Rubén Márquez sobre El circo de papel

El poeta y ensayista Rubén Márquez Máximo reseña el libro más reciente del poeta chileno Mario Meléndez, El circo de papel.

En Mario Meléndez (Linares, Chile, 1971) podemos ver un poeta que recupera varios registros. Observamos algunos destellos de las palabras de Neruda y de Huidobro, la antipoesía de Nicanor Parra y las letras de Víctor Jara. Sin embargo, el tono es único, inconfundible dentro de la poesía hispanoamericana. La poesía de Mario se muestra al lector con un lenguaje transparente. Estamos ante un poeta sincero. Si los poemas de este autor nos conmueven, es precisamente porque podemos ver, tras una cortina de agua, nuestro propio rostro.

El título de este libro: El circo de papel, nos remite a una visión completa de la vida. La imagen del circo nos lleva a la alegría, al humor y al regocijo ante lo maravilloso, pero también hacia la tristeza y la soledad detrás del rostro de los personajes que en él habitan.

El poeta es un alambrista, es un mago y un domador de las palabras. El poeta vive, ríe, pero también se juega la vida en unos cuantos pasos. La tensión se da entonces, el alma se nos estremece. Sin esta tensión el arte y la poesía no serían posibles. Tenemos entonces la sorpresa y el deseo, pero la tristeza y la desolación están siempre al otro lado de la moneda. Cito un poema titulado “Pedagogía inconclusa”: “El niño le pregunta al padre / si las palabras envejecen / El padre le responde al hijo / que las palabras siguen tan jóvenes / como en el primer día / El niño corre donde el abuelo / para llevarle la buena nueva / Y el viejo abre de golpe / el cajón de las palabras / para que éstas le cuenten el secreto”. Emoción y frustración futura en los ojos del niño. Tenemos otro ejemplo: “Yo soy el niño que juega con la espuma / de los mares desahuciados / Por esa playa embanderada de gaviotas / yo estiro mis brazos como flojas redes / mientras las olas pellizcan mis sueños / y una sola lágrima revienta contra las rocas”. En estos versos, el juego y el llanto se unen en un mismo momento.

El humor y la ironía seguirán presentes en este circo de Mario Meléndez: “El domador entró desnudo a la jaula / La trapecista entró desnuda a la jaula / El león había muerto / pero la jaula rugía / como en sus mejores tiempos” El título de este poema nos remite nuevamente a la tensión antes mencionada: “Crónicas de un circo pobre”. La ironía se vuelve a presentar en otro poema breve: “En el lecho vacío de Dios / todas las putas son vírgenes / por última vez”. La sonrisa de la ironía alcanza lo divino, no sólo el hombre muestra sus contradicciones. En otro texto vemos la imagen de un dios católico borracho, desarreglado por enterarse que tenía otro hijo. Los dioses griegos, festivos y humanos regresan al mundo y el espectáculo comienza. El trickster hace su aparición.

Los poemas de amor y desasosiego también están presente, pues no hay nada más sublime y ridículo que el amor: “Soy un fans de tu recuerdo / y a veces me sorprendo pintando lienzos / o rayando las paredes con tu nombre”. El poeta desde su tristeza y soledad se da el lujo de pintar, de rayar paredes y con esto la ausencia se llena de inmediato de colores: Thanatos y Eros tesan el arco. En otro fragmento vemos: “La niña del vestido abierto / se despierta a la hora / en que los relojes sueñan / porque ella misma es un sueño / cuando abre su vestido / y los gorriones se amontonan / locos de amor / sobre sus pechos de papel”. La alusión al sueño y los relojes nos remite a cierto surrealismo, a un cuadro de Dalí donde el tiempo es el catalizador del genio creador. Sin embargo, la claridad y la emoción siguen ahí, reafirmándose tras el extrañamiento de la imagen.

El circo de papel es un libro donde las emociones debaten su existencia al borde de un alambre o de una sonrisa que siempre nos oculta algo.

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