Un recorrido por los diferentes libros del poeta y traductor chileno Armando Roa (Santiago, 1966). Merecedor del premio de la Crítica y del premio Pablo Neruda.
De El Apocalipsis de las palabras/La dicha de enmudecer
De la palabra sótano
De tanto jugar con el lenguaje
olvidé cerrar la puerta de la palabra sótano
y la noche se desbarrancó escaleras abajo
entre paredes que se ajaban en silencio
y estertores de relojes
y baúles polvorientos
y un vago tumulto de pensamientos muertos.
Todo se volvió subterráneo
hasta perder sus raíces en medio de la oscuridad.
Y entonces sentí que algo se despeñaba
en la profundidad devoradora de mi boca
hasta convertirse en forma sombría,
en opresión de tierra
y en proximidad de huesos.
De la palabra hueso
La palabra hueso,
raspadura
a la palabra muerte
en el esqueleto del verso:
polvo acongojado
en boca de un signo de interrogación
que ya no encierra ninguna pregunta.
De la palabra útero
Sólo para sosiego de estas hebras mal trabadas
en la musculatura verbal de mi lengua,
cuando la cópula ha dejado de ser reproductiva
en el enunciado de esta oración sin nadie,
la palabra útero,
de oscuro nacimiento,
nueve meses confinada
en mi boca, ahora irrumpe
en una hoja de papel
expulsándome prematuramente.
Perdurando en la palabra fin
Variaciones a partir de Salvatore Quasimodo
Soy un hombre
indefenso. Lleno de añoranzas efímeras.
Mi voz se agrieta.
Desgarradura sobre desgarradura.
Y un silencio porfiado y mordaz
se amotina en mi carne
“cuando siento que los vivos
son más remotos que los muertos”.
Nada ya queda en pie: deponiendo toda huella
dejé que el invierno segara las hojas
de todos mis bosques.
Y ahora, sin nada por hacer,
después de forzar sin suerte el blindaje del dolor
en el áspero manto de ese amor desechado del amor,
apenas me sobrevivo -ausencia presente-
en el amanecer de un paisaje
despoblado
por la luz del día.
Soy un hombre
indefenso. Un amargo soliloquio
que en vano busca adelantar la palabra fin
para perdurar en ella.
A la palabra amor,
a la palabra más amada
Homenaje a Álvaro Mutis
“Bajo la tristeza incurable que derrama
el sonido apagado de mis besos”,
Mallarmé
“sólo el polvo ha de volver al polvo”
Benn
“Bajo la tristeza incurable que derrama
el sonido apagado de mis besos”,
arrastras tu pesadumbre dentro de mí
hasta quedar encallada
entre baldíos arenales de tinieblas
donde un voraz señuelo nos espera.
Ya no puedes rehacer mi soledad:
acongojado y roto, con las manos yertas y frías,
saboreando mi desdicha,
recordando que “sólo el polvo ha de volver al polvo”.
La delicadeza se ha despedido de nosotros
con un adiós tenue y postrero.
Ahora sólo eres una palabra “disecada y quebradiza”,
un minúsculo enunciado lleno de equívocos.
Sobre el cadáver de un hombre
converges como un astro a la deriva,
en incesante deterioro.
Comienzo
a desalojarte.
A apartarme de ti.
A estampar la dicha de verte morir
en los solitarios arrabales de mi corazón.
De Estancias en homenaje a Gregorio Samsa
Muerte Enamorada
Oh muerte enamorada, enamórate de mi.
Desciende, desciende hasta mi cadáver
e intriga mis despojos con tu polvoriento escalofrío.
Que el agrio laurel de tus pezones
se agolpe contra el raso de mi carne.
Que tu sexo se abra para mí
en la noche ritual de los suicidas.
Olvida las bofetadas del miedo – ese llanto promiscuo de años-
o el destierro en la prematura sepultura de mi cuerpo:
vaya para ti, ahora, la rosa nupcial de mi sudario.
Dejemos a un lado fingimientos y congojas
y removamos las espinas de una vida que no se deja vivir:
“que el músculo del corazón
se ejercite de manera diferente”.
Oh muerte enamorada, enamórate de mí
Señales
“Sin esperanza esperan”.
