Foja de poesía No. 207: Isla Correyero

Isla Correyero

A continuación presentamos un acercamiento al trabajo de la poeta española Isla Correyero (Cáceres, 1957). Ha merecido los Premios de Poesía: Cráter, Colección Provincia, 1984, Diario de una enfermera, Premio Ricardo Molina, 1996, La Pasión, Finalista Premio Mundial De Poesía Mística Fernando Rielo, 1999, Amor Tirano, Premio Hermanos Argensola 2002.

 

Mi retrato a lápiz

 

Soy melancólica. Melómana. Trapecista en la cuerda de los sueños y el arte. Cumplo con mi destino de guerrera. Canto lo bello y lo perfecto. Bebo, fumo y esnifo. Mi mente es un río caudaloso que nadie ha dominado. Soy perversa, cruel y me bañan las lágrimas a solas. Adoro la justicia y los bienes perdidos. Bramo de odio en lo alto de las cumbres si no consigo lo que busco. Esquizofrénica, locuaz e impertinente. Me gustan los licores y las sedas. Amo el destierro, los bosques y la danza. Mis aventuras escandalizan a los necios y con el dedo me gusta tocar los labios de la noche. Idolatro la luz que expresa Kubrick y el tormento exquisito de Visconti. De mí se dice que no me harto de belleza y que bebo a destiempo de los cuerpos. Vomito internamente ante lo vulgar y lo ridículo y desgarro mi pecho ante lo feo. Me gozo en soledad como un diamante y brillo entre celajes como nutria. De niña coleccionaba tréboles y olores, insectos y lecturas. Nunca mi espada está enfundada y he aprendido el arte de la esgrima. Me gustan las hierbas y la magia y busco el Grial para mi amo. Soy heroica, altanera y distraída. Me cobijo en mansiones de alquiler y no obedezco leyes ni partidos. Me gustan los vaqueros y las pieles, el lino y los trajes ajustados. Mido uno sesenta de estatura y ochenta mal medidos de busto confidente. El tacto de la nieve me subyuga, oír a Bach me iza y me conmueve, oler a piel me excita doblemente; ver una toma en treinta y cinco de Murnau me hace comprender qué es la poesía. Como el Vesubio expulso lava incandescente al recordar la Italia. Llevo siempre carmín rojísimo en los labios y altos zapatos de tacón granate. Tengo arrebatos de amor hacia cualquiera y el sexo para mí es una sombra.

!Y me gusta jugar a lo que sea!

 

Cráter (1984)

 

 

                      

Génesis

 

Bajo la yerta bóveda celeste 

las bichas y los perros se aparean,

humos exhalan de las bocas ambos

y agrándanse los falos de los mulos.

 

Un líquido caliente enciende el fango

y de los termiteros surge

una vegetación salvaje de equisetos.

Rompen el mar las hembras del escualo

y los peces de luz se adentran en la sombra.

Arde el amor en los cañaverales

y en el iglú los esquimales arden.

 

El hueco del volcán precisa un órgano,

extremidad, vapor, espasmo y concordancia.

Una guarida el oso y un prado recogidísimo el antílope.

Preservad a la rana la intimidad del charco,

el grito sideral de los conejos,

la vigorosa sazón de los capullos

y la explosión final de las bellotas.

 

Bálanos, sangre,

cataratas de semen, corran en la Historia

por el peritoneo universal de las especies.

 

Un diluvio de leche y de semillas

exista para el toro,

el caracol, la mantis.

Caigan esporas, dispérsense vilanos,

que las danzas del sexo y el cortejo

despierten del sueño invernal con regocijo.

 

Estacas, árboles y alambres,

para todas las aves y sus  huevos.

Vuelcos para las gatas, lentitud al arácnido.

Las vehementes efímeras hinchadas y sonoras

giren sobre la luz central del foco de la luna.

 

Las lunaciones muevan las aguas infinitas.

Frecen los peces y abaniquen los huevos.

Tenga la bonelia mil machos en su entraña.

El elefante marino, su báculo en las hembras.

La almeja, en soledad, jadeos y fusión.

 

En las exuberantes selvas de Tanzania

la elefanta se doble y caiga de rodillas.

