Un poema de… Brenda Ríos

Brenda Ríos

Brenda Ríos (Acapulco, 1975) es poeta y ensayista. Fue becaria de la primera generación de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de ensayo. Es autora del libro Del amor y otras cosas que se gastan por el uso. Ironía y silencio en la narrativa de Clarice Lispector (México, Tierra Adentro, 2005). Actualmente estudia el Doctorado en Letras en la UNAM.

su poema aparece después del salto.

Poema de los atrapamientos

Porque he dormido en el cuerpo de un hombre y he visto amaneceres en su piel.
porque he dormido con sus piernas en las mías y he tenido el peso de la cercana humanidad en mí.
porque sus manos me han buscado cuando duermen
y mi espalda recibe sus palabras humeantes.

porque he dormido junto a hombres que no he tocado, hermanada en ellos.
porque he dormido conmigo.
porque he tenido mañanas sin extrañar nada ni a nadie y me he sentido libre y desapasionada,
porque he tomado el desayuno sola tantas veces que aprendo:
he hecho la vida.
en zigzag.
pero me he llegado.

Porque sé todo esto y varias cuestiones más: el árbol de blancas flores suelta jugos al anochecer y toda la cuadra se moja en el almíbar liberado.
Porque he visto la reproducción de los peces
fuera de mi iglesia
no deberíamos llorar Magdalena cuando se agoten los hombres delgados.
sé fuerte, aguanta, como hacemos todos.
no podemos andar por ahí en llantos interminables sujetándonos a las piernas
del único,
no es posible, y sí agotador.
porque hablarán de ti Magdalena, dirán cosas,
la biblia es una vecindad de viejas que reprochan
y no pasarás de una mujer voluble.
Tú, la sensual perfumada, no dejes que te vean en los desmoronamientos.
porque los actos de la subversión no puede ser tan sólo
lo humanamente posible
de no amar al prójimo
cuando las mujeres desciendan de los barandales de las antiguas casas
y los hombres escondan los ojos los manos las palabras
porque no sabemos elegir
ni amar
ni pedir de rodillas por nadie.
Porque extrañar es una llamita que empieza dentro y sale fortalecida a morder lo exterior, a adormecerlo todo con su ventisca digna y ferviente.
Porque he plantado en ti y en mí
sombras
que no tienen nada que hacer
salvo mirarnos
los dos al fondo de la sala quitándonos la ropa
porque el cuerpo define contornos
entre los dientes.

Extrañar es amanecer con un nudo en la garganta, una resaca de saldo blanco.
Porque me he levantado en la punta de los pies para besar a un hombre
para decirle adiós en los labios en las puertas
nadie de nosotros porque los amantes que se abrazan son todos los amantes que se abrazan
suelta el abrazo
mi pecho pide refugio político al suyo sin consultarme,
pide amparo; huye de mí
porque he llegado a pensar que su boca se lleva la mía cuando vuelvo callada a mi habitación
no hay nada más que ver por hoy
juguemos a esto: el que se enamore pierde un país.
Pongamos orden de una vez por todas.
Digamos algo, sí, no, algo, para que no parezca que flotamos entre ires y venires,
en desaciertos.
He aprendido: hay que arrojarse, hay que ser capaz de arrojarse si queremos un buen día
entender lo que significan
los atrapamientos…
después de todo las guacamayas se aparean en el vuelo.
Porque he bañado un hombre de pies a cabeza y me he detenido
en ciertos lugares a mirar
y toco
para cerciorarme de que el cuerpo
es incesante, áureo,
tan de mí.
Pareciera arrojado por el oleaje
y bienlanguidece
en el terreno de la toalla.
Porque era yo y no otra
quien desnudaba al ebrio equilibrista
lo metía a la cama
y le ponía la sábana hasta la barbilla.
La última frialdad del día se cierra
en él y en mí,
no hay refinamientos: la dureza de su aliento
se posa en mi nuca como una piedra.
Soñamos los dos sombras que rodean
y una distancia entre la cama y el cielo protector.

Porque era yo y no otra
quien dormía en tu pecho
y sentía el latido acompasado
de tu voz en el pelo
aguardábamos el pulpo del sueño, la mandrágora de la noche
sin nada que nos proteja
cerramos los ojos y decimos sí
a esto que se abre
estamos ya en la balsa, en el agua desconocida.

Porque dices árbol y yo siento en el bosque sumergirme en eucaliptos.

Porque dices agua y la veo romperse en formas y silencios, en goteos imprecisos como de un lagrimar de ciego.

Porque dices noche y se me llega el sueño para dormir contigo no sin ti; la noche es mi estación: este cuerpo desperezado tuyo es primavera. y yo ando en él, descalza ando en él, en los corredores amplios de su casa húmeda.

Porque tiemblas cuando duermes
te rodeo por la espalda sin traicionarte nunca,
y el agua de tu piel
resbala en la mejilla.

Porque dices Dios y lo veo agitarse entre nosotros.
Porque dices vaso y me llega la sed y el ardor, porque yo digo nada para poder escucharte,
tu voz es en mí la galería más amplia.

Porque quiero florecer en ti,
en el interior de ti,
en el fuego blanco

Era por ti que quería una casa
para habitarte todo,
llenarte de mí como si yo fuera el sol
y tú el patio, el jardín, el zaguán, las paredes,
abrazar las esquinas, poner las piernas los brazos los dientes de luz
en ti,
llenarte de mí en tu boca.

Porque dices mi nombre y ya siento las caléndulas en mí
la penumbra tiembla
el ángulo de tu hombro se inclina
por fin en la gruta
toco tierra
y no es de mí de quien hablan las baladas del marino.

Por este modo lento de irnos perteneciendo,
sin agotarnos nunca
un ejercicio de fe es el amor que se inventa
donde antes había la amplitud cerrada.

Por este andar a ciegas titubeante
que desliza en mí y en ti
sin que seamos muy conscientes de ello
un empalagoso
acaso hirviendo
crepúsculo de luces

Porque estabas hecho como se hace un hombre
llego a tu conformación
sin recelos

me pongo en ti perfecta
en el vaso de agua el tallo de la flor sacrificado.

Porque camino en ti
sudo la libertad que echa a andar
Lázaro resucita
abre los ojos
y mira el mundo nuevo:
los crisantemos amarillos
respiran aliviados

Porque llegabas tarde siempre tarde
y tu tiempo entra en el mío
en una calidez de pasmo
me suspendes
y soy yo y no otra
la que derrama en tu piel
el aceite virgen
de mis ojos.

Porque en la boca resta un amargo
crepitar de sal

tu lengua entra en mí
y son de mí las palabras
tintineantes

galope constante
el crujido de las sombras
tu cuerpo es el mar abierto,
el mar de los sargazos;
sé mi Pacífico,
el Atlántico
el frío mar del norte,
el mar que separa para que pueda nacer en nosotros el imaginar
las diferencias.

Ven en mí
a mí
a decirme del agua y la luz
y de toda materia que vive.

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