Thomas Hardy
Palabras que se besan en la boca,
anónimos epígrafes de un amor
que se borra de los libros:
plegarias de un ritual
ofrendado a las sombras
que nos dejaron a la intemperie
en espera de un nombre.
Nuestras erosiones de hombres solos
que “sin esperanza esperan”
se profanan en ellas
bajo el peso del equívoco y la errata,
bajo el peso de una letra sin respaldo
en una página en blanco.
De Hotel Celine
Desde la habitación 24: Henry David Thoreau y su amada
“tibia arquitectura de un rayo de sol”
Cummings
i.-
En el atardecer de nuestras vidas, se nos dijo,
seríamos juzgados por el amor.
Así, después de cruzar los trigales,
nos escondimos en el bosque.
El horizonte, poblándose de pájaros,
ya depuesta la neblina,
resonaba a tajo abierto,
traduciendo para nosotros vientos y nubes.
La muerte, en tanto, se moría de celos:
su hojarasca marchita, en un recodo del camino,
besaba polvo y piedras.
Y entonces el murmullo de nuestras lenguas,
sin recalar en la palabra,
alcanzó la gozosa velocidad del silencio.
El amor había sorteado las erosiones del hastío y la desdicha,
desfiladeros de la carne donde rompe el deseo.
En el atardecer de nuestras vidas, se nos dijo.
En el atardecer de nuestras vidas, se nos dijo.
En el atardecer de nuestras vidas, se nos dijo.
Por eso nos escondimos en el bosque
sin demasiados rituales,
aferrados a un puñado de ilusiones
que aún repicaban en las polvorientas campanadas del recuerdo:
buscábamos hospitalidad
en el amor
sin tributos por pagar a los mercaderes del olvido,
serenos y altivos como los árboles del bosque,
allí donde nos internábamos en el atardecer de nuestras vidas,
cuando seríamos juzgados por el amor.
ii.-
Y arribamos al Hotel Celine
esquivando la polvorienta sonrisa de la muerte.
Eramos dos tactos amurallados por la piel
en medio de aquellas alcobas: tú y yo, zarpando de rincón a rincón,
almas que ayer cabalgaron culpas y remordimientos
-sombría procesión esperanzas rotas agotando el atardecer-
y que ahora renacían bajo la “tibia arquitectura de un rayo de sol”.
I’ts better to burn out than to fade away.
Estos amargos vestigios de un hombre.
I’ts better to burn out than to fade away:
en el atardecer de nuestras vidas, se nos dijo,
seríamos bautizados nuevamente
por la marea fervorosa del corazón.
Rust never sleeps: aquí, en el hotel Celine,
entre muros cabizbajos, azotados por la lluvia,
entre agrietados ventanales que se abren a tus ojos.
Difícil es sabernos con estas máscaras deshechas,
ojos que saltan de los ojos,
ojos sin hogar.
Difícil es…
Difícil es…
El amor…
Perseveramos y prevalecemos..
Ay amor, no me abandones.
Porque en el atardecer de nuestras vidas…
iii.-
La apoteosis de la erosión
-alquimia de corazones envejecidos-
destejiendo las mutaciones del amor,
ya no puede perturbarnos.
Ahora que nada nos urge
a la esquiva anatomía del deseo
y su retórica empalagosa
en la cámara nupcial de nuestros cuerpos.
Porque en el atardecer de nuestras vidas…
Porque en el atardecer de nuestras vidas…
Tu y yo: dos ínsulas entrañadas en un océano sin nadie.
Porque en el atardecer de nuestras vidas…
Porque en el atardecer de nuestras vidas…
Tú o yo: ¿ de quién es la apuesta
en este juego de palabras
donde duelen todas las palabras?
Perdemos para poseer.
Desde la habitación 66: Epifanía de Jaco Pastorius
Que la música sea esmerada como el olvido,
aflojando la tristeza de cuanta muerte
se arrastre todavía sobre mi pista de baile.
Y nada de nostalgias encaramándose a las paredes:
que las notas apuren toda mi vejez
junto a estos ventanales,
abrevaderos del amanecer.