El ácaro, en el útero materno, inserte a sus hermanas.

Desentierre la pallida a una recién nacida y la fecunde.

Salga el escorpión buscando amor y muerte

en el frío y nocturno burdel de los desiertos.

 

Germinen la cebada y las glicinas,

el pino y las higueras,

el baobab, el yaro, la cebolla,

el lino, el estramonio,

el liquen y los hongos,

la coca y el anís, la rosa

en las cales ruinosas de lo muros.

 

Galanteo nupcial, ayuntamiento,

en los vaivenes granados de la tierra.

Silvos y olor, penumbra,

territorios teñidos de polen y de orina.

Fornicación trasera en todo el orbe.

 

Floración inacabable de la savia y de las venas.

Canto de celo alzado por la vida.

Reserva, provisión, maná metálico

en le planeta preñado eternamente.

 

Lianas (1988)

 

 

 

Una taza de caldo

 

A mi señora, María Victoria Atencia.

 

Amnón andaba por ella atormentado, hasta

enfermar por Tamar, su hermana.

(2 Samuel, 13, 2-3)

 

Cuando yo era muy niña

una mujer amada me cantaba un romance

en las tardes altísimas del final del verano.

Pretendía dormirme con aquella canción

que contaba la historia

de dos hermanos moros cautivos en Granada:

 

Ella estaba con fiebres malignas en el lecho

y él, un guapo muchacho,

le llevaba una taza de caldo

oculta en la chilaba.

 

Yo jamás me dormía

porque jamás historia alguna me pareció tan bella.

La ternura corría caliente por mi sangre

como el caldo que a ella le calentaba el cuerpo.

 

y cerraba los ojos

y veía acercárseme a mi hermano

al que amaba más que a mi propia vida.

 

¿Cómo podría el tiempo disipar la memoria

de aquellas escaleras

pintadas en un ocre maravilloso y cálido,

y el mandil de la yaya

con el pañuelo siempre guardado en un bolsillo,

o aquella porcelana colgando en las paredes,

y los relojes viejos con esmaltes gastados,

y los paños de hilo componiendo figuras,

y aquellos reposteros de seda descrudada

cubriendo los pasteles?

 

¡Soñaba tantas veces con ser aquella mora

enferma palidísima!

Quizá para sentirme, como ella,

asistida, por el hermano amado.

 

Un día de tormenta partimos de viaje.

Y en el coche mi hermano jugaba con un coche.

Una vez más cerré los ojos húmedos

y me metí por dentro del juguete de plástico.

La penumbra y los rayos caían a mi boca

como cayera el caldo de la historia en la Historia.

 

No sé qué es el incesto.

Pero si alguna vez amé con amores carnales

a alguien de mi sangre,

fue aquella tarde hermosa de truenos y de lluvia,

en el asiento azul de un coche de juguete.

 

Lianas (1988)

 

 

 

La derrota

 

Está sentado al fondo del salón

y su carne despide frías llamas.

Sorbo tras sorbo bebe lame la copa vagan los dedos

con intenso placer mira y se inclina.

 

El hocico de mármol lentamente aplastado

contra el cristal

tiñe de rojo el líquido

los cubos transparentes

la cereza.

 

Locura son los ojos bajo el cabello negro

ojos de vengador

ojos rasgados

indescriptibles ojos de piedra curva y verde.

Caín salvaje corzo sorprendido

sostiene un cigarrillo

donde el labio flotante deja inmóvil la sonrisa.

 

Insondable palpita el corazón

lo aprieta

amargo témpano

resbala

desgarrador el fuego de la nieve.

 

Exhala el humo

brilla la dentadura bajo la lila lámpara

huracanes de luz vapor y polvo.

Así la lengua esconde desdeñoso el mohín

huyentes los oídos

en el rincón su imagen se refleja en un plato

de porcelana azul.

 

Mancha la perla de los gemelos con la saliva

muerde los nácares gira los dientes

y grácil pósase la mano sobre el muslo.

 

Músculos tensos punzantes astas

el ropaje no impide la vibración secreta

de las brasas en él.

 

Piernas abiertas

potentes venas

cruzan la orilla de la epidermis

sedienta y rosa.

