El poeta y ensayista Jair Cortés reseña el poemario Imágenes para una anunciación (Casa Juan Pablos, 2000) de Roxana Elvridge Thomas (México, D.F., 1964).
Hace ocho años: un instante en la poesía mexicana actual
En México la actividad poética tiene dos caras: una, la desbordada aparición de poetas y su respectiva publicación de libros de poesía y, dos, la carencia de críticos que viertan sus opiniones y reflexiones escritas sobre el ejercicio poético. De este modo la crítica se ve superada en cantidad por el objeto de su estudio y por consiguiente perdemos detalles esenciales de nuestro paisaje poético nacional. De estas dos caras se derivan ciertas costumbres como son las de dar por hecho que un poeta es “necesario” y que su obra es incuestionable; así mismo una situación que orilla al poeta a convertirse no sólo en editor y promotor, sino también en el crítico de aquello que le apasiona. No es una sorpresa que lo anterior genere una visión difusa en los juicios y que esto ayude a erigir sagradas opiniones y a conformar un canon tan débil como los argumentos empleados para su construcción.
En medio de esta neblina aparecen libros que llaman la atención tanto por su discreto paso entre los lectores como por la solidez de su propuesta. Entre éstos sitúo uno en especial, Imágenes para una anunciación de Roxana Elvridge-Thomas, poemario que trae a mi memoria la idea de T. S. Eliot que hace hincapié en que aquellas partes de mayor valor en la obra de un poeta son en las que sus antecesores, es decir, la tradición, “reafirman su inmortalidad con mayor vigor”. Roxana Elvridge-Thomas construyó una serie de vasos comunicantes entre su “ahora” escritural y su tradición, el resultado fue Imágenes para una anunciación cuya estructura formal está creada a semejanza del oratorio de Häendel, y en donde El Cántico Espiritual de San Juan de La Cruz y las recetas de cocina de Rossini, entre otros elementos temáticos, están presentes como una forma viva de la tradición a la que hago referencia.
Un texto que apuesta por una variación en sus registros y que contiene voces que van desde la experiencia mística hasta la exaltación de los sentidos, tránsito entre lo divino y lo carnal: sufrimiento, penitencia en donde la luz y la sombra se conceden territorio de manera misteriosa. Existe en Imágenes para una anunciación la conciencia de la palabra y sus connotaciones, pero sobre todo una musicalidad que abreva, a mi parecer, en los siglos de oro de la poesía española.
– No te ocultes en la almendra, no impregnes de su piel tu vestidura, mira que el canto de tu apego se desgrana.
La poeta inicia la búsqueda y es guiada por la intuición, ésta misma le permite transitar libremente por “los jardines del Supremo” y describir de manera sutil los matices y las formas en las que lo sagrado acude a lo cotidiano.
Hablé de los sentidos y de la exaltación de éstos. La presencia de la cocina como un espacio en donde el alquimista se acerca a Dios por medio de los sabores y en donde el gusto sublima la experiencia de estar vivos. Se cuenta que Rossini lloró dos veces en su vida, una cuando murió su padre y la otra cuando se le cayó por la borda de un barco un pavo trufado, situación comprensible si recordamos que para Rossini la trufa era el “Mozart de las setas”.
En el poema “Regresan los cocineros” Elvridge-Thomas nos dice
¡Quién dejó su música por guisos!
Rossini, voraz de trufas, mirando desde su cocina una cigüeña. En Pesaro, entre quesos y oratorios, siente en su puerta la llamada de los ángeles.
Los diecinueve poemas que componen este libro aluden a las secretas correspondencias entre lo cotidiano y lo sublime,
Antón, el gato, se asolea como un ámbar desatado,/ sortilegio/ preso en un estruendo/ de obsidiana.
Dos son los ejes de lectura en este conjunto de poemas: densidad y transparencia, en la primera los poemas y las ideas oscurecen al poema:
Tuerce, brioso, los lazos internos.
Bulle.
Brega en plaquetas, se extiende en silencio.
Bestia que inunda cornisas, inflama la ira pulsando escondidos resortes al tiempo que escuece las llagas, azota los egos, absorbe la fuerza.
Secuestra la estima y empaña la imagen que tiene de sí el títere que es su poseso.
Entonces lo abate, lo sume en letal abandono, le roba los sueños. Enferma su cuerpo con mil marejadas, le suelta las riendas y
cuando está casi muerto de incuria, surge el hastío, la furia de espejos.
En la segunda el objeto y la forma de nombrarlo quita el velo y revela lo anunciado:
Cocineros
¿Por qué nunca los pintan cocinando?
Si ellos dan aliento a los bocados. Consagran sal cernida en sus trompetas. Para los comensales, sosegados o indigestos, sus legiones disponen un lechón relleno de castañas. Por su oficio crean en los durmientes caterva de sabrosos -o estragados- pobladores.
Será que entre sus artes está el secreto del Jefe de Cocinas, que dice sin ámpula:
Dar a los nacidos en el aire un tañido de luz.
Dar a los mortales muchos granos, como a las aves.
Tal vez este afán tan desdeñado impida a los pintores sorprenderlos desplumando perdices, amasando harina bajo la bruma del ángelus.
Imágenes para una anunciación es un libro breve, concreto, que se mantiene al margen de los artificios verbales y que se inclina por una musicalidad derivada de las exigencias de los poemas que lo componen.
Este el caso de un libro que refleja una de las muchas facetas de la poesía mexicana, es un libro que evade la falsa idea de la originalidad y se representa a sí mismo como la parte de una diálogo que se inserta en el enorme coro de la tradición.
Es un hecho que en México debemos poner mayor énfasis en la obras que han surgido en los últimos años, esto nos ayudará a identificar de mejor manera, generaciones, corrientes y tendencias. Por eso me he detenido a releer un libro aparecido seis años atrás, porque en el camino dejamos de lado ciertas voces que es necesario volver a escuchar.