Mi alma da tumbos
entre una indolente llovizna de voces
que dejan caer sus sonidos sobre el pavimento de mi vida,
mi vida fronteriza que porfía por renovar de luto.
¿Será ya hora de un remanso?
Digo: ¿podré abandonar este cuarto
o deberé permanecer aquí una temporada más,
rasgueando el mástil de mi contrabajo,
adaptando “Jesús alegría de los hombres”
a “Purple Haze” de Jimmi Hendrix,
concertando el desconcierto,
el pulso apremiante de una nota que se agolpa
como un telegrama urgente, sin remitente,
una nota que se niega a ensordecerse en el silencio
aunque ya no pueda armonizar con nada?
Punto y contrapunto: sea ésta mi marcha triunfal
sobre el dudoso pentagrama de mi vida,
que la muerte se despide de soltera
y me reclama a su lado, ahora que ya no busca
un competidor más peligroso.
De una máscara en el vestíbulo
Preguntas quién soy
como quien tienta un itinerario seguro y tranquilizador.
Y no te contentas si te digo que soy
el paréntesis que ensaya el espejo a tu rostro,
tu rostro encarroñado y sin nadie.
Y es que esperas que sea otro quien llegue a consolarte,
el rostro que no eres ni fuiste,
y al que urges para desempolvarte de la muerte y cerrar esta frase.
Sea este, entonces, el estertor que reclama tu boca
al más leve ademán de mis labios en el espejo,
enamorados ciegamente de ti,
paréntesis que se abre y se cierra
esquivando todo malentendido.
Preguntas quien soy, aunque no te importa
si siervo o amo de ese rostro tuyo
que ahora apagan mis ojos.
No hablemos de amor. A otro cielo con ese sol.
La exigencia de un nombre o un significado
a todo esto ya no puede perturbamos.
Nosotros, gozosos proxenetas de la nada.
Mi viaje hasta el fin de la noche
Seguirás siendo llorada, vieja muerte,
Aunque hayan traficado contigo,
aunque te hayan empozado hasta las heces.
Seguirás siendo llorada vieja muerte.
Aunque el corazón te lo hayan amputado,
aunque hayan hecho de ti una estrella descarriada
en la retina de un ciego,
seguirás siendo llorada.
Aunque te hayan maquillado con tinturas costosas,
aunque te hayan exhumado de toda miseria imaginable
para coronarte con pompas de jabón,
aunque se diga que el dolor y el miedo ya no tienen nombre,
tú, anfitriona, seguirás siendo llorada,
aunque te hagan trasbordar de soledad
y reemplacen a las pesadillas que se pavonean sobre tu escenario,
seguirás siendo llorada,
aunque se diga que tu máscara
bucea sin aire en un rostro de nadie,
o que han aflojado tus diques,
o que en ti ya no remansan oscuridades y despropósitos,
seguirás siendo llorada, vieja muerte,
paraíso perdido y clausurado
por esta república de hombres sin atributos
que se mueren aun antes de morir,
ahora y siempre.
De Los Hipocondriacos no se mueren de miedo
Fatiga crónica
Tegretal 2 mg
a’
Lo que agita el verso que no pude escribir:
esa piel muda -corazón de tinieblas-,
pupila inerte de la palabra hombre.
a’’
Porque a nadie encierra
la pupila inerte de la palabra hombre,
tenue es esta lluvia:
la que moja el poema que no pude escribir.
a’’’
Nada de manantiales o de arroyos
en éste, el corazón de mis tinieblas,
coartada de la palabra hombre
que no se rehace del verso que no pude escribir.
a’’’’
La pupila inerte de la palabra hombre
excavada desde el corazón de la tiniebla:
el surco que a nadie encierra,
el territorio despoblado del verso que no se pudo escribir.
a’’’
La pupila inerte
del verso, corazón de tanta tiniebla,
es ahora la palabra hombre naufragada por la piel:
cuando nada ni nadie zarpa de aquí.
Aunque sólo se trata
de un poema
Ludiomil 75 mg
Aunque sólo se trata de un poema,
viene y ofrece las excusas de rigor.
No desea morir tan despacio.
Su lógica hipocondríaca lo desdice.