 

Oye el adagio de Albinoni en la orquesta

melancólico agita los pies y las pestañas

e intensamente le sube hasta el rostro

un verdino color de sufrimiento.

 

De los ojos las lágrimas tibias caen a la mesa

a la copa al reloj.

Son las tres y las dalias se deshojan dejando

uno a uno

lo pétalos

sobre una bandejita de plata y un mensaje:

 

“Llegaré hacia las doce.

No estoy serena hoy. Tuya, tu Isla.”

 

Un camarero

de blanquísimo delantal hasta el tobillo

sumisamente enhiesta la cabeza

se acerca a él y sirve

otra copa de lima con ginebra.

 

Y al volverse

las ruedas

del botellero crujen

y un gesto de desorden a los dos hombres une.

 

-“Mozo, estrújame la mano y siéntate a beber.”-

 

Huele el ambiente a tabaco y a invierno.

 

Con las dos manos juntas y un murmullo de cera

mi presencia anotaba

en este cuadernillo

tal historia de amor.

 

La noche se ha parado. Mi corazón también.

 

Lianas (1988)

 

 

 

Las medias blancas

 

Tengo unas medias blancas de seda que me pongo

cuando me visto el traje negro de los recuerdos.

Son unas medias finas, hambrientas de fantasmas

que hacen juego con pájaros interiores, oscuros.

 

Las piernas, penetradas por estas bocas blancas,

levemente se abren con signos vegetales.

Los hilos amanecen en mi piel,

brotan, perdiéndose,

entre los elevados pensamientos más íntimos.

 

En derredor: imágenes de ocupación pelviana,

soberbias latitudes desde el puente atestiguan

la entraña y las enaguas levantadas al vuelo.

 

¡Qué holgada está la tela de la falda de flores,

la rodilla suavísima con olor a naranjas!

 

Por los muslos se agrandan los dibujos henchidos,

son copos invisibles calcinando altas cumbres.

Me infunden sobresaltos, me clavan dulces flechas,

tan finas son las mallas que asaltan los engarces

y hasta el ocre desierto los poros me rezuman

feroces destinos, presagios entreabiertos.

 

Siento flores y manos crecer entre las piernas

y más arriba el musgo

tapando el azulón vellón de la albufera.

 

No podría ponerme estas medias sabiendo

la gracia que se esconde, generosa en tu boca.

Espumosas persisten, sin causa me rodean,

temibles de tu roce, sin fatiga,

explorando.

 

Lianas (1988)

 

 

 

Ponte de rodillas, tío

 

Ponte de rodillas y dime que no me has olvidado.

Ponte de rodillas tío y pídeme perdón.

 

Como cenizas como metal como ciruelas negras

me he transformado sobrellevando el paso de tu sombra.

Te he visto al alba con una cadena de palidez

en torno de tu inmovilidad

y he permanecido en una silla de leche y de madera

mientras te miraba la enfermedad del corazón

y el temblor respiratorio que tienes tío.

 

Violentamente  preparada y desmedida

me he levantado de mi muerte y mi deseo

para desplomarme ante tu indiferencia.

 

La cantidad de destrucción que me has causado tío

es como un saco de piedras atado

a mi brazo derecho.

 

He acumulado venganzas y pasiones que no son de este

mundo. Solitarias y desobedecidas.

 

Mitigar mi dolor es tan imposible

como una conspiración en contra tuya.

Mis enemigos

son tus más patológicos amigos.

Si trabajo es por ti tío

y tú jamás has resucitado mi trabajo.

 

Sin resurrección y sin aliento sigo

a pesar de la calcinación en que me has devorado

y hecho humo.

 

Pon distancia entre tu gris vestidura

y mi ascético espacio

y déjame respirar cruzando el mundo

 

definitivamente tío pidiéndome perdón

soltándome

como a una perra

alada.

 

Amor Tirano (2002)

 

 

 

Cinta de Moebius

 

Yo vengo de perder una batalla

de la vida

y otra más y otra más

y otra.

