Foja de poesía No. 144: Hasier Larretxea

Hasier LarretxeaA continuación, un acercamiento al trabajo del poeta navarro Hasier Larretxea (1982, Arraoiz, Valle de Baztan, Navarra) que ha merecido el primer premio en la modalidad de poesía con Eguraldi lainotsua en el certámen literario Ciudad de Pamplona (Pamiela,2001).

 

Construyamos un pueblo

 

haciendo explotar tres o cuatro bombas diarias

en cascos históricos.

 

Construyamos un pueblo

embelleciendo con pintura roja y amarilla

y con escritos amenazantes

las sedes de los partidos políticos.

 

Construyamos un pueblo,

pero quememos antes

sus cajeros automáticos.

Sus autobuses.

 

Construyamos un pueblo,

aunque para ello

tengamos que destruirlo todo.

 

Aunque ya no nos quede

sobre qué construir.

 

 

 

Si no hubieras hecho

 

lo que hiciste…

No tendría que recorrer cada semana

tantos kilómetros..

 

No sentiría tanto miedo

cuando en casa tu padre

me da un guantazo.

No lloraría tanto por ti.

No me aguijonaría

tan profundo el dolor.

Tomaríamos juntos un chocolate

esas lluviosas tardes de domingo.

Me acompañarías a comprar ropa.

Te enseñaría a cocinar,

para encandilar con una cena a Amalur.

Si no hubieras hecho

lo que hiciste…

Estarías con tu hijo Ihart

jugando cada día,

podrías acariciar cada día a Amalur, tu mujer.

estarías con tu padre Juankar, conmigo,

con tus tíos, abuelos y amigos.

Próximo.

Más cerca.

Si no hubieras hecho,

lo que hiciste…

Tendrías todo lo que quisieras.

 

 

 

 

 Insúltame

 

Golpéame.

Escúpeme.

Grítame.

Hazme

lo que tan bien sabes hacer.

Porque es lo único

que sabes hacer.

Meterme miedo.

 

 

 

 

 Hoy mi esternón está abierto a pares,

 

dividendo del caótico desenlace

de la vida en moteles.

 

Hoy mis piernas están más abiertas

que las tuyas

por la práctica de la necesidad

de dormir bajo un techo.

 

Hoy, mi cuerpo despellejado

lo he troceado

en bolsitas de 250g.

 

Para que te quedes con lo que quieras.

 

 

 

 

 Yo también

 

me enfrenté a la policía.

Yo también

grité “policía asesina”.

Yo también

sentí la misma rabia.

Yo también me sulfuré.

Yo también

luché hasta el final.

 

Tuve claro cuál podía ser el final.

 

Por eso,

antes que fuese demasiado tarde, lo dejé.

 

 

 

 

A Vik Muniz

 

Niños

 

sin nombre de niños.

Sin ser

niños.

 

Niños,

escombro de miércoles, niños

de ceniza.

 

Niños de luz regulada

en las mejillas de niños

deshechos,

niños de desperdicios

del carnaval barrido

por niños;

huesos de niños

que ni son

ni están

niños.

 

Niños de hueso necesitando

tocar carne de niños,

favelas de niños,

atravesar tendones de niños,

perforar cráneos de niños,

que yacen niños,

que se erigen niños,

sin una partida de nacimiento,

ni niñez.

 

Niños muertos,

niños fusil

 

 

 

 

Para León Ferrari y Mira Schendel

 

 

El tiempo,

 

acotado

es sangre de hilo

a plena luz del día.

 

 

 

 

 Para Ana Gorría, mentora

 

La sinceridad es la manera

de guiñar a este mundo.

 

Condicionamos la ceguera

con el desarraigo.

 

Arrojados al misticismo

de lo oculto, relamimos sin predestinaciones

la palma de la mano: cuarentena

del solsticio.

 

Opacidad. Ráfaga,

vendaval, tifón.

 

Parches descosidos

en el cristal pixelado.

 

Orfandad del hito contempopráneo.

 

 

 

 

 Donde los objetos más comunes

 

adquieren significado mano a mano,

generación tras generación.

 

Donde los gestos más sutiles

 son soterrados a la mugre de la despensa,

claroscuro de la imposición moral en lo familiar.

 

Donde las palabras más recónditas,

masticadas a trompicones, monosílabos de dicción

discutible,  son la muestra indirecta de afecto.

 

Donde la cotidianidad se vuelve irrespirable.

 

 

 

 

 Abre los ojos.  

 

Que sangre la realidad.

 

Que supure la vida,

 

coral de  pupilas.

 

 

 

 

 Darle  una conducta de escape

 

a la hipersensibilidad.

 

Ventilar

el contacto visual.

 

Desorientación

de la percepción integrada:

trastorno histérico

de la personalidad.

