Un ensayo de Brenda Ríos, Maestra en Letras Mexicanas por la UNAM, becaria de la Fundación Para las Letras Mexicanas, sobre la poesía de Alejandra Pizarnik.
Tú eliges el lugar de la herida
en donde hablamos nuestro silencio
Alejandra Pizarnik
A veces hay días en que leemos para sentirnos mejores, y otras sólo para ver qué se nos da, qué hay dentro de cada libro, de cada palabra. Como si existieran mensajes ocultos, como si alguien hablara en un lenguaje que sólo nosotros pudiéramos entender. A veces sí parece eso, otras nos quedamos con la impresión de que alguien nos habló de manera hermosa pero no entendimos nada., y nada nos toca. Somos seres inamovibles, en ese instante, y nada nos penetra. La literatura es un arte de penetración, de búsqueda en el adentro, porque comprendemos tal vez que afuera no hay nada. El mundo nos mira por la voz de alguien. Este parque, esta tarde ya han sido narrados, alguien se adelantó y habló antes que yo, y mis palabras se deshacen, se revuelven, se pierden. Ya no tengo más, por eso me gusta hablar de las palabras de otros, porque entonces puedo coincidir, puedo distraerme de las propias, puedo sentir que el lenguaje también es oficio de soledad pero que no significa nada sino en compañía.
Dolor y vulnerabilidad. La suave entrega del que se da, como el poeta. Un atónito dolor de tanto que contiene, y un dolor así, silencioso, presente de nuestra mudez estridente, sin consuelo, pero que no llega aún al llanto desbordado, sombrío, oscuro. Algunos escritores hacen explotar en algún lugar de nosotros, oculto o no, este sentir de nostalgia mezclado con desazón, pero en Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, 1936-1972) sucede algo extremadamente inaudito, creo yo, porque el dolor es por ella, no por nosotros. Ella nos duele, y en una especie de complicidad luctuosa tomamos lugar en esta poesía de duelo y de pleno desafío:
voy a ocultarme en el lenguaje
y por qué
tengo miedo
La poeta argentino-parisina nos deja una obra desgarradora y plena, donde las palabras se desprenden de todo su significado para convertirse en suave envoltura femenina: “las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos”. ¿El poema tiene destino? ¿Lugar de origen? No sé, pero creo adivinar en Pizarnik distintas maneras de nombrarlos, el destino, el origen, el nombre, y el poema entonces tendrá su voz mientras se nombre. Mientras sucede el reconocimiento abrupto de lo que se puede decir, o más importante aún: lo que no se puede decir. Esta representación de la ausencia queda demostrada en la relación vigente con el lector, con la legitimidad de una lectura cómplice y participativa: sólo se comprende el silencio en una obra literaria cuando se posee un campo común de incidencias culturales entre el texto y el lector. “Ella tiene miedo de nombrar lo que no existe”, dice en un poema; y en este temor, acaso, está centrado el valor de su enfrentamiento con el acto de la escritura.
I
Entre la voluntad de la escritura, la soledad como sustantivo de una obra generosa, y el deseo como el ímpetu que obliga, la escritora debate su existencia. Es porque escribe, y aún cuando no puede escribir, escribe. La relación vida-lenguaje es estrecha y fuerte, vigorosa. “Ebria de mí, de la música, de los poemas, por qué no dije del agujero de ausencia. En un himno harapiento rodaba el llanto por mi cara. ¿Y por qué no dicen algo? ¿Y para qué este gran silencio?”.* La voz poética surge como una interrogante de la labor de la escritura, del ejercicio de su imposibilidad, de su desgarrado proceder con el que escribe: el murmullo tiene que poseer la estridencia para ser notado, entonces la poesía se deja llevar de tal forma que causa un rompimiento, un desafío a la escritura falaz, equívoca, y va más allá de la pena, más allá del duelo. Va inmersa en el quebranto y la desolación, en la notoria ausencia del amado.
“Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa”. El silencio deja espacios para seguir una huella, deja entrever que lo cerrado no está cerrado o que el cerrarse es una manera de mantenerse abierto, así como el callar es otra forma de comunicar. El silencio como una salida: se calla porque no siempre se puede gritar, y cuando se grita se hace constar el sentido del mundo. Estrategia del vacío, de la ausencia.