Pero mi espíritu está indemne

y aún puedo saltar sobre todas las pérdidas

aunque sé que sin más flexibilidad

y menos exactitud que

en los 20 ó 25 metros de edad que tuve

y ahora ya no tengo más que predicciones presagios

de lo que va a ocurrir

según veo a los tipos que se acercan a mis ojos

según huelo sus preocupaciones

según cómo sé empeñan en agradarme

o en desagradarme.

Eso veo. Ya lo tengo claro estoy preparada

para perder

y distinguir cuál será la ventaja que yo saque

o cuál la captura

qué parte de mi corazón se llevará

quien me persiga y observe

cuánto soy de vulnerable.

Lo tengo claro todo eso de las pérdidas y las

ganancias afectivas o las otras

y no me importa perder el beneficio

porque yo vengo de una habilidad de penitenciarias

y en los correccionales en dónde estuve

siempre me dejaron muy exactamente claro

que el modelo de mi conducta

iba derechito a los peligros y que ganar

en ellos

sería una suerte ingrata para mí.

De todos modos a veces he ganado

una chuchería una bola o la pieza de un zapato.

Y una vez sólo una vez gané

algo complicadamente bueno algo grande y

prodigioso que ahora con los años

valoro más que nunca.

 

Pero hoy ya sé que no volverá

la buena estrella

ni el azar

a mi vida

porque mi sublevación y mi trastorno están

conspirando para que

me hunda:

 

Y a eso no le pondré freno ni me doblegaré.

 

Ya tengo bastante con mi suficiencia

para el dolor

y una superioridad colérica

para subsistir y

todavía asombrarme de cómo

 

entre el perder y el ganar

he preferido siempre la sutil y

constante ingenuidad que producen las pérdidas.

 

Así como si esto fuera un dulce

me ahorro el terror

del desengaño.

 

Amor Tirano (2002)

 

 

 

Perfectumest

 

Con ese perfecto brillo de triunfo en el fracaso

me despedí de él

mortalmente grotesco parecía

semisentado en la cama como ajeno o maligno

quién sabría decir la auténtica razón

el sentimiento

a través de una leve sonrisa que era mueca

mitad vulgaridad mitad venganza.

Siete minutos antes yo había sido ultrajada ofendida

oralmente violada en mi desnudo pecho maltratado manchado fulminado  

por su mísero sucio esperma insoportable

sus vomitivas palabras reclinadas

en mi femenino cartílago glorioso.

 

Y no sé qué pasó un segundo después

yo me secaba tres lágrimas feroces a escondidas

me enjugaba los pechos sin pecado

dignísimos los hombros judicial la garganta

sin lenguaje

me reía del mundo mansamente

me reí de la muerte con cinismo

cruel lo comprendí

incompatible mi enorme tristeza con la vida

mi estilo con su estéril deterioro.

 

Mi humillación fue un milagro de inspirada poesía disidente.

Me levanté con calma de vidente actualizada

pródiga en plenitud de alumbrada terapéutica.

Me investí de infinita mujer que avanza sola.

De rodillas se alteró el universo masculino.

 

Transportándome fui cerré la puerta

sonriendo lloré

mi corazón sabiendo.

 

Amor Tirano (2002)

 

 

 

Anoréxica

 

Entre las bellas anoréxicas hay una

lanzada al aire de la muerte elevándose.

 

Obstinada la austera

se cuenta las costillas y la pelvis

se duerme en pie

para no digerir.

 

La bella es sangre de esqueleto

translúcido

es aire y huevo de lo ido

de la histeria es aire

de lo fugaz

de la velocidad agujereada.

 

Tensa la hermosa

y rígida la cuerda de su cuerpo

es cáustico

vómito y nervios autoenvenenadores.

 

Es como un arco a medio enloquecer

prohibido

sedienta

hambrienta

el dibujo de su estructura

es sólo un pensamiento.

 

No hay sustancia en su máquina

es artificio de la crueldad

su libertad su boca

el estómago blanco

el recto loco de sacrificio

y éxtasis.

 

Es la bella anoréxica lujosa

que va a morir mañana

sin desayuno

con la privación de la hermosura.

 

Amor Tirano (2002)

 

 

 

Talento

 

Dicen que sólo tiene curvas y belleza

dicen de ella.

