La poesía de Baudelio Camarillo es una de las más atractivas de México. Su dulce lirismo, su voz media, su renuncia al estruendo pero su confianza en aprehender la esencia de las cosas, objetivar lo subjetivo, aproximan sus mejores poemas a la exquisitez. A continuación presentamos un recorrido por su obra.
En Memoria del reino
Río Guayalejo
(fragmentos)
Agua Materna
I
Arteria de estos campos.
La maldad crece lejos del brillo de sus aguas.
Es un río solitario en el pecho caliente de este trópico.
La luz que entra en sus aguas olvida pronto el cielo
y en el fondo las piedras son huevos de cierta ave
que no sabe volar
sino en el corazón.
II
Peces fuera del agua son nuestros corazones
lejos de esta corriente.
En el lecho del río dormitan los recuerdos.
Cada atardecer vuelan gritos de muchachas
sobre las tibias aguas de este sueño;
nadan en él, en él se bañan
y las aguas se endulzan con sus cuerpos.
Una de ellas,
la más hermosa ninfa que cruzó esta corriente,
me dio a beber el sol que atardecía en su boca
y no hay noche en mi cuerpo desde entonces.
III
Todos los días, por la angosta vereda
que nos dejaron los abuelos,
bajamos hasta el río
como bajan los pájaros al atrio de la iglesia.
Con gritos y canciones adornamos la luz
y el aire de verano que son nuestras estancias favoritas.
Somos aves buscando agua para beber,
para hundir nuestro asombro,
para dejarnos llevar por su corriente.
IV
Un enorme sabino con tres siglos de sombra
hunde sus largas ramas en el río.
Desde su copa el sol salta desnudo al agua.
Se sumerge y emerge y nada hasta la orilla
y nuevamente sube y se lanza.
Así es todos los días.
Cuando llegue el invierno
le haremos un lugar en nuestro patio
y él, que todo lo graba en su memoria,
nos hablará del tiempo en que la luz
andaba por la tierra sonando cascabeles.
V
El verde de estas aguas
no se marchita nunca en nuestros ojos.
Cuanto más contemplamos ese follaje intenso de sus olas
tienen más savia nuestros huesos.
Aquí nacimos. El barro que ahora somos
se amasó con esta agua
y el aliento de Dios
no pudo desprendernos de esta tierra.
Pesca nocturna
I
Entre el coro de ranas
desliza el río su cuerpo de serpiente.
Un agua pura y mansa en esta noche a oscuras
riega frente a nosotros una parte del cielo.
Hemos venido aquí para pescar:
sacaremos estrellas en nuestras viejas redes.
Pero mientras mi hermano termina de fumar
y yo contemplo el agua tranquila de la noche
en voz baja mojamos recuerdos en el río.
II
Ah, memoria que sólo con harapos
reconstruye aquella vestidura.
Qué desnudez tratamos de cubrir
evocando a retazos antiguas maravillas?
En voz baja vestimos nuevamente los días
que hace tiempo guardamos,
en voz baja otra vez caminamos descalzos,
en voz baja no hay muertos
ni lágrimas que aumenten el caudal de estas aguas.
En voz baja soñamos que volvemos
o volvemos soñando
a nuestra infancia.
III
Al igual que las piedras en el fondo del río
habitan nuestros ojos
años que la corriente de estas aguas no arrastran.
Más ancho y caudaloso en su mirada
mi hermano rememora sombras de antiguos sauces,
sabinos desgajados por la espada del rayo,
niños que ya no están.
¿En qué noche se pierden?
Es difícil saberlo.
Al igual que este río somos aguas que pasan
y el tiempo y el olvido
limitan
nuestro cauce.
IV
En sus partes más hondas y calladas
el río baña secretos que esta noche acechamos.
Peces grandes y hermosos
emergen con la red que la memoria tiende.
Hace veinte años estuvimos aquí;
en años sucesivos la corriente arrastró
río abajo nuestra infancia.
Y río abajo también tuvimos novia,
río abajo fuimos padres,
adultos,
gente seria y precisa.
Ahora, cargando nuestra red,
río abajo volvemos buscando nuevos peces
y así seguimos,
río abajo
hasta la muerte.
Cauce interior
I
Como todos los niños, hicimos barcos de papel
y nos subimos en ellos
y nos fuimos.
Después tuvimos uno verdadero,
una lancha pequeña,
y en ella recorrimos la misma trayectoria.
Hoy poseemos las dos cosas.
Cada mañana nos esperan.
Mas preferimos los barcos de papel
porque desde ellos el río se hace ancho
como el mar que nunca hemos conocido.
Arpegios
(fragmentos)
Una noche tus muslos se abrirán como un libro para mí.