II
Los poetas nos encuentran en días tristes o solos, puesto que el que anda feliz por el mundo no tropieza con libros voluntarios. Pero esa tristeza mía, individual, sólo coincidió en su espera. Porque el poeta siempre espera más allá de cualquier borde, de tiempo o espacio, a encontrar voluntades parecidas. Pizarnik me desbordó, regresó de mí, y lo que me dijo, y me sigue diciendo, es que uno no necesita estar vivo para tener contacto con los demás. Ella, sobretodo, encuentra un modo de irse despidiendo, cíclicamente. Porque su obra, toda, hasta la farsa que hay en algunos de sus textos teatrales, involucran una necesidad de despedida. Es como una larga carta de suicidio. Por eso, tal vez, no sorprendió su muerte, sino su prolongada espera. No quiero decir hoy la edad que tendría o qué hubiera pasado si… sólo me gustaría compartir lo que involucramos en este curioso proceso de lectura, este maravilloso e increíble espacio de escribir para ganarle a la muerte y a la ausencia.
Muerte o delirio apasionado. Está en el designio del poeta la búsqueda, la inefable búsqueda… la interminable espera. Esta espera que no va a venir. De la inenarrable necesidad de describir lo que sucede en un instante. Entonces, la idea del quehacer poético corresponde a una idealización del ser, la esfera que centra una atención fundamental en esto que llamamos creación. Hay un breve poema que Pizarnik escribe en 1972, el año que muere, de una concisión que no le resta hondura; como una visión sobre su propia obra:
“serás desolada
y tu voz será la fantasma
que se arrastra por lo oscuro
jardín o tiempo desde tu mirada
silencio silencio”
Sólo el poeta es capaz de discernir, de encontrar porque su búsqueda no persigue el saber, sino el encuentro, sea lo que sea este encuentro. Esta inquietante dilucidación, esta impronunciable necesidad del mirar en el otro lo que queramos sea mirado en nosotros mismos. Entonces, la poesía es una maravilla de encuentro con uno mismo mientras definimos el yo plural. Esta pluralidad del ser poético es incandescente, una cámara lúcida, un instante de imaginación que desborda la intención. El poeta va más allá de cualquier intención. Encierra en sí el misterio de lo apropiado, de lo inmediato y a la vez, de lo que considera inmarcesible.
El silencio no es no decir, sino una contención para evitar el desborde. La asunción de lidiar con un conflicto que rebasa la expresión, mas el descubrimiento, siempre el descubrimiento será sin duda el instante revelador en que uno conversa con uno mismo. Misión mística de la escritura:
en esta noche, en este mundo
las palabras del sueño de la infancia de la muerte
nunca es eso lo que uno quiere decir
la lengua natal castra
la lengua es un órgano de conocimiento
del fracaso de todo poema
castrado por su propia lengua
que es el órgano de la re-creación
del re-conocimiento
pero no el de resurrección
de algo a modo de negación
de mi horizonte de maldoror con su perro
y nada es promesa
entre lo decible
que equivale a mentir
(todo lo que se puede decir es mentira)
el resto es silencio
sólo que el silencio no existe
no
las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia
si digo agua ¿beberé?
si digo pan ¿comeré?
en esta noche en este mundo
extraordinario silencio el de esta noche
lo que pasa con el alma es que no se ve
lo que pasa con la mente es que no se ve
¿de dónde viene esa conspiración de invisibilidades?
ninguna palabra es visible
sombras
recintos viscosos donde se oculta
la piedra de la locura
corredores negros
los he recorrido todos
Entonces el lenguaje queda como un testimonio de lo inasible, de lo inabarcable. Estamos hechos para perdurar mientras alguien nos recuerde, mientras alguien nos piense cuando no estemos aquí, en este lugar de palabras fugaces. Lo real del lenguaje ocurre después de haber sido constantes en nuestra inercia de lingüistas feroces, de puristas de la forma. Y nos demuestra que ya no sabemos para qué sirve hablarnos, traducirnos siempre, aclarando las intenciones de palabras oscuras. Porque comunicarnos no es suficiente, hay que hablar sobre las maneras de hablar, y en el cómo vamos transformando esas maneras de hablar, entrar en contacto con el otro.
III
… voz de silencio
más que la ausencia
que las voces hieren.
João Cabral de Melo Neto
¿Cómo nombrar lo inexistente? ¿Cómo encontrar en la no-presencia del objeto su nombre? Qué es el nombre sino una afirmación de la existencia, una circunstancia de vida: se nombra lo que está ahí, ante a los ojos, y en el nombrar está la confirmación de que el objeto está siendo en el momento en que se pronuncia su nombre. Cómo ponerle nombre a lo que no posee vida, es como nombrar al espacio vacío entre palabras, el silencio inexistente, la negación del sujeto.
