nuestra dimensión insuficiente.

 

Revertiendo el contenido

volveríamos la agudeza al viejo oficio de decapitar profecías.

 

Ah, las profecías y su estirpe cósmica…

 

Como si al hombre no le bastara palpitar.

 

 

 

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Como nudo sagrado,

cuerpo y fuego adhieren su coraza de luz a las tumbas

o a la sangre derramada sobre las tumbas

como una diadema implacable.

 

El gentío danza la inmolación del propósito:

Tiempo es consagración de campo estéril,

y en la batalla de las ofrendas,

el último juego que nos despoja del terror a lo ofrecido.

 

Arde la invocación al gozo.

 

En frenética alegoría, somos carne expuesta para buitres

en torres de silencio.

 

El fuego no afrenta al fuego ni lo suplanta.

Desde lo más hondo de la tierra como cráneo horadado

se invoca y perenniza su propagación remota.

 

Por eso su restauración también es tragedia retenida,

rito pagano donde el arte de mirarse agónico

es seguir la propia profundidad

en el sonido de tambores y serpientes:

La mudez de la belleza bárbara en alusión al fuego nuevo.

 

 

 

 

TIERRA

 

1

 

Espera de agua.

Ruptura de fuego.

Dicotomía del trayecto.

La tierra provee equilibrio en su estación cardinal: Prolonga raíces y prodigiosos ramajes que adhieren frutos al azar de cara a la muerte. Pero el origen de ese desprendimiento no concibe integridad única: La bondad de la semilla ramifica su portento en la labranza, donde cada pensamiento sacude preguntas profanas bajo el sol desde una cabeza mal herida por el sueño. Somos rastro de todos los orígenes, por eso nuestro límite siempre será camino reducido. Paso en falso, infinitud o paso esquivo. La memoria no podría ser la vida que vivimos. Nada en teoría es muestra disponible. Superficie conductora de cráneos prematuros. Fe maldita: Coger el fruto y mordernos la mano.

 

Árbol / savia / nudo tensando historias. 

 

[Mi cruenta peregrinación]: Prohibido tragar estaciones.

 

 

 

3

 

Tierra / aire: Júbilo fecundo como día desprovisto de ataduras: Estamos para nunca aprender a matar la oscuridad. Jamás en esta tierra que acoge nuestra desnudez miserable. Júbilo por la locura como único natalicio. Júbilo por la locura que siempre será un niño apedreando los muros de su casa vacía: Lengua enferma, vocabulario prohibido. [Tierra y aire surcando insectos, revoloteando abominaciones que he de mapear en mi carne escrita]. Júbilo por las tinieblas. Júbilo por el rayo que es árbol incandescente nacido en la luz de limbo. Júbilo por la enfermedad de palabras y serpientes –colmillos venideros–: Sangre espesa que fluye por calles y plegarias. Júbilo por las altas colinas. Júbilo por el suicidio que consiste en subirlas aferrados al vientre materno. Júbilo por la nada. Y por saber que la nada no pasa nunca por el ojo de una aguja: por ancha y tenebrosa, por existir aún sin el ojo de la aguja que es refugio y oquedad como cualquier día fecundo lleno de júbilo.

 

Luego habremos de reconciliar los reinos:

 

[La muerte es una enfermedad como cualquier otra. Hay una cura. Y yo la encontraré].

 

 

 

 

AIRE

 

10

 

Ahí

donde nada irrumpe la negación del vacío

                     hay respuesta anticipada.

Establecer nuestra raíz en sombra

                     gritar lo que jamás devuelve eco.

 

Entonces habrá que restaurar el miedo       

            como hielo escrito      que no derrite

su torrente peculiar     para apetecer alguna puerta nueva

                     y escribir       sin retorno          

                        la memoria de un búho conmovido por nadie

                     entre lo que resta de destierro:

 

Algo ulula en la pared como ala rapaz y cuerpo esquivo.

Y nosotros dispuestos a las tribulaciones

esperamos siempre con identidad fantasma           

un arremolinado manojo de hojas secas

esparcidas súbitamente en su mirada.

Si los árboles mecen sus ramas en cúspides frondosas

¿por qué no podemos columpiar siquiera con argucia

la sabiduría y la muerte?

 

Aire

después de ti ¿jamás habrá más nada?

 

 

 

Datos vitales

Cromwell Castillo (Lambayeque, Perú, 1981). Es miembro fundador del Grupo Literario Signos. Como artista plástico es representante de “El espacio del arte: Galería de arte contemporáneo”, en Lambayeque. Es autor de “Agua” y “Transfiguración o el sonido” —libros incluidos en “Signos” (Chiclayo, 2007)—, “¿Dónde acaso es camino?” —incluido en “Demolición de los reinos” (Lima, 2010)—, “Estética de las revelaciones” (Arequipa, 2011), y el plaquette “Fuego” (Arica, 2010). Forma parte de la Colección de Nueva Poesía Peruana “Cuervo Iluminado” (Lima, 2010). Trabajos suyos han sido publicados en revistas impresas y virtuales de Perú, Venezuela, Chile, Argentina, Colombia, México, Brasil, Estados Unidos, España y Francia.

Dirige la bitácora: www.gambito-de-rey.blogspot.com

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