Y como un libro te leeré,
como un poema con olor a deseo,
deleitando pausado las sílabas de luz
que guardas al vestirte.
Y una noche también conoceré la música que llevas,
el pentagrama de tu cuerpo
cuando te acerques vestida solamente del color de tu piel
y el deseo encienda un aire de orquesta entre tus pechos.
Y haremos el amor como boca y palabra,
como el violín y el arco iluminados por el genio,
como la ola y la arena
hasta dejar un cúmulo de espuma
caer en nuestros nombres.
Sí, una noche tus muslos o tu libro o tu música
se abrirán para mí.
Embestirás frenética mi destello unicorne,
sembrarás el silencio con gemidos dorados
y yo descansaré por fin sobre tu sueño
y arrojaré largas noches
al cesto de basura.
***
He despertado y oigo
el canto de los pájaros que anidan en tu sueño.
Una luz que abre puertas
y descorre cortinas nos encuentra desnudos.
Duermes aún.
La luz penetra en ti como en el agua,
tu piel llena de sol las paredes del cuarto.
No hay una nube que cruce por mi voz,
ningún rastro de niebla en mi garganta.
He despertado con la palabra clara;
de tu cuerpo sin sombra surge el día.
Quisiera despertarte con ramos de rosas
y de besos
y entrar por tu mirada hasta tocar el árbol
donde cantan los pájaros.
***
Más allá de tu nombre están las playas.
Eres agua que abrazo con los cinco sentidos.
Voy hacia todas partes,
bebo en todas tus luces,
te lleno de palabras
y gaviotas.
***
Nada pudo la noche.
Nada pudo el invierno ni la lluvia
contra el verano intenso de mi carne.
Ahora estamos desnudos.
Comenzaré a besar tu piel,
a ararte con mis manos,
a fecundarte toda,
hasta que broten flores en tu cuerpo.
***
Lo sé muy bien
y sé que lo presientes:
dondequiera que ponga en ti mis labios
estoy besando mi propio corazón.
***
Ella besó mi pecho
y floreció de pronto un campo de amapolas
en mi carne.
Una piedra podría dar flores hermosísimas
si labios como aquéllos la besaran;
cuánto más este cuerpo:
tierra húmeda
y fértil.
***
Escombros
(fragmentos)
I
Un dolor guía mi mano hasta tocar escombros.
Como una campana movida por el viento mi corazón repica.
Estoy solo en la noche,
solo con el escalofrío que me recorre
y el alarido en círculos llevado por mi sangre
y el peso que mi voz tiene en la sombra.
¿Por qué no estoy dormido?
¿Desde qué oscura sed tiembla mi boca?
En mis ojos estalla un tiempo negro,
en mi sangre el insomnio forma coágulos;
mi sombra es tan oscura
que deja manchadas las paredes.
II
Duele en la oscuridad tocar escombros.
Después de haber amado el cuerpo queda a oscuras.
Hay por ahí recuerdos,
astillas que fingen ser luz bajo los párpados,
vagos rastros de oro sobre la piel enferma.
Lo demás es la noche.
Lo demás es el viento de la noche.
Lo demás es el olor del viento de la noche
y uno anda en la noche
como por una ciudad
desconocida.
III
Limpio mi cuerpo, amada,
en el agua más pura que corre por mi sueño.
Lavo estas manos que te recorrieron
y este pecho sobre el cual floreciste.
Lavo las piernas que hasta ti me llevaron
y los brazos que en vilo
sostuvieron tu sueño.
Limpio mi cuerpo, amada,
de derecha a izquierda y de norte a sur
hasta borrar tu nombre.
Pero es sólo un momento:
al cabo de cien o doscientos latidos
la podredumbre vuelve a salir del corazón
como una espuma negra.
VII
Hay un viento en mi sueño que rompe ramas verdes,
arranca de raíz mis árboles frutales,
abre puertas de golpe,
quiebra espejos,
silba en las cuerdas de mis nervios como un endemoniado.
Después se va,
se vuelve un remolino de espuma en la garganta
mientras yo trato de ordenar mi sueño
y reconstruyo los espejos
para verte.
Lluvia de agosto
En el silencio que abre un hueco en la lluvia
mi única luz es la ventana rota.
Un sabor a ceniza persigue aun mi más ligero sueño.
Sólo el tambor escondido en mi pecho
marca el ritmo fugaz con el que danza
el aún más silencioso tiempo de mi sangre.
¿Hace falta decir que es de noche para situarme
de una vez por todas en el envés del mundo?
Es agosto. Llueve.
Y esta lluvia sobre el ajedrez espejeante de los techos,
sobre los árboles que miden el peso
que por la escala del aire precipita su fragmentada sombra,
sobre las calles, sobre la alfombra espesa de la grama;
y esta lluvia, repito, bien puede ser el mar:
el silencioso mar que de pronto despierta,
casca su orbe de sueños
y deja caer su albúmina oxidada por el aire.
