Presentamos una breve muestra de nuevos poetas de Buenos Aires. Se trata de autores que nacieron entre 1982 y 1990. ¿Qué se está escribiendo en Argentina después de la ola de Diario de Poesía? Siete poetas jóvenes de Buenos Aires nos dan aquí la respuesta. La selección corrió a cargo de Rocío Wittib, colaboradora de Círculo de Poesía.
Santiago Roaux
Poema de la Alameda
¿Por qué dormías a esa hora
recostada en la alameda? ¿Por qué
a esa hora y en la alameda? ¿Venías de la huerta
y el sueño te alcanzó en el camino?
¿O fue alguna otra sombra
la que te abordó, digamos la tristeza?
¿Andabas triste últimamente? ¿Era eso?
¿Por qué fingías entonces
no necesitar a nadie?
¿Querías cuidarnos? ¿Por eso te escondías?
¿O te costaba mencionar ciertas palabras, ciertos
pasajes de tu vida?
Vos, que cuidabas de todos,
¿dónde guardabas tus propias penas, en qué baúl
del alma las preservabas?
¿Era grande tu peso? ¿Te agobiaba?
¿Por eso llegaste a la alameda?
¿Necesitabas olvidarte
por un rato de todo,
dormir como lo hacen los niños,
ajenos al mundo y su caos?
¿Querías no pensar en nada,
en nadie?
¿Lo lograste?
Pedido
No te lleves la luz,
el milagro de la luz.
No me dejes
echado a mi suerte
como un náufrago atado
a una balsa de piedra.
Yo no sé
cuidar de mí,
no sé ahuyentar
ese pájaro oscuro
que frecuenta los mediodías.
Sirenas
¿Quién dijo que las sirenas
son crueles con su presa? ¿Quién,
que la víctima es aquel
que se arroja por la borda
con las botas puestas y sin siquiera
saber nadar? Peor castigo
es haber oído su canto,
atado a un mástil,
y seguir vivo para contarlo.
Santiago Rouaux nació en Buenos Aires en 1984. Estudia Psicología en la Universidad de Buenos Aires. Publicó la novela Hilario y Clara (Tocoymevoy Ediciones, 2012).
Rocío Wittib
Del otro lado de este poema
Del otro lado de este poema
es invierno,
llegan las siete de la tarde
como un hombre llega a su casa después del trabajo,
tal vez como llegas vos,
cuando el cielo es ya metal oscuro
y el aire cuerpo de ese frío
que lo atraviesa todo.
Por tus calles se encenderán los faroles,
la luna más arriba
se acomodará entre las estrellas,
será una noche inmóvil
como el telón de una obra
que dio su última función.
Vos, estando solo en la pieza
sintiendo tal vez un poco de cansancio
encenderás un cigarrillo,
te desvestirás
como se desviste julio al llegar agosto,
y al salir el humo por tu boca
te llevará los ojos a nuestra foto,
pensarás en mí
y latirá más fuerte tu corazón.
Yo que solo sé extrañarte,
intento escribir este poema
pero más intento atarme a él
para no cruzar a tu lado.
Recuerdos de noviembre
Pero tiene la luz recuerdos que son nuestros
L.G.M
A veces llegan recuerdos a nuestras orillas:
Caminábamos juntos por la ciudad,
el cielo azul imposible había salido de un poema,
y todas las esquinas eran la noche perfecta.
El mar del olvido los hace volver:
El tiempo jugaba a no pasar
las calles a perdernos
a no existir el futuro
y nosotros a brindar entre el tu y el vos.
Dan golpes en todo el cuerpo como olas al romper en escolleras:
Nada era posible
y todo sucedía,
Entran como la sal en la arena:
yo miré tus ojos que saben
detener la realidad en un pestañeo,
y comprendí que poesía
no es algo que se guarda en un libro
sino todo aquello que se olvida
cuando dos personas se miran con el corazón.
Desembocan donde todo comienza, una y otra vez;
en el corazón:
Nunca dejaremos de ser los que fuimos,
mientras tenga la luz de este mundo
recuerdos que son nuestros.
