Juan Antonio Rosado nos entrega, en esta oportunidad, una reseña al más reciente libro del poeta poblano Ricardo Muñoz Munguía (1970), actualmente secretario de redacción de la Revista Siempre!
DEL INFIERNO AL CIELO:
Polvo de pabilos, de Ricardo Muñoz Munguía
… poesía es espera que mira en la media luz, poesía es abismo en presentimiento de crepúsculo, en espera en el umbral, es comunidad y soledad al mismo tiempo…
Hermann Broch
Broch afirma que la meta de toda poesía es mostrar la totalidad, la simultaneidad “en que descansa lo eterno”. Por ello, este fenómeno, que nació, creció y se desarrolló con la música para luego separarse y cobrar cierta independencia, es el amanecer de la palabra, que despierta y se asoma al mundo con nuevos bríos y frescos ojos. La poesía auténtica hace que los objetos cotidianos pierdan su carácter accidental, contingente, mecánico, a fin de recobrar su esencia, su singularidad o transformarse violentamente. Víctor Sklovski se refiere a la desautomatización que provoca el arte en general. En palabras de Helena Beristáin, se trata de la emoción estética, del impacto síquico o extrañamiento. Esta sensación revitaliza la mirada ante las cosas, y sólo el verdadero poeta —en el sentido etimológico de creador— es capaz de ex-presar, hacer existir (poner fuera de su esencia a los objetos para conferirles otra, o recobrar su esencialidad primigenia), mediante mecanismos y estrategias —entre ellos, los recursos retóricos— que el artista ha asimilado, de los que se ha apropiado para manipularlos con su libertad e imaginación. Sólo así puede ex-traer a las cosas de sus asociaciones cotidianas y liberarnos de lo que Sklovski llama automatismo: “La mirada de los árboles/ entre los ojos y las hojas/ del ebrio y la prostituta/ nace y muere a diario. El día terminado/ sube su memoria/ a los músculos de las ramas.” Estos versos, extraídos de Polvo de pabilos (2009), último poemario de Ricardo Muñoz Munguía, son un claro ejemplo de la desautomatización del lenguaje, de la transfiguración del vocablo. Las presencias, los objetos se perciben como si se percibieran por vez primera.
Muñoz Munguía, autor de Amanterio (2005), poemario en que descuella Eros, fuerza revitalizadora del recuerdo y de la vida, sacó a la luz pública recientemente el mencionado Polvo de pabilos que, con sus seis secciones, conduce al lector —Dante implícito— del infierno al paraíso, de la caída al éxtasis, del Tánatos al Eros… De la enloquecida perra que “arranca trozos de mi pecho/ para alimentar su rabia”, hasta “El principio donde nuestros cuerpos…,/ no son caricias sellándose una sobre otra/ al hacer de su pasión siameses/ que fueron fundidos en su lucha/ para someterlos en un solo grito”. Y si es verdad que, como afirma René Char, “el único dios que puede ser propicio a los poetas es el Relámpago, que algunas veces nos ilumina y otras nos parte”, este último poemario de Muñoz Munguía, es, en efecto, iluminador y destructor a la vez. Ya en el epígrafe que abre las puertas del “Infierno” (título del primer poema), aparece el desgarramiento de las vestiduras y del yo interior. Es claro entonces el descenso a las regiones subterráneas del ser y de la conciencia: “Algo nace dentro del infierno/ algo sin nombre y sin dios/ algo entre llamaradas”. Sin duda, las imágenes anteriores, que también hacen nacer al libro; esas imágenes de “ángeles perdidos” transformados en “espinas encarnadas en frases”; este “bestiario calcinado en la nación del sueño”, son la habitación de algo que nace sin nombre y sin dios: ¿el poeta mismo? “La tormenta acude”, afirma el yo lírico… ¿Se vislumbra el Relámpago de René Char? “Arder el canto”, siniestra sinestesia que da título al segundo poema, es —nuevamente— una visión de descenso, acaso una prueba iniciática. La primera parte se halla tejida de fibras nerviosas, inflamadas en luz y sombra, en crepúsculo, en la clarivigilia (expresión de Miguel Ángel Asturias), que no es ni estar dormido ni despierto, sino en un punto intermedio. Allí, “la muerte mora” y se percibe el “Desorden del alba”: signos negativos que trascienden la palabra y desconciertan los sentidos.
“Furia de soledades”, primera sección del poemario, desemboca en “Cenizas de silencio”, y éstas en “Lumbre en cálamo”, que continúa su camino hacia los “Rumores de la tumba” para tragar “Bocanadas de luz negra” y llegar, finalmente, a la “Realidad que sueño es”, con el último y más extenso poema del libro: “Paraíso de brasas”. Aquí el fuego, la lumbre, ya no posee connotaciones infernales, pues se trata de versos eróticos:
El principio donde nuestros cuerpos…
no son mis voraces manos hambrientas
deslizándose sobre tus prendas
convertidas cada vez más en carne.
No son las que han de transitar por tu espalda
tornada en dos horizontes
ondeando sus esculpidos valles
en que mis manos se extravían…
El poeta, ese “arco sobre las cuerdas de la realidad” —a decir de Luis Cardoza y Aragón—, imprime un impulso peculiar a las cosas, mira cómo se consume una vela y es como si contemplara lo efímero y contingente del signo humano. Mira el mar de Veracruz, mas allí observa símbolos que descuartizan los sentidos o los envenenan de oscuridad: un “visitante leproso” con arañas en las manos, “gritos de sangre”, “nervios estrangulados”… es el mar de Veracruz que, al estrellar sus brazos sobre las rocas, se mutila en cada ola.
Los poemas no concluyen con un signo de puntuación, con un simple punto y aparte, sino con una vela encendida. La última vela del poemario sigue iluminando la zona onírica, pues la poesía es —advierte Novalis— la “religión original de la humanidad”. Por ello el poeta es el creador por excelencia de mitos y religiones; por ello se explica el mundo con esos mitos emanados de su sensibilidad, de sus sueños y pesadillas, de sus angustias y temores, alegrías y tristezas, estados que jamás se miden con el tiempo mecánico de los relojes, sino con la intensidad de la vivencia. La mirada de Muñoz Munguía en Polvo de pabilos es intensa al recobrar, recrear, reinterpretar realidades. En estos “poemas-serpientes hundidos en los sueños”, el poeta no formaliza la forma ni materializa el fondo destruyendo la unidad (fondo es forma), sino que —como lo quiere Johannes Pfeiffer— encuentra el “punto medio en que esencia y palabra se funden”.
Datos vitales
Ricardo Muñoz Munguía (Ciudad de Chignahuapan, Puebla, 1970) es autor del libro compartido Aire corredor (Serie El Ala del tigre, UNAM) y ha participado en las antologías Bestiario Inmediato (Ediciones Coyoacán) y Vuelta a la casa en 75 poemas (Editorial Planeta), entre otras. Actualmente es columnista y coordinador de redacción en el suplemento La Cultura en México, de la revista Siempre!