Foja de poesía No. 055: Javier Vicedo Alós

Javier Vicedo

 De las más recientes promociones de la poesía española, Jaiver Vicedo Alós (Castellón, España, 1985) presenta una muestra de su obra. Ha sido becario de la Fundación Antonio Gala (Córdoba, España) y finalista del I Premio Radio Nacional de Poesía en el 2009.

En busca del poema

 

El hambre de palabras que no acierto

derrumba y levanta mis días.

En busca del verdor de un grito:

un grito que partiera de lo roto,

y justamente esa fuera su fuerza

para romper el mundo, para recomponerlo.

Y no siempre esta lluvia silenciosa

como una realidad donde no cabe

una respiración o un temblor de hojas.

Cuántos verbos hundidos en su propia tinta,

como si uno fuera demasiado ser para ser.

Solo me pertenece este sufrir

un cuerpo que se descompone

sin revelar el órgano de su inquietud.

De tan honda

-donde el petróleo se pudre hasta lo inútil-

no hay nada en el reverso de la lengua,

solo un sentimiento de hondura.

Todos los signos apuntan al imposible.

Así en mi propia hambre me sostengo

como el pez que en el aire se revuelve y rehace.

Que me calle la misma verdad que persigo.

En los armarios

 

A Juan Gómez Bárcena

Vivir también es recogerse en los armarios:

una palabra demasiado áspera,

el disfraz del momento manchado para siempre,

aquél abrigo de tu madre

o una pieza de azul intenso

sin estación de tan azul…

Vas viviendo tu retirada.

Mide bien tu felicidad de ahora

antes de colgarla como una percha.

Un día no cabrás en los armarios,

te guardarán con fuego,

bajo aire.

Circular

La calle está trazada con pasos circulares,

llena de hombres que andan rodeando su historia.

Es un miedo a vivir, a cruzar desvividas calles

y tener que buscar nuevas palabras,

nuevas geometrías a sus pasos.

Es asfixiar el aire para aferrarse al hombre

cuando es tan sencillo ser hombre

y agradecer la gran suerte de su tristeza.

Este golpe de oxígeno que vuelve,

tras completar su vuelta definida,

lo recuerdan y no parece golpe

pues recordando entienden de algún modo.

No quieren sobresaltos, sino órbitas exactas,

sentimientos atados a una inercia.

Con un sol que comprenden y les alumbra

van celebrando sus dominios,

la redondez de sus ojos y boca,

la forma monetaria de unos senos.

La calle está ahogada por sus pasiones circulares,

y nadie duda ya si son pasiones.

 

 

 

 

Homenaje vertical

A Roberto Juarroz

 

I

Echamos fuego al agua

y apagamos la transparencia.

Así quema el hombre la claridad del mundo

y la prende de silencio.

El temblor humano del fuego,

el estrépito de una voz abriéndose,

enmudece cualquier palabra.

Al fuego le basta con arder.

 

II

No hay palabra más cierta que otra.

Se aprende a callar con los años,

aunque parezca que hablemos.

Se nace sin palabras.

Y con todas las palabras rotas nos vamos.

Y sin embargo,

aunque vivir sea enmudecer,

existe un placer original en el silencio

que justifica todos los silencios.

Cantabile, ma non troppo

A José Pablo Polo

Yo soy música viva,

palpitación de sueño,

un acorde imposible mirando al infinito.

Pero como la música no puedo ser palabra,

y me pierdo en el aire

incendiando su muda lengua.

Me funda mi pensar

en los metales rotos de la sangre;

este pensar qué soy,

y soy melodía y altura.

Pero la voz no sabe extender

la escala trémula del fuego.

La música es un golpe de silencio,

el trono de un dios ciego.

Hay que auscultar el aire,

su afinación profunda.

Pulsar la luz que espera

infinita en la teclas de la noche.

 

 

 

 

Sin saber

Eres nuestra, y te dejamos escapar como a un pájaro exótico o como a un agua que no nos perteneciese. No te escapas en el cumplimiento de tu naturaleza, cuando te arremolinas sobre el desagüe último del pacto. Eso es el solo fluir rítmico de lo que brilla y después se satura de tiniebla –como tantas veces hemos visto-. Te escapas en las horas que vivimos sin saber, frente a los ojos conocidos o los mecanismos del nosotros cotidiano. Es en ese no percibirte hasta ya pasada, cuando parece que te nos escapas. ¿Vive el que no sabe a su tiempo? Nosotros nunca supimos, nunca a tiempo. Y acaso eso sea el vivir: no hallar el tiempo en que clavar una palabra segura; aunque fuera para decir: vida, nuestra.

