En esta entrega de “Crítica heterónima” Norge Ballesteros presenta un interesante ensayo sobre la relación entre la obra de Pablo Neruda y una de las canciones de rock en español más escuchada de los últimos años, “La chispa adecuada”, de los Héroes del silencio, a propósito de los 36 años de la muerte del gran poeta chileno.
Pablo Neruda y el rock
Son bastante conocidas las fuentes literarias o, digamos, “cultas” de las que muchos compositores de letras de rock se alimentan. La más célebre quizá sea The Doors cuyo nombre de la banda fue elegido a partir de un libro de un narrador de gran nombradía, el británico Aldous Houxley: Las puertas de la percepción. Hay veces, también, en que una letra alcanza el grado de lo literario como el ejemplo que nos dio nuestro amigo Jair Cortés en la excelente traducción de “Time” de otra banda de culto, Pink Floyd (Verbigracia No. 1), o muchas de las letras de Bob Dylan. La música de Bach, nos informa José Agustín en Los grandes de discos de Rock 1951-1975, es el trasfondo de “A whiter shade of pale”, de Procul Harum (de la “Suite número 3 en re menor” proviene esa poderosa melodía).
Topé hace tiempo unos versos que el rock extrae de la literatura para integrarla a la banda sonora de muchas de las personas que, en medio de algún trance etílico, han experimentado una catarsis al gritar que no saben “distinguir entre besos y raíces” y que no saben distinguir “lo complicado de lo simple”, lo que me llevo a advertir que el verso más conocido del chileno Pablo Neruda, que hoy hace 36 años exactamente cerró los ojos, no es “Puedo escribir los versos más tristes esta noche”, del poema número XX o “Sucede que me canso de ser hombre”, del estremecedor “Walking around”. El verso más conocido del gran poeta chileno es, por el contrario, “No distingo entre labios y raíces” aunque muy poca gente lo sepa.
“La chispa adecuada” se ha convertido en uno de esos himnos de inmolación adolescente y de los que hace tiempo dejaron de serlo. Apareció en el disco Avalancha (1995) de los Héroes del silencio. Enrique Bunbury firma la letra. Como canción funciona muy bien, sin embargo, como muchas veces sucede, sin la música lo que nos queda son destellos o muy poco. Lo que queda en la memoria es el estribillo, no sólo por la obvia repetición. Es la fuerza de la verdadera poesía que el compositor supo colocar en la letra.
Cuando Pablo Neruda rondaba los sesenta años publicó Memorial de Isla Negra (1964), que ahora es visto como el reverso poético de Confieso que he vivido (1974) -aunque la fuerza verbal de sus memorias en muchas ocasiones las convierta en auténticos poemas en prosa. Los poemas de este libro poseen autonomía estética. No obstante se atisban numerosos eventos biográficos que la gran capacidad metafórica de Neruda los eleva a la más alta poesía. Uno de esos hechos vitales (que son secundarios para disfrutar el poema) es el primer viaje a Temuco, ciudad en la que vivió Pablo Neruda una infancia acuática. La lluvia fue su “único personaje inolvidable”. Si se quieren conocer los detalles de estos años, la lectura de “Infancia y Poesía” da suficientes datos sobre el propio Neruda y su familia. Recuerdo que leí este pasaje de Confieso que he vivido en la compilación llamada Lectura en voz alta (México, Porrúa, 2002), documento de fragmentos para ser leídos en toda la sonoridad de la palabra hablada, seleccionados por Juan José Arreola y que, se dice, empleaba en sus célebres talleres literarios como muestras de la mejor prosa.
También en la primera sección de Memorial de Isla Negra la lluvia lleva el papel principal. Y es el segundo poema de donde Enrique Bunbury tomó los versos que forman el estribillo de “La chispa adecuada”. Probablemente se preguntará algún lector si no es esto una muestra de plagio. Yo diría que no. En el mismo fragmento del que Bunbury toma un verso, Neruda parafrasea una imagen que hasta donde sé pertenece a Rilke: “Miro hacia fuera y un árbol crece en mí.” O Villaurrutia “¡Todo!/ circula en cada rama/ del árbol de mis venas.” U Octavio Paz: “Creció en mi frente un árbol./ Creció hacia adentro./ Sus raíces son venas,/ nervios son sus ramas,/ sus confusos follajes pensamientos.”
Sirva este ensayo para recordar a Pablo Neruda a 36 años de su muerte e invitar al lector, al que disfruta del rock a la poesía de uno de los “últimos grandes poetas dionisíacos”, como alguna vez Octavio Paz llamó al gran poeta de América.
Primer viaje
No sé cuándo llegamos a Temuco.
Fue preciso nacer y fue tardío
nacer de veras, lento,
y palpar, conocer, odiar, amar,
todo eso tiene flor y tiene espinas.
Del pecho polvoriento de mi patria
me llevaron sin habla
hasta la lluvia de la Araucanía.
Las tablas de la casa
olían a bosque,
a selva pura.
Desde entonces mi amor
fue maderero
y lo que toco se convierte en bosque.
Se me confunden
los ojos y las hojas,
ciertas mujeres con la primavera
del avellano, el hombre con el árbol,
amo el mundo del viento y del follaje,
no distingo entre labios y raíces.
Del hacha y de la lluvia fue creciendo
la ciudad maderera
recién cortada como
nueva estrella con gotas de resina,
y el serrucho y la sierra
se amaban noche y día
cantando,
trabajando,
y ese sonido agudo de cigarra
levantando un lamento
en la obstinada soledad, regresa
al propio canto mío:
mi corazón sigue cortando el bosque,
cantando con las sierras en la lluvia,
moliendo frío y aserrín y aroma.