Un usurpador de enfermedades imaginarias
sufre ahora la embestida de la realidad a su imaginación:
las escoriaciones eran verdaderas
y las radiografías algo más que especulaciones afiebradas;
el orfanato de la enfermedad tomaba cuerpo
en el quirófano, y su semblante,
con aquel aplomo fantasmal,
se transformaba en un promiscuo escaparate
para apetito de cirujanos y anatomistas,
cuyos afilados escalpelos hurgarían la ebria cirrosis
de la palabra alcohol: espuma rebosante
en boca de ese santo bebedor
que aún sueña con la atalaya triunfal de una botella
sobre la ruinosa ciudadela de su cuerpo.
Bajo el estandarte de un
pulmón alquitranado
Diazepam 5 mg
Bajo el estandarte de un pulmón alquitranado,
se desatan los escuadrones de la muerte.
Al aséptico blanco de la enfermera, el luto ejemplar de la viuda.
A la palpación humillante del médico,
la solícita catadura del gusano que afloja huesos y tendones.
La dignidad repugna el artificio o el maquillaje:
quiero decir, no esconder la fragilidad de la vida,
el asalto crepuscular de la carne:
que los síntomas, entonces, se reanuden serenos:
son apenas las sílabas de un verso carcinomatoso
—palabra hecha carne—
manchando las vocales del pulmón en la radiografía.
Siempre caudaloso
en mis aflicciones
Clobazam 8 mg
Siempre caudaloso en mis aflicciones
me tropiezo nuevamente con la palabra hipocondría
y su olor a amapolas descompuestas.
Y pienso entonces en los desvanes de mi cuerpo
lastrando enfermedades
prematuramente inventariadas.
Y transformo las cicatrices revenidas de mis pensamientos
en una aposentaduría de ulceraciones.
Así me afano en este hospedaje de dolores,
abono fértil de tanta funeraria
que mendiga en mis palabras
sólo partidas destinadas a certificar
la prematura defunción de mis días.
Ese desgarro
Alprazolam en dosis no especificada
Ese desgarro
en la musculatura de la palabra,
la pestilencia de tanto sentimentalismo pomposo,
la proliferación de tanto nódulo retórico,
sargazos podridos para un naufragio total
en la horma descalza del lenguaje,
y todo por desafiar al silencio,
al silencio que insiste, bisturí en mano,
haciendo caso omiso de las profanaciones
de la filología, las gramáticas y los diccionarios,
al silencio que busca otros labios donde abrevar,
al silencio que hace polvo al polvo
fuera de elocuencia de escaparate,
tráfico descalabrado de lo esencial:
que la muerte otorga al callar
que el amor aborrece terminologías
que el poema enmohece si no enmudece.
Para beneplácito
de nuestros deudos
« Ríos de tinta perezosa
Jorge Teillier
Tryptizol 200 mg
Para beneplácito de nuestros deudos
coloquemos ofrendas florales en cada verso
y disimulemos nuestros miedos
con un manto embellecido de palabras
que desmienten al destino ante el peso de lo escrito:
aquel depósito de cadáveres
donde cada cual sollozaba lo suyo
no era una metáfora adecuada
a nuestras aspiraciones.
Sólo se trataba de palabras a vuelo exhausto de pájaro
para no encarroñar del todo
el aliento al silencio:
ellas, « ríos de tinta perezosa » agolpándose,
eran sólo la excusa para un porvenir auspicioso:
aquí no hay nada que despedir
porque nada nunca “terminó enteramente de llegar”
Datos vitales
Armando Roa Vial. Nacido en Santiago, Chile, en 1966. Es poeta, traductor, narrador y ensayista. Su obra poética completa será editada próximamente bajo el titulo Ejercicios de Filiación e incluirá, en sus versiones definitivas, los siguientes poemarios: El Apocalipsis de las palabras/La dicha de enmudecer; Zarabanda de la muerte oscura; Estancias en Homenaje a Gregorio Samsa; Hotel Celine y Los Hipocondríacos no se mueren de miedo. Ha publicado el volumen de ensayos Elogio de la Melancolía y las siguientes traducciones: Robert Browning: poesía escogida“; Ezra Pound, Cántico del Sol; Beowulf; El Navegante. Ha recibido el premio de la Crítica y el premio Pablo Neruda.