Pablo Molinet: Una manera

Una reflexión profunda y aguda de Pablo Molinet (D.F. 1976), Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 1998 y becario de la Fundación para las Letras Mexicanas.

“Situación actual de la poesía mexicana”: ¿puede usted decir algo al respecto? No algo perspicaz, por Dios; no un conjunto de aseveraciones y negaciones dirigido a la aprobación de nadie, sino apenas verdadero para usted: true to yourself. No: no puedo. Haría exactamente lo que otros han hecho recientemente (y que he encontrado equívoco, si se trata de autores distantes a mis intereses, e imprudente, si se trata de voces afines): adherir a ciertos libros esas calcomanías de abejita, que denotaban en el kinder buen trabajo, y a ciertos otros el osito de pereza.

Talento o vocación aparte, quien ha querido erigirse en Zeus que Amontona las Nubes, no ha pasado de señorita educadora, cosa que afirmo con menos saña que voluntad descriptiva: ambos papeles, y la idea de literatura que suponen, son irrelevantes.

Por eso, más que ponerme a elucubrar quién pueda estar bien y quién mal, me apura saber qué estoy haciendo y con qué fines lo hago.

Digamos que, si debiera plantear un proceso de producción, tendría qué preguntarme para qué es el producto y no perder de vista mi respuesta en ningún momento del proceso; el hecho de que no sea La Pregunta, no significa que pueda prescindir de la respuesta.

Por lo prosaico, por lo cínico y aún amargo, por lo ayuno de pretensión intelectual, el sentido tangible de propósito, propio de quien arriesga dinero, puede resultar más eficaz que las fragantes disquisiciones de quien dispone de boletos VIP para el Parnaso.

Sacada entonces del ámbito crispado de las facturas y los plazos fatales, la pregunta es: ¿para qué escribo poesía? Lo que sigue es un intento de responderme a mí, no a la Eternidad, y de interrogar a mi respuesta.

Pienso en una descripción de poesía simple, útil, manuable: digamos que determinada economía de lenguaje, presenta, mediante mimesis, un movimiento del corazón (Ezra Pound after Stendhal), o bien un temple de ánimo (Johannes Pfeiffer).

Presentación es también un término poundiano, cuyo significado es evidente por sí mismo. Movimiento del corazón describe un conjunto dinámico de emociones y sentimientos relacionados entre sí, con una fisonomía y un sentido particulares. Temple delinea una cosa similar, pero le añade una dimensión: un temple de ánimo es una forma en que el mismísimo ser se manifiesta a través de “una configuración particular del lenguaje”. Me gusta pensar que movimiento y temple son nociones complementarias.

Mimesis requiere mayor explicación: se trata, como afirma Paul Ricoeur, del único concepto globalizador de la Poética. No el propósito, quizá, pero sí la condición de posibilidad de los demás conceptos; no veo manera de omitirlo, puesto que las implicaciones de pathos, anagnórisis, peripecia y catarsis pueden haber mutado, pero no desaparecido del acto de leer y de hacer literatura. Wallace Stevens lo dice de otra manera:

“La relación del arte con la vida es de primera importancia, especialmente en una edad escéptica, puesto que, en ausencia de la fe en Dios, la mente se vuelve hacia sus propias creaciones y las examina, no sólo desde un punto de vista estético, sino por lo que éstas revelan, por lo que validan e invalidan, por el apoyo que ofrecen.”

Con Stevens en mente, sólo propongo un cambio de orientación: pienso que mimesis, como el libro de Aristóteles la entiende, puede aplicarse, idéntica, al mundo interior tal y como al mundo exterior; que movimiento o temple pueden ser tan cabal y rigurosamente mimetizados como un caballo o el asedio de los siete contra Tebas.

Mimesis comporta, por tanto, una disciplina de atención y un acto de escucha profunda hacia uno mismo como instrumento finísimo de percepción, capaz de un discernimiento casi clarividente de los matices, las honduras, las delicadezas y las violencias propias de la sensibilidad y la conciencia humana. Un acto de interrogación a través del lenguaje, que supone trabajar éste con una intensidad y un rigor muy superiores a los del mero parloteo interior, puesto que el lenguaje habrá de ser él mismo la mimesis, así como la escultura es piedra (o metal, o barro), y la danza, cuerpo.