¿Dónde estará su cuerpo? ¿Dónde su sombra?
Dónde su corazón que solamente escucho retumbar en el cuarto?
Ah, un relámpago hiere el cristal de mis ojos
y estrella en mi memoria el sitio exacto
donde estuvo su piel.
Ella reía con húmeda nostalgia.
Su risa (espíritu del agua danzando sobre cuerdas)
nacía transparente
y por ahí yo entraba hasta tocarle el alma:
estanque claro, cielo de pronto desligado del aire
como a veces sujeto a la firme caricia del silencio.
Y yo reía también. Reía soleadas fuentes,
reía arcoiris de preciosas piedras,
arroyos de amapolas, cascabeles de luz
y cristales de sol más allá de la lluvia.
¿Qué fuego hace saltar sobre mi piel
esta ámpula de luz?
Duelen mis dedos al tocarla,
pero más que mi piel, mi memoria es la que arde.
Nada.
Ahora escucho el viento desgarrarse entre los limoneros.
Es agosto. Llueve.
Y, solitario en mitad del mar,
sólo el relámpago se esconde tras mis ojos
y a su eléctrico impulso mi sombra se despierta
a vagar por el cuarto.
Ciudad en ruinas
He de contar ahora que existió una ciudad
con avenidas, con torres,
con relojes.
La sola brisa hacía repicar campanas
y los maitines agujereando el sueño,
despertando al sonámbulo,
indicaban la hora de dar gracias al dios
benevolente.
El tiempo no corría: danzaba.
Cada minuto caía como diamante en el espejo
donde el agua se movía tornasolada
por la aurora.
Esa era mi ciudad.
Ese mi canto.
Ahí los nobles corazones me sitiaban
y aprendí a dar frutos con alas de libélula
que escapaban en todas direcciones.
Algo pasó después.
Cayeron las campanas,
los relojes,
las avenidas se cubrieron de musgo
y he aquí que ahora, mientras duermo,
es mi sombra la que busca alimento
lamiendo el frío reflejo de unos cristales
rotos.
Ciudad en ruinas II
En la iluminación de estos despojos
se consume el aceite de mi lámpara.
Nada ha quedado en pie de esta ciudad.
Abro la boca y la humareda envuelve mis palabras,
abro los brazos y sólo estrecho destrucción y ceniza.
Hacia otras márgenes han huido mis deudos,
otra ciudad fundará lejos de mí el olvido,
y yo, que era el escriba principal del imperio,
cierro los grandes folios:
que hable por mí el silencio.
La casa del poeta
(fragmentos)
II
La casa del poeta fue cultivada sobre la roca oscura.
Petrificados ríos de lava circundan sus raíces.
Desde esas rocas el poeta despeña maravillas
hacia el valle de hombres asombrados.
A tres mil metros sobre el nivel del mar
el poeta es la antena que percibe en la luz
los dioses que descienden a fecundar el mundo.
La casa del poeta está en una alta cima
porque la luz, antes que a nadie
debe tocarlo a él.
III
Para mirar el mundo
el poeta dispuso los amplios ventanales de esta casa.
Su mirada desciende a iluminar un valle
donde el tiempo jadea
llevando a sus espaldas una ciudad enorme:
largos muros sensibles a la luz,
casas que ascienden en lenta procesión por las colinas,
hombres que nacen con el día para morir
justo en el centro de una noche iluminada.
También el corazón es una gran ciudad
con anchas avenidas.
La carne es polvo, dicen;
mas ese polvo es recogido por la mano del poeta
para lanzarlo con el aliento de su canto
a las estrellas.
(Los poemas anteriores pertenecen al libro En Memoria del Reino, edit. Joaquín Mortiz, 1994)
Poemas de agua dulce
Campanadas del alba
(fragmento)
El maestro nos regaña
porque no hemos aprendido a sumar
ni a restar.
Nos pone como ejemplo al estudioso niño que usa gafas
y que nunca se equivoca en aritmética.
El maestro no sabe que al salir de la escuela
ese niño nos mira con tristeza
porque no puede transformar, como nosotros,
dos pétalos de rosa
en una mariposa
con tan sólo pasar la palma de la mano
sobre ellos.
Poemas de agua dulce
(fragmentos)
III
Las niñas que se bañaban con nosotros
han madurado también bajo la luz.
Son los mejores frutos del verano, lo sabemos,
pero las ramas de que penden aún son altas
a nuestra torpe y ciega timidez.
Río arriba se bañan cada tarde
y el agua llega hasta nosotros perfumada.
Ahora las miramos desde lejos.
Son como una parvada de palomas
que se apartan un poco de nosotros
para obligarnos a volar.