Si fuera esa mujer
A Benjamín
Si fuera esa mujer
que llega una noche a tu casa
y baja por el cuerpo de la melancolía
hasta tu ausencia,
tal vez,
si encontrara un papel
sobre la mesa, sobre la oscuridad
y para mi corazón leyera tu poema
y me diera cuenta que la vida es mentira
que el amor en el fondo es amor cuando todo se rompe
y en la orilla desesperación y pólvora,
quizás,
si algún día de invierno
al llegar la tarde
entrara por la puerta de tu vacío
y sintiera el humo reciente
del fuego que incendió el límite de la soledad,
tal vez, quizás,
si fuera yo esa mujer
esperaría que vuelvas a llenar la noche
y derramar en el amanecer
las cenizas de lo que nunca seremos.
Rocío Wittib nació en Buenos Aires en 1989, estudia Relaciones Públicas. Desde 2009 tiene el blog http://lifevestunderyourseat.wordpress.com.
Lucio L. Madariaga
Ganbaru
Agujas de sal alilan
el muelle blanco
donde dieron el salto,
en otro tiempo,
las hermosas suicidas.
Soplo de alelí en las venas
a b i e r t a s
de dios:
tejiendo la humedad,
almanaciente del mar.
Algodones urbanos
Piso tierra prometida.
El hollín,
la basura,
el raterío.
Algodones de cartón
para cosechar bajo el diluvio
y tan sólo unos porotos
para contar los tantos
al hambre.
El tren blanco acopia la suma
de nocturnos sacrificios.
Cierran las puertas del abandono
y la necesidad suena a cumbia.
Guiña infiel la madrugada:
Todoeshumo
o
v
l
o
todo es p
Sangre poética
El ámbito estalló en fragmentos inertes,
fuera de época,
a la vera de explosiones verdaderas.
La palabra huérfana
aterra y desgarra, madre.
Vivencias escondidas tras un verbo;
esa constancia: la pulsión de maravilla,
¿se extravió dónde?
Encandilarse hasta los huesos y que eso
se convierta en cadencia libre
de música
y ritmo
paisaje
canto
imagen
delirio
en los ojos, cuerpo y pensamiento.
En este lapso eternizado, que ni signos
ni interpretaciones
alertan:
¿estaremos
al borde de un abismo
sin un hueco en que caer?
Tanta sangre madre y tanta estupidez,
ahora logro comprender: el pequeño refugio
nunca te alcanzó;
encumbro tu desdén.
Lucio L. Madariaga nació en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina, el 15 de agosto de 1985. Estudió la carrera de Sociología en la Universidad de Buenos Aires, que dejó inconclusa. Actualmente realiza la carrera de Edición Editorial en la misma casa de estudios y la carrera de periodismo en TEA. Escribe poesía, inédita.
Luz Marchio
La medida
Dejar atrás todo.
Incluso los días en los que fui
un perro amado
al borde de la cama.
Así es como emigro de la niñez.
Me hubiera gustado que te dieras cuenta
de algo: llevo un árbol con uñas rojas por dentro.
Yo hablo con Anahí.
Niña perro tenemos que encontrar la manera
de convivir sin vernos.
Ahora somos una sola mujer
repartida en la calle.
Cada verano
las tardes de tierra mojada
harán el resto.
Puede ser.
Balcón de las maritas
Un paseo suspendido en la mañana.
No hay personas acá.
Solo balcón.
Profundo corte solitario.
Laten las hojas y pienso
que prefiero ser viento
el día que llegue
eso que quiero.
Agota ir a la deriva todo el tiempo
inventando un jardín secreto
alrededor de mi nombre
para alejarme de las voces
y el humo.
Puedo ser otra todas las noches
pero quisiera que alguien piense que soy el mar
o Andrómeda.
Sin ruta
diluirme en las cúpulas de otro tiempo.
Y nada más.
Agua sobre agua
¿Ves esa gota que recorre la ventana?
Mirá, ahí viene otra.
Y otra.
Se pegan como animales en celo.
La fertilidad
es agua
en todas sus formas.
¿Crees que estamos listos
para escribir un tratado de amor
ahora que somos
pedacitos de río?
Nos estamos diluyendo en la ventana.
No está mal para empezar.