Que sólo sabe caminar como los tigres

hacia el gamo herido.

Sólo marcar figura y arrogancia dicen.

Dicen sólo impostura y gloria física en el aire.

 

Yo digo

que hay talento en esa mano

en tales orejas de fosfórica pregunta transparente

en esa mariposa craneal que parpadea

y hace el cálculo exacto de su tiempo.

 

Así digo que el éxtasis que causa

no puede ser fulgor cosmético y vacío

no puede ser respiración de tigre hambriento o loco

no es impostura sus temibles rasgos

no lo es

no lo es

la encadenada raíz de su cabeza.

 

Hay talento y secreto en esta bella

limpia fascinación

y enigma del prodigio.

 

Sólo hay que olerle el rostro y la memoria

 

medirle los latidos y los hilos

de conexión

de un dedo a otro

ponerla vertical

profundizada

y oír su boca germinando el mundo.

 

Yo digo que es mujer y eso

es relámpago.

 

Amor Tirano (2002)

 

 

 

Terminal

 

Sé que voy a morir antes del próximo invierno. Pero he sembrado las patatas, el trigo y las cebollas. Sigo dando de comer a las gallinas y a los cerdos, aunque sé que voy a morir antes de las heladas.

 

Limpio meticulosamente la casa y los corrales. Me levanto y me acuesto cada día a mi hora. Sigo haciendo la comida y el café. Me limpio los dientes después de las comidas. Sigo leyendo el periódico y cosiendo la ropa. He comenzado una bufanda y unos calcetines para el próximo otoño.

 

Salgo a la calle a hablar con los vecinos. Estoy pintando la fachada de la casa y las paredes de la casa. Me tomo las medicinas que me ha mandado el médico. Persevero en el rezo de mis oraciones.

 

He reanudado una amistad que tenía perdida. Canto de vez en cuando. Lloro de vez en cuando. He plantado las flores de mi tumba.

 

Todavía me enfado con mis hijos si no han hecho los deberes. De vez en cuando voy a la peluquería y una vez al mes voy a mirar zapatos.

 

He contratado un viaje a la ciudad de Viena y un entierro sencillo. Tengo mi cama preparada y la ropa que me pondrá el amigo que he recuperado.

 

Cada noche, pienso en las cosas que aún no he podido hacer y, si recuerdo algo, lo hago al día siguiente.

 

Creo que cuando lleguen los azules momentos del invierno, estaré todavía trabajando.

 

Diario de una enfermera (1996)

 

 

 

A un bello muchacho con lentes

 

Con el abanico te abanico los tenues matices de la luz que proyectas

y, decididamente, te sublevas a pertenecerme.

 

¿Porqué, sensible y adorado muchacho de bucles malinterpretados,

me conduces a esta pena y enrojeces inflamado de nocturna osadía,

si henchida estoy como un alero

en donde se posasen todas las aves a copular en mayo?

 

No acepto tu desdén de virtud frágil

ni el tormento prolongado a que me tienes sometida,

con tus manos suaves y delgadas

o ese otro suplicio procurado a que me expones,

cuando, la camisa, ligeramente abandonada,

me muestra la cruel fruta improbada de tu vientre.

 

Muchacho de jazmines en la aurora callada de este acerbo

dolor que me sustenta, dime:

¿Qué hay tras esos lentes, redondos cual ciruelas

brillantes no mordidas

o qué lugar te doy en el planeta

para saberte libre y enjoyarme de luces y azahares

y perderme una hora en la incomprensible pregunta

de tus ojos?

 

Cráter (1984)

 

  

 

A setas

 

Salí una tarde de Noviembre a setas.

Glacial caía el sol por mi vestido.

Al fondo, la ciudad, por la barriada

más pobre, azuleaba poco a poco.

 

Cerca del bosque me encontré a ese hombre

de ojos inmensos tras las turbias gafas,

todas las alas bajas de los pájaros

color mostaza, estaban en sus ojos.

 

Recuerdo su librito y el sombrero,

el anorak azul y su cuchillo,

llevaba el palo al cinturón, la cesta,

casi de colegial, de mimbre blanca.

 

Entramos en el bosque, aquel silencio

malignamente se iba deformando.