***
Artemisa fue cruel:
convirtió en ciervo al hombre que la miró
desnuda en estas aguas
y lo arrojó a los perros.
Afrodita al contrario, esta tarde lo supe,
le habría desnudado el corazón
para que se bañase junto a Ella.
***
Una estrella en el agua
I
Hace ya muchas noches una estrella dormía
en el sagrado lecho de estas aguas.
Lo que yo soy de río, de dulce agua amorosa,
la recuerda desnuda en la noche más negra.
Le di por nombre Esther.
Ignoro su linaje entre los dioses,
pero cuando brillaba
las aguas más profundas reconocían la luz
que lo divino exhala al desnudarse.
Aguas que pasan
Dicen que el Nilo es mil veces más largo
y el Amazonas mil veces más ancho
que este río.
Dicen también que hay cauces más hermosos,
más profundos, más puros y, en fin,
de aguas más navegables por la luz.
Todo es verdad, lo sé.
Esta línea de agua es delgada e ingenua
junto al sobrio torrente de un destino más vasto.
Todo es verdad, lo sé,
pero no hay otro río
para nombrar la línea de la vida
que los dioses trazaron en mi mano.
V
Cruzan el río innumerables puentes:
puentes anchos, seguros, perdurables,
y otros improvisados,
efímeros,
ligeros,
a veces simples piedras en el agua más baja.
Y fluyendo lentísima como un hondo dolor
o sonora y fugaz como la dicha
debajo de esos puentes
pasa el agua de todos nuestros días.
Agua marchita
I
Como decir un coágulo
en la arteria que nutre el corazón,
río arriba cerraron el paso a la hermosura.
El progreso ordenó construir una presa
y el caudal descendió hasta mostrar las piedras
donde se estrella a veces
la proa de nuestra barca.
Es claro que aún tendremos agua para vivir,
mas no para soñar.
Habrá más producción en toda la comarca
y llenará el progreso de artículos de lujo
nuestro sueño.
Pero el cauce del río será menos profundo
y sumergido a medias,
como estas grandes piedras,
se secará una parte de nuestro corazón.
(Los poemas anteriores pertenecen al libro Poemas de agua dulce, edit. Praxis, 2000)
La noche es el mar que nos separa
(fragmentos)
Suicidios, guerras, terremotos:
el diario desayuno de funestas noticias.
Somos sólo dos cuerpos abrazados,
sudorosos y lacios
besándonos los párpados y el alma
con los últimos relámpagos
de una brutal tormenta de verano
que se apaga.
Y en la calle la gente que te empuja,
los coches que te insultan,
el humo revulsivo
del altar del progreso.
¿Cómo trinchar el día en nuestra mesa?
¿Cómo llevarlo amable a nuestra boca?
Pero toco tus manos,
te beso en la mejilla
y el mundo es nuevamente apetecible,
tierno.
***
Ebrio de tanta luz, a ciegas casi,
avanzo hacia tu cuerpo.
Un mediodía de espejos te refleja desnuda.
Soy la sombra del árbol donde tus aguas pasan.
Soy la oscura presencia que te habita un momento,
sólo un breve momento
porque luego
cuando cierras los ojos y yo caigo hasta el fondo
la sombra se diluye:
de lo hondo de tu cauce
también brota la luz.
***
Afuera está la tarde y no la vemos.
Corridas las cortinas,
en la suave penumbra de este cuarto
contamos las joyas y monedas del tesoro
y esa es la única luz que nos deslumbra.
Cómo nos vuelve avaros el amor.
Cómo ilumina nuestros ojos la codicia.
Cómo, después de estos momentos,
salimos a la calle
a caminar, cada uno por su lado,
en las mustias aceras de gente sin fortuna.
***
Es pan y leche y miel
tu blanca desnudez sobre mi lecho.
Y saciado de ti, santificado,
doy mis más bellas rosas a los cerdos,
con voz de lluvia fresca
predico en el desierto
y el cordero y el lobo
se hermanan en mi pecho.
Todo lo soy por ti:
el hombre es lo que come.
Poemas del libro: La Noche es el mar que nos separa, edit. La Rana, Guanajuato, Gto. 2005)
Datos vitales
Baudelio Camarillo nació en Tamaulipas en 1959 y desde hace muchos años vive en Celaya. Ahí, en 1984, asistió al taller que impartía en el bajío el poeta Efraín Bartolomé. Más tarde, en 1993, con el extraordinario poemario En memoria del reino obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes. En 2004 mereció también el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta. Es autor de poemarios como Espejos que se apagan (1989), La casa del poeta y otros poemas (1992), En memoria del reino (1994), Poemas de agua dulce (2000) y La noche es el mar que nos separa (2005).