Luz Marchio (Buenos Aires, 1982) Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Es coordinadora del Departamento de Lengua e Investigación Cultural de la Fundación Xeito Novo. En 2012 publicó el poemario Lugar, ilustrado con acuarelas de Diego Perrotta. Actualmente se encuentra trabajando en su próximo proyecto basado en los cantos de los pueblos ancestrales latinoamericanos.
Tom Maver
De Yo, la incesante nieve:
Terremoto
El primero
perdió su casa
y está como absorto. Mira
con fascinación los escombros,
las caras de los vecinos, cambiadas
por completo. “Ahora qué voy a hacer”
dicen algunos. Hay otros
que saben exactamente qué
quedó sepultado. Él siente un terror
estupendo; como de pronto
todo cambió a sus pies,
no reconoce dónde está
y busca pistas para ver
si se salvó de morir
o si éste es el merecido paraíso.
El segundo
cuando sintió los primeros
temblores, y que la casa
se derrumbaba con él adentro, salió
de inmediato para ver
el funcionamiento que la destruía
y sin contemplaciones, dijo : “Llevate todo”.
El primero
apenas se mueve. Está alerta
y desapegado. Hubo
un quiebre. Una delgada fisura
lo atravesó hasta tocar algo
que no sabía que llevaba dentro.
Hoy experimentó
eso: mantenerse parado
entre lo que pierde consistencia. Intuye
que entre los escombros
tiene que estar la piedra inmutable
del comienzo.
El segundo
siente una soberbia y austera
debilidad. No necesita nada
al haber sufrido una lesión tan completa
que involucra esa extraña alegría
que lo vuelve invulnerable a la carencia
y lo rescata de entre los escombros.
El primero
piensa que la adultez, las pérdidas, el amor
cambian el mundo que conocíamos.
No lo muestran tal cual es, ni logran
reducirlo u ocultarlo. Se agregan
en todo caso, para volver más compleja
la piedra del comienzo. Por eso
no es suficiente perder algo. Recuperarse
es saber que nuestra vida es ese terremoto
que podemos ver desde adentro
y sentir desde afuera.
El segundo
no sale de ese estado. Al contrario,
lo incorpora a su modo de ver las cosas
y se pone a ayudar al resto. Transporta
heridos, reparte vendas, prepara café, levanta
los ánimos. Sabe que para muchos todo
está perdido. Pero ahora puede entender
con mayor claridad, esa que hay aun después
de los terremotos más feroces,
lo que es estar solo, deshecho y preparado.
“Beautiful, beautiful, beautiful,
beautiful boy”
John Lennon
A veces me da por pensar
que mi padre se está volviendo
cada vez más chico
para que yo lo conozca por completo.
¿Por qué será que los hijos
desconocemos la infancia de nuestros padres?
¿Acaso por exigirles esa paternidad
no los dejamos de algún modo huérfanos?
Ahora es como si él estuviera en busca
de una edad exacta
en que envejecer y hacerse chico
vayan de la mano.
Lo veo como si creciera frente a mis ojos
para llegar a tiempo de ser mi padre
dejando cosas atrás, historias que los hijos
apenas llegamos a conocer, demasiado ajenas,
y que no podemos averiguar sin
que nuestros pensamientos se vuelvan borrosos.
Después de una vida de haber aprendido
el arte de perder hasta lo más preciado
sin que parezca algo terrible,
me pidió que hiciera lo mismo,
pues su labor como padre, aseguraba,
consistía en que yo, eventualmente,
prescindiera de él.
Sé que el tiempo no pasó
por su vida sin transformarse
en algo contradictorio
con dos direcciones opuestas
y a la vez reconciliadas en su corazón
de padre y de hombre
que también está solo
yendo hacia los extremos de la edad
hasta volverse tan grande o
tan chico su amor, que no se lo ve,
acaso por la sencillez de su entrega,
que sólo se conforma en dar
y en darse.
Hoy volví a mi casa
como si fuera el sitio
más lejano del mundo.
Por las calles de todos los días
por primera vez y para siempre
no sabía a dónde iba a parar
ni qué dejaba atrás.
Estaba cruzando el desierto
de las cosas, que de tan conocidas
se vuelven invisibles o infinitas
a la mirada del recién llegado.
Fue el viaje más largo de mi vida
y no puedo decir con certeza a dónde llegué
ni quién era el extraño que entraba conmigo.