En el calor geológico de Otoño

se puso vertical la galamperna.

 

Las hojas rojas con sus podredumbres

cubrían el suelo de residuos ácidos.

Las ramas destruidas espumaban

el plan fatal que en mí se iba forjando.

 

Yo no se en qué momento aborrecible

la criminal acción pasó por mi cerebro.

Pudo ser el olor aquel a carne

mezclado con la noche, ya enfilada.

 

Sólo se que sus ojos tras las lentes

eran más bellos, cada vez más grandes,

dos setas ámbar de unos diez centímetros,

más comestibles, más resplandecientes.

 

Cabizbajo, le di tres golpes secos:

uno en la nuca, dos en la mandíbula.

Cayó marfil, tornado a mi mirada.

Quise sus ojos, cada vez más fijos.

 

Los recogí en mi cesta, crudos, frágiles,

envueltos en un kleenex sonrosado.

 

Salí del bosque; de repente, el mundo,

a soledad, a invierno, variaba.

 

Crímenes (1993)

 

 

 

El vuelo de las aves

 

Con unos ojos de cristal más negros que la noche

nos miraba y venía esquizofrénico perdido,

con un punto en la voz de niño enfermo,

tambaleándose en la moto,

dándoselas de hombre valiente,

pero asustado y raro, melancólico.

 

Carecíamos de experiencia para saber si sufría por amor

o de algo sobrenatural.

 

No fue fácil sentarlo al borde de la fuente de la plaza

y serenarlo con una coca-cola.

 

No quiso hablar en mucho tiempo, ni explicarnos

de quien era la sangre que le empapaba la camisa y el

plumas.

 

Tampoco supimos hasta tres años después

que aquel fue el primer crimen de aquella criatura extraña,

amigo nuestro,

que precipitó

nuestro sentido de la realidad y de la muerte.

 

Crímenes (1993)

 

 

 

Los límites

 

Para Emil

 

Necesitamos testimonios que enciendan en nosotros el

recuerdo de lo más profundo.

 

Cuan éramos niños teníamos un margen de conciencia

dedicado al Resplandor.

 

Podíamos ver más allá de los nombres y las cosas. Arder de

amor por los pobres y los muertos. Visitar regiones

invisibles atravesando las azules tinieblas

de las habitaciones.

 

Traíamos de aquellos límites -siempre frágiles- descalzos

los pies, una peligrosa tristeza y extrañas imprecisiones en

el vocabulario.

 

Y, cerrando los ojos, volvíamos a ver con claridad lo que

habíamos penetrado

y descansábamos, como dormidos, en el regazo de nuestra madre

que nos creía y jugaba con nosotros, otra vez, a retirarnos

de la muerte.

 

Crímenes (1993)

 

 

 

La ambulancia

 

Me han elegido para entrar en la muerte de una niña.

 

La ambulancia transcurre por la carretera con su memoria de meteorito. De Madrid a Gerona nos ganará la noche.

 

Yo controlo los brazos de la enferma desnuda y reviso el pliegue cabalístico y frágil de su garganta afónica.

 

El suero cae buscando la vena azul de su radiografía.

 

Brilla el oxígeno sobre mis guantes blancos y dibuja inscripciones en mi nariz poética.

 

El misterioso conductor nos mira desde el poniente imán de su espejo difuso.

Los coches que cruzamos van vivos de miradas poderosas.

Se agradece la marcha vigilante que, de pronto, sobre el cristal central,

la nieve nos choca como un sueño.

 

Yo comienzo a temblar porque mi enferma me ha hecho una caricia sobrehumana.

Sus ojos de dolor de cuatro años están terriblemente abiertos y distintos.

 

Tengo su mano agonizante y fría sobre mi muslo tenso y absoluto.

 

Me pide a su mamá, a su voz de agua: agua, agua.

Dieta absoluta son ya las lejanas órdenes del médico.

 

Agua y amor me pide la que muere.

 

De una bolsa de suero glucosado le doy a la privada criatura un sorbo,

un sorbo lento.

Traga,

traga,

mi amor, mi amor,

mientras me acuesto a su lado

besándonos, me muere.

