Un poema de… Marco Antonio Campos

Marco Antonio Campos 2

Marco Antonio Campos nació en la ciudad de México el 23 de febrero de 1949. Poeta, narrador, ensayista y traductor, ha publicado los libros de poesía Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1979), Los adioses del forastero (1996) y Viernes en Jerusalén (2005); las novelas Que la carne es hierba (1982) y Hemos perdido el reino (1987); los volúmenes de cuentos La desaparición de Fabricio Montesco (1977) y No pasará el invierno (1985), de ensayos Señales en el camino (1984), Siga las señales (1989), Los resplandores del relámpago (2000), El café literario en ciudad de México en los siglos XIX y XX (2001) y Las ciudades de los desdichados (2002) y de entrevistas De viva voz (1986), Literatura en voz alta (1996) y El poeta en un poema (1998). Es autor del libro de crónicas De paso por la tierra (1998) y del cuaderno de aforismos Árboles. Ha traducido y publicado en diversas casas editoriales libros de Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, André Gide, Antonin Artaud, Roger Munier, Émile Nelligan, Gaston Miron (en colaboración con Hernán Bravo Varela), Gatien Lapointe, Georg Trakl, Reiner Kunze, Umberto Saba, Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo y Carlos Drummond de Andrade.

 

 

ENTRE DOS PLAZAS
(11 DE SEPTIEMBRE DE 1973-9 DE NOVIEMBRE DE 2004)

Desde el balcón central del palacio de La Moneda, en esta Plaza de la Constitución, Allende se dirigía al pueblo. Nada quedó de entonces, nada. En las calles y plazas del centro de Santiago las flores de los ceibos destellan su breve llamarada roja.
Camino hacia la puerta de La Moneda. Hace treinta y un años caligrafiaba casi a diario un cuaderno de sueños. Todo ha cambiado con las generaciones de los gorriones sucesivos que se paran sobre las ramas. En vez de apuntarme a la cabeza, los carabineros me revisan con un detector.
Entro. Doy vueltas en torno del Patio de los Naranjos. Me miro caminando entre espectros hasta contar el número 67. Con angustia, el que dirige, mira los aviones. La Moneda se sacude. Se adensan altas humaredas. Caen las bombas sobre techos y patios. Oigo la llegada de los tanques. Oigo el sonido de las botas de los soldados. El lloro del martes ya desangra el lunes. Entre el fuego cruzado alguien se acerca y me dice al oído: “La historia se repite. Tarde o temprano la historia se repite.
Huyo. Salgo a la Plaza de la Constitución. La atravieso. Por las prisas no me doy cuenta de que se cayó de las manos el cuaderno de mis sueños. Siento los soldados detrás de mí, inmediatamente detrás de mí. Las balas zumban. Corro más fuerte por calle Morandé, giro hacia Huérfanos y después a Estado. Entro a Plaza de Armas. En el aire las cartas vuelan como palomas que no saben adónde ir. Un Cristo en llanto sale de la catedral. Me siento en medio de la plaza y recojo una a una las flores del ceibo, y roja es la tarde.

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