Tom Maver nació en Buenos Aires. Publicó Yo, la incesante nieve en 2009. Desde esa fecha tiene un blog de traducciones: hastadondellegalavoz.blogspot.com.
Luciana Reif
La zafra
La vida durante la zafra
es una dulce y triste refracción del mundo.
Todo comienza en los cañaverales
donde hombres de lugares lejanos
desnudan el campo en un lento y precioso juguetear
con sus dedos, adultos y ásperos por el paso del tiempo
saben más que nadie como tratar la caña,
hábiles para sacarle todos sus secretos, quedan
exhaustos después de cosecharla; el calor tucumano
se entrevera en forma de gotas que brotan de las manos
ajadas y dolidas de un peón que no ignora que ese fruto vital
concebido con sus fuerzas, será después de todo
azúcar que se derretirá en otra boca.
Peón golondrina, conoce más que cualquiera el sabor
agridulce de la tierra después de despojarla, terminada
la zafra, partirá a otros suelos a cosechar amargos sabores
¿Acaso no es esta la verdadera tristeza,
la de un hombre que llega a abrazar la dulzura toda
y se desprende de ella sin apenas saborearla?
Ausencia
Me levanto de mi cama, tu cara sigue asfixiando la almohada
como si quisieras descubrir un mundo subterráneo
debajo de mis sabanas, y escurrirte por allí,
desvanecerte hasta volver la siguiente noche a encontrar
mis muslos entre tus manos
que me aprietan y desvisten,
hasta dejarme sola con mi boca y el resto en tus labios
Ayer de nuevo durante el coito, volviste a sumergirte
aunque te pedí que no lo hicieras, mientras tu mano derecha
jugueteaba con mis senos y me mantenía distraída,
empezaste a descender por las sabanas, el laberinto
que tejí para evitar tu escape fue en vano,
en vano mencione tu nombre y pedí que te quedaras
Pero mientras me hacías el amor, se hundía el colchón,
se abría un surco que empezaba a devorar todo tan lentamente
que yo era la única que no me enteraba,
se iba todo, primero sabanas y almohadas
y luego te ibas, pierna a pierna hasta que tus manos que me seguían
tocando se vaciaban de vos
Hoy me levante de mi cama y tu cara seguía asfixiando la almohada
una mueca sonriente en tu rostro,
y yo me pregunto
donde te iras cuando estas conmigo.
Amen
En Cali
conocí a una mujer
que tenía la habilidad de rezar
con una sola mano.
Para sentirse más cerca de
dios
le bastaba con hundir sus dedos
bien profundo debajo de su falda
Rezaba de día
rezaba de noche
en el nombre del padre
del hijo y del espíritu santo.
Amén
Luciana Reif nació en Buenos Aires, en 1990. Poeta inédita, actualmente estudia Sociología en la UBA.
Germán Gallo
lucía
cuando lucía agarra las agujas
teje fantasmas
un punto acá en el blanco
y otro
acá
haciendo espacio
acá está ese que dijo que no
y acá el miedo
punto
no estoy linda
punto basta
a veces me miro
y quiero estar hecha de otro cuerpo punto
es en el tren volviendo de la facultad
y la bufanda en sus manos parece un par de alas
verde las alas y no hay punto que no hable
de lo que todavía está vacío
acá viene mamá diciendo vos vas a ser alguien
y mamá diciendo yo confío en vos
y mamá, llorando un día sin saber por qué
vos no te preocupes, querida, y seguí que sos distinta
punto y aprendiendo a tejer
siempre fantasmas
qué tejía mamá, se pregunta lucía
qué fantasmas, dónde estaba yo cuando ponía un punto
acá está ella y padre y el campo
y las mariposas que se parecen a esta bufanda
punto y él
que un día me dijo te quiero para siempre y se fue
y no va a volver y yo estoy sola y
punto
por qué se va por qué lo llevan punto
mamá las armas padre las horas el piso sucio en el tren
punto
lucía yo mi nombre mis manos
a veces se forman círculos en la tela y se arman nudos
y lucía piensa
los fantasmas se están quejando otra vez
tengo que desarmar
y volver a tejer
Mujer que se masturba
Podés llamarte Sofía
o Elena o
Belén o
en defintiiva
para el poema sos
“el objeto” o “tema” o
eso que interpelar,
por una cuestión de ritmos.
Así que,
acá -ahora- sos
“la mujer que se masturba”:
el resto sólo es derivación de mi experiencia o
de la del lector que idealmente
es mujer y se masturba.
Entonces sos rubia, morocha
o vos misma
-no importa-
eso es el hueco que se llena
lo que sos es
un gesto
-puede ser acostada
o
en una silla o
de espaldas o-
lo que sos es
y eso busco
la humedad, o
mejor
el contacto con tu propia humedad,
ese intercambio entre vos
y vos misma;
es decir entre vos
tu miedo, tu fantasma,
tu fantasía.
En la pantalla, en la revista o
tirada sobre la sábana para calentarme sos,
cuando te tocás,
auténtica como el dolor.
9 de octubre
Hay una baldosa con siete manchas negras dispuestas en forma de círculo en Corrientes y Callao,
hay una librería justo enfrente con diecisiete libros de autores que empiezan con la letra C,
ahora, en este momento,
hay un tipo con la cara del Che tatuada en el hombro y la palabra revolución escrita en cursiva,
hay una pareja de novios que están discutiendo por celos -el le dice mirá que me voy ahora, te dejo sola y te morís de angustia, ella se queda callada y mira el vasito de soda que hay en la mesa (están sentados en un bar al lado de la librería),
hay un auto verde con la ventanilla baja y el brazo de un gordo sosteniendo un cigarrillo negro,
hay un local de música y un CD de Lennon sonando porque hoy cumpliría años, hay el tiempo que se rompe mientras él dice So keep on playing those mind games together,
hay una vieja caminando despacio vestida con dos de tus colores favoritos y un paraguas por si llega a llover,
hay un cielo blanco y oscuro y un gorrión medio perdido en la rama de un árbol,
hay un mar hermoso de cemento y gente sin nombre,
hay un semáforo que cambia de color en este instante, un taxi que frena fuerte, una oficinista de tanga blanca atándose los cordones con cuidado de que no se le suba la pollera,
hay un nene sucio que se ríe con su hermana,
hay un chasquido de papeles con putas baratas,
hay cuatro policías altos caminando juntos y un quinto que es bajito y lleva el gorro en la mano,
hay la cartelera de un cine presentando un ciclo de arte francés,
hay un malabarista con tres clavijas naranjas y pantalones abultados que cambian de color según la luz, hay las clavijas girando solas en el aire, hay una que se moja porque empieza a llover,
hay el malabarista riéndose cuando se le resbalan de la mano,
hay la viejita abriendo el paraguas, pensando yo tenía razón cuando dije que se iba a largar con todo,
hay, ahora, una lluvia que se repite como la gente,
hay una mujer que está yendo a llorar con su psicoanalista -lo dice, gritando, a su celular-,
hay el miedo de perder el bondi y empaparse y llegar tarde a casa
hay un televisor de cuarenta pulgadas que muestra la misma lluvia en una cancha de fútbol,
hay un perro negro que se esconde abajo de un techo y se sacude como puede,
hay las cinco y diez de la tarde en un reloj grande frente a sesenta y siete metros y medio de hormigón donde se lee un soneto de Baldomero Fernández Moreno,
hay las luces de los autos reflejadas en el asfalto,
hay tres amigos que juegan una carrera hasta la esquina,
hay un festival contradictorio de espejos y singularidades,
hay un tacho de basura que en el borde tiene colgando el envoltorio dorado de un chocolate,
hay dos besándose contra un poste de luz,
hay cuatro bajando por la boca del subte,
hay treinta y tres autos atravesando la calle,
dos bicicletas,
cuatro manchas dispuestas en forma de rombo en una baldosa de Nueve de Julio y Saenz Peña y un chicle de menta pegado en el centro,
hay un tipo que piensa que
su soledad
agranda los detalles de la ciudad.
Germán Gallo nació en Parque Patricios, o Boedo, según decida contarlo él. Eso es Buenos Aires, Argentina. El año fue 1990 y, de alguna forma, luego de su infancia terminó estudiando teoría literaria en la Universidad de Buenos Aires. Fundamentalista de Borges y Woody Allen. Poeta inseguro, o enmascarado.