 

Distancias

 

Sólo una distancia es terrible: la distancia entre dos cuerpos. Esos escasos centímetros que nos separan de los bultos anónimos en las calles, las tiendas, las oficinas, los cafés o nuestra propia cama. Qué cerca su pulso y el mío, su hambre antigua y mis manos de pan, y qué lejanía sin embargo, qué tupida alambrada de aire.

Sobre la vergüenza

 

Me niego a morir con las botas puestas, con las botas manchadas de asfalto y gentes. Que no sea la muerte una última vergüenza.

Me imagino debilitándome, dejando de sentir el pulso ardiente de las sienes, la luz que beben los ojos cada vez tornándose de un negro más espeso, y en ese último instante, de paso definitivo a la nada, una mujer desagradable y redonda diciendo a otra: “me parece que le ha atropellado un coche”.

 

Vueltas

 

 A veces no sé qué escribir, y doy vueltas a las palabras. Otras no sé qué vivir, y doy vueltas a la muerte.

 

Inmensidades

 

Todo aquello que vivimos conmocionados graba inmenso su fogonazo en nosotros, como inmensas quedaron las primeras visiones del niño. Pero nunca quiso un niño volver en cuerpo al lugar de las visiones, sino desterrarse de él para que permanezcan vivas, incorruptibles. Y como el niño, algo en nosotros, cuando somos temblor irrepetible, quiere preservarnos. Y así huimos del hartazgo de nuestros ojos, queremos vivir lo que el recuerdo nos dicta, embarcarnos en un exilio contra la realidad geométrica del adulto, contra la vista que crece empequeñeciendo. La mirada nostálgica es aniñar los ojos, volverlos diminutos para que todo sea infinito en su recuerdo. Al calor lejano sólo ha de volverse con la mirada desproporcionada del que fue feliz, protegiendo de nuestros ojos crecientes aquello que pudo ser pequeño y ha de ser colosal en la memoria de los ojos.

Hay

 

Hay un cielo en el pájaro, un pájaro en el trino y un trino en la vida entera. Lo mínimo contiene la inmensidad.

Dios sabiéndose

 

Cuando yo no soy, o no sueño, el mundo es un papel a la espera de un azote de viento que lo levante. Sin mí, la insinuación de la luz no existiría porque no hallaría a quién seducir. La noche es el pretexto para mi soledad, pero soledad porque yo la quiero; podría no quererla y no habría noches. Yo soy un dios que no requiere más fieles que él mismo. Soy el mundo, cante o se arrastre.

Pero a veces, de sólo decirme, traspaso mi discurso y lo desangro: dios sabe de su imposibilidad.

Ruinas

Me estudio en el espejo: el cabello en retirada, la nariz cada vez más tosca y retorcida, la espalda curvándose como preguntando. Cada vez más feo y decrépito, más pobre en imagen; más dichoso. Según se arruina mi cuerpo, cuanto más insignificante es mi apariencia, más crecido siento el goce de existir. Para confundirme con la realidad que pasa he de desnudarme por completo, ser la nada visible y el todo emocionado. El tiempo da sabiduría porque nos despoja de la forma. Me estudio en el espejo y admiro esta sabiduría del sentir, del repudiar cualquier molde. No se trata de vivir a ciegas, negando la realidad; se trata de vivir con otros ojos, los que ven más allá del espejo.

 

 

Aceptación

 

Paredes blancas de mis días, sonidos domésticos, golpes ansiosos de la sangre, manos rígidas. La vida dicta su nómina de durezas. Por qué no creer que así es hermosa, por qué pensar que la dureza no es un rasgo dichoso. Así ha de ser la vida: penetrante, firme, dura, para saber yo todo el placer de su tensa carne.

Sinceramiento

 

Y callarse sería lo más sabio.

Aunque parecería poco humano.

Porque hay que parecer humano.

Hay que jugar por estas casillas sin luz

que tanto, y mal, nos mueven hacia las palabras.

Porque hay que ser humano,

o al menos padecer que somos,

que hasta en el torpe abismo de la voz

brotan algunos tallos de verdad.

Aunque sea la verdad simple

de ser y equivocarse.

Datos vitales

Javier Vicedo Alós (Castellón, España, 1985) es estudiante de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, ciudad en la que vive actualmente. Como poeta obtuvo el IV Premio Bancaja de Creación en 2007, lo que conllevó a la publicación del libro de poemas El azul silencio del hombre (ed. Aula de poesía, 2007). Durante el 2008 fue residente de la 6ª promoción de la Fundación Antonio Gala (Córdoba, España). Ha sido también finalista del I Premio Radio Nacional de Poesía en el 2009. Su obra puede hallarse en diversas revistas y antologías. Ha escrito también los libros de poesía Días rotos (2008) y Ventanas a ninguna parte (2009), además del libro de aforismos Mintiendo literalmente en el que todavía trabaja.

www.cedovi.blogspot.com

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