 

Orientación temporal

supeditada

a la sobreingesta

de estímulos.

 

 

 

 

 La violencia se viste de camuflaje:

 

precariedad de la sórdida impotencia de los

encuadres

fusilados.

 

Agujero en el hielo.

 

Flasback turbio,

espasmo equívoco

del apocalipsis.

 

 

 

 

 La memoria descuartiza

 

al odio

cuando deja de querer recordar

con ese furor por asesinar.

 

Pero,

¿y qué haremos con las sobras?

 

 

 

 

 Como si se iluminara

 

cualquier día perezoso

desde

tu ojo izquierdo, chispeante,

de gato pardo

tras las sábanas de colores.

 

Como si se ordenara la mañana,

silenciosa

mientras nos dedicamos

a cubrir nuestros cuerpos

delicados, tiernos

con post-its

de dudosa  caligrafía. 


 

Como si se alistaran

en fila india

los indicios que homogeneizaban

los surcos

de los recorridos puntuales,

en el  traqueteo,

del taconeo

de los dedos.

 

Como si cada poro,

despunte de piel,

cúmulo de vello,

estría,

cicatriz,

pata de gallo,

grano,

cana,

señal de nacimiento,

vena,

rastro,

huella,

herpes,

peca,

hinchazón,

se entendiera

con una simple mirada.

 

Con una simple sonrisa.

Sin la necesidad

de ninguna interferencia vocal

más allá

de los decibelios establecidos

por el recorrido de cada caricia.

 

 

 

 

 100 metros

 

Precisión

de la zancada.

 

Ser más veloz

que el recorrido

perpendicular

de la bala.

 

Aprender a correr

antes que a caminar.

 

Esquivar

la amenaza volátil

de la pólvora.

 

El primer juego

de la infancia. 


 

 

 

 

 A quienes ya no están

 

Decidimos postrar el dedo pulgar en los labios de escarcha

que palidecían al postrarse en la neblina ante la visión reveladora

 de nuestros bolsillos de chándal como pliegues

 timbre de voz que corretea, que se esconde, que se agacha,

 miente y se sonroja, cuchichea con el sobresalto

 de un nuevo descubrimiento que altera el sistema emocional

 de la raya de pelo a un lado, y la cruz de plata con las iniciales

 de la persona que lo concibió pero no pudo amarlo

con el simple gesto del beso nocturno antes de apagar la luz,

 o santiguarse cuando la mochila que pesaba más que el pequeño

dejaba de estar arrinconada durante las vacaciones escolares.

 

Correteábamos para no llegar los últimos después del recreo

de las clases, del ejercicio encomendado.  

 

Una habitación de Hospital nos ha vuelto a encontrar.

 

Suplicamos con el mismo ímpetu de esos delantales

donde se postraban los dedos de harina y gotas de suspiros

tras la puerta  cerrada con llave.

 

No llevamos chándal, ni la raya de pelo a un lado.

 

Arrancamos todas las cadenas.

 

El dedo pulgar en los labios de helecho

que languidece por el goteo  de los hierros ante la visión invernal

de nuestros reversos aquejados por el poso humedecedor

del tiempo y la distancia

sobre la misma mirada cristalina    que compartíamos

se hizo cruz.

 

 

 

 

 Agujeros del mimbre de la cesta,

 

pasos que marcan la gravedad

del posicionamiento frente

a la muerte y las decisiones firmes,

decisivas del devenir

y bienestar familiar.

 

Troncos, maderas troceadas

que se ordenan por la capacidad de calentar

las caderas aquejadas de artrosis. Lobo

disecado que no quita el ojo. Pestañeo rojizo

de la chimenea

que abraza con su calor

el encuentro diario

en torno al brasero.  

 

 

 

 

 Si no me queréis sentir

 

no miréis donde se embisten

el cielo con el monte;

el coche con el rayo de luz;

las zapatillas y la tierra fresca;

el sorbo del café con leche

con los trocitos de galleta de chocolate;

la arena de la playa

y la roca húmeda;

el borde de la cama

y el gato que se esconde;

la ventana abierta

y el mugir de las vacas;

el sonido del barro en el paseo bordeando el río

y la sombra de mi silueta.

 

Ahí,

donde lo cotidiano

no se vuelve mágico.

 

Ahí,

no me encontraréis.

 

 

Datos vitales

Hasier Larretxea (1982, Arraoiz, Valle de Baztan, Navarra) ha obtenido el primer premio en la modalidad de poesía con Eguraldi lainotsua en el certámen literario Ciudad de Pamplona (Pamiela,2001). Ha publicado los poemarios Bazaudete? (Metaziri, 2003) y Azken bala/La última bala (Point de Lunettes, 2008). Premio Francisco Ynduráin de las Letras para Escritores Jóvenes 2008.

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