 

La ambulancia prosigue su camino hacia un lugar que no existe en el mundo.

La madre esperará cien noches, aterrada,

en la terraza.

 

Diario de una enfermera (1996)

 

 

 

Muerte de un niño

 

Es misterioso ver morir a un niño enfermo.

(La piedad no existe para quien observa la belleza).

 

Su corazón continúa deslumbrando la cama. Durante el dulce ejercicio del pecho desnudo, la boca contiene una profunda sombra que alienta todavía.

 

No pesa nada un niño cuando se está muriendo. Es una leve pluma que va cayendo a un patio y, como cae la nieve, se aposenta en la noche.

 

¡Oh pequeño empujado! ¡Rey deshaciéndose, valientemente serio!

 

Tus lívidos temblores aún están recibiendo las palabras queridas. Tus dedos casi azules quieren tocar el aire.

 

Por obra de la luna un almendro florece.

 

A lado de la cama ya hay vibración de hierba.

 

El polvo de la muerte te he cambiado los ojos y caes, sin movimiento, al último latido.

 

(la piedad no existe para quien estudia la belleza)

 

Diario de una enfermera (1996)

 

 

 

Pero se mueve

 

¡Oh médicos malditos!

 

No me digáis que me he quedado huérfana.

No me digáis que ha muerto mi vertiginoso.

No.

 

Mi mano lo acaricia desde el cerebro a la uña azul del pie, mi mano con la suya, terriblemente fría, deja pasar el aire y se convierte en pasadizo de humo.

 

No está inmóvil ni frío.

Yo veo como se mueve la ventana y él se mueve desde lo hondo de mis ojos,

 

se mueve para mí, se mueve con los pájaros que vienen del ensueño.

 

Tiene le temblor de una tormenta negra, la constante temperatura de la piedra en la casa.

 

Su lecho dolorido me dice que él existe, su colchón empapado de nieve y de saliva, de sangre levitando sobre las cuatro patas.

 

Él existe y se mueve.

 

Va a exigirme un compacto de Sibelius, está pidiendo pan y se levanta, de lo invisible a la arrogancia de su miopía, me está pidiendo la velocidad para volverse.

 

Y ahora está de pie, cerrando la ventana.

 

Ha vuelto a mi dulzura, a mi diálogo de histérica, vuelve la furiosa función del miocardio, vuelve de las flexibles tablas de la justicia.

 

Ha vuelto para mí.

 

Toco su pecho.

 

Me veis: Hablo de él como si nada hubiera sucedido.

 

¡Oh médicos malditos!

 

 

Diario de una enfermera (1996)

 

 

 

Oración en el huerto 

 

Triste está mi alma hasta la muerte.

 

El ángel viene a mantener mi angustia

y duda de las lágrimas de sangre

que corren hasta la tierra.

 

¡Padre! ¡Apártame este cáliz negro!

 

No me abandones ahora

en esta madrugada.

 

Tengo miedo, Judas, tengo miedo.

 

Pero no se haga mi voluntad amarga

sino la tuya, Padre,

azul.

 

La noche está inclinada.

 

Las estrellas se han movido definitivamente.

 

La Pasión (1999)

 

 

 

 

Datos vitales

Isla Correyero nació en Miajadas (Cáceres, España) en 1957. Estudió periodismo y cinematografía en Madrid. Es guionista de cine y televisión. Premios de Poesía: Cráter, Colección Provincia, 1984, Diario de una enfermera, Premio Ricardo Molina, 1996, La Pasión, Finalista Premio Mundial De Poesía Mística Fernando Rielo, 1999, Amor Tirano, Premio Hermanos Argensola 2002. Otras publicaciones: Lianas, 1988, Crímenes, 1993, Feroces, 1999. Incluida en Las Antologías De Poesía: Las Diosas Blancas y Ellas Tiene La Palabra. Lecturas significativas y eventos literarios: Palacio Real, Madrid, 2000, Fundación Monasterio de Yuste, 2004, Festival Poetry Internacional de Rotterdam, junto a Seamus Heaney, 2005, Cumbre Iberoamericana, representando a Cáceres: Patrimonio de la Humanidad,  Salamanca 2008.

Librería

También puedes leer