Si el escritor “quiere decir el secreto; lo que no puede decirse con la voz por ser demasiada verdad; las grandes verdades no suelen decirse hablando. La verdad de lo que pasa en el secreto seno del tiempo, es el silencio de las vidas, y que no puede decirse. Pero esto que no puede decirse, es lo que se tiene que escribir”, María Zambrano (Málaga, 1904-1991) acierta entonces en la curiosidad que impulsa la escritura, porque el que escribe sale de su soledad para intentar comunicar el secreto. Pizarnik asegura desde el doloroso secreto de su poesía: “Yo ahora estoy sola/ -como la avara delirante sobre su montaña de oro-/ arrojando palabras hacia el cielo, / pero estoy sola/ y no puedo decirle a mi amado/ aquellas palabras por las que vivo”, que es difícil la comunicación del secreto que se descubre, o del secreto que vive lúcido en el ejercicio constante de intentar descubrir, y que aun cuando no sucede nada -cuando no hay secreto que comunicar-, queda el escritor con un disimulo aparente, el disimulo de querer decir lo que aún no es revelado: como esa palabra temerosa que nombrará lo inexistente: “escribo con los ojos cerrados, escribo con los ojos abiertos: que se desmorone el muro, que se vuelva río el muro” concluye Pizarnik. Y el escribir es goce, riesgo absoluto, de encontrar lo que quizás no convendría encontrar.
Qué más da, si la escritura no revela lo peligrosamente oculto quedaría la sospecha involucrada en el impetuoso lector, si acaso no suceda otra cosa: Una escritora brasileña, narradora, Clarice Lispector (1920-1977), comparte en su propia atmósfera una preocupación afín a Pizarnik: la irresolución de la literatura y de la creación: “pero si lo supiesen, se asustarían, nosotros que guardamos el grito en un secreto inviolable. Si lanzo el grito de alarma de que estoy viva, me arrastrarán al mutismo y a la dureza, pues ellos arrastran así a los que abandonan el mundo posible; el ser excepcional es arrastrado así, el ser que grita”.* Asimismo, Lispector lleva esta reflexión más allá del qué sucedería al ser revelado el secreto: lleva a compartir el impulso febril de la escritura, el ánimo íntimo del que participa del afuera: el ánimo colectivo: “tengo miedo de escribir. Es tan peligroso. Quien lo ha intentado lo sabe. Peligro de hurgar en lo que está oculto, pues el mundo no está en la superficie, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar”; no obstante, el dilema en voz de Pizarnik tendría otra salida en este laberinto -trazado de voces y silencios-: “explicar con palabras de este mundo/ que partió de mí un barco llevándome”. La salida aparente, pues dónde están las palabras de este mundo para alejar la soledad, la terrible soledad del que se sabe solo. No hay más. No hay palabras para explicar la posibilidad del ser en la encrucijada amorosa, así como tampoco existen palabras para dilucidar el poema, “comprenderlo”, sólo traerlo al vuelo de una palabra de ausencia: el barco que parte de uno llevándonos de pasajeros. Ahí, sospecho, radica el misterio del poema.
Acaso escribir el mundo no es misión de magos que inventan lenguajes nuevos para nombrar el cielo, el pan, los ojos; mientras, se suspende el instante en que las cosas pierden su nombre verdadero y prestan su esencia para poder ser renovados en su meditación, la meditación profunda, casi mística, del que parte del silencio para encontrar la voz, la única voz que despierte el espíritu dormido en tanto tiempo que ha olvidado su propio nombre. El poeta entonces atrae hacia sí la manga de un lector pensado y le advierte -sigiloso- de no escoger las puertas falsas porque a veces, simplemente, las puertas no llevan a ningún lugar y esto no significa que sean ilusorias o hayan querido jugar con nosotros. También, cada puerta nos muestra parte de las pequeñas veracidades, sin que se abran por completo. Tal vez ello dependa de quién está del otro lado.
La tarea literaria acertará en el frenesí devorador de las palabras, la búsqueda de lo inquebrantable en el adjetivo, la coma, el punto y aparte. Todo ello nos ofrece tan sólo- en su magnitud- una visión del mundo, una simulación temprana del porvenir, el presentimiento feliz de lo que aún no acontece. ¿De qué hablar entonces? Pizarnik se descubre: “hablo como en mí se habla. No mi voz obstinada en parecer una voz humana sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en el bosque”.***
En esta búsqueda de voces, bosques, moradas, existe una página ausente, la página silenciosa. La vida silenciosa del libro.
* Alejandra Pizarnik, Extracción de la piedra de locura, Poemas, p.85.
** Clarice Lispector, La pasión según G.H, p. 56.
*** Alejandra Pizarnik, “Extracción de la piedra de locura”, Poemas, p.80.