Pero, ¿qué hace un poeta? Pienso que lo mismo que el inspector Kurt Wallender en las novelas de Henning Mankell: un persistente, tenso interrogar a los hechos y al entorno de éstos, mediante una disciplina que conjunta pensamiento lógico con intuición, en el entendido de que esta última facultad no es sobrenatural ni extraordinaria: todos lo ejercemos cuando tal o cual cosa “nos late” o “no nos late”.

Digamos, entonces, que los crímenes son a la investigación policíaca lo que movimiento o temple son a la poesía. El propósito de la primera es elucidación, el de la segunda presentación.

El propósito de la investigación será demostrar que Zutano cometió un crimen, mostrando un modus operandi a través de una “reconstrucción de hechos”, formulada como si los investigadores fueran testigos presenciales. Su condición de validez será una veracidad incontrovertible.

El propósito de la poesía será presentar un temple, un movimiento, mediante una economía de lenguaje que suponga un acto de mimesis tal, que temple o movimiento sean indisociables de las palabras que los mimetizan. Su condición de validez será una veracidad incontrovertible, entendida en este caso como precisión, tal y como Pound lo plantea: “Por buen arte -escribe- entiendo aquel que ofrece un testimonio auténtico, quiero decir el arte más preciso.”

¿Para qué escribo poesía, entonces? Para ejecutar un acto de mimesis que valga, de acuerdo con sus propias reglas, como el testimonio auténtico de un acontecimiento interior. Un testigo veraz tiene, ciertamente, un imperativo ético; empero, en poesía, como en criminalística, el sentido ético propio de la oposición verdad/mentira, se transforma en un sentido técnico: “Creo -asienta Pound- en la técnica como prueba de la sinceridad de un hombre.”

Un poeta establece consigo mismo el acuerdo de tratar el lenguaje con la misma precisión con la que un policía investigador debe tratar la evidencia que reúne. Ese acuerdo cabe completo en un leit motiv de Wallender: “buscar la sombra de un hecho”.

El oficio nuestro, como el de Wallender, es de persecución. Ambos somos cazadores. Nuestro propósito es atrapar una presa. Contamos, para ello, con una técnica que admite la intuición como recurso. Ambos debemos cumplir con una condición de veracidad para que pueda decirse que nuestro trabajo está bien hecho. Un poema habrá de ser, en estos términos, como una investigación sin lagunas que persigue y alcanza a un criminal y demuestra su culpa.

Recapitulo. El sentido común de un pequeño empresario que arriesga casi cuanto tiene en cada negocio, enseña la relevancia de preguntarse por un propósito y de responderse con la claridad necesaria.

Pound propone que ese propósito es veracidad, en los términos propios de la poesía.

Wallender ofrece, con su método y las implicaciones de éste, un espejo del método nuestro y sus implicaciones de, justamente, veracidad.

Pero la veracidad judicial no es la veracidad poética: “A la larga, la verdad no importa”. Encuentro el sentido de ese aforismo de Wallace Stevens en “Emma Zunz”, el cuento de Borges:

“La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.”

Si escribo poesía para ser “sustancialmente cierto”, entonces no tengo un propósito abstracto sino un problema concreto, que tiene más facetas de las que he elegido considerar aquí: una de ellas atañe, por ejemplo, a que hay maneras de presentar que ya no pertenecen a nuestra sensibilidad, y esas maneras comportan modos ineficaces de mimetizar un temple de ánimo; luego entonces, son maneras falsas. Pero esa es, insisto, otra cuestión.

Erróneo de cabo a rabo, o enteramente correcto, o mitad y mitad, lo que esta nota contiene es, única y exclusivamente, lo verdadero para mí mismo, lo true to myself; de convertirse en una planilla de calcomanías, traicionaría su naturaleza.

Lo ofrezco entonces como lo único que es: la manera en que asume y enfrenta un camino alguien que no pretende